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Chapter 5 - Capítulo 4

Tras haberse bañado y vestido, Tomás le había servido la cena en la cocina. Ya que había llegado bastante tarde a la casa, todo el mundo había cenado ya, por lo que tuvo que comer solo en silencio mientras Tomás le acompañaba. Honestamente, no le importó demasiado, ya que estaba demasiado concentrado en poder comer algo después de pasar un día entero de ayuno. Además, no sabía muy bien qué decir después de su actitud hostil hacia ellos unas horas antes. Tomás pareció captar los pensamientos de Haro y se pasó todo el tiempo mientras él comía en silencio, observándole como si pensara qué hacer con él.

—Dijiste que era casi imposible de romper —habló Haro mientras cenaba, rompiendo el silencio sepulcral—. Eso significa que no es imposible.

El hombre supo al instante a qué se refería Haro y le miró pensativo.

—Lo único que he escuchado son leyendas urbanas, nada realmente fiable —admitió Tomás.

Haro lo miró con decisión. A pesar de aquel hombre le había explicado que los Geist se podían llegar a controlar, Haro seguía sin sentirse nada cómodo sabiendo que aquel enorme monstruo negro estaba dentro de él, esperando a salir en cualquier momento. Tenía que librarse de él como fuera.

—Entonces has oído algo al respecto —continuó Haro, convencido—. Por favor, necesito que me digas quién sabe algo sobre eso.

Tomás se quedó en silencio por unos segundos. Después, suspiró al ver la convicción de Haro.

—Pensaré en ello. De momento preocúpate por descansar —aconsejó Tomás.

Haro asintió y terminó su comida con ganas. Después de la cena, Tomás guio a Haro hasta la habitación donde iba a dormir y se despidió dándole las buenas noches. Sin saber muy bien cómo actuar en aquel ambiente todavía desconocido, Haro abrió la puerta de la habitación. Lo primero que le sorprendió es que no estaba vacía. El cuarto era no muy grande y tenía dos camas en forma de litera. Sentado en el suelo, rodeado de desorden y jugando con una consola estaba Kai, el niño al que Haro había visto nada más despertar. Tenía el pelo todavía mojado, probablemente de haberse bañado después de él, y su mirada estaba fija en la pantalla del televisor, concentrado en el juego.

—Oh, eres tú —habló Kai sin mover la cabeza para mirarlo—. Me han dicho que te quedarías en este cuarto. No es como si yo pudiera decir algo al respecto…

Confirmando que no se había equivocado de habitación, Haro se quedó quieto, sosteniendo en la mano la única posesión que le quedaba, su teléfono móvil. Haro había olvidado su existencia hasta que se había desvestido para entrar en el baño un rato antes, y desde entonces había procurado no perderlo de vista.

—Eres Kai, ¿verdad? —preguntó Haro, mirando al chico—. ¿Cuántos años tienes?

—Catorce —respondió Kai sin mirarle.

—¿Y también eres un… Geist? —preguntó Haro

—Sí. Todos aquí lo somos, excepto Tom��s y sus dos hijos —contestó el adolescente sin mucho interés.

Haro lo miró fijamente, todavía sorprendido. No podía creer que las posesiones Geist sucedieran también a niños. Ni siquiera sabía por lo que había tenido que pasar aquel niño. ¿Dónde estaría su familia? ¿Cómo había llegado ahí? Probablemente todos allí habían pasado por algo similar a Haro, si no peor.

El chico se sentó al lado de Kai, mirando también la pantalla del pequeño televisor donde estaba conectada la consola. En la pantalla un personaje vestido de rojo daba saltos y corría por el lugar. Haro sonrió levemente al reconocer el juego, recordando durante unos instantes todas las veces que había jugado a la consola con Félix.

—Oye. Yo… siento lo que dije antes. Sobre que erais unos monstruos. Fui un idiota —se disculpó Haro

—Sí, lo fuiste —confirmó Kai mientras jugaba—. Pero está bien. Parecías muy asustado y confundido antes. Te perdono.

Haro suspiró, ligeramente alegre de que su relación con el chico hubiera mejorado, aunque fuera un poco.

—No creo que a nadie le haya molestado lo que dijiste. Excepto Mahana, ella parecía bastante mosqueada contigo —explicó el niño. Cuando terminó de hablar, en la pantalla apareció un mensaje que decía "¡Qué mal!" acompañado de una música de derrota. Kai soltó un sonido de queja y seguidamente apagó la consola.

Haro pensó en lo que Kai había dicho. Recordó el feroz Geist con forma canina contra el que se había enfrentado aquella mañana. No solo le había derrotado, impidiendo que pudiera hacer daño a nadie, sino que lo había llevado hasta la casa para que la policía no lo pudiera capturar. Le había salvado la vida, sin duda. Haro comprendía por qué debía estar enfadada la chica. Anotó mentalmente disculparte con ella cuando tuviera la oportunidad.

Kai se movió hasta su la litera inferior y se comenzó a preparar para irse a dormir. Haro lo imitó, subiendo hasta la litera superior y acomodándose como pudo.

—Si roncas te golpearé —anunció el niño antes de apagar la luz.

Ya en completa oscuridad, Haro estuvo varios minutos sin tener intención de dormir. Habían pasado tantas cosas aquel día que no había tenido tiempo de pararse a pensar lo que iba a hacer. Sin duda no podía volver a su casa, pero no sabía si Tomás le dejaría quedarse mucho más tiempo. No tenía muy claro por qué aquella familia ayudaba a los Geist, pero nadie en aquel lugar parecía una mala persona. Solo habían tenido mala suerte, como él.

Haro recordó que tenía el teléfono en la mano. No lo había encendido en todo el día, de hecho, había olvidado por completo su existencia hasta que se dio cuenta de que lo tenía en el baño. La pantalla estaba resquebrajada, probablemente por la batalla entre su Geist y el de Mahana, pero no parecía roto. En cuanto lo encendió vio la enorme cantidad de mensajes que tenía, y todos pertenecían a una persona: Félix. A lo largo del día, su compañero de piso le había estado preguntando qué había ocurrido, dónde estaba, si iba a volver y muchas otras cosas. Haro leyó todos los mensajes con un nudo la garganta, consciente de lo mal que lo debía haber pasado su amigo. Llegó al último mensaje recibido. "Llámame".

Pensó durante unos segundos en si debería hacerlo. Sabía que la policía había estado interrogando a Félix, por lo que era posible que le hubieran intervenido el teléfono, por lo que no era muy seguro llamarle. Además de eso, Haro no sabía cómo había reaccionado su amigo al enterarse de que era un Geist. No sabía si estaría enfadado, asustado, aterrado, o cualquier otra cosa, pero Haro no estaba seguro de querer descubrirlo. En su cabeza, si no podía ver la decepción en la cara de Félix, nunca sabría si le odiaba. Lo mejor por el momento era no acercarse a él.

Dejó que su pensamiento divagara mientras cerraba los ojos hasta que se durmió profundamente.

Haro veía una gran figura negra con dos bolas moradas brillantes por ojos enfrente de él, mirándole fijamente. Era la primera vez que veía aquella forma monstruosa, pero no tenía ninguna duda de que se trataba de su Geist. Haro retrocedió asustado al ver a aquella bestia tan cerca de él, y el Geist hizo lo mismo. Al ver que también se alejaba, Haro se detuvo, y el monstruo también. ¿Lo estaba imitando?

Haro dio un paso hacia delante y el Geist también lo dio. Haro continuó caminando hasta que el Geist y él estuvieron a apenas un metro de distancia, más cerca que antes. El chico estaba sorprendido por cómo el monstruo imitaba cada movimiento que hacía, como si se tratase de un espejo.

En menos de un segundo la situación se revirtió. Haro de repente perdió el control de su cuerpo, y la figura delante de él era quien se movía, y lo movía a él en consecuencia. El Geist comenzó a apretar los puños y se acercó más al chico. Haro ahora tenía miedo, pues no sabía lo que su Geist podría hacerle ahora que tenía el control. El monstruo negro rugió enfadado y lanzó un puñetazo hacia Haro. El chico hizo lo mismo, pero ninguno de los dos se llegó a tocar. En su lugar, su puño impactó una pared invisible que los separaba. Al notar eso, el Geist trató de golpearla de nuevo, pero no podía romperla. El Geist rugió una vez más, tan fuerte y profundamente que Haro sintió que el sonido llegaba a su interior. De repente, todo se volvió negro.

Haro estaba sentado en el asiento de copiloto. A su lado, el hombre que apenas había conocido la noche anterior, Romo, conducía el coche mirando hacia la carretera.

Al haberse despertado aquella mañana, Tomás le había dicho que conocía a una persona que podía saber más sobre los vínculos entre los Geist y las personas. Romo le llevaría hasta esa persona para que pudiese preguntarle al respecto.

Sin lugar a dudas, Haro había descansado. Aunque recordaba haber tenido una extraña pesadilla, ahora se sentía mucho mejor, y estaba listo para ir a donde fuera para deshacerse de su Geist.

Haro miró a Romo. No había hablado mucho con aquel hombre, pero siempre parecía seguro y tranquilo, como si supiese lo que tenía que hacer en todo momento.

—He oído que tu Geist es bastante fuerte —comentó Romo, mirando a Haro durante un instante—. Debe de serlo si consiguió golpear a Cookie.

Haro miró a Romo, confundido.

—¿Cookie? —preguntó el chico

—Sí. El Geist de Mahana se llama Cookie —aclaró el hombre

—¿Les ponéis nombres? —preguntó Haro con incomprensión. Una cosa era aprender a controlar a los monstruos que llevaban dentro, pero ponerles nombre parecía demasiado para él.

—Claro, eso ayuda a diferenciarlos. No podemos llamarlos siempre "eso" o "el rojo".

—Pero siguen siendo peligrosos. Es como ponerle un nombre amistoso a un asesino —expresó Haro, y Romo soltó una carcajada.

—No te equivocas, chaval. Pero al final no puedes enfadarte con un perro por rebuscar en la basura. Es su naturaleza —opinó Romo. Haro pensó en lo que había dicho. No terminaba de compartir aquella opinión, pero se mantuvo callado al respecto.

—Pero ¿por qué Cookie? —preguntó Haro después de darle un par de vueltas al asunto.

—A Mahana le gustan las galletas —explicó el hombre—. Cada uno decide cómo llamar al suyo. Cualquier nombre vale si sirve para fortalecer vuestro vínculo.

—¿Por qué querría hacer eso?

—Cuanto más fuerte es el vínculo entre una persona y su Geist, más poderosos son cuando pelean. Por eso me sorprendió que lograras hacerle frente a Mahana y Cookie en tu primera transformación.

—En realidad fue la segunda vez que me poseía. Y yo no tuve nada que ver. No puedo controlarlo —corrigió Haro, mirando al suelo mosqueado al recordar el momento en el que su vida se había arruinado por completo.

—¿Cómo? —preguntó Romo con tono de incomprensión—. ¿Era tu segunda vez y no podías controlarlo?

Haro asintió, sin saber muy bien qué quería decir.

—Qué raro. Normalmente después de la primera vez todo el mundo es capaz de mantener el control —explicó el hombre, haciendo que Haro también se quedara confundido.

Tras unos veinte minutos de viaje en coche, se detuvieron en un lugar desolado. A pesar de que estaban en un aparcamiento, no había ningún otro coche en aquel lugar a parte del suyo.

Haro se bajó del coche después de Romo y observó por encima el lugar. Se encontraban enfrente de lo que parecía ser un templo no muy grande, rodeado de árboles y todo tipo de decoraciones japonesas.

—No sabía que había templos como este en nuestro país —comentó Haro, bastante impresionado. Realmente el ambiente era tan calmado y natural que le daba la sensación de estar en Japón de verdad.

—Esto no es un templo. Es un santuario sintoísta. La vieja te pegará si te equivocas con el nombre —advirtió el hombre mientras se tocaba la barba. Su mirada era cansada, como si ya hubiese estado en aquel lugar en más de una ocasión.

—¿Qué vieja? —preguntó Haro, ciertamente asustado. No era habitual que alguien le amenazara con que una señora mayor le iba a pegar, pero nada de lo que le ocurría últimamente era habitual.

—Es la persona a la que vamos a ver. Te advertiré de una cosa antes de que entremos —Romo dedicó a Haro una mirada entre seria y divertida—. Por tu bien, no entres al edificio con los zapatos puestos.

Antes de que Haro pudiese preguntar algo al respecto Romo comenzó a caminar hacia la entrada. Pasó por debajo de un gran arco rojo que daba acceso al interior del santuario. El chico lo siguió, sin querer quedarse atrás.

El interior era tan bonito como parecía por fuera. Lo que más llamaba la atención eran los múltiples cerezos en flor que había por todo el santuario, dándole un calmado aspecto rosado. Romo no pareció detenerse a admirar el lugar, y caminó directo hacia el edificio que había cerca de ellos. A medida que se acercaron, Haro pudo reconocer a una figura quieta de pie. Era una mujer con una vestimenta tradicional japonesa, y parecía estar mirando la hermosa vista que había del lugar. En cuanto se percató de la presencia de ambos, la mujer se giró hacia ellos y los miró con curiosidad. Al verla de cerca, Haro entendió por qué Romo había dicho "vieja". La mujer tenía el pelo prácticamente blanco y su rostro de facciones asiáticas reflejaba el paso del tiempo. Llevaba un abanico decorado en una de sus manos.

—Romo. Cuánto tiempo —saludó la mujer mirando a Romo. Giró la cabeza para observar a Haro—. Veo que has traído compañía.

—Haro, esta es Michiko. Sabe bastante sobre los Geist, así que puedes hacerle a ella las preguntas que quieras —explicó Romo con cierto aburrimiento

Haro no se sentía del todo cómodo al escuchar la palabra "Geist" en un lugar como aquel, que parecía tan sagrado. No terminaba de entender cómo podría aquella señora mayor contarle todo lo que quería saber.

—Encantado de conocerla. Mi nombre es Haro —se presentó el chico, ligeramente nervioso.

—Eres un chico muy educado. Yo soy Michiko —habló la mujer con una sonrisa y después miró a Romo—. Te vendría bien aprender un poco de modales como él.

Romo murmuró algo por lo bajo, sacó un cigarro y se puso a fumar. Haro no conocía bien a Romo ni sabía qué tipo de relación tenía con Michiko, pero debían tener bastante confianza para actuar de esa manera.

—Déjame que prepare un té y así podemos hablar más tranquilamente —propuso Michiko. Sin dar tiempo a que Haro respondiese, caminó hacia el interior del edificio.

Tras unos minutos, Haro y Romo fueron guiados hasta una sala en el interior del edificio. No había ningún tipo de mueble, solo una puerta corrediza que llevaba al exterior y un par de cojines en el suelo. Aunque había té para él también, Romo decidió esperarlos en el exterior mientras fumaba. Haro se pudo algo nervioso al estar a solas con Michiko. Había algo en ella que alertaba a Haro, como si fuese peligrosa de alguna manera.

—¿Y bien? —preguntó la mujer al tiempo que servía el té—. ¿Qué querías preguntarme?

—Disculpe… ¿es usted una Geist? —preguntó Haro tras haberle dado unas cuantas vueltas al tema en su cabeza. Michiko soltó una risita.

—Desde hace ya mucho tiempo.

—Creía que los Geist eran una aparición reciente —dijo Haro extrañado, recordando cómo hacía unos cinco años se habían comenzado a dar casos por todo el mundo.

—Oh, no. Al contrario. Ellos llevan con los humanos miles de años, pero su aparición era bastante más inusual que ahora —explicó Michiko—. Antes muy pocas personas eran capaces de establecer vínculos con Geist. En muchas civilizaciones esas personas eran conocidas como fuertes guerreros o incluso veneradas como dioses.

Haro escuchó con atención la explicación de la mujer. No parecía estar mintiendo, pero era información realmente sorprendente para él. ¿Geist venerados como dioses? Eso era completamente diferente a la percepción que había en aquel momento sobre ellos.

—¿Entonces por qué ahora hay tantos? —preguntó Haro. La mujer puso la mirada en blanco, como si ella también tratase de encontrar una respuesta.

—Desconozco el por qué —admitió la mujer mientras le miraba. En un instante, su mirada pasó de vacía a una sutil picardía—. Pero tengo el presentimiento de que pronto lo descubriremos. Dime, Haro ¿qué crees que son los Geist?

—Son monstruos —contestó Haro al momento. Pese a sentir simpatía por la gente que le había acogido, seguía odiando a los Geist en sí—. Criaturas malvadas que poseen a personas para matar y destruir.

—Esa es una definición muy sentimental, pero no es correcta —Michiko se inclinó ligeramente hacia Haro, como si le fuera a decir algo importante—. En realidad, los Geist son espíritus que buscan un cuerpo, como una mosca busca la miel. Cada uno tiene una voluntad personalidad diferentes y se ven atraídos hacia las personas cuyo carácter es similar al suyo. Los Geist son los reflejos de nuestra alma —explicó la mujer, mirando directamente a Haro

—No lo entiendo —expresó Haro, tratando de comprender lo que la mujer había dicho—. Yo no soy un asesino como ese monstruo. No nos parecemos en nada. Yo ni siquiera quería esto.

—Es normal que estés enfadado. La destrucción es el instinto natural de los Geist, hacia donde se mueven. Pero eso solo ocurre porque vuestros espíritus no están en sincronía —contó Michiko al tiempo que cerraba los ojos y alzaba las manos, haciendo movimientos lentos y amplios—. A veces cómo somos y como nos percibimos no son lo mismo, pero eso no significa que seamos una persona diferente.

Haro miró a la taza de té que tenía entre las manos mientras reflexionaba. Podía entender lo que la mujer le quería decir, pero en su interior seguía confuso.

—Quiero librarme de él —sentenció Haro con determinación—. Tomás me dijo que era posible cortar el vínculo.

Michiko lo miró con cierta curiosidad.

—Sin duda eres una persona única —Hizo una pausa—. Sí hay una manera, pero no es sencillo. Además, depende enteramente de la fuerza de vuestra conexión.

—¿Qué quiere decir con eso? —preguntó Haro, con esperanzas de poder volver a ser normal.

—La conexión con nuestros Geist muestra el entendimiento que tenemos sobre nosotros mismos. Si la conexión es débil, es posible que se pueda romper.

—¿Y cómo es mi conexión? —cuestionó el chico, impaciente. Michiko se levantó lentamente. En su mirada había un toque de sabiduría que impresionaba a Haro.

—Eso es lo que vamos a comprobar ahora. Sígueme —la mujer caminó hacia la salida de la habitación. Haro se levantó también y fue detrás de ella.

Salieron al exterior, donde Romo estaba esperando apoyado en una pared. Michiko continuó caminando hasta estar en medio del patio. Cuando llegó se detuvo y se giró hacia Haro, quien le seguía unos metros atrás.

—Transfórmate —ordenó Michiko, manteniendo su postura recta.

Haro abrió mucho los ojos al escuchar a la mujer. Si había algo que no quería volver a experimentar en la vida, era transformarse en un Geist.

—¿Qué? ¿Por qué? —preguntó nervioso.

—Es la única manera de que pueda comprobar vuestro vínculo —explicó Michiko

—Pero… es peligroso. No lo puedo controlar —trató de excusarse Haro, pero la mujer no parecía ceder.

—No importa. Solo déjale salir. Yo me encargaré del resto.

Haro miró a Romo con preocupación. El hombre ahora parecía entretenido con aquella situación, y se limitó a asentir a Haro con la cabeza. El chico se miró las manos. Si aquella era la única forma de librarse del monstruo que le poseía, entonces lo haría encantado.

No estaba muy seguro de a qué se refería Michiko con "solo déjale salir", ya que no era una sensación que experimentara normalmente. Trató de cerrar los ojos e imaginar una puerta en su interior. Con todo el cuidado que pudo, abrió la puerta hasta que comenzó a sentir que lo que había dentro empezaba a salir. Haro abrió los ojos al sentir la sensación que había experimentado los días anteriores: como si algo frío le cubriera la piel. Se asustó bastante al ver la sustancia negra de su Geist expandirse por su cuerpo, esta vez con mucha más rapidez que las anteriores. Haro trató de permanecer calmado. En el peor de los casos, Romo podría derrotarle si se salía de control, tal y como lo hizo Mahana en la universidad. En pocos segundos el Geist le cubrió por completo, y su visión pasó a ser la del monstruo negro.

En cuanto se transformó por completo, el Geist de Haro rugió con fuerza, como era ya de costumbre. Como en las anteriores ocasiones, Haro sintió la ira del Geist inundarle como si fuera suya. A raíz de esta furia, el Geist golpeó el suelo con los puños, haciendo saltar por los aires las pequeñas piedras que cubrían el lugar. Haro podía sentir la inmensa fuerza con cada golpe.

—¡No puedo controlarlo! —exclamó el chico alterado.

Michiko, quien parecía extremadamente tranquila a pesar de la situación, colocó dos dedos en su boca y silbó con fuerza. El Geist dejó lo que estaba haciendo y centró su atención en la mujer mayor, quien se encontraba a varios metros de él. En verla, la ira del Geist volvió a intensificarse y comenzó a correr hacia ella con intención de matarla, sin que Haro pudiera hacer nada para evitarlo.

—¡Cuidado! —avisó Haro, pero Michiko no parecía tener intención de apartarse. En lugar de eso, se limitó a elevar una mano, como si ordenase al Geist que se detuviera. El monstruo negro pareció ignorar el gesto, y dio un enorme salto para caer encima de la mujer y aplastarla. Aunque eso no fue lo que pasó.

Justo antes de que el Geist le cayera encima, Michiko transformó la mano que tenía elevada en una enorme garra de color gris. En un rápido movimiento desplazó la garra de un lado al otro. Antes de que pudiera darse cuenta, Haro salió volando por los aires, sintiendo un dolor punzante en el estómago.

Cayó de bruces en el suelo, ligeramente dolorido. Tardó unos segundos en percatarse de que ya no estaba dentro del Geist, sino que había regresado de vuelta a su cuerpo humano. No quedaba ni rastro de la sustancia negra, como si hubiera desaparecido en un instante.

Miró a Michiko, quien volvía a tener sus manos normales. Le había sorprendido bastante ver cómo transformaba solo una parte de su cuerpo en Geist, pero tenía una pregunta más importante en aquel momento.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Haro, expectante.

—He comprobado vuestra conexión —respondió Michiko sin explicar nada más.

—Cuanto más sincronizados están una persona y su Geist, más difícil es forzar una transformación —explicó Romo, quien seguía apoyado en la pared, observándoles.

Haro miró a Michiko buscando una respuesta. Si había podido hacer marchar a su Geist con tanta facilidad, quizás sería posible romper su conexión.

—El vínculo no es fuerte —comenzó Michiko, haciendo que Haro se esperanzara—, pero tampoco es débil. ¿Cuántas veces te has transformado?

—Esta es la tercera —respondió Haro, respirando agitadamente. Aunque había sido breve, transformarse en Geist seguía cansándole bastante.

