Cuando Astaroth apagó el comunicador y lo guardó en el bolsillo de su túnica, contempló el edificio frente a él y su grupo. El palacio imperial era majestuoso, con detalles de pilares, piedras esculpidas, hermosos balcones adornados por barandas doradas, estatuas que representaban a los arcángeles más importantes del reino, y algunas plantas que se entrelazaban en las paredes bajas. Sin duda era exquisito el toque de los detalles y los colores, algo que Astaroth apreciaba y respetaba.
—Mi Lord —el demonio de cuernos cafés oscuros se acercó a su General al mando; era un soldado élite que servía bajo el comando del General Osthar—. Estamos en posición para entrar.
—Bien —replicó Astaroth con su voz regular—, una vez adentro buscaremos al rey.
—Pero, mi Señor, estamos aquí para causar una distracción y permitir a Lord Belphegor una reagrupación con la Legión de la Piedra Azul.
—He dado una orden. —Astaroth contempló con seriedad al demonio élite.
—S-Sí, comprendo, milord. Como usted diga.
La infiltración al palacio fue relativamente sencilla. Astaroth deducía que toda la atención del reino estaba en las zonas sur debido a la invasión. Sin embargo, se toparon con algunos ángeles que protegían la edificación.
Al llegar a un pasillo principal que guiaba a la sala del trono, fueron interceptados por un grupo de ángeles de artillería pesada que luchaba bajo las órdenes de un General joven. La apariencia del ángel era bonachona, con su cabello corto blanco y su rostro lleno de ferocidad para la batalla. Sus ojos eran de un azul resplandeciente que hacían un juego hermoso con la armadura de tientes azules marinos. A pesar de que el ángel lucía imberbe, su experiencia en el combate denotaba su gran habilidad como guerrero.
Empero, Astaroth había recuperado sus poderes y podía luchar con libertad. Junto con su grupo de soldados élite, Astaroth derrocó a la guardia celestial y aprisionaron al joven General. Se adentraron a la sala del trono sin titubeos y encontraron a dos ángeles que hacían de centinelas junto al rey.
Astaroth contempló con emoción a los tres individuos. El rey lucía bastante mancebo, quizá de la misma edad que Samael; era un ángel demasiado peculiar, pues sus alas no eran tan grandes y eran de un tono amarillo claro. Sus ojos resplandecían de un color verde tenue, su tez era morena y bronceada, y su cabello largo y castaño; su rostro mostraba serenidad y una sonrisa un tanto neutral. Había una aura de misticismo alrededor de él, pero también de oscuridad. El joven gobernante vestía unos ropajes elegantes de tonos blancos que dejaban ver una parte de su torso marcado, además que no era tan alto como los dos Generales que ya conocía el demonio Lord.
Los dos centinelas eran arcángeles. El de la izquierda era una figura conocida para Astaroth, pues ahora tenía una relación ambigua con ese sujeto. Los ojos grandes y casi inocentes de Gabriel pasaron por la imagen de los demonios. El otro ángel, postrado a la derecha, lucía mayor que los otros dos seres de luz. Su cabello era corto y rizado como si formara un gorro, sus ojos eran de un azul claro pero su mirada era pesada, su tez era pálida y su cuerpo ancho y formado. A diferencia de Gabriel y el rey, vestía una armadura ligera de pechera dorada que combinaba con sus alas grandes y de tonos dorados claros.
—No se atrevan a dar un paso más, demonios —ordenó el arcángel de la derecha. Su voz era gruesa pero con un tinte elegante y varonil.
De pronto, el arcángel sacó una espada clásica de doble filo adornada con joyas en el mango; aunque no era un arma mítica, Astaroth se percató del poder que emanaba del arma.
—Su Majestad —Astaroth dio unos pasos hacia el frente e hizo una reverencia falsa—, veo que las defensas de su reino no son tan perfectas como las describen.
—Dije que no te movieras, demonio —replicó otra vez el arcángel de armadura dorada.
—No hemos querido causar ofensa —Astaroth parló con un tono elocuente. Después ordenó a sus hombres mostrar al prisionero. Continuó—: y no queremos derrochar más sangre.
—Lord Khamael —dijo sin reparo el arcángel de la derecha—, ¡pagarán por esto, demonios malditos!
—Su Señoría, le pido sensatez ante nuestra petición antes de matar a un ángel tan importante para usted.
El joven rey suspiró con suavidad y modificó su rostro. Su sonrisa desapareció y con un ademán hizo que su centinela guardara su espada.
