—Felicito a tus guerreros, Lord Astaroth; han demostrado un excelente dominio del combate cuerpo a cuerpo. Veo que Ashmedish ha dado resultados positivos —Belphegor expresó con respeto.
Los dos demonios Lores caminaban por uno de los pasillos alargados del castillo; ambos mantenían un paso sereno. Belphegor era casi treinta centímetros más alto que Astaroth y tenía una complexión bastante gruesa y musculosa, así mismo sus cuernos eran más gruesos y pronunciados que los del otro demonio. Astaroth no lucía como un demonio de guerra, pues su vestimenta ya se había convertido en una representación de su imagen misteriosa; era más místico y capaz de horrorizar a sus enemigos como Belphegor, pero de una forma distinta y peculiar.
—Gracias por decírmelo, Lord Belphegor —parló Astaroth con un tono serio—, sin embargo, hay algo que me gustaría tratar antes de tu partida.
—Los bordes, ¿verdad?
Astaroth no replicó. Ya había conseguido desterrar a Baphomet del Infierno; ahora le parecía innecesario continuar con el caos en las fronteras del reino, en especial por la tensión que había entre el Cielo y ellos. Sabía que había sido una buena táctica por unos meses, pero era momento de volver a cerrar las puertas del Infierno.
—Por desgracia —inició Belphegor—, no podemos controlar el flujo de entrada. El flujo de salida ha disminuido con los últimos acontecimientos y el final de la Resistencia, pero ahora el problema es a la inversa. Muchos híbridos de demonio han solicitado amparo en nuestro reino, sin contar a demonios que alguna vez fueron refugiados en otros territorios por el pasado mandato. No podemos negar la entrada a ex-habitantes de nuestra raza.
—¿Y los híbridos?
—La mayoría entran como esclavos; aunque algunos son propiedad de familias y de otros mercaderes —aseguró el Lord de la Piedra Roja.
—Eso nos deja vulnerables, Lord Belphegor —explicó Astaroth con recelo—, muy vulnerables. Espías de nuestros enemigos tienen la facilidad de adentrarse al Infierno y causar estragos, además de obtener información valiosa.
—Lo sé, Lord Astaroth —repuso con prontitud Belphegor—, lo sé muy bien. Lord Samael piensa lo mismo y cree que debemos poner patrullajes en esas zonas y aumentar las medidas de protección. Yo estoy de acuerdo con ello, pero antes de hacerlo debemos considerar algunas cosas. El tráfico de esclavos se puede ver afectado, el trueque con otros mercantes, importaciones de objetos arcanos y reliquias. Si lo analizamos bien —el demonio se detuvo cerca de una ventana abierta y aguardó por unos instantes; prosiguió—: afectaríamos el mercado superior en la Piedra Blanca. Lord Mammon se interpondrá con seguridad diciendo que no estamos actuando racionalmente. Lord Leviathan se ha beneficiado de esto ya que ha conseguido suficiente flujo de reliquias y vendedores. De hecho tiene bajo su protección a un demonio mercante, uno de nombre Vulgrim.
Vulgrim, uno de los demonios más viejos y lleno de secretos así como de reliquias, almas y créditos, aseguró Astaroth en silencio. Sin embargo, ese no era un problema para él; su control sobre Mammon le ofrecía poder en esas decisiones de alto impacto en el reino.
—La economía puede aguardar por uno momento —replicó Astaroth con un tono severo—, además, debemos enfocarnos en el plan de guerra contra el Cielo.
—Sí, lo sé, Lord Astaroth. Yo estoy completamente dispuesto a seguir las órdenes de ustedes; ya que el Cielo debe estarse preparando para el conflicto a una escala mayor. No podemos perder más tiempo.
