Haro abrió la puerta de casa sin mucho cuidado. Todas las luces estaban apagadas, así que encendió la de la entrada para no estar a oscuras.
—Ya he vuelto —comunicó Haro en voz alta, pero no hubo respuesta. Esperaba que Félix estuviera ya en casa preparando la cena, como era usual, pero parecía que no había nadie.
Se descolgó la mochila de la universidad y dejó en el suelo, despreocupado. Los últimos días tenía que quedarse hasta tarde haciendo prácticas de laboratorio, por lo que solía llegar a casa bastante tarde. Siempre le encantaba llegar a su piso tras un largo día y oler el aroma de los deliciosos platos que preparaba su compañero de piso, pero hoy no lo había.
Haro caminó con tranquilidad hasta el salón, también a oscuras, y encendió la luz. Ni un alma. Lo único que llamó su atención fue una nota posada encima de la mesa del salón. Se acercó hacia ella y la cogió.
"Para Haro
Me han llamado de repente del restaurante. Al parecer hoy hay muchos clientes y me necesitan en la cocina. No estaré en casa para hacer la cena, así que prepara algo tú, ¿vale? Llegaré sobre las 0:00h, así que asegúrate de hacer algo rico.
P.D. ¡Ni se te ocurra dejar tus cosas en la entrada! ¡Siempre tropiezo con ellas!
Félix"
La carta confirmó las sospechas de Haro. Aunque podía haberle escrito un mensaje o llamarle, Félix siempre prefería colocar notitas en lugares diversos de la casa, por muy ineficiente que fuera.
Caminó de vuelta a la entrada y recogió su mochila del suelo. La dejó en una esquina, donde probablemente no causaría ningún accidente a Félix. Se acercó a la cocina y encendió la luz. Para un piso de estudiantes compartido como lo era el suyo, la cocina era bastante grande, prácticamente más que su dormitorio. Tenía tantos cajones y estantes que Haro solía olvidar dónde se encontraba cada cosa.
Abrió la nevera y miró dentro. Félix siempre se aseguraba que hubiera ingredientes variados para sus recetas, así que estaba llena de comida. Haro inspeccionó rápidamente el contenido en busca de algo fácil de hacer. Pollo, verduras, queso, pasta… todo estaba crudo.
A Haro no le gustaba ni sabía cocinar. Para empezar, la mayoría de recetas requerían de bastante tiempo y esfuerzo. Félix solía pasarse una media hora cada vez que entraba en la cocina, aunque siempre preparaba cosas deliciosas, la verdad. Además de eso, en las pocas ocasiones en las que había intentado preparar algo coaccionado por su compañero de piso, la comida siempre había terminado incomible. Pollo carbonizado, pasta dura, galletas duras como el acero… No tenía muy buenas experiencias en aquel lugar como para querer cocinar algo con entusiasmo. Lo único que le salían bien eran las tortillas, alabadas incluso por Félix. Podría preparar un par de tortillas. Rechazó la idea simplemente por la pereza que le daba manipular utensilios de cocina.
Cerró la nevera y se dispuso a salir de la cocina. Antes de hacerlo escuchó un golpe seco detrás de él. Se giró rápidamente para ver qué había sido y encontró una caja de cereales tirada en el suelo. Por suerte no se había abierto. Sin darle más vueltas, recogió la caja y la puso de vuelta en su estante.
Haro se dirigió al salón y se sentó en el sofá, liberando un suspiro de cansancio. Alcanzó el mando de la tele y la encendió, rompiendo por fin el silencio sepulcral que había en el piso. Lo primero que apareció fueron unas imágenes de un piso de oficinas destruido y varios cuerpos pixelados tirados por el suelo. Habiendo llamado su atención, Haro subió el volumen de la televisión para poder escuchar de qué se trataba.
—…más de quince víctimas mortales, incluyendo varios oficinistas y ambos guardias de seguridad. Según varios testigos supervivientes al ataque, el incidente ocurrió en menos de cinco minutos en total, en los que el atacante terminó con las vidas de cualquiera que se cruzara en su camino. A continuación, les mostraremos algunas imágenes capturadas durante el ataque, pero les advertimos, se trata de contenido explícito y que puede dañar su sensibilidad —La imagen de la reportera hablando se cambió por un vídeo grabado por un móvil. En él, una criatura monstruosa grisácea de unos tres metros de altura sujetaba a una mujer con la cara pixelada por el cuello.
Haro se tensó en cuanto reconoció de qué se trataba. No era la primera vez que veía a una criatura como aquella.
En el vídeo, la mujer trataba de escapar del agarre del monstruo, hasta que, tras un rato, dejó de moverse. La criatura la soltó y la mujer cayó al suelo inerte. El vídeo tambaleó unos segundos hasta que se terminó, dejando a Haro horrorizado por lo que acababa de ver.
—Tras la masacre, el Geist se tiró por la ventana sin motivo aparente, matando al trabajador que había poseído y desapareciendo en el acto —informó la presentadora—. Con este van ya cincuenta-y-tres ataques Geist y más de seiscientas muertes en lo que llevamos de año. El Centro Nacional de Inteligencia y el ejército han informado de que están investigando distintas formas para poder terminar con… —Haro apagó la televisión, volviendo al sombrío silencio de su piso.
Desde hacía varios años, los incidentes de posesiones Geist se habían ido en aumento hasta llegar a numerosos casos al mes. Al principio todo el mundo pensaba que eran leyendas urbanas o encubrimientos de asesinatos en masa. Sin embargo, pronto comenzaron a surgir videos de personas que habían sido testigos de los ataques y que mostraban la aterradora amenaza que había surgido en el país.
Hasta donde habían dicho por las noticias, los Geist eran algo parecido a fantasmas o espíritus que podían poseer a las personas. Cuando eso sucedía, los poseídos perdían el control de su cuerpo y el Geist los envolvía hasta adoptar formas monstruosas. Tenían una fuerza descomunal y al parecer eran prácticamente indestructibles usando métodos convencionales. La única manera de matarlos era matar a la persona a la que habían poseído, lo cual era increíblemente difícil con su resistente cuerpo. Las pocas ocasiones que la policía había conseguido matar a uno había sido con armas de gran calibre o explosivos. A Haro le parecía bastante injusto que las personas poseídas tuvieran que morir por culpa de los Geist, pero era la única manera de evitar que matasen a más inocentes.
Un fuerte ruido interrumpió los pensamientos de Haro, asustándolo. Al mirar en la dirección del ruido, se percató de que el jarrón de cerámica que estaba colocado en uno de los estantes del salón estaba ahora en el suelo, hecho pedazos. Haro permaneció inmóvil unos segundos, valorando lo que podía haber pasado.
La puerta que daba al balcón estaba cerrada, y no había ni una pizca de aire que pudiera haberlo empujado. Estaba bastante seguro de que no había ratones en el piso, así que no tenía ni idea de lo que había ocurrido.
Haro se levantó lentamente del sofá, ligeramente asustado. Le hubiera gustado creer que simplemente estaba mal colocado, o que había un terremoto imperceptible, pero lo veía poco probable. Caminó hacia la cocina para coger la escoba y barrer los fragmentos de jarrón, pero de repente las luces parpadearon un par de veces hasta finalmente apagarse, dejándolo prácticamente a oscuras. Haro se quedó quieto. Nunca había sucedido nada paranormal en su presencia, por lo que no sabía muy bien cómo actuar. Una pequeña parte de él quería pensar que era solo una extraña serie de coincidencias.
—Solo para que lo sepas, no creo en fantasmas —habló Haro en voz alta, tratando de permanecer calmado. No hubo respuesta, por lo que esperó que fuese lo que fuese, ya se hubiera ido—. Vale… Me voy a…
Haro caminó lentamente hasta su mochila. Cogió su cartera y salió silenciosamente de la casa.
Haro miró la hora en el móvil. Las 22:30. Según la nota de Félix, todavía tardaría una hora y media en volver, por lo que le convenía estar un rato en la calle si no quería volver a casa solo.
Trató de distraer su mente de lo que acababa de pasar en el apartamento. Pensándolo de nuevo, la hipótesis del terremoto era bastante factible, al menos más que la de "ente paranormal". Probablemente solo había exagerado un poco y no había nada que temer. Aun así, no quería volver a casa hasta que llegara Félix.
Una cosa seguía siendo cierta: tenía que llevar la cena a hecha. Podía pedir una pizza o comida china, pero una sola comida se le aparecía en su mente en aquellos momentos. Cerca de su casa había un local de bocadillos que pasaba bastante desapercibido respecto al resto de cadenas de comida. Nunca solía haber más de un par de personas en aquel lugar, pero él solía ir siempre que tenía tiempo libre. No sabía exactamente qué ingredientes tenía el bocadillo, pero estaba tan increíblemente delicioso que le encantó desde la primera vez que lo probó. Félix evitaba comerlo siempre que podía, diciendo tonterías como que era "demasiado grasiento para él", pero como hoy Haro decidía la cena no tendría más remedio que comérselo.
Caminó unos minutos hasta el local y en cuanto entró el dulce aroma de la carne impregnó su pensamiento. El lugar no era muy grande, y las condiciones sanitarias eran cuanto menos cuestionables, pero Haro no le daba demasiada importancia.
—Buenas noches, amigo —le saludó alegre el dueño, un hombre de ojos marrones y una espesa barba. Haro sabía que era de Oriente Medio, su acento era bastante cerrado y hablaba poco el español, pero sin duda era una de las personas más joviales que había conocido.
—Hola —saludó Haro de vuelta— Dos bocadillos, por favor.
—Oído, jefe —contestó el hombre y se puso a preparar los ingredientes. La cocina estaba justo detrás del mostrador, por lo que muchas veces Haro hablaba con el dueño mientras esperaba los bocadillos—. ¿Qué tal la universidad?
—Bastante bien, la verdad. Segundo es más difícil que primero, pero de momento lo entiendo todo.
—Química es muy difícil —comentó el hombre sin apartar la vista de la cocina—. Tienes que estudiar mucho o acabarás como yo.
Haro rio, aunque la verdad era que trabajar en el lugar donde se preparaban los mejores bocadillos de la ciudad no parecía un fracaso.
—Por cierto —habló Haro—. He notado que últimamente hay menos clientes.
El hombre se alzó de hombros mientras manejaba la sartén.
—La gente sale menos a la calle porque tienen miedo de Geist —contestó el hombre con un tono de inconformidad. De repente su tono pasó a ser alegre como siempre—. Pero tú siempre vienes aquí. Eres mi mejor cliente.
—No me perdería tus bocadillos ni loco —añadió Haro, y el hombre soltó una carcajada. Era bastante tranquilizador solo ir a aquel local y charlar con el dueño en comparación con el estrés de la universidad. Aun así, Haro sabía que lo que había dicho era cierto. Cada vez las personas tenían más miedo de los Geist, y como resultado salían menos a la calle. Nadie sabía cuándo ni por qué un Geist poseía a una persona, así que todo el mundo temía que les pudiese pasar a ellos. Haro creía que era un poco drástico no salir a la calle por temor, pero también era cierto que cuando recordaba el vídeo que había visto antes en las noticias, no le inspiraba demasiada confianza estar con otras personas.
Tras unos cuantos minutos más de hablar con el dueño, los bocadillos estuvieron listos. Haro pagó y se despidió del dueño con una sonrisa. En cuanto estaba en la calle de nuevo, olió la bolsa donde se encontraban los bocadillos.
—Ah… qué bien huele —dijo en voz baja. Aunque no terminaba de entender lo que había pasado en su piso, si se quedaba mucho rato en la calle los bocadillos se enfriarían, así que decidió ir de vuelta a casa.
No era demasiado tarde, pero la calle estaba totalmente desierta. Desde la aparición de los Geist había un clima de inseguridad general que se había visto reflejado en un aumento en los crímenes y un cierto descontrol policial. Eso sumado a que el barrio en el que vivían no era lo que se podría decir "rico" hizo que sintiera cierta inseguridad al caminar por la calle.
Mientras Haro caminaba, un ligero dolor apareció en su cabeza. Se sentía como un pequeño mareo, pero era bastante molesto. No solía enfermarse, y muy pocas veces al año tenía migraña, sobre todo si era tan de repente como aquella. Comenzó a caminar más rápidamente para poder llegar a casa y tomarse un vaso de agua. Con suerte con eso se le iría el mareo.
Haro pasaba por una calle oscura cuando notó una figura aparecer en su visión. Era un hombre de no más de 30 años, con aspecto desaliñado y ropa de pandillero caminaba hacia él. Haro trató de no asustarse y se limitó a subir un poco el ritmo de sus pasos. El hombre lo imitó. Por delante de Haro, además, apareció otro hombre de aspecto similar que también caminaba hacia él. "Esto es malo" pensó Haro. Sabía que no se encontraba en una buena posición.
