La cola del dragón golpeó variadas veces el cuerpo del General Raphael, dejándolo con un margen corto para atacar. La piel escamosa de la bestia era resistente a los espadazos que el arcángel daba, aunque de vez en cuando conseguía causar un rasguño.
El ejército celestial se encontraba en la zona externa del norte, cerca de la puerta del Infierno que conducía al exterior del reino; ya habían perdido su estabilidad en el campo de batalla. Los demonios guerreros y bestias se habían organizado mejor con ayuda de Mammon, Ashmedish y Osthar, lo que había causado resistencia en los ataques enemigos. A pesar de que el grupo de sobrevivientes de las Legiones infernales era inferior al número de ángeles, con ayuda del dragón y Mammon, los demonios habían despertado un sentimiento que los llevaba a pelear con ferocidad por su reino.
Sin embargo, los ángeles no se retirarían tan fácilmente. Unos minutos después, Raphael empleó toda su energía y cubrió su cuerpo con una esfera brillante; a continuación, un ser de luz se dibujó en la escena. Sus extremidades superiores eran brazos alargados que llegaban casi hasta el suelo, su torso incompleto medía casi dieciséis mil metros de altura; su cabeza estaba unida al cuello de una forma poco estética y carente de algún rasgo fino. Los ojos parecían bocetos oscurecidos y rojizos sobrepuestos en la superficie que simulaba una piel completamente blanca. Esa era la figura del Juez Raphael.
Astaroth, sin impresión alguna, sobrevoló alrededor del cuerpo deforme del ángel; no tenía intención de continuar una batalla que ya había ganado. Así que, con el impulso de sus alas, se lanzó en picada en un ataque hacia el pecho del ángel; había sido capaz de esquivar las manos lentas de Raphael. De un momento a otro, el dragón perforó el pecho del ente gigantesco y lo hizo desaparecer.
Los ángeles se percataron de esto y comenzaron la retirada total del reino infernal. Los líderes ayudaron a su General herido y abandonaron con prontitud el territorio enemigo.
La guerra había quedado casi inconclusa, pero la batalla había llegado a un final necesario. Los demonios contemplaron a sus enemigos; estaban expectantes y llenos de deseos de venganza. El territorio había quedado devastado, en especial las Zonas Roja, Azul, Blanca y Alta. Era obvio, o así lo analizaba el Lord de la Piedra Gris, puesto que esas cuatro zonas estaban conectadas entre ellas y permitían la entrada rápida al reino.
***
Una vez Astaroth recobró su forma de demonio ordinario, se apresuró a las tiendas de improviso que se usaban para tratar las heridas. Entró a la que era una carpa de un tono azul y que parecía más como una tienda circular. Sabía que sus homólogos ya habían sido internados para el cuidado intensivo inmediato.
El interior de la carpa tenía cinco secciones divididas por mantas; tres espacios eran usados para mantener los cuerpos de los tres Lores en descanso, mientras que las otras dos partes eran para monitorear el estado de los demonios y preparar pociones médicas. Había dos demonios: una joven demonio arpía de cabellos negros y tez roja clara que se encargaba de preparar las medicinas, y el otro era un demonio común de cuernos anchos y tez azul oscura que cuidaba la condición de los tres pacientes.
—Mi Lord —el demonio de tez azul parló con un tono de tranquilidad—, es un alivio verlo con bien.
—¿Cómo están? —inquirió Astaroth al caminar cerca de los cubículos donde reposaban sus homólogos.
—Lord Leviathan y Lord Belphegor están en una condición estable. Ambos recibieron heridas causadas por la magia y armas de los ángeles, pero serán capaces de despertar en unas horas. Lord Belphegor presenta una condición inusual.
—¿Inusual?
—Sí, mi Señor —ahora replicó la demonio arpía—, como si alguien hubiera drenado toda su energía, magia, poder y hasta, incluso, su deseo de vida.
Astaroth había escuchado muy poco sobre lo que había ocurrido en realidad en la batalla pasada. Había entregado información a Gabriel para alertar al Cielo de los planes del Infierno, pero nunca había creído posible que Belphegor y Samael se enfrentarían a algo, o alguien, que los pondría en un peligro así.
—¿Hay signos de mejora? —preguntó el demonio Lord con consternación.
—Sí, mi Señor —volvió a indicar la demonio médico—, Lord Belphegor ya ha comenzado a recuperar su energía y hemos estabilizado su herida.
—¿Y Lord Samael?
Por unos instantes, Astaroth notó la incertidumbre y preocupación en los dos médicos demonios. Aquellos rostro no eran una buena señal ni para él ni para el reino. A pesar de que Astaroth no era amigo ni empatizaba con Samael, lo respetaba de alguna forma. Además, Astaroth sabía que el Lord de la Piedra Negra ya era una figura de admiración que su gente amaba y seguía. Sin contar de que Astaroth creía necesaria la presencia de Samael para continuar en el camino de la glorificación del reino.
—Está mejor —aseguró el demonio de tez azul.
—¿Mejor?
—Lord Samael fue víctima del mismo poder que despojó a Lord Belphegor de todo; pero Lord Samael empleó su magia en un estado deplorable, mi Señor —explicó la demonio arpía.
De pronto, Astaroth sintió una ola de orgullo recorrerlo como si su enemigo fuera apto de ser quien era. Si Samael había experimentado lo mismo que Belphegor, empero había sido capaz de usar su magia, Samael no era un demonio ordinario de ninguna forma.
—¿Cuál es su condición?
—Hemos mandado una llamada de ayuda a Lilith —reveló el demonio enfermero—, ella tiene poderes que podrían ayudarnos a estabilizar a Lord Samael.
—Entonces no está estable.
—No, mi Lord. Todavía estamos tratando de conseguir un resultado positivo.
La primera emergencia ameritaba una decisión pronta; Astaroth no confiaba en Lilith y creía que no era una buena opción para ayudar a Samael. Sin embargo, no tenía idea de cuánto tiempo tendría antes de que se acrecentase el problema, así que no reprochó ante aquella revelación.
—Quiero que me informen de todo lo que ocurra, ¿es claro?
—Sí, mi Señor —ambos demonios especialistas replicaron en coro.
***
El Lord de la Piedra Gris salió de la tienda de cuidados médicos; sus pensamientos divagaban en dos situaciones: el ángel de nombre Luzbel y el acontecimiento que había destruido a las tres Legiones infernales en el Cielo.
Los Generales Ashmedish y Osthar fueron llamados a una reunión de guerra por el Lord de la Piedra Gris; la campaña que se usaba para esta reunión era una tienda que aprovechaba uno de los cuartos semi-destruidos del viejo castillo. Astaroth había solicitado la presencia de Mammon y su guerrero estrella durante la pelea.
La sala tenía una mesa cuadrada pequeña y contaba con dos sillas únicamente, aunque en esta ocasión estaban colocadas junto a la pared. No había otra fuente de luz, únicamente una linterna de cera que resplandecía en el centro de la mesa. Astaroth estaba en el extremo de la derecha, mientras que el resto cubrían los otros lados de la habitación.
—General Ashmedish y General Osthar, están aquí para informar sobre la pelea que ocurrió en el territorio enemigo. Necesito conocer los detalles y Lord Mammon y su guerrero élite deberán ser informados también —resonó el tono serio de Astaroth.
—Por supuesto, mi Lord —respondió con prontitud Osthar. Su rostro ancho y poco agraciado mostraba una mueca de terror y preocupación—. El enemigo parecía no presentar un problema al inicio. Nosotros teníamos la ventaja, y nos posicionamos en la parte sur de la Ciudadela de Luz. Sin embargo, Lord Belphegor notó algo que al inicio yo fui incapaz de ver.
La pausa de Osthar duró unos minutos prolongados. Astaroth deducía que los ángeles habían hecho una retirada y esto había levantado las sospechas de Belphegor. Era algo que marcaba la gran aptitud como estratega del Lord de la Piedra Roja.
—Los ángeles se retiraron hasta el extremo norte —reparó Ashmedish con un tono presuroso. Su voz era jovial y poco gruesa en comparación a Osthar; además de que lucía estético y con facciones refinadas—. Lord Belphegor supuso que esto no era una buena señal. Nosotros creímos que con este movimiento habíamos ganado paso a la Torre de Luz, pero no fue así.
—No, no fue así —robó la palabra Osthar—, porque del grupo de enemigos se desprendieron unos cuantos.
—Un niño rodeado de un grupo de soldados; incluido Lord Abaddon y Lord Raphael —informó Ashmedish.
—Pero fue muy extraño, mi Señor. Fue como si ese ángel aniñado fuera una especie de otro ser.
—¿Otro ser? —cuestionó Mammon con inquietud—. Explícate, Osthar.
—Pues, su poder no era igual al de Lord Abaddon o Lord Raphael.
—No —aseguró Ashmedish—, no era igual. Su sola presencia inundaba de una forma única toda la ciudad; como si irradiara y pulsara con un poder superior al de cualquiera que se presentara en ese sitio.
Sí, Astaroth lo había corroborado en persona. Su visita al rey del Cielo le había proporcionado información invaluable; y había detectado aquella presencia y energía que ese ángel pubescente desprendía. Ni siquiera el rey, acusado de ser descendiente directo del Creador, emanaba aquél potencial que Luzbel sí.
