Félix se sentó en el sofá con cuidado de no derramar el café que se acababa de hacer. No había dormido nada en toda la noche y le estaba comenzando a costar mantenerse consciente, pero no podía permitirse descansar.
Su compañero de piso había desaparecido el día anterior, cuando aparentemente le había poseído un Geist en la universidad a la que iba. Félix solo se había enterado porque la policía había ido varias horas después al restaurante en el que trabajaba para llevarle a comisaría e interrogarle. A los gerentes del restaurante no les había hecho demasiada gracia que la policía interrumpiese su establecimiento, por lo que habían despedido a Félix en consecuencia, pero eso tampoco era lo que le preocupaba.
Tras comprobar que no sabía nada, la policía le había explicado a Félix lo que le había ocurrido a Haro en la universidad, lo cual le había dejado totalmente descolocado. Aunque no se lo había dicho a la policía, sabía que la noche anterior a esa no había vuelto a casa y le había mentido sobre dónde estaba, pero no creía que estuviese envuelto en algo tan grave. Y lo peor de todo, no podía creer que Haro no se lo hubiera dicho.
Al parecer, tras la posesión en la universidad otro Geist no identificado se había llevado a Haro, quien no había vuelto a aparecer. Había tantas cosas sobre esa historia que no entendía que ni siquiera sabía por dónde comenzar. Había estado desde la tarde anterior que había vuelto a su casa hasta aquel momento dándole vueltas a la cabeza, pero no lograba imaginar dónde Haro podría estar.
Un irritante pitido interrumpió los pensamientos de Félix, haciendo que perdiera la concentración y que se sobresaltase. Estaba ya más que harto de decirle a los periodistas que llamaban a su piso desde la calle que no quería hacer entrevistas, pero no había manera de que se marchasen. Al parecer, la historia de un nuevo Geist en la ciudad valía más que la profesionalidad de los periodistas. Félix trató de no irritarse más de lo que debería y se dirigió al interfono a contestar.
—Está perdiendo el tiempo, no quiero hacer ninguna entrevista —informó Félix al instante. Estaba a punto de colgar, pero una aguda voz femenina habló antes de que lo hiciera.
—¡No! ¡Espera! No quiero ninguna entrevista —contestó la chica desde la calle, tratando de que su interlocutor no colgase. Había un tono de preocupación en su voz que hizo que Félix siguiera escuchando.
—¿Y entonces qué quieres? —preguntó el chico
—Eres… Félix, ¿verdad? Haro me ha hablado sobre ti.
Félix se quedó unos segundos en silencio, extrañado. Sería muy extraño que aquella chica fuera realmente una conocida de Haro, pero no esperaba que una periodista pudiera llegar tan bajo como para mentir sobre su identidad para conseguir un titular. Además, que Félix supiera, Haro no tenía muchos amigos en la universidad. Que él recuerde, su compañero de piso solo le había hablado de una chica.
Félix presionó el botón para abrir la puerta de la calle y colgó el interfono. Abrió la puerta del piso y esperó a que su visitante apareciera. Si era quien creía que era, quizá podría ayudar a Félix a encontrar a Haro. O quizá solo había venido a insultarle como habían hecho algunos vecinos. De cualquier manera, Félix se mantuvo expectante.
Tras unos segundos apareció una chica pelirroja no muy alta. Félix notó que, aunque parecía algo nerviosa, su postura mostraba una gran convicción. Ambos se quedaron mirando unos instantes hasta que la pelirroja finalmente habló.
—Me llamo June —se presentó la chica clavando sus penetrantes ojos verdes en los de Félix—. He venido porque quiero encontrar a Haro.
Félix caminó hacia el salón con dos tazas de té entre las manos. Dejó una de ellas delante de June, quien esperaba sentada. Félix se sentó enfrente de la chica.
—Haro me ha hablado bastante de ti —explicó Félix mirando a June—. Te doy las gracias por ser su amiga. Cuando empezó la universidad no esperaba que hiciera ninguno. Es bastante malo para eso.
—Lo sé —June sonrió ligeramente, consciente de cómo era Haro.
Félix se fijó en June. Parecía que también le importaba Haro, aunque no lograba entender exactamente por qué.
—Tú viste lo que pasó en la universidad, ¿cierto? —preguntó el chico, llamando la atención de June—. He oído que el Geist le poseyó en medio de clase.
June dejó su mirada perdida, como si estuviera viendo lo que ocurrió el día anterior.
—Sí, lo vi. Ocurrió delante de mí —especificó June
—Viste cómo se transformaba en un monstruo —concluyó Félix—. ¿Entonces por qué dices que quieres encontrarlo?
June cogió la taza de té entre las dos manos y miró hacia abajo, insegura. Tras unos segundos, dejó la taza en la mesa y miró a Félix con convicción.
—No creo que Haro sea un monstruo. Cuando fue poseído en la universidad yo estaba entre él y la policía. No dudaron en apuntarme con sus pistolas y justo cuando iban a disparar él se puso delante de mí y me protegió de las balas. Me salvó la vida. No tenía ningún motivo para hacerlo, pero lo hizo. Por eso creo que Haro sigue consciente en algún lugar.
Félix escuchó atentamente a June, pero cuando terminó no podía creer del todo lo que estaba diciendo.
—Espera, ¿dices que el Geist no poseyó por completo a Haro? Eso no tiene sentido —opinó el chico
—Sé que parece que no tiene lógica, pero escúchame. He estado buscando por internet y he encontrado algunos rumores que dicen que cuando las personas son poseídas, vuelven a transformarse en humanos al cabo de un tiempo. Si es cierto, Haro podría haber vuelto a la normalidad. Lo que significa que tenemos que encontrarlo —explicó June, convencida.
—¿Entonces por qué no se dice eso por las noticias? —preguntó Félix, todavía incrédulo
—También he estado pensando sobre eso. No tendría sentido que Haro ni ninguna de las personas poseídas volvieran a la normalidad como si nada. La policía les busca, así que los capturarían en cuanto apareciesen. Probablemente se está escondiendo en algún lugar para que no le atrapen.
—Precisamente. La policía ya está buscándole. ¿Qué te hace pensar que tú podrías encontrarlo?
Sorprendentemente para Félix, June se enfadó al escuchar aquel comentario. La chica se levantó de golpe.
—He venido porque creía que apreciabas a Haro, pero no haces más que buscar pegas. ¿No quieres ayudarme? ¡De acuerdo! Lo encontraré yo sola —decidió June, molesta. Caminó con rapidez hasta la puerta y la abrió.
—Espera —la llamó Félix, haciendo que se detuviera justo antes de marchase.
—¿Qué? —preguntó June irritada, girándose para mirar de nuevo a Félix. El chico la miró serio unos instantes, aunque después comenzó a reírse ligeramente hasta terminar riendo a carcajadas.
June miró al chico sin entender nada. Cuando se le pasó la risa, Félix volvió a mirar a la chica.
—Perdón por engañarte. Nunca me había planteado abandonar a Haro. Pensaba ir a buscarlo desde el principio. Solo quería comprobar lo importante que Haro es para ti. Y me lo has demostrado —explicó Félix
June se ruborizó al comprender la intención de Félix. Cerró la puerta y bajó la mirada, ligeramente avergonzada.
—Ahora que nos entendemos, vamos a buscar a Haro —sentenció Félix, ahora con un tono más divertido.
—Idiota —insultó la chica lo suficientemente alto como para que Félix pudiera oírla.
Es coche se detuvo de nuevo en medio de una acera. Aunque hacía bastante rato que habían vuelto a la ciudad, Haro no reconocía la zona en la que estaban. La cantidad de edificios en aquella zona era mucho mayor, y prácticamente no había nadie por la calle, aunque estaban a mediodía. Debían de encontrarse en algún lugar cerca de los suburbios.
Romo se bajó del coche y Haro lo imitó, sin entender demasiado a dónde se dirigían. Sin girarse para comprobar si Haro lo seguía, el hombre caminó directo hacia una puerta metálica que había en un edificio cerca de ellos. No había ningún tipo de señal ni cartel que le indicara qué era aquel lugar.
—¿Ahora dónde estamos? —preguntó Haro al tiempo que trataba de no quedarse atrás.
—En el gimnasio —respondió Romo, como si fuera una respuesta lógica para Haro. Sacó una llave con la que abrió la pesada puerta y la empujó hacia delante, entrando en el lugar.
—Espera, ¿has dicho "gimnasio"? —preguntó Haro extrañado, mientras entraba también.
Nada más entrar, Haro se encontró con unas escaleras que descendían por lo menos unos cinco metros bajo tierra. Al ver que Romo bajaba, él bajó también.
—Sí. Quieras deshacerte de tu Geist o no, tienes que aprender a controlarlo para que no haya más accidentes. Y después de verte en el templo un accidente es lo más probable que ocurra —explicó el hombre sin girarse para mirar al chico.
—Creía que habías dicho que tendría más control cada vez que me transformara —comentó Haro
Romo abrió la puerta que había al bajar las escaleras. Detrás de esta, un pasillo estrecho y mal iluminado se extendía frente a ellos.
—Eso es lo que suele pasar, sí. Todos nosotros ya podíamos controlar a nuestros Geist la segunda vez, algunos incluso la primera. Pero tú te has transformado tres veces y sigues como si fuera la primera. Eso es peligroso —aclaró Romo con su usual tono serio.
Haro no dijo nada. Además de la aversión que sentía por su Geist, al parecer era más peligroso de lo normal. Genial. Al menos así tenía más razones para separarse de él cuanto antes.
Tras llegar al final de aquel pasillo, entraron en una enorme sala que a Haro le recordó al enorme gimnasio que había en su escuela cuando era pequeño. Se encontraban en un gran recinto iluminado con focos colgados del techo. En los bordes de la sala había gradas para sentarse, y en el centro, rodeado por una extensa valla metálica, se encontraba una pista de tierra.
Para sorpresa de Haro, había más gente en aquel lugar. Logró identificar a Vera, la chica de pelo negro y gafas, sentada en una de las gradas. Lo que le dio más miedo no fue eso, sino los dos Geist que estaban luchando en medio del ring. Reconoció fácilmente a uno de ellos, el Geist blanco de aspecto canino, ya que según le habían dicho era Mahana. Le pareció recordar también que Romo había dicho que se llamaba Cookie, aunque Haro seguía receloso de ver a los Geist como cualquier cosa que no fueran monstruos.
El otro Geist era uno que Haro no había visto antes. Todo su cuerpo era rojo y gris, y tenía una forma algo humanoide de no ser porque su cabeza era desproporcionadamente grande en comparación a su cuerpo y tenía varios cuernos en esta.
Haro se quedó impresionado al comprobar lo grandes que eran los Geist. Estaba acostumbrado a verlo todo desde la perspectiva del suyo, pero aquella era una de las pocas ocasiones en las que había visto uno en persona. Debían medir más de tres metros de altura cada uno, y sin duda eran bastante terroríficos. Haro se quedó quieto en la puerta del gimnasio, sin estar muy seguro de cómo reaccionar. Vio cómo Romo seguía su camino por las gradas en dirección hacia Vera, sin parecer mínimamente nervioso. Tratando de mantener la compostura, Haro fue con él.
—¿Por qué hay Geist luchando? —preguntó Haro, todavía algo nervioso. Romo miró a Haro levantando una ceja.
—¿Creías que nos pasábamos el día jugando a las cartas? Aquí es donde entrenamos, chaval —explicó el hombre, ligeramente molesto.
Haro volvió a mirar a los Geist, que saltaban y se movían por todo el ring, haciendo que retumbase el suelo. Le tranquilizó un poco saber que tan solo se trataba de un entrenamiento.
—Hey, me alegro de veros —los saludó Vera en cuanto se percató de su presencia. Haro no la conocía demasiado, pero parecía una chica muy alegre—. ¿Cómo ha ido con Michiko? A mí me asustó un poco la primera vez que la vi —explicó la chica sonriente.
Romo se limitó a saludar con un gruñido y se sentó en la grada, por lo que Haro decidió responder. Se sentó al lado de Vera.
—Me ha explicado muchas cosas —contestó Haro—. Me ha dicho que mi Geist está muy enfadado. Aunque no sé muy bien lo que quiere decir.
Vera miró a Haro con curiosidad.
—A mí me dijo algo parecido sobre mi Geist, aunque sin tanto énfasis. Generalmente cuanto más enfadado está un Geist más fuerte es, y también más difícil de controlar. No te preocupes, se calmará con el tiempo. Aunque ahora entiendo por qué fue capaz de hacerle frente a Cookie —Vera miró al Geist lobuno. Haro miró también a la batalla, tratando de comprender qué estaba sucediendo.
El Geist de Mahana, Cookie, se encontraba en posición de ataque, con los ojos clavados en su oponente. El Geist rojo, en cambio, estaba más defensivo. Tenía la lengua colgando y una mirada de locura, pero parecía algo cansado. Se movió con rapidez hasta Cookie y trató de golpearlo con su enorme cabeza repetidas veces, pero el Geist blanco se limitaba a esquivar y observar. Tras un rato, Cookie finalmente decidió agarrar con su mandíbula la mano del Geist y lanzarlo varios metros al aire, hasta que cayó al suelo.
El Geist cabezón comenzó a retraerse hasta que dejó ver a un niño de apariencia conocida.
—¿Ese era Kai? —preguntó Haro sorprendido, recordando al niño que conoció la noche anterior. Sabía que también era un Geist, pero no se esperaba ver a alguien tan joven en una situación como aquella.
—Sí. Hace poco menos de tres meses que lo rescatamos de su primera posesión. Se está esforzando mucho por mejorar —respondió Vera
En menos de un segundo, Cookie también había desaparecido y en su lugar estaba la chica de la larga trenza rubia, Mahana. Se acercó hasta Kai, quien estaba estirado en el suelo.
—¿No podrías dejarte ganar aunque fuera una vez? —preguntó Kai mientras se levantaba. Parecía algo dolorido.
—No tendría sentido. Si me dejara ganar, no aprenderías nada —contestó la chica
—Lo sé, lo sé. Pero hoy casi te golpeo. Con un poco de suerte mañana te ganaré —comentó el adolescente, optimista.
—Ni lo sueñes —respondió la chica, con una media sonrisa. Mahana le alborotó el pelo, haciendo que se molestara.
En el tiempo que la había conocido, aquella era la primera vez que Haro veía sonreír a Mahana, aunque aquello cambió rápidamente en cuanto se acercaron a las gradas y la chica vio a Haro, haciendo que volviera su expresión hostil.
—El chico nuevo —anunció en voz alta Kai en cuanto se percató de su presencia. Parecía entusiasmado���. ¿Vienes a enseñarnos tu Geist?
Haro miró a su alrededor. Al ver que la atención se había centrado en él, se puso algo nervioso.
—No puedo. Michiko me ha dicho que para poder desvincularme tengo que evitar transformarme todo lo posible —explicó Haro
—¿Desvincularte? ¿Estás seguro de eso? He oído que es un ritual peligroso —aconsejó Vera
—Me gustaría intentarlo, al menos —se excusó Haro
—Librarte de tu Geist no te va a devolver la vida que tenías antes —dijo Mahana con un tono despectivo, dirigiéndose por primera vez a Haro.
Haro miró hacia el suelo, consciente de lo que había dicho la chica. Aunque le cayera mal a Mahana, lo que había dicho era cierto. Las cinco personas se quedaron unos segundos en silencio, algo tensos después del comentario de Mahana.
—Lo sé —respondió Haro, tratando de mantener una mirada firme.
—Eso es solo una excusa. Seguro que no podrías derrotarnos a mí y a Headman —comentó Kai, tratando de traer de nuevo el ambiente amigable.
—Seguramente no podría —admitió Haro rascándose la cabeza. Seguía sorprendiéndole que aquellas personas les pusieran nombre a sus Geist, sobre todo nombres como Headman o Cookie.
Vera se giró hacia Romo, que estaba sentado una fila por detrás de ellos.
—Pero si no puede transformarse, ¿por qué lo has traído aquí? —le preguntó al hombre, quien observaba tranquilo la situación.
—Tomás me dijo que le enseñara lo básico sobre nosotros, así que pensé que este sería un buen lugar. Si ya habéis terminado de usar el campo es nuestro turno —explicó Romo sin mucho entusiasmo. Se levantó y comenzó a bajar las escaleras de las gradas en dirección a la zona de combate—. Vamos, Haro.
—Espera, ¿qué? —preguntó el chico ligeramente desconcertado—. ¿Tengo que ir yo también?
—No esperarás que le pegue puñetazos al aire, ¿verdad? —contestó Romo mientras se alejaba, preocupando todavía más a Haro.
Con cierta reticencia, el chico siguió a Romo hasta la pista. Desde dentro las vallas metálicas que los separaban de las gradas se sentían como una cárcel, aunque Haro trató de no ponerse nervioso. El campo era algo más grande que una pista de baloncesto, así que se sintió algo vacío al tener solo a dos personas en él.
—¿Por qué me has traído hasta aquí? —preguntó el chico temiéndose lo peor
—¿No es evidente? Vamos a pelear —respondió Romo poniéndose en posición de combate. Alzó las manos y flexionó las rodillas, lo que provocó que Haro retrocediera varios pasos, temeroso.
—Espera. Yo no sé pelear. Además, ¿qué tiene esto que ver con los Geist? —trató de excusarse Haro, pero Romo no parecía que fuera a cambiar de opinión.
—Más de lo que te imaginas —contestó el hombre. Justo después de hablar, se movió con una velocidad sobrehumana hasta posicionarse delante de Haro y, sin darle tiempo a reaccionar, lanzó una patada giratoria directa a su estómago.
Haro nunca había sido atropellado por un autobús, pero supuso que la sensación debía similar a aquella. El impacto fue más fuerte que cualquier cosa que hubiese sentido en su vida y, tras lanzarlo al aire, en un instante estaba varios metros en la distancia, impulsado por la patada. Fue cuando cayó al suelo que notó el punzante dolor del golpe en su barriga, haciendo que se encogiera.
Tras esperas unos segundos para recuperar el aliento, Haro se incorporó lentamente. Su corazón bombeaba rápidamente y no sabía si aquello haría que saliera su Geist. Esperaba que no fuera así.
—¿A qué ha venido eso? —preguntó Haro sin demasiada fuerza, mientras se sujetaba el estómago, dolorido.
—En primer lugar, ese golpe habría matado a cualquier persona normal, pero tú aún sigues vivo. Nuestros Geist no solo nos protegen cuando nos transformamos —explicó Romo—. Ellos están presentes en todo momento desde el primer vínculo, esperando el momento de salir. Nos cubren de los golpes y nos curan las heridas. Si tú mueres, él pierde su vínculo. Es por eso que no te has muerto cuando te he pateado; tu Geist te ha protegido.
Haro escuchó atentamente la explicación de Romo. Por unos segundos el dolor desapareció por completo mientras Haro se daba cuenta de que Romo tenía razón. No había pensado demasiado en lo que le había ocurrido aquellos días, pero la primera noche, cuando los pandilleros le golpearon, Haro estaba seguro de notar varios huesos rotos. Aun así, cuando despertó a la mañana siguiente no le dolía nada. Además, en la universidad, estaba seguro de que le había caído ácido sulfúrico en la mano, pero su mano seguía intacta. Todo aquello era porque su Geist le había protegido.
—¿Entonces cómo somos inmortales? —preguntó Haro entre jadeos, todavía dolorido. Recordaba haber visto en diversas ocasiones por la televisión cómo la policía había capturado a un Geist, pero nunca se había preguntado cómo.
—Ni por asomo —contestó Romo serio. Aquella era la primera vez que Haro veía a aquel hombre como el peligro que era, y no solo como el tío serio que le llevaba en coche. Aun así, sabía que la intención de Romo no era ser su enemigo, y que tan solo le estaba enseñando sobre los Geist—. Hay muchas maneras de matarnos. Con la suficiente potencia bruta se puede sobrepasar la protección de los Geist. Explosiones, golpes fuertes o disparos por tiempo prolongado pueden llegar a dañarnos e incluso matarnos. Pero la mejor manera de detener a un Geist —Romo miró a las gradas, desde donde Vera, Kai y Mahana les observaban sentados—, es con otro Geist.
Haro imitó a Romo y miró a las gradas. Mahana le miraba desde la distancia con cara de pocos amigos. Ella había sido quien le había detenido en la universidad, evitando que causase muertes o más daños. Haro comenzaba a entender qué era lo que hacían aquellas personas.
—¿Tienes alguna otra pregunta? —preguntó Romo serio
—Sí. ¿Cómo diablos me has pegado tan fuerte? —preguntó Haro mientras el dolor de su barriga comenzaba a disiparse
—Esa es una buena pregunta —respondió Romo con una media sonrisa. Hizo un gesto con la mano para que se acercara—. Ven aquí.
Con cierto recelo, Haro caminó hasta estar en frente del hombre. Romo abrió los brazos, dejando su torso completamente al descubierto.
—Pégame —ordenó el hombre
Haro lo miró confundido, pero sabía que quería llegar a alguna parte, así que le hizo caso. Sin demasiada fuerza, Haro lanzó un puñetazo al pecho de Romo, quien ni se inmutó.
—¿Eso es todo lo que tienes? Creía que dijiste que odiabas a los Geist, pero parece que solo era palabrería —provocó Romo
Haro notó cómo un sentimiento conocido surgía en su cuerpo al escuchar las palabras de Romo: la ira. Era consciente de que solo trataba de incitarle, por lo que le seguiría el juego. Cuando sintió que aquella ira fluía libremente por su cuerpo, volvió a golpear a Romo, esta vez con todas sus fuerzas.
Para su sorpresa, el golpe lanzó a Romo unos pocos metros en la distancia, mostrando el acto de fuerza sobrehumana que Haro acababa de realizar. Romo frenó su caída cayendo con las piernas, y parecía que no sentía dolor alguno por el golpe. A pesar de haber golpeado más fuerte que cualquier persona normal que hubiese visto, ni siquiera eso había bastado para hacer caer a Romo.
—¿Cómo… cómo he hecho eso? —preguntó Haro, mirando con impresión el puño con el que había golpeado a Romo.
—Además de protegernos, los Geist también nos pueden ayudar a atacar. Si te concentras lo suficiente, podrás usar una parte de la fuerza de tu Geist sin tener que transformarte. Te conviene aprender eso si quieres sobrevivir hasta que la vieja haga el ritual —explicó Romo
Haro escuchó a Romo con atención. Claramente, lo que le acababa de enseñar era una información muy útil para él. Si conseguía defenderse usando solo la fuerza que su Geist le daba, era bastante factible poder aguantar sin transformarse hasta que Michiko tuviera el ritual listo.
—Ahora que sabes lo básico —continuó Romo—, ¿qué tal si entrenamos un rato?
El rostro esperanzador de Haro se transformó en una cara de incomprensión.
—Espera, ¿qué? —preguntó Haro, pero Romo ya se había lanzado hacia él.