En un intento de escapar disimuladamente de los hombres, Haro cambió de dirección para tratar de perderlos de vista, pero un tercer hombre se acercó hacia él, impidiéndole el paso. En pocos segundos, los tres hombres le tenían rodeado. "Mierda".
—¿Puedo ayudaros? —preguntó Haro en voz baja, deseando estar equivocado. ¿Cuál era la probabilidad de que aquellos tipos solo quisieran hablar con él?
—Danos todo tu dinero —ordenó uno de los hombres, al tiempo que se sacaba una afilada navaja de su bolsillo.
Haro comenzó a respirar agitadamente. Aquella situación podía acabar muy mal si no tenía cuidado con lo que decía.
—Oh… lo siento. No llevo dinero encima. Solo tengo estos bocadillos —respondió Haro ligeramente nervioso. Era un farol muy obvio, pero esperaba tener suerte.
El hombre apuntó la navaja hacia Haro. Ahora se veía mucho más enfadado.
—El dinero. Ahora —amenazó levantando el arma blanca
—Vale… vale —Haro levantó ligeramente las manos y comenzó a rebuscar en el bolsillo de su sudadera. Solo le quedaba una idea para salir de aquella situación sano y salvo.
Haro comenzó a sacar la mano lentamente de su bolsillo. Moviéndose rápidamente, dio un puñetazo al tío de la navaja y, aprovechando el desconcierto, salió corriendo por su lado. Los atracadores reaccionaron rápidamente y se pusieron a correr detrás de él.
El corazón de Haro latía con fuerza. Ahora que los había enfadado, su única opción era escapar de aquellos tipos. Tenía que dejarlos atrás si quería vivir. Haro nunca había sido el corredor más rápido de su clase en primaria, pero era bastante rápido. Se giró un par de veces para comprobar la distancia a la que estaban los hombres, y cada vez se encontraban más lejos. Podía conseguirlo.
El dolor de cabeza volvió en el peor momento posible. Esta vez era un fuerte pinchazo que por poco le hace perder el equilibrio. Tuvo que bajar el ritmo para llevarse las manos a la cabeza del dolor. "¿Tiene que ser ahora?" se preguntó Haro. La poca ventaja que había sacado a los hombres estaba desapareciendo, y le atraparían en pocos segundos si no se daba prisa.
Haciendo un esfuerzo monumental, Haro trató de ignorar el dolor y correr más rápido. Le comenzaban a arder los pulmones y la cabeza le estaba matando, pero tenía que escapar.
El dolor volvió de nuevo, pero esta vez mucho peor que antes. Perdió toda la concentración que había acumulado y tropezó de repente, cayendo bruscamente al suelo. Sin poder moverse, los atracadores se acercaron rápidamente a Haro, cortándole todas las opciones que tenía de huir.
—¿Creías que podías escapar, capullo? —preguntó el hombre de la navaja respirando agitadamente. Tenía la nariz y la boca llenas de sangre a causa del puñetazo que Haro le había pegado antes. Cogiendo impulso. Pateó a Haro fuertemente en las costillas, haciendo que se encogiese del dolor.
Aunque quería hacer algo, el dolor de cabeza impedía que Haro pudiese pensar racionalmente. Tan solo podía tratar de protegerse y prepararse para lo que le venía.
Los tres hombres comenzaron a golpearle violentamente sin descanso. Haro no era del todo consciente de lo que estaba sucediendo, pero todo el cuerpo le ardía de dolor. Escuchó varios crujidos acompañados de dolor insoportable. Su brazo derecho, varias costillas y una pierna estaban indudablemente rotas. Le costaba un esfuerzo descomunal mantenerse consciente, y se preguntó si debería desmayarse para evitar seguir sufriendo. No podía hacerlo. A aquel paso, moriría si le seguían pegando de esa manera, por lo que solo podía tratar de no perder el conocimiento.
El hombre de la nariz sangrante sacó de nuevo la navaja y se agachó junto a Haro.
—A mí nadie me pega ¡¿Entiendes, niñato?! —El hombre movió con fuerza su brazo para clavar el cuchillo en la barriga de Haro, pero no se clavó. La hoja de la navaja saltó por los aires, rota. El hombre miró con incomprensión al abdomen de Haro. Su sudadera roja estaba quedando por debajo de otra cosa. El cuchillo había golpeado a la extraña sustancia negra que comenzaba a envolverle, y se había roto en consecuencia— ¿Pero qué cojones?
Haro, quien había dejado de recibir golpes por algún motivo, abrió los ojos ligeramente. Los atracadores estaban ahora con cara de confusión y observándole extrañados. Entonces lo notó. Sentía como si le estuviesen poniendo una manta sobre el cuerpo, pero era fría al contacto y estaba extendiéndose lentamente por sus extremidades. Pero no era una manta. En lugar de eso, una extraña y gruesa sustancia negra y morada le cubría poco a poco el cuerpo. Cuando reconoci�� lo que era, sintió más pánico que cuando los hombres le habían empezado a pegar. Aun con las extremidades tan doloridas que apenas podía moverlas, trató de detener el avance de la sustancia antes de que le cubriese entero.
—No, no, no… —musitaba Haro desesperado. Sabía bien lo que aquello significaba. En pocos segundos le habría cubierto completamente. Un Geist estaba tomando el control de su cuerpo—. ¡Joder!
Los hombres miraron entre confundidos y aterrados lo que le pasaba al joven. Comenzaron a retroceder lentamente al ver cómo, tras haber envuelto todo su cuerpo, la masa negra y morada comenzaba a crecer de tamaño. Paralizados por el pánico, los hombres observaron como el Geist, todavía en el suelo, se levantaba hasta estar de pie. Tenía un aspecto monstruoso. Apoyaba las cuatro extremidades en el suelo, pero por su forma parecía poder levantarse a dos patas. Aun sin estar erguido, el monstruo medía ya más de dos metros. Tenía unos brazos y manos gigantescas, estas últimas con garras puntiagudas. Parecía que su cabeza y su cuerpo estaban unidos en un mismo torso gigante, del cual salían unas grandes piernas. Donde se suponía que se encontraba su "cabeza" solo había una boca negra con muchos dientes afilados como cuchillos y sobre esta, dos grandes círculos morados brillaban.
El hombre de la navaja se puso de rodillas en el suelo y levantó las manos. Los ojos morados del Geist se enfocaron en él.
—Lo… lo siento, tío. Solo queríamos el dinero. Por favor, no nos mates —rogó el hombre con nervioso. Sus ojos mostraban terror en estado puro y sus manos no paraban de temblar.
El Geist lo miró unos segundos sin moverse. Los otros dos hombres se también arrodillaron apresuradamente al ver que el monstruo no parecía atacar. El lugar permaneció unos instantes en silencio, solo escuchándose las respiraciones agitadas de los tres hombres.
Sin previo aviso, el Geist emitió un sonido gutural parecido a un rugido y golpeó a uno de los hombres con su gran puño, mandándolo a volar varios metros en el aire. Los otros dos hombres, al percatarse de lo que había sucedido, comenzaron a correr desesperados.
El monstruo usó sus poderosas patas para saltar sobre uno de ellos, cayendo delante de él y obstruyéndole el paso. El hombre frenó lo más rápido que pudo y trató de cambiar de sentido antes de que el Geist lo agarrara, pero era demasiado tarde. Con una mano lo agarró del torso y lo levantó del suelo. Con una furia desmedida lanzó al hombre como si fuera una pelota. Varios metros a lo lejos, el atracador se estampó con fuerza contra un coche, rompiendo los cristales y parte de la carrocería del impacto.
El último hombre, el de la nariz sangrienta, corría en la distancia tratando de huir del Geist. En cuanto lo localizó, el monstruo comenzó a correr detrás de él. Su velocidad era parecida a la de un coche, por lo que en pocos segundos lo alcanzó, pisándolo con sus pies y aplastándolo contra el suelo antes de que pudiera reaccionar.
Una vez hubo acabado con todos sus objetivos, el Geist rugió con fuerza y se lanzó contra el primer coche aparcado que vio, golpeándolo una y otra vez hasta deformarlo.
Haro comenzó a recuperar la consciencia poco a poco. Abriera o cerrara los ojos, había una imagen en su cerebro que no desaparecía, pero parecía estar alejada. En ella, un coche era golpeado varias veces por unas enormes manos negras hasta dejarlo irreconocible. Parecía un sueño, pero Haro recordó rápidamente lo que había sucedido. Aunque estaba inconsciente, tenía el recuerdo de haber matado uno por uno a los atracadores hacía tan solo unos instantes. Gritó desde dentro del monstruo de la impotencia. El Geist le había poseído. Ahora era uno de ellos, y no dejaría de matar personas hasta que la policía acabase con él.
—¡Mierda! —gritó Haro, furioso. Si había algo que prefería morir antes que experimentar, era ser poseído por un Geist.
En el fondo de la calle, un coche se acercaba hacia él. El Geist miró hacia el vehículo y rugió. Haro pudo sentir la ira del monstruo como si fuera suya, aunque sabía que no lo era. Lo que sí sabía era que el Geist que le controlaba pretendía destruir aquel coche y a cualquiera que hubiese dentro.
La criatura negra corrió unos metros y saltó en el aire, cayendo encima del capó del coche. Haro podía ver lo que veía el monstruo, o sea que pudo identificar a dos adultos sentados en los asientos delanteros, y dos niños en los traseros. Todos ellos estaban aterrorizados por la gran criatura que había aterrizado enfrente de ellos, y lo estarían aún más si supiesen lo que pretendía hacerles.
El Geist levantó uno de sus gigantes puños con la intención de aplastar el vehículo.
—¡No! ¡Para! —gritó Haro alterado. El monstruo comenzó a bajar su puño con fuerza, pero se detuvo en mitad del trayecto. El monstruo miró extrañado su extremidad detenida en el aire. En su interior, Haro hacía un esfuerzo sobrehumano para detener el brazo del Geist. No sabía cómo ni por qué, pero era capaz de interferir, aunque fuese un poco con el cuerpo del monstruo. Era como si estuviese utilizando un músculo nuevo que desconocía que tenía. No sabía si era por el tamaño descomunal del monstruo, pero detenerlo requería una tremenda cantidad de esfuerzo.
La familia gritaba desde el interior del coche, desconociendo cuál iba a ser su destino. El Geist gruñó por lo bajo, volvió a levantar el brazo y lo bajó con fuerza, pero fue detenido de nuevo por Haro.
—No mataré a gente inocente —sentenció Haro con mucha dificultad, por el esfuerzo que le estaba costando detener al Geist. El monstruo soltó un último rugido antes de darse por vencido y saltar de nuevo a la carretera. En cuanto pisó el suelo, lanzó un par de golpes al asfalto, furioso porque le hubieran detenido.
Haro no era capaz de procesar del todo lo que estaba ocurriendo. No solo había sido poseído por un Geist, sino que había logrado detenerle e incluso de alguna manera convencerle de que no matase a aquella familia. Nunca había oído nada por el estilo en las noticias ni en ningún lugar. Quizás si conseguía guiar al monstruo hasta la estación de policía, ellos podían matarlo, o en el mejor de los casos capturarlo con vida. No perdería nada por intentarlo.
Trató de utilizar el nuevo "músculo" que había descubierto y empujar al Geist para que se moviese en la dirección que le mandaba. La bestia sacudió su cabeza de un lado para otro y volvió a rugir con furia. Haro podía sentir de nuevo la ira del monstruo invadiendo su cabeza. Era sin duda mucho más poderoso que él, y tenía la sensación de que no podría controlarlo mucho más.
El Geist comenzó a correr por la carretera. Haro sintió alivio porque no hubiera prácticamente tráfico a aquella hora, porque no sabía cómo reaccionaría el Geist con más provocaciones. El monstruo continuó corriendo y saltando por diferentes calles hasta que Haro perdió la noción de dónde se encontraba. Notaba también cómo se comenzaba a cansar cuanto más tiempo pasaba dentro del Geist. De hecho, y aunque pareciese extraño en una situación como aquella, empezaba a tener sueño.
Antes de que se diera cuenta, el paisaje cambió de urbano a forestal. Por algún motivo, el Geist había decidido llevarle hasta el bosque que había cerca de su barrio y ahora se adentraban cada vez más entre los árboles. Tras un rato, el Geist se detuvo entre unos arbustos. Se derrumbó en un montón de tierra y se quedó quieto. Mientras Haro trataba de procesar lo que ocurría, notó como la imagen se volvía cada vez más oscura. No sabía explicarlo, pero notaba como el Geist se estaba desvaneciendo lentamente, y con ello, su consciencia. Aunque trató de permanecer despierto, Haro quedó inconsciente en mitad del bosque.