—¿Y? —Mammon volvió a preguntar con un tono de incredulidad—, ¿y cómo era ese niño?
—Pues —Osthar inició la explicación—, era muy bonito. Hermoso, para ser más exactos. Nunca antes había visto un ángel tan espléndido. Tenía dobles alas con un halo intermitente que acrecentaba su imagen sublime. Sus ojos parecían brillar de un tono verde cristalino, y su piel destellaba con blancura.
—Eso no nos dice nada —informó Mammon molesto.
—Era como si estuviéramos ante la presencia de un ser antiquísimo, mi Lord —ahora Ashmedish habló—, pero con la apariencia de un ángel muy hermoso. El más bello que hemos visto.
—Su belleza no nos interesa —rebatió Mammon nuevamente—, es su poder lo que deberíamos discutir.
—¿Qué fue lo que hizo? —Astaroth preguntó con un tono pesado para callar a Mammon.
—Controló el lugar entero, a la misma naturaleza, y desprendió una ola de energía que nos despojó de nuestra fuerza; casi como si nos hubiera desprendido de nuestra alma —aseguró Ashmedish.
—Los ángeles usaron un escudo —agregó Osthar como si ese dato fuera una carta maestra.
—Eso quiere decir que su potencial todavía es incontrolable y que ningún ángel es capaz de enfrentarlo o detenerlo —se expresó Astaroth con seriedad.
Un enemigo así no era factible para nadie. Astaroth necesitaba asegurar el bienestar de su gente antes de que el Cielo dispusiera de ese joven ángel.
—Mi Lord —Osthar interrumpió los pensamientos del demonio de máscara teatral—, ¿cómo vamos a defendernos ante un individuo así? Se supone que los seres antiquísimos y sumamente poderosos hasta ese grado ya no existen. ¿Qué vamos a hacer?
La desesperación inundó la sala. No sólo Osthar mostraba miedo en su cara, el resto de los presentes también denotaron su terror; excepto Astaroth. El Lord de la Piedra Gris tenía un plan, una ventaja que convertiría al Infierno en el reino más temido de toda la Creación. Sin embargo, no podía hablar abiertamente de su resolución.
—Descuiden, por ahora el Cielo no atacará, ya que uno de sus arcángeles fue mal herido. Además, su gente debe estar en busca del traidor que ayudó a los demonios a escapar, así como un posible espía.
—Pero, ¿y si deciden atacar? —dudó Ashmedish.
—No lo harán. No con ese niño. El rey controla todos sus actos y parece ser que todavía está en entrenamiento. Quizás probaron su poder contra nosotros y las ventajas que obtendrán si es que logran controlarlo.
Para los tres demonios guerreros aquellas palabras sonaron como un rayo de alivio; empero, Mammon había captado algo más. Algo que parecía incumbirle demasiado, ya que Astaroth lo requeriría muy pronto.
—Por ahora iniciaremos el cuidado de nuestros heridos y cerraremos por completo las fronteras. Quiero que se organicen y separen a los sobrevivientes que puedan ayudar en la reconstrucción del reino. Lord Mammon y yo discutiremos algo sumamente importante, pero les informaremos de nuestra resolución. Por favor, retírense.
De forma pronta los guerreros se retiraron con una reverencia hacia los dos demonios Lores y dejaron la sala. Astaroth suspiró con pesadez y luego contempló con seriedad a Mammon.
—No sólo armas, sino que ahora han obtenido la ayuda de un niño demasiado poderoso. El Cielo sigue violando las leyes que mantienen el Balance.
—¿Qué propones? —la voz de Mammon sonó seca.
—Mammon —Astaroth pronunció el nombre del demonio con un tono suave y casi erótico—, nuestro reino carece de un verdadero líder, de un rey, de un gobernante que ose oponerse a cualquiera y que desee, desde otro punto, violar aquello que mantienen al Balance intacto.
—Sabes muy bien que Samael y Belphegor se opondrán.
—Sí, lo sé. Por eso mismo vas a ayudarme a hacer algo todavía peor que les demuestre lo débiles que somos en comparación a los ángeles.
—¡No somos débiles!
—No. No lo somos como individuos. Pero sí como nación.
Mammon no replicó. Su mirada buscó otro punto de interés en la habitación que no fuera el rostro de su homólogo.
—Por ahora estabilizaremos al reino. Busca alguna reliquia que pueda servir en los conjuros de curación, ya que no podemos dejar morir a Samael.
—Pensé que lo querías muerto.
—Algún día así será. Pero él y yo deberemos enfrentarnos y honrar sus estúpidos códigos de honor en una batalla sin igual.