—Astaroth, ¿por qué no me sorprende tu descaro?
Aquella pregunta hizo sonreír al Lord de la Piedra Gris. Había escuchado una voz melodiosa y casi neutral salir del ente que los ángeles creían cercano al mismísimo Creador.
—¿A qué se refiere, Su Majestad?
—Tu desfachatez te precede, así como tus deseos mórbidos por el poder. Tu hermano atacó nuestro reino hace un tiempo, y todavía fueron capaces de negar este hecho.
—No sé de lo que habla, Su Señoría.
—Después de eso, enviaron a un grupo de demonios de la Legión Negra a invadir los alrededores del Edén.
Astaroth notó que el grupo de soldados élite mostraba duda y miraba con confusión la figura de su Supremo Comandante.
—Y luego abrieron el sello del Edén… Hasta invitaron a los Nefilinos.
—¡Ustedes nos invadieron! —gritó con enojo un demonio élite tipo rinoceronte.
—¡Silencio! —pidió Astaroth con prontitud.
—Han roto el tratado de paz, Astaroth. Tú y los otros Señores del Infierno han cometido un verdadero error —divulgó el rey con su mismo tono calmo y armonioso.
—No puedes erradicarnos. No con poderes prohibidos ni armas de destrucción masiva. Tú y tu reino violaron el tratado de paz primero —recriminó Astaroth con una voz seria—, así que no me digas que hemos sido nosotros. Lo entiendes muy bien; la creación de tus armas ha puesto en desventaja a nuestro reino, y sabes muy bien que el Consejo A Cargo lo prohíbe. ¿Cuántos años tomaron en crear esas máquinas? No pudo haber sido en el poco tiempo desde el supuesto avistamiento de un archidemonio.
El joven rey no replicó. Estaba molesto, pero no quería iniciar un enfrentamiento que pudiera causar la muerte del General Khamael.
—El Consejo A Cargo no ha recriminado nuestros avances tecnológicos, así que no hemos hecho nada en contra del Balance.
De un momento a otro, Astaroth rió con desmesura y se acercó al prisionero. Tomó con suavidad el rostro del ángel y lo palpó con depravación; aquello causó una mueca de odio en el arcángel de armadura dorada.
—El Consejo A Cargo ignora muchas de sus formas peculiares de proteger el Balance. Además, ustedes no son defensores de dicho Balance, son ellos. Ustedes no tienen idea de lo que el Balance es.
—Tampoco ustedes —recriminó el rey.
—Por supuesto que no, niño —rebatió Astaroth—, si lo supiéramos entonces no estaríamos en guerra con ustedes y no jugaríamos a la política con ustedes. Ninguna de las dos razas se tolera y en verdad creo que así debe de ser.
Una vez Astaroth soltó al prisionero, volvió a colocarse frente al soberano.
—Dejaré ir al prisionero con una sola condición —la voz del demonio Lord resonó con fuerza en la sala—, no será tan complicado para ti aceptar. Eres el máximo líder de esta nación y cualquier capricho tuyo puede… —Sin embargo, un estruendo interrumpió la escena.
De uno de los ventanales, un ángel arribó y se postró frente al grupo de demonios y ángeles. El muchacho lucía un rostro consternado y lleno de miedo. Sin pensarlo, el pequeño ángel apareció una espada casi transparente del filo, pero tallada en la parte final con unas insignias de runas antiguas.
Astaroth no tuvo tiempo de actuar y fue golpeado por el estruendo del arma enemiga. Los demonios élite abrieron fuego y atacaron. El arcángel de armadura dorada mató a los dos demonios que aprisionaban al General Khamael; luego se encargó de pelear con los otros.
El Lord de la Piedra Gris sacó a Sophitia y cubrió las arremetidas del ángel enemigo. Astaroth notó el poder tan único e inigualable que ese adolescente emanaba; su mente vagaba en teorías aunque no podía arriesgar su pellejo en esa batalla. El ángel usaba una combinación de telequinesia para mover la espada, así como energía antinatural para contener los ataques del demonio Lord.
—¡Luzbel, detente!
De forma repentina el ángel de aspecto hermoso y radiante detuvo sus ataques. Dio una media vuelta y se inclinó ante su rey. El resto hizo lo mismo y pararon la pelea.
—Su Majestad, he venido a rescatarlo de las garras de estos demonios —la voz casi aguda del ángel acentuó su imagen tan jovial.
—Nunca di la orden de que atacaras —reiteró el rey con enojo severo.
—Pero —intentó rebatir el jovencito.