Ah, expresó en silencio y comprendió el Lord de la Piedra Gris, lo que quieres es mi apoyo abiertamente. Ya conseguiste el de Samael, ahora sólo falta que yo te diga que arreglaré la situación con Mammon. Astaroth sonrió con satisfacción; aquella era la primera vez que veía a Belphegor actuar así. A diferencia de Mammon y Samael, Belphegor no era directo ni claro en sus puntos; aunque ignoraba la razón el demonio de rostro semi-cubierto.
—Bien, Lord Belphegor, no tienes de que preocuparte. Yo hablaré con Lord Mammon y en la siguiente reunión tomaremos acción en cuanto al cierre de nuestras fronteras.
—Excelente —agradeció Belphegor con complacencia—, estaba seguro de que tú y Samael verían la importancia de esto.
Una vez terminó la conversación, Belphegor se despidió con una reverencia y se marchó por un portal circular que había aparecido en el suelo. Astaroth había comprendido algo intrigante durante esta charla; había conocido un poco más sobre Belphegor. Anteriormente ambos demonios habían tenido problemas para llevarse bien, aunque Astaroth deducía que había sido la inmadurez del demonio de tez negra. Le quedaba claro que Samael y él eran controladores y mantenían a otros a su merced. Él lo hacía con Mammon y Samael con Leviathan. Por otro lado, Belphegor quedaba como un espectro entre ambos Lores, como un tono gris que danzaba entre claros y oscuros de acuerdo a la situación. Eso quería decir, de acuerdo a Astaroth, que Samael no había sido capaz de influir y controlar a Belphegor y que él tampoco lo conseguiría.
***
Durante el resto del día, Astaroth pasó tiempo en la sala de comando. Había analizado con cautela cómo proseguir; necesitaba planear una forma de proteger al reino de las ventajas que el Cielo poseía. El Cielo era un reino tan antiguo como el Infierno; había sido gobernado por la ley absoluta del Creador, o eso proclamaban los ángeles, hasta la llegada de un rey de procedencia misteriosa. Sin embargo, sin importar la verdadera historia de ese gobernante, los ángeles lo habían aceptado como su nuevo representante y lo seguían en cada camino y decisión que tomaba. En unos años el Cielo ya había expandido su poder hasta otros reinos y había creado dos ejércitos tan poderosos y temibles que toda la Creación les respetaba. Era una potencia militar estable y con un orden envidiable. Sí, Astaroth sabía muy bien eso.
A diferencia de los ángeles, los demonios vivían en otro tipo de reinado; donde las reglas no prohibían comportamientos, depravaciones, inmoralidades ni nada que los ángeles consideraban incorrecto. Los demonios eran almas que gozaban de la destrucción y de satisfacer sus deseos más primarios. Aunque no aplicaba en todos los casos aquella libertad. Incluso los Lores seguían sus deseos más bajos, pues Astaroth lo veía en el Consejo del Infierno; cada uno de ellos actuaba con dos objetivos: satisfacer sus caprichos y obtener poder. Los ángeles no eran así, no podían ser así; ellos seguían las reglas para mantener el orden y conseguir objetivos a una escala superior.
¿Qué era lo que necesitaba el Infierno para triunfar? En teoría, los demonios eran más poderosos que los ángeles por su ferocidad, tamaño y fuerza bruta. Los demonios élite podían usar magia si se les enseñaba y eran capaces de pelear con atributos poco usuales. Entonces, se cuestionaba el Lord de la Piedra Gris, ¿por qué los ángeles tenían una ventaja superior ante ellos? Astaroth conocía algunas de las razones; la organización del Cielo era oligárquica y teocrática, con un sentimiento de nacionalismo y deber alto. Los ángeles eran obstinados y creían ser los defensores del Balance, aunque en realidad no lo eran.
Por supuesto que Astaroth conocía muy bien sobre el Balance mismo, ya que lo había aprendido durante su vida como ex-príncipe del viejo mandato. El Balance era una forma de referirse a aquello que era el Ciclo de la Vida y la Muerte; una danza constante entre el caos y el orden. Estaba enterado de la existencia del Consejo A Cargo, una organización que se encargaba de mantener al Balance protegido; aunque no conocía personalmente a los entes que lo conformaban, sabía de sus poderes arcanos y antiquísimos.
