El jardín presentaba unas pequeñas luces que pertenecían a las velas que los individuos sostenían; éstas resplandecían en una escena oscura y melancólica. En el centro del jardín, junto a una estatua del Lord de la Piedra Gris, se hallaba un cuerpo embalsamado; ya había sido adornado con flores y velas negras en el contorno donde se encontraba acostado. Las antorchas junto a la estatua iluminaban con poca fuerza y agregaban todavía más un toque lúgubre; habían sido encendidas con llamas azules para acompañar la ocasión.
A los costados del cadáver, dos guardias sostenían unas pequeñas telas que lograban mostrar la bandera de la Piedra Gris. La insignia, de un dragón sobre una roca en pose de vigilancia, ya había sido aceptada por los habitantes y era una manera de galardonar a su representante político. Este detalle se usaba en los momentos de respeto al conmemorar a los difuntos; y en esa velada así era para Astaroth.
El demonio Lord había mandado arreglar un funeral tradicional para el híbrido que lo había ayudado en su trayecto; era lo mínimo que Astaroth creía posible ofrecerle como tributo y agradecerle por el corto tiempo e invaluable hazaña. Sin embargo, había sido por un sentimiento más profundo por lo que había preferido un velatorio para Gilbert; a pesar de que el demonio no era capaz de aceptarlo, había, por lo menos, admitido que había sido parte de su motivante.
De entre la oscuridad y la poca luz, la figura del Lord de la Piedra Gris se encontraba frente al cuerpo; sus ojos carmesí contemplaban con neutralidad la última imagen de Gilbert. Empero, su mano derecha sujetaba con fuerza el frasco de sangre que había recibido por parte del híbrido; esa seña era honesta y denotaba el dolor y arrepentimiento que se posaba en todo el cuerpo del demonio. No había tomado el tiempo para conocer más sobre Gilbert, y no había actuado de la mejor manera frente a él. Se reprochaba sus palabras de seriedad y su postura inamovible cuando había interactuado con el híbrido; ahora su mente estaba llena de cuestiones de arrepentimiento y escenarios que ya eran imposibles de concebirse en esa realidad. Astaroth suprimía las lágrimas, como si peleara una batalla entre lo correcto y lo necesario; incluso en esta situación presentaba su imagen sombría e indiferente.
A continuación, unos momentos después de los cánticos de ovación a la muerte, los dos soldados abanderados se acercaron al cadáver y pronunciaron las palabras de ritual para despedir al alma y cuerpo de ese ser. De pronto, el cuerpo se encendió en flamas azules que cambiaron a un rojo vivo al alcanzar el oxígeno en la parte superior. El silencio quedó irrumpido sólo por el arder del fuego.
Y, como un estruendo, Astaroth se despidió de Gilbert por última vez y agradeció en silencio con toda la honestidad y sentimiento real que encontró en su interior.
***
—¡Pidieron un canal de diálogo! ¡Después de lo que hicieron! —renegó con furia Belphegor desde su lugar en la silla frente a la mesa redonda. Su puño había tocado con fuerza el mueble en una muestra de enojo.
—De acuerdo a ellos, esto nos incumbe como nación, ya que dicen que ellos desean que nos quedemos fuera de su camino —agregó Leviathan al leer el informe que había recibido justo como el resto de sus homólogos.
La reunión había iniciado a primera hora por la mañana y Astaroth todavía se sentía asediado por el último acontecimiento en la Piedra Gris. Sus ojos pasaban con rapidez por las hojas que contenían la información de los ángeles Abaddon y Raphael del Cielo; pero era incapaz de ver la importancia a una decisión que los ángeles siempre parecían tomar sin consideración al Balance ni otros reinos.
—Si ya han tomado su decisión, ¿para qué preocuparnos en responder? —inquirió Astaroth con cautela. Su voz sonó un tanto cansada y sin orden.
—Porque tampoco podemos permitir que se metan en los asuntos del Edén sólo porque creen tener a un descendiente del Creador —resolvió Belphegor con un poco de sorpresa al notar la actitud de Astaroth.
—Belphegor tiene razón —rebatió Samael con elocuencia y seguridad—, el Edén es una tierra sellada por el Creador y que está bajo jurisdicción del Consejo A Cargo. Los ángeles no tienen el derecho sobre nosotros de reