Chapter 29 - XIII

La habitación estaba repleta de reliquias tan grandes como unas estatuas de un metro y medio; cada una parecía de una clasificación diferente a la otra. Las representaciones no sólo eran demonios, algunas parecían figuras encapuchadas que sólo tenían sus vestimentas talladas en detalles así como sus rostros, otras mostraban demonios femeninos en poses de batalla que sostenían espadas o lanzas. Había una en especial que se diferenciaba del resto: como una especie de ente con alas enormes, cola de serpiente, cuerpo robusto, garras de lagarto y cabeza de caprino; era más grande que las demás y tenía algunas partes del cuerpo carcomidas por el tiempo.

Astaroth recorría la habitación por los caminos que las estatuas creaban; tocaba con sutileza alguna cada que hacía una inspección. Detrás de él se encontraba su súbdito gárgola regordete y enano; mantenía el paso y hacía anotaciones en un cuadernillo rojo. En contraposición al Lord de la Piedra Gris, se hallaba también en inspección Mammon.

—Cincuenta en total, contando la reliquia de la bestia —parló el demonio enmascarado con un tono tranquilo—, excelente trabajo, Mammon.

No hubo respuesta al halago por parte del otro demonio Lord. Lo único que hizo fue mirar de reojo a su homólogo y luego prosiguió con la revisión.

—¿Cuántas fueron restauradas?

—Ocho —informó Mammon con sequedad—, ocho, solamente.

—Bien, con cincuenta bastarán. Swan, prepara la Zona Alta y transporta las reliquias por el subterráneo. Ya tienes el mapa completo, así que busca al General Ashmedish para que te ayude con el resto —ordenó Astaroth.

—Sí, mi Señor —expresó con rapidez Swan.

—¿La Zona Alta? —Mammon rompió la atmósfera entre Astaroth y su súbdito—, el lugar ya está devastado por la última lucha contra los ángeles. Además, un grupo de refugiados habita allí.

—¿Híbridos y caídos? —inquirió Astaroth con una voz seria.

—Sí. Los que han escapado de su miseria y han decidido vivir en una Zona neutral —aseguró Mammon casi con desinterés.

—Swan.

—¿Sí, mi Lord? —volvió a sonar la voz chillona del demonio gárgola.

—Evacúa a los híbridos y caídos. Tráelos a la Piedra Gris como refugiados de la última batalla.

—Eh, ¿está seguro, mi Señor? —Swan mostró un rostro consternado.

—Sí.

—Pero esto podría ocasionar problemas, mi Lord —explicó Swan con cautela—, ya que no tenemos una política que los respalde.

—Yo me encargo de eso, así que comienza con la evacuación y lleva las reliquias a la Zona Alta.

—Como ordene, mi Señor —replicó Swan sin reproche al reconocer el tono molesto de su amo.

Unos segundos después, el demonio gárgola recorrió el laberinto entre las estatuas y arribó a la puerta. A pesar de que había un sello dibujado por una luz resplandeciente, Swan consiguió deshacer la magia de su amo y abandonó la sala. Otra vez la puerta se cerró y quedó protegida por el poder de Astaroth.

Los dos demonios Lores prosiguieron con la inspección de las reliquias. Astaroth estaba complacido por el buen resultado que Mammon daba, pues no sólo había conseguido cincuenta estatuas impregnadas con el poder arcano de los proto-demonios, sino que también había dejado de cuestionar los planes que llevarían al reino a un nivel superior que al Cielo.

Sin embargo, Mammon se detuvo frente a la reliquia que difería del resto, se quedó parado como en un trance y suspiró con pesadez. Su mirada estaba clavada en la creatura semejante a una quimera. Astaroth notó el cambio en su homólogo, pero no se acercó hasta él.

—¿Estás seguro de que funcionará?

La cuestión del demonio joven cruzó la sala como un eco denso y casi reprochable. Astaroth no se inmutó e ignoró a su homólogo; a pesar de que conocía el riesgo si fallaba en esta misión, no iba a aceptar más dudas por parte de Mammon.

—Responde.

—Si nadie de nosotros es capaz de controlar a La Bestia, entonces nadie de nosotros merece el título del supremo soberano del Infierno.

—Eso quiere decir que nadie de nosotros podrá contrarrestar el poder de esa creatura, ¿no es así?

—Exacto —replicó Astaroth de forma sombría.

—Y si nadie podrá enfrentar a La Bestia, ¿por qué vamos a liberarla? —Mammon permitió que su voz sonara cargada de desesperación.

—Porque sólo así Belphegor y Samael comprenderán que su orgullo como demonios no es más que un impedimento para conseguir poder y control.

—Pero —rebatió Mammon—, ¿cómo vamos a proteger al reino de ese ente?

—Con estas reliquias —dijo Astaroth con voz plana.