—¡Silencio! —pidió el rey con un tono en demasía nocivo y displacido.
Los dos demonios sobrevivientes y Astaroth fueron aprisionados por el arcángel de armadura dorada y Gabriel.
—Miguel Ángel y Gabriel, lleven a estos demonios al calabozo. Yo contactaré con Lord Raphael para conocer el estado de la pelea —sonó la voz neutral del rey.
—Como usted ordene, Su Majestad —expresó Miguel Ángel.
***
La espada de Samael chocó contra la espada de Abaddon; luego cubrió con una pared de fuego el ataque de magia del ángel. El Lord de la Piedra Negra dañaba su propio cuerpo con cada uso de su energía mágica; pero no tenía otra forma de proteger a Belphegor.
—¡Ataquen! —Abaddon ordenó a toda la Guardia Infernal y a las Legiones celestiales.
El horizonte mostró una horda de ángeles armados que volaban hacia la salida de la Ciudadela. Samael se acercó a Belphegor y cubrió con su espada otra arremetida del General angelical. Sujetó el cuerpo de su homólogo infernal y planeó hacia la puerta del sur de la Ciudadela.
Los demonios todavía estaban afectados por el ataque que habían recibido, sólo unos pocos podían sostenerse de pie y defenderse. La masacre inició con rapidez una vez los ángeles encontraron a los demonios.
El Lord de la Piedra Negra contempló cuerpos mutilados, cabezas volar por los cielos, alas, brazos, cuernos; todos sus guerreros eran asesinados sin piedad. Unos cuantos combatían para protegerse, para sobrevivir a esa pelea perdida. Era una escena desgarradora, cruel y enervante para Samael; sentía al odio y dolor recorrerlo por cada rincón de su cuerpo. Había fallado como líder, como Lord y como demonio.
—¡Destrúyanlos a todos! —dijo Abaddon con un tono nocivo.
Sin embargo, Samael tomó una decisión. Se acercó al único grupo de supervivientes de unos cincuenta o treinta soldados, quizás. Colocó a Belphegor cerca de dos demonios comunes y se preparó. Abrió sus alas y formó una esfera de fuego de más de quinientos metros de diámetro; todos los sobrevivientes detuvieron sus ataques y presenciaron a su Alto General. Samael gritó como si se liberara y extendió sus brazos, cerró los ojos y concentró todo su poder.
Antes de que Abaddon pudiera romper la barrera de fuego, la bola explotó y causó un estruendo leve en el campo de batalla. Los demonios sobrevivientes ya no estaban en el territorio del Cielo. Habían escapado.
***
Cada uno de los supervivientes miró a sus alrededores; entre ellos el General Osthar y el General Ashmedish reconocieron el territorio del Infierno. El General Osthar encontró a su amo en estado deplorable y se acercó a él con rapidez.
—Mi Lord, por favor, resista un poco más.
—Osthar —la voz de Samael sonó suave y cansada—, tienen que ayudar a Leviathan y Mammon. Tienen que defender al reino de Raphael y sus Legiones.
—Milord, no puedo dejarlo en este estado.
—No hay otra opción —explicó Samael con problema—, es posible de que Astaroth haya sido tomado prisionero.
—Mi Señor, no puedo abandonarlo.
La conversación no pudo continuar. En el territorio cercano a la Zona Alta del Infierno se disputaba una batalla letal. Una explosión había acontecido dejando una nube de gas que era visible hasta la Piedra Negra.
—Leviathan —pronunció Samael con suavidad.
A continuación, el Lord de la Piedra Negra se puso de pie e intentó volar. A pesar de que Osthar trató de impedirlo, Samael se elevó unos metros pero cayó al suelo de inmediato. Su energía estaba completamente drenada, aunque su mente le advertía de la emergencia que la situación ameritaba.
—Todos, escuchen —la voz de Osthar resonó entre los rostros cansados y cuerpos dañados—, Lord Leviathan y Lord Mammon necesitan nuestra ayuda. Vayamos a la Zona Alta y protejamos a nuestra nación. Ésta es una orden directa de Lord Samael.
Sin importar de que Samael no pudiera moverse, había sido capaz de escuchar. Cerró los ojos y agradeció a su General por su decisión; estaba orgulloso de que Osthar había sido nombrado por sus soldados como un líder. Ahora lo único que quedaba era esperar a que los ángeles abandonaran el Infierno y que el tiempo les otorgara otra oportunidad para defenderse.
Esa había sido la primera vez que Samael experimentaba una derrota tan amarga y tan devastadora a lo largo de su vida.