Haro no sabía muy bien cómo reaccionar. No cabía duda alguna: lo que había delante de él preparándose para atacarle era un Geist. ¿Cuál era la probabilidad de que hubiese ocurrido una posesión Geist al mismo tiempo que él? No parecía muy probable, pero a Haro no se le ocurría ninguna otra explicación. Lo único que sabía era que no tenía buenas intenciones, aunque eso no era una prueba total de que fuese su enemigo. Seguramente se trataba de una persona en una situación similar a la suya, con un Geist que no podía controlar y con impulsos destructivos.
Sea como fuere, el Geist de Haro no parecía muy amistoso tras haber sido atacado. Volvió a rugir y, sin pensárselo dos veces, se lanzó hacia el enemigo, listo para pelear. Antes de que tuviera oportunidad, sin embargo, el Geist hostil retrocedió rápidamente para evitar su ataque y en menos de un segundo se lanzó hacia él y atacó con sus garras el torso del monstruo negro. Haro pudo sentir el dolor punzante que sentía monstruo y soltó un grito de aflicción. No comprendía por qué aquel Geist sí podía hacerle daño mientras que las balas de la policía no, pero lo importante en ese momento era que estaba en peligro.
El Geist de Haro trató de atrapar al enemigo, pero este ya se había alejado a una distancia prudencial antes de que pudiera reaccionar. El monstruo negro golpeó el suelo con ira y clavó sus brillantes ojos morados en el oponente. Haro también se fijó en el Geist hostil. Su postura era claramente defensiva y no parecía actuar igual de impulsivo que su Geist. Además de eso, sus ojos eran ligeramente diferentes a los de los monstruos que había visto por la televisión y en internet. Normalmente eran grandes y uniformes, como dos orbes brillantes, pero los de aquel Geist eran más pequeños y expresivos, como si no se tratase solo de una simple bestia.
Interrumpiendo las observaciones de Haro, el monstruo negro comenzó a correr hacia el Geist hostil. Cuando estuvo cerca de él lanzó varios puñetazos consecutivos, cada uno con la suficiente potencia como para matar a una persona. Pese a la rapidez del monstruo negro, el Geist enemigo se limitó a esquivar sus golpes, hasta que encontró el momento adecuado para atacar. Se lanzó de nuevo hacia el Geist de Haro, salvo que esta vez iba a por la cara. Clavó sus colmillos en la cabeza del monstruo, haciendo que Haro sintiese un horripilante dolor en la suya. Haro reaccionó instintivamente lanzando un golpe hacia arriba para protegerse. Su Geist hizo el movimiento indicado, logrando golpear al enemigo, quien no se esperaba una reacción tan rápida.
El Geist lobo salió volando varios metros en el aire. Logró aterrizar con las cuatro patas, aunque con expresión de dolor. El Geist de Haro tomó eso como una oportunidad para atacar. Se lanzó con velocidad hacia el enemigo y trató de golpearlo con las garras antes de que reaccionara, pero cuando llegó ya no estaba ahí. Como si se hubiese movido con una velocidad supersónica, el Geist hostil apareció detrás del monstruo negro. Sin darle tiempo a esquivar, clavó sus garras en la espalda del Geist haciendo que rugiera de dolor. Desde el interior de la bestia, Haro notó un enorme dolor en su espalda, y cómo la visión del monstruo comenzaba a volverse borrosa. En pocos instantes, Haro se había desmayado.
El Geist lobo aterrizó de nuevo en el suelo, habiendo derrotado a su objetivo. La bestia negra comenzó a desvanecerse poco a poco hasta dejar solo al humano que había dentro, Haro. Sin perder tiempo, el Geist se acercó a Haro y lo cogió con sumo cuidado con la boca.
Varias sirenas de policía se acercaban hacia ellos. Con Haro inconsciente en su boca, el Geist comenzó a correr por el campus, huyendo de la policía y adentrándose en la ciudad.
Haro comenzó a recuperar la consciencia lentamente. El recuerdo de la batalla contra el otro Geist fue lo primero que le vino a la cabeza, por lo que abrió los ojos de golpe para identificar dónde estaba. Vio un techo normal y corriente, demasiado acomodado para tratarse de una celda de la cárcel. Por su visión amplia y directa, estaba seguro de que volvía a ser él. Levantó ligeramente la cabeza para analizar el resto de la habitación con la mirada. Se sorprendió al comprobar que ni siquiera estaba encerrado o atado. Se encontraba tumbado en una simple cama, en una simple habitación.
Cerca de la cama donde estaba había alguien sentado en una silla. Era un niño de unos trece años, con pelo negro y ojos marrones, que estaba bastante concentrado jugando con la consola que tenía entre sus manos. Haro podía escuchar los sonidos de la consola desde donde estaba, lo que le trajo un enorme recuerdo de cuando era más pequeño.
El niño levantó la cabeza solo por casualidad y sus ojos se cruzaron con la mirada de desorientación de Haro. Como si hubiese visto un fantasma, el niño pausó el juego y miró unos instantes a Haro con cierta curiosidad. Después de eso se levantó y salió de la habitación sin mediar palabra.
Haro permaneció solo menos de un minuto, pero realmente seguía desconcertado. ¿Por qué estaba en una casa como aquella en lugar de capturado por la policía? Si el Geist hostil le había vencido no podía haber escapado de ninguna manera. Además ¿Por qué había un niño?
Sus pensamientos pronto fueron interrumpidos por la puerta de la habitación abriéndose de nuevo. Esta vez, además del niño, entraron unas cuantas personas más. En primer lugar, apareció un hombre calvo de unos cuarenta años con cierto sobrepeso. Su mirada era apacible y segura y de alguna manera transmitía cierta confianza a Haro. Detrás de él entró una mujer también de unos cuarenta y tantos años con cabello castaño y una expresión amable y bondadosa.
Después entraron dos personas más o menos de la edad de Haro, una chica con una larga trenza rubia y profundos ojos verdes y un chico de pelo corto oscuro que llevaba una bandeja con comida. Este último dejó la bandeja en la mesita de noche justo al lado de Haro, por lo que pudo echarle un vistazo a la comida que habían traído: tostadas con mermelada y un vaso de agua.
Antes de que pudiera decir nada, el hombre calvo, que era el que estaba por delante del resto, habló.
—Haro, ¿verdad? —preguntó. Su voz era igual de calmada que su mirada, aunque por alg��n motivo Haro estaba comenzando a ponerse nervioso.
—¿Dónde estoy? ¿Cómo sabes mi nombre? —preguntó Haro, recluyéndose ligeramente en la cama.
—Primero, estás en nuestra casa. Te hemos traído aquí para que te recuperaras en un lugar seguro. Y segundo, tu nombre ha salido por todos los canales de noticias, lo raro sería que no lo supiéramos —explicó el hombre, riendo entre dientes.
Haro miró al hombre con preocupación. Era lógico que hubiese salido en las noticias después de que el Geist le poseyera en público, pero aun así le dolía escucharlo. Aquello significaba que no podría volver a su vida normal y que prácticamente estaba mejor muerto.
—Todavía no me he presentado. Mi nombre es Tomás, y ellos son… —comenzó el hombre, pero fue rudamente interrumpido por Haro.
—¿Cómo he llegado aquí? ¿Por qué no estoy con la policía? —preguntó el chico alterado. Esta vez fue la mujer de pelo canoso quien habló.
—Mahana te trajo hasta aquí ���explicó la mujer girando la cabeza para mirar a la chica de pelo rubio.
Haro miró a la chica. Estaba apoyada en la pared con expresión seria y su mirada no era muy amistosa. Algo en sus ojos le resultó familiar, pero no recordaba conocerla de ningún sitio.
—No lo entiendo. Yo… estaba luchando contra otro Geist y la policía estaba cerca. ¿Cómo…? —repasó Haro más para sí mismo que para el resto. No entendía cómo aquellas personas podían haberle salvado sin entrar en conflicto con el Geist ni con la policía.
—Mahana, ¿estás segura de que no le golpeaste en la cabeza? —preguntó el niño en tono burlesco—. Porque no se entera de nada.
Haro decidió ignorar el comentario del niño, aunque era cierto que no estaba entendiendo lo que sucedía. El hombre calvo fue quien habló.
—Haro, la persona contra quien luchaste fue Mahana. Ella te derrotó y te trajo hasta aquí antes de que la policía te capturara.
Haro miró fijamente al hombre mientras trataba de procesar lo que había oído. Seguidamente miró a Mahana, quien le miraba con sus profundos ojos verdes. Si había luchado contra ella, eso significaba que…
—Eres un Geist —determinó Haro con un tono ligeramente despectivo mientras miraba a la chica rubia. Su cerebro iba a toda máquina. Si la chica era un Geist, la probabilidad de que estuviese con otros humanos era bastante baja, lo que solo dejaba lugar a una conclusión. Haro miró a todas las personas que había en la habitación con cierto temor—. Todos vosotros sois Geist.
—Eso no es del todo correcto —respondió el hombre, manteniendo su tono sereno—. Mahana, Lidia y Kai son Geist. Yo y mi hijo somos humanos corrientes.
Haro miró descolocado a la mujer de cabello castaño, a la chica rubia y al niño pequeño. Según el hombre, aquellas tres personas eran Geist, lo que causaba un tremendo sentimiento de rechazo en Haro.
—No lo entiendo —respondió Haro, elevando la voz—. ¡¿Si sois humanos por qué estáis con ellos?!
—Porque son nuestra familia. Nosotros ayudamos a los Geist que están en peligro y…
—¡Eso no tiene sentido! —le interrumpió Haro agitado—. Son demasiado peligrosos. En cualquier momento podrían mataros. ¡No son más que unos monstruos! ¡Yo soy un monstruo!
La chica de la trenza rubia, Mahana, chistó despectivamente y se marchó de la habitación. Claramente no le había gustado nada lo que Haro estaba diciendo. El niño también le miraba con cierta hostilidad en sus ojos, pero las otras tres personas no parecían enfadadas por lo que habían escuchado.
Haro respiró con intensidad a medida que terminó de decir lo que quería. Realmente le parecía estúpido que cualquier persona quisiera ayudar a gente como él, sabiendo el peligro que aquello conllevaba.
Tomás, el hombre calvo, se giró hacia el resto de personas.
—Dejadnos un rato, por favor —pidió este y las tres personas que había con ellos en la habitación salieron en unos segundos, dejándolos solos.
Haro se sintió diferente cuando se quedó a solas con el hombre. Al tener más intimidad, podía percibir por su cuerpo que no iba a discutir con él ni a regañarle, lo que calmó ligeramente a Haro.
—Sabes lo que soy, ¿verdad? —preguntó el chico, todavía alterado—. Entonces no deberías haberme traído aquí. Creía que había desaparecido, pero ha vuelto a poseerme. Si me quedo aquí probablemente volverá, y os matará a todos.
Tomás acercó una silla que había en la habitación hacia la cama donde estaba Haro. Se sentó y lo miró fijamente.
—Todavía hay muchas cosas que tienes que aprender sobre los Geist. Lo primero de todo es que una vez el Geist se ha vinculado con una persona, esa conexión es prácticamente imposible de romper. El Geist que te poseyó no había desaparecido, simplemente estaba aletargado dentro de ti, como en este preciso momento.
Haro miró con atención a Tomás mientras hablaba. Parecía muy seguro de lo que estaba diciendo, por lo que Haro no creía que mintiera. Pero si aquello era verdad, entonces Haro estaba condenado a vivir para el resto de su vida con aquel monstruo asesino, y eso no le gustaba nada.
—Lo segundo y más importante es que el comportamiento de los Geist se puede controlar. Eso quiere decir que con cierto entrenamiento tú puedes decidir cuándo quieres que salga y qué movimientos hace. Una vez has domado a tu Geist, ya no hay ningún peligro de que ataque sin control —explicó Tomás con firmeza.
Haro abrió mucho los ojos, sorprendido por lo que había oído. Había visto cómo el Geist de Mahana se comportaba de manera mucho más tranquila y controlada que el suyo. Incluso él mismo había podido controlar a su Geist en dos ocasiones desde que le había poseído la noche anterior: cuando evitó que matara a la familia del coche y cuando se movió para proteger a June en la universidad. Si podía controlar al monstruo que llevaba dentro, no tendría que preocuparse por hacer daño a nadie más.
—Por supuesto no puedo obligarte a que te quedes aquí. Eres libre de marcharte si eso es lo que deseas, pero si quieres un lugar seguro donde poder vivir, aquí siempre tendrás una cama libre —concluyó Tomás, al tiempo que se levantaba. En lugar de marcharse de la habitación, se quedó de pie, expectante—. ¿Y bien? ¿Qué es lo que vas a hacer?
Haro bajó la mirada hasta sus manos, que reposaban inmóviles en la cama. Era consciente de todo lo que le había dicho Tomás, y sabía que lo mejor para él era quedarse en aquel lugar, dado que probablemente no podría volver a su piso. Pero seguía sintiendo una increíble aversión por el hecho de que pudiera matar a alguien y por los Geist en general. Según su lógica, era mejor que estuviese solo antes que arriesgarse a hacer daño a nadie, aun si eso suponía perder la oportunidad de aprender sobre lo que le había sucedido.
—Me gustaría marcharme —respondió Haro en tono serio, ligeramente inseguro.
El rostro de Tomás mostró una clara decepción al escuchar la respuesta de Haro. Aun así, no dijo nada al respecto.
Haro caminaba por la calle con la capucha de su sudadera puesta para ocultar su rostro lo máximo posible. Al parecer había estado inconsciente varias horas, porque estaba comenzando a anochecer. A pesar de su respuesta negativa a Tomás, Haro había procurado memorizar la posición de la casa por si en algún momento se veía obligado a volver, aunque trataría de que no fuera así.
Aunque lo intentara, no podía parar de pensar en lo que había ocurrido. Había tanta información nueva en su cerebro que no había terminado de procesarla toda. Para empezar, el Geist que le había poseído en dos ocasiones iba a quedarse con él para siempre, lo que le aterrorizaba bastante. También había descubierto que había otras personas como él pero que podían sacar a voluntad a sus Geist y por si fuera poco, podían domarlos para que solo hicieran lo que les mandaban.
Haro se preguntó por qué no había salido nada de aquello en las noticias. Era cierto que la mayoría de los Geist terminaban asesinados por la policía o huyendo, pero sabía que había algunos que eran capturados e investigados. ¿Acaso no lo habían descubierto todavía? Parecía poco probable, teniendo en cuenta lo importante que era el tema de los Geist para el gobierno y la policía desde hacía varios años, pero la alternativa de que lo hubieran descubierto y no se hubiese informado a la población no le hacía demasiada gracia.
Tras un rato caminando, Haro llegó al sitio que buscaba. Aunque se encontraba prácticamente escondido al final de la calle estaba allí. El piso en el que había vivido los últimos años. Aunque no le sorprendió, Haro se entristeció ligeramente al ver varios coches de policía aparcados enfrente del edificio. Aquello era la prueba que le demostraba que ya no podría volver a su vida normal. Los días que había llegado a aborrecer de estudiar en la universidad y cenar y jugar a videojuegos con Félix se habían terminado, y sentía una gran pena por no haberlo apreciado antes.
Ahora Haro era un criminal buscado por todo el país y tenía que esconderse si no quería que le capturaran. Esa era su nueva vida. La idea de entregarse rondaba por su cabeza, pero no terminaba de convencerle. Si lo que había dicho Tomás era cierto, la policía no podría quitarle el Geist que se había vinculado con él así que probablemente lo matarían. Aunque no le ilusionaba especialmente que le mataran, al menos de esa manera se aseguraría de que no mataría a nadie más.
Otro coche de la policía se detuvo enfrente del edificio donde vivía Haro. De este, además de policías, salió un chico con expresión sombría. Félix. Probablemente la policía le había estado interrogando, porque se veía bastante cansado. Varios periodistas que rondaban por la zona se acercaron rápidamente hacia él, haciéndole fotos y acercándole micrófonos diversos, pero Félix siguió caminando hasta entrar en el piso.
Haro se sintió increíblemente mal por él. No solo le había ocultado lo que le había pasado la noche anterior, sino que ahora se había enterado por otros medios que su compañero de piso se había transformado en un monstruo asesino y que no lo volvería a ver nunca más. Félix había sido como un hermano para él durante todos los años que llevaban siendo amigos, y lo seguía siendo. Haro sintió tristeza porque tuviera que terminar de aquella manera. Y todo por el estúpido fantasma que le había poseído.
Haro dio media vuelta y comenzó a caminar sin rumbo.
Tras varias horas vagando por las calles de la ciudad, la luz fue desapareciendo poco a poco hasta dejar el exterior tan solo iluminado por las farolas. Haro no había comido ni bebido nada desde el día anterior, y su estómago comenzaba a rugir. Había tratado de comprar algo, pero su cartera debió de quedarse en la mochila de la universidad, y no tenía manera de recuperarla ni de comprar comida.
Además de eso había comenzado a chispear hacía unos minutos. Haro había planeado dormir en un banco público de algún parque, pero estaba comenzando a hacer frío, y si además se mojaba por la lluvia se congelaría. Había pensado entrar en algún bar o restaurante y pedir refugio, pero no quería estar cerca de la gente. En primer lugar, porque su cara había salido seguramente por la televisión y corría el riesgo de que le descubrieran, y en segundo lugar porque no sabía cuándo su Geist iba a volver a poseerle.
Haro se detuvo en un callejón y se apoyó en la pared. La lluvia estaba comenzando a subir de intensidad y Haro se estaba empezando a empapar. Se dejó caer lentamente hasta estar de cuclillas en el suelo. Antes de que se diera cuenta, el moderado aguacero se transformó en una lluvia torrencial que hizo que tiritara y sintiese el frío por todo su cuerpo.
Tratando de mantener el calor corporal, Haro miró al cielo y gritó con fuerza. No sabía muy bien qué emociones habían provocado aquel arrebato, la rabia, la autocompasión, la soledad, o quizá una mezcla de todas. Se quedó unos segundos sintiendo cómo las gotas le golpeaban con fuerza mientras miraba hacia arriba.
Haro estaba de pie delante de la casa. Seguía lloviendo con fuerza, pero al menos bajo el porche había dejado de mojarse más de lo que ya estaba. Sin pensárselo demasiado llamó al timbre y esperó. Debido a que estaba empapado, el frío comenzaba a marearle y no se encontraba muy bien.
Escuchó unos pasos acercándose y la puerta finalmente se abrió, dejando ver a la mujer de pelo castaño que había visto unas horas antes, Lidia. En cuanto lo reconoció, la mujer se llevó una mano a la boca, sorprendida por el estado de Haro.
—No tengo ningún sitio a donde ir —confesó Haro con un tono casi imperceptible. Estaba tiritando tanto que le dificultaba poder hablar, y ya comenzaba a perder la sensibilidad en las manos.
—Pero mírate, te vas a congelar. Pasa, cielo —le dijo Lidia en tono compasivo, abriendo la puerta totalmente. Haro entró en la casa e instantáneamente el calor le abrazó el cuerpo.
Lidia lo llevó al salón, donde varios integrantes de la casa sentados alrededor de una mesa le miraron, atraídos por la llegada del nuevo visitante. Entre ellos había la chica rubia contra la que había peleado, Mahana, el niño al que Tomás había llamado Kai, el otro chico que Haro recordaba como el hijo de Tomás y otras dos personas que no conocía. Al mirarlos, Haro notó que Mahana le observaba con cierto enfado, y Kai también le miraba, divertido. Haro vio varios montones de cartas sobre la mesa, y supuso que su llegada había interrumpido la noche de juegos.
—El idiota ha vuelto —informó el niño con tono burlón.
Antes de que pudiera decir nada, Tomás entró al salón.
—Haro —dijo Tomás, sin parecer demasiado sorprendido por verlo. Haro levantó ligeramente la mirada para ver a Tomás—. Has vuelto.
No se sentía muy bienvenido en aquella casa después de lo que había dicho horas antes, y con razón. Llevado por la ira del momento, había llamado varias personas de ahí "monstruos", incluyéndose a él. Tras haber escuchado lo que Tomás le había explicado sobre los Geist y reflexionar sobre ello, pensaba que se había pasado un poco con su arrebato de antes.
Haro se limitó a observar callado como todo el mundo le miraba. Tampoco tenía muchas fuerzas para hablar, y seguía teniendo el frío dentro de él. Pudo observar bien a todas las personas que había en el salón, sobre todo las dos que no conocía. Una era una chica de apariencia algo mayor que Haro, sonriente, con gafas y el pelo negro recogido en dos trenzas que colgaban por sus lados. El otro era un hombre adulto, de treinta y pocos años y con una barba corta. Era bastante apuesto, como si pareciera un modelo, y tenía unos músculos definidos.
—Así que este es el nuevo —comentó el hombre con una media sonrisa.
—Haro, estos dos son Romo y Vera. Ellos también son Geist —explicó Tomás. Haro no podía evitar sentir rechazo cada vez que escuchaba esa palabra, pero como era un invitado en aquella casa trató de que no se notara.
—¡Encantada! —saludó Vera enérgica en cuanto éste la miró
Lidia, quien se había marchado unos segundos, volvió con una gran toalla con la que envolvió a Haro. Le colocó una mano en la frente y lo miró con preocupación.
—Estás helado. El baño está listo. Puedes pasar para calentarte —le dijo la mujer con un tono maternal que le hizo sentir mucho mejor.
—¡Oye! Me tocaba a mí —protestó Kai. La atención de la sala se centró en el niño.
—Kai, Haro va a enfermar si no entra en calor —explicó Lidia con tono firme. Al ver las miradas de Tomás y Lidia centradas en él, Kai pareció perder el interés en quejarse. Haro supuso que era el turno de Kai para bañarse, pero su repentina interrupción en la casa había provocado un cambio de planes.
—Supongo que puede ir ��l primero… —contestó el niño, ligeramente molesto
Lidia guio a Haro por el salón hasta que el chico perdió de vista a todos los integrantes de la casa menos a la mujer. La casa no era increíblemente grande, pero sin duda era lo suficientemente espaciosa como para que todas aquellas personas pudieran vivir allí. Lidia lo llevó hasta un baño de tamaño considerable con el ambiente lleno de vapor. La bañera estaba llena y Haro sintió unas ganas inmensas de meterse en el agua caliente y dejar de tiritar.
—Báñate tranquilo, cielo. Te traeré algo de ropa de Romo para que puedas cambiarte —explicó Lidia con una sonrisa cálida. La mujer se giró y caminó hasta la puerta del baño.
—Espera —la llamó Haro antes de que se fuera. La mujer se detuvo y se giró hacia Haro—. No lo entiendo.
—¿Qué no entiendes? —preguntó Lidia, extrañada.
Haro miró hacia el suelo. Sentía ganas de llorar, pero sabía que no le saldría ninguna lágrima aunque lo intentase.
—¿Por qué me estáis ayudando? Os he llamado monstruos en vuestra propia casa, y aun así me habéis dejado entrar —declaró Haro con tono bajo.
La expresión de Lidia se tornó compasiva, y se acercó hacia Haro para ponerle las manos en los hombros.
—Oh, Haro… Todos nosotros hemos pasado también por tu situación. Sabemos lo difícil que es. Lo mínimo que podemos hacer es ayudar a otros para intentar hacérselo más fácil —expresó la mujer, al tiempo que transmitía a Haro calma con la mirada. Tras unos instantes Lidia se separó de Haro—. Iré a por la ropa. Tú procura entrar en el baño o se enfriará.
La mujer salió del baño, dejando solo a Haro con sus pensamientos. Sin duda se sentía como un tonto por haberles insultado unas horas antes. Todavía no se sentía cómodo alrededor con tantas personas con Geist como él, pero sin duda no eran mala gente.
Todavía helado y cansado, Haro se desvistió y se metió en el baño, sintiendo la tranquilizante caricia del agua caliente envolverle. Por primera vez desde el día anterior, se permitió dejar de pensar en todo lo que le había ocurrido y solo permanecer allí quieto, en aquel momento que quería que fuera interminable.