Astaroth no creía en la supremacía del Creador como un ente que todo lo controlaba. No. No estaba de acuerdo con el concepto que los ángeles divulgaban como lo absoluto, lo correcto y la verdad. El Creador era una figura más compleja y más dotada de tintes abstractos; eso era lo que el demonio Lord consideraba como el Creador. Sin embargo, tampoco era capaz de dar una explicación completa y válida de la función de un ente así, ya que estaba enterado de la supuesta desaparición de ese ser.
El Lord de la Piedra Gris se puso de pie y caminó hacia la ventana ovoide y contempló la nieve caer. Necesitaba distraer a su mente por unos minutos, así que la vista ayudaba. Su cabeza daba vueltas para conseguir una respuesta que resolviera los problemas del reino.
De pronto, Astaroth suspiró y relajó sus músculos. Retiró la túnica gris y la dejó caer al suelo; luego quitó el abrigo negro que lo protegía del frío. Todo su cuerpo se inundó de la sensación penetrante de la temperatura; era algo especial y que Astaroth disfrutaba de vez en cuando.
Casi por unos minutos largos, consiguió apaciguar a su mente. Empero, una vez observó con detalle su reflejo se percató de algo. Pasó su mano sobre su clavícula que mostraba el hueso marcado, después retiró la ropa ligera y recorrió su torso. Era un cambio poco notorio debido a que nunca había sido robusto como Samael o Belphegor, pero tampoco carecía de músculos denotados por los entrenamientos y el combate.
Una vez llevó su mano frente a su rostro reconoció que era aparente la diferencia si se comparaba con su imagen pasada. Su cuerpo había perdido peso de una forma inusual, ya que el demonio Lord era cuidadoso en mantener control en su alimentación para el rendimiento en las batallas venideras. Pero incluso en su mano podía percatarse de la diferencia; sus huesos eran muy visibles y toda su imagen había mutado en algo nuevo.
Los ojos rojos se reflejaron en el cristal de la venta; esto causó melancolía en el demonio Lord, puesto que aquello era lo único que podía recordar como su propia figura. De pronto se preocupó y formuló teorías para darse una explicación aceptable.
¿Había sido desde que había encerrado a Arxeus?, ¿o había comenzado antes?, ¿en qué momento su cuerpo había iniciado a transformarse así?; ¿qué ocurriría si no encontraba una solución? ¿Cómo probaría que sus poderes no habían sido afectados?; ¿qué era, una enfermedad o una condición por los últimos acontecimientos?, ¿era algo más, como una presión por conseguir sus objetivos?
Sin previo aviso, un sonido cercano a la armadura de adorno robó la atención del demonio Lord. Sus ojos pasaron por toda la habitación en penumbra; buscaba de entre las sombras una presencia. Astaroth abrió los ojos en forma de sorpresa y en ese instante descubrió que no sentía ninguna presencia. Agachó la mirada y volvió a contemplar su mano llena de oscuridad; perdía sus poderes de manera lenta y no lo había notado hasta este instante.
¿Por qué?, se cuestionó una y otra vez el Lord de la Piedra Gris, ¿por qué me ocurre esto?
Otra vez un sonido lo hizo exaltarse. Sujetó el mango de la espada Sophitia que aguardaba en su cinturón y caminó con cuidado. Estaba convencido de que alguien más se encontraba allí con él en la habitación.
—¿Swan, eres tú? —dudó con un tono falso de seguridad el demonio Lord.
Astaroth se detuvo junto a la mesa, cerca de la pared del fondo. Durante unos segundos, sintió su cuerpo desvanecerse. Cerró los ojos y suspiró.
Casi como un estruendo, el demonio Lord sintió una mano tocar su hombro. Astaroth intentó reaccionar pero tuvo que colocar las manos sobre la mesa para sostenerse; luego miró hacia atrás y encontró un rostro conocido.