—Es muy peligroso, Astaroth. Una de estas reliquias puede ser destruída y dejarnos en desventaja —el rostro del demonio joven contempló a su homólogo—. Astaroth, deberíamos pensar en otra forma para hacer entrar en razón a los otros dos, pero no a costa del bienestar de nuestra gente. Además, no has declarado que requerimos un rey; nadie en el Consejo lo verá como algo posible. Es seguro que vayamos a pelear por el título.

—¿Vayamos? Pensé que te había quedado clara tu posición.

De pronto Mammon mostró enojo; caminó hasta el demonio de máscara teatral y se puso frente a él.

—Déjate de juegos, Astaroth. ¿Qué es lo que no me quieres decir? Ya lo has mencionado tú; mi posición es debajo de ti, así que habla.

El Lord de la Piedra Gris contempló con excitación la figura de Mammon; deseaba infligir dolor en el demonio joven, pero estaba tan cerca de iniciar otro conflicto civil, que prefería no arriesgarse. Si Mammon decidía, de pronto, rebelarse y enfrentarlo, Astaroth no sólo perdería a su aliado en el Consejo, también a una herramienta útil en el futuro cercano.

—¿Recuerdas el informe del General Osthar y el General Ashmedish?, ¿ese informe en el cual mencionaron a un ángel que te pareció inútil su descripción?

—Sí —afirmó Mammon todavía sin comprender.

—Sabes muy bien que los ángeles que llegan al Infierno son conocidos como los caídos, a pesar de que no obtienen derechos como un ciudadano demonio, pueden vivir aquí —el demonio Lord de antifaz explicó con cautela—, pueden residir como demonios nuevos. Quizá cambiemos eso en unos años más, pero el punto no es aliarnos a los caídos. Imagina lo que lograríamos si un ente como ese ángel se convirtiera en nuestro rey.

Los ojos de Mammon expresaron sorpresa. No sólo Astaroth era un traidor, ahora hablaba de cosas inconcebibles. ¿Cómo podría un demonio aceptar a un caído como su líder? ¿Cómo era posible que un caído fuera concebido como un igual a un demonio puro? La propuesta de Astaroth era errónea en todos los sentidos que Mammon comprendía como correctos; no podía tolerar la idea de un caído como su gobernante. El Lord de la Piedra Blanca negó con la cabeza y se alejó unos pasos hacia atrás; nuevamente se llenaba de reproches y sentimientos de desesperanza. Su decisión había sido la peor; servir bajo el comando de Astaroth significaba destrozar su honor y el de su reino.

Por supuesto que Astaroth no esperaba que Mammon comprendiera la situación y se conformaba con mantenerlo como una herramienta más. Empero, aquellos comportamientos obligaban a desconfiar de su súbdito más influyente.

—Nos veremos en dos días en la Zona Alta —la voz de Astaroth sonó con fuerza y acentuando una orden—, prepara a tu gente para sobrevivir. Tus poderes estarán conectados con las reliquias, así que descansa lo más posible y aguarda a mis siguientes especificaciones.

De forma repentina, Mammon giró y tocó el brazo de su homólogo.

—¿Qué dijiste? —preguntó con rapidez Mammon.

Astaroth no replicó. Sus ojos carmesí estaban clavados en el rostro sorpresivo del demonio joven; pero su expresión era nula y causaba desasosiego en el demonio de la Avaricia.

—Astaroth, repite lo que dijiste.

Empero, otra vez Astaroth ignoró el comentario de su homólogo; quitó la mano de Mammon y se dispuso a seguir con la revisión de las estatuas.

—¿Yo seré quién active estas reliquias? —Mammon inquirió con desesperación—, ¿por qué?, ¿cómo estás tan seguro de que yo conseguiré activar sus poderes?

—Sé que puedes hacerlo, Mammon. Después de todo te especializas en la magia de las reliquias —la respuesta del Lord de la Piedra Gris resonó como un sonido pesado en la zona—. Nos vemos en dos días.

Sin importar que Mammon reclamara o se quejara, sabía que Astaroth no cambiaría su postura. Así que el demonio de ojos dorados se despidió de la manera más cortante que pudo y abandonó la habitación. Astaroth, por su lado, se había quedado casi como ausente; no tenía tiempo de corroborar los pensamiento de su homólogo, así que prefirió ignorar la sensación.

Una vez Astaroth regresó a la sala de comando, por la noche, encontró un sobre blanco encima de la mesa; se sentó en la silla de respaldo largo y tomó el sobre. Era uno de los reportes de su nuevo aliado en el Cielo; un cúmulo de información que necesitaría antes de continuar. Abrió la envoltura y con su poder dejó las hojas suspendidas en el aire; la caligrafía era hermosa y estaba escrita en tinta dorada. El demonio Lord leyó con rapidez y encontró cosas peculiares.

De acuerdo al reporte de Gabriel, el Cielo preparaba una invasión al Infierno para probar un prototipo de arma que no tenía mucho en desarrollo; era una especie de transformador de energía que buscaba aniquilar demonios-arcanos. Aquello no sorprendió al demonio Lord, pues creía que ya sospechaban en el Cielo de sus verdaderas intenciones. La segunda parte del informe daba pistas importantes respecto al ángel Luzbel; un ángel de poderes improbables e imposibles de concebir. Luzbel tenía una relación muy cercana con el rey del Cielo, más de lo que al inicio Astaroth había creído, ya que, de acuerdo a Gabriel, el ángel adolescente presentaba un sentimiento de idolatría por su máximo soberano.

Astaroth se puso de pie y caminó hacia la ventana. Aquella noche la nieve no caía y las luces en las montañas denotaban los avances de sus proyectos personales. Todavía sentía intriga respecto a la relación de ese ángel y su rey; le parecía extraño e incluso misterioso. ¿Era una forma de mantener controlado al pequeño ángel? Si era así, entonces Astaroth reconocía la depravación y crueldad por parte del supremo representante del Cielo.

Unos momentos después, el demonio Lord retiró el antifaz plateado de su rostro y contempló su reflejo. Su mente se quedó pasmada en una idea, en una imagen, en una duda. Astaroth conocía de la existencia de los Nefilinos, creaturas concebidas a partir del polvo y esencia de los ángeles y demonios. Si los Nefilinos eran capaces de existir; entonces, ¿eran los demonios y ángeles tan diferentes? No lo podía asegurar, pero sí lo podía intuir como algo posible. Ahora lo veía con ayuda de Gabriel, las formas de actuar de los ángeles no eran tan desinteresadas como lo creían. Luego, analizó el Lord de la Piedra Gris, estaban los casos de los ángeles caídos, los desterrados de su propia tierra por desear y actuar erróneamente. Los caídos, una vez en el Infierno, modificaban sus apariencias para conseguir aceptación, adaptación o por simple placer; eran demonios provenientes de otro origen, pero demonios al fin. Además, Astaroth sabía que no todos los caídos provenían de los ángeles; existían algunos que habían pertenecido a otras razas, justo como Baphomet, quien era otro ejemplo notorio.

El paradigma era frustrante hasta cierto punto; el demonio Lord no encontraba respuestas a todas sus dudas, pero sí un alivio. Si conseguía traer a un caído tan poderoso como el Creador, entonces el Infierno tendría la oportunidad de conquistar y someter.

De un momento a otro, la puerta se abrió y Swan entró con presura a la habitación. El demonio regordete dejó un papel sobre la mesa y se despidió con una alabanza. Astaroth no se preocupó por contestar; sólo caminó con un paso lento hasta la mesa y tomó el documento. A diferencia del reporte de Gabriel, éste no presentaba una caligrafía estética.

Astaroth leyó en su mente las palabras. Era una frase de despedida, y una manera de informar al Lord de la Piedra Gris. Ha llegado el momento de decir adiós, releyó el demonio Lord con recelo. Su expresión no cambió, pues se negaba a aceptar que algo más ocurría en su interior. Estaba seguro de que aquella despedida provenía del ente que había salvado su vida.

El demonio Lord colocó su máscara de vuelta en su cara y abrió un portal circular en el suelo. Conocía las coordenadas que el híbrido había agregado en su carta, así que no tuvo problemas en trasladarse hasta esa ubicación.

Una vez el demonio arribó, encontró un cuarto subterráneo adornado por muebles antiguos y restaurados; había una cama vieja y una mesa en la parte contraria. La iluminación era causada por unas antorchas en las paredes.

—Astaroth —la voz profunda y gastada se escuchó como un estruendo en toda la sala.

Con un paso firme, Astaroth se acercó a la figura que se encontraba sentada enfrente de la mesa. El sujeto tenía su rostro arrugado y marcado por cicatrices; su cabello era largo hasta los hombros y de un color negro. Estaba casi irreconocible, a excepción de los ojos azules cristalinos que contemplaban al demonio con calidez. Astaroth se sentó en la otra silla y suprimió sus deseos de cuestionar.

—Ha llegado el momento de decir adiós, demonio Astaroth —volvió a sonar la voz desgastada—. Quería despedirme y darte algo que tu amigo, el demonio Mammon, intentó tomar.

El híbrido colocó un frasco con un contenido rojizo sobre la mesa; estaba sellado y por la temperatura fría se encontraba en estado preservado. Astaroth extendió su mano y tomó el objeto con cautela; luego volvió a mirar el rostro del otro individuo.

—No sé para qué lo deseas, pero supongo que es algo de tu plan maestro.

—No —reveló Astaroth con honestidad—, es una forma de honrarte y agradecerte por todo lo que hiciste por mí y mi hermano menor.

El rostro viejo de Gilbert mostró una sonrisa pícara a pesar de su imagen acabada; la mención del hermano menor de Astaroth había provocado esa reacción.

—¿Honrarme?

—No dejaré que tus genes desaparezcan. Sé que dejaste en claro que no deseas hacer nada ni obtener nada; pero esto es lo único que puedo ofrecerte.

—Gracias, demonio Astaroth —parló Gilbert con cansancio y con un rostro cargado de paz.