—¿La tercera? —preguntó la mujer, incrédula—. Eso es sorprendente. Tu Geist tiene una increíble fuerza de voluntad.

Haro no sabía muy bien lo que aquello quería decir, pero prefirió centrarse en la información importante.

—¿Puedes romper el vínculo? —rogó Haro con preocupación en su voz. La mujer se acercó unos cuantos pasos hasta estar a pocos metros de él.

—Será difícil, pero puedo hacerlo —contestó Michiko. Haro no pudo contener su sonrisa de alivio—. Sin embargo, necesito prepararme. El ritual de desvinculación es muy antiguo y requiere de varias condiciones.

—Gracias, de verdad —exclamó Haro inclinándose ante la mujer—. Pensé que tendría que estar así para siempre.

—Hasta que prepare el ritual, debes procurar no volver a transformarte. Cada transformación aumenta la fuerza de vuestro vínculo, y quizás sería demasiado tarde para entonces —advirtió Michiko

A Haro se le heló la sangre al escuchar eso. De las tres veces que se había transformado, las dos primeras habían sido sin que él lo quisiera. No sabía si ahora podría controlarlo o si su Geist volvería a salir cuando le apeteciera, arruinando las posibilidades de ser normal de nuevo. Solo podía tratar de contenerlo lo máximo posible.

—Entiendo —dijo Haro mientras se levantaba del suelo, todavía un poco dolorido por el golpe de Michiko. ¿Cómo podía ser tan fuerte aun siendo tan mayor?

Romo se acercó a ellos con las manos en los bolsillos y un cigarro entre los labios. Parecía más entretenido que cuando habían llegado al santuario.

—¿Has terminado? —preguntó a Haro.

—Sí, eso creo —respondió Haro y se dirigió a la mujer—. Muchas gracias por ayudarme. Por cierto, ¿por qué sabe tanto sobre los Geist?

Romo se giró hacia él con expresión seria.

—Eso es porque Michiko ha vivido más de doscientos años —explicó el hombre con convicción. Haro miró a la mujer, impresionado por lo que acababa de escuchar.

—¡¿Qué estás diciendo?! ¡Que tengo 65! —corrigió la mujer enfadada, tratando de golpear a Romo con su abanico. El hombre se limitó a reírse y protegerse de los golpes de Michiko, y Haro comprendió que se trataba solo de una broma.

Pasados unos instantes, Michiko pareció volver a ser la mujer solemne que Haro había conocido y entonces miró a Haro.

—Antes de que te vayas, debes saber algo —le dijo Michiko, capturando su atención—. Tu Geist tiene mucha ira y pesar en su interior, a la vez que voluntad, lo que le aporta una fuerza descomunal. Hay demasiadas emociones como para que pueda describirlas todas, pero sin duda aquello que lo impulsa es algo más profundo de lo que te imaginas. Si quieres comprenderlo, tendrás que comprenderte a ti mismo primero.

Tras escuchar a la mujer, Haro y Romo terminaron de despedirse y caminaron de vuelta al coche. A pesar de haberle dicho que podría librarse de su Geist, Haro se quedó un rato pensando en lo último que le había dicho Michiko. Para él, su Geist era simplemente un monstruo negro y enfadado, pero Michiko le estaba diciendo que había mucho más de lo que pensaba, que había un motivo para que su Geist se comportara así. ¿Y todo era culpa de él? La verdad es que no tenía demasiadas ganas de pensar en ello.

—¿Has pensado en un nombre? —preguntó Romo mientras conducía

—¿Por qué lo iba a hacer? Dentro de poco podré librarme de él —justificó Haro

—Yo no contaría con eso al cien por cien, chaval. Los Geist vivimos siempre con un riesgo constante. La policía podría pararte por la calle, o podrías tener que luchar contra otro Geist. Nunca sabes cuándo tendrás que transformarte —explicó Romo con tono serio. Por cómo lo había dicho, Haro estaba seguro que todas aquellas situaciones las había vivido Romo personalmente, lo que le hizo sentirse más inseguro.