—¿Qué rayos estás haciendo aquí? —inquirió Astaroth con una voz molesta.
—Decidí venir a verte para saber cómo estabas —replicó el individuo con una voz jovial y seria—, menos mal que detecté esto antes de abandonar el castillo.
—¿De qué hablas?
El intruso recorrió el brazo derecho del demonio hasta llegar a su mano, palpó con suavidad la piel y presionó un poco los nudillos.
—De esto. Si no haces algo, pronto tus poderes desaparecerán por completo. ¿Quieres eso?
Astaroth no replicó. No tenía idea de cómo ese sujeto había logrado descubrir su estado. En el pasado, Astaroth había ignorado algunas sensaciones de cansancio excesivo, ya que lo había atribuido a las confrontaciones y a la carga de trabajo.
De forma repentina, el intruso condujo el rostro de Astaroth frente al suyo. Los ojos azules del individuo se clavaron en los ojos rojos del demonio; alzó su mano y tocó con suavidad la piel de la cara. El demonio Lord intentó moverse, pero el otro lo impidió. A continuación, los dedos de Gilbert pasaron con suavidad por la piel deformada de la cara del demonio.
—Esto es lo que provoca la pérdida de tus poderes. Tu energía se drena a cada instante y no tienes mucho tiempo antes de que mueras.
—Todos morimos —aseguró Astaroth con molestia.
—Pero puedes impedir tu muerte prematura —reveló Gilbert con jugueteo. Luego se alejó unos pasos del demonio Lord y le mostró una sonrisa—. Sé que tienes muchos planes para el futuro y quieres convertir al Infierno en el reino más temido de la Creación.
—Eso no tiene nada que ver contigo. Puedo asegurarme de llegar lejos y controlar esta maldición impuesta por mi padre.
—¿Cómo?, ¿con ayuda del demonio Mammon?
Astaroth notó el rostro sonriente de Gilbert y se sintió amenazado.
—Tú no sabes nada de lo que un archidemonio es capaz de hacer, así que dudo mucho que tengas la respuesta.
De pronto, Gilbert se despojó de su túnica corta y de la armadura-media que portaba; su torso musculoso quedó descubierto y mostraba las cicatrices sobre su piel.
—¿Ves esto? —Gilbert señaló la quemadura sobre su ingle y agregó—: te lo dije antes. Tú y yo tenemos la misma herida. En diferentes lugares, pero es lo mismo. La tuya es: El que no Ve, sin terminar, claro. La mía es: El que no Siente; una variación del mismo hechizo que usaron en ti.
Aquella magia maldita era obra de un archidemonio, de eso estaba seguro Astaroth. Sin embargo, esto no explicaba cómo Gilbert tenía una marca así, ni quién la había hecho. Astaroth contempló la imagen entera del híbrido y aceptó que lucía sano a pesar de las cicatrices.
—Yo puedo ayudarte, Astaroth —Gilbert pronunció la última palabra con un tono seductor y casi cargado de falsedad.
—No necesito tu ayuda —insistió el Lord de la Piedra Gris.
Era obvio que Astaroth no podría aceptar ningún tipo de ayuda, especialmente si provenía de un híbrido. Su mejor opción era Mammon, ya que tenía conocimiento de cambios biológicos; Mammon había trabajado en el proyecto de modificación de los demonios-bestia, así que podría ofrecer una repuesta.
Astaroth se alejó de Gilbert y caminó hacia la ventana. Tomó su ropa y comenzó a vestirse; no tenía intenciones de quedar en deuda con un desconocido, en especial con un sujeto como ese. Cuando terminó, se acercó hacia la puerta.
—Si no haces algo rápido en unas cuantas semanas más serás incapaz de usar tus poderes —advirtió Gilbert con un tono honesto.
Sin embargo, Astaroth abandonó la habitación cargado de un sentimiento de orgullo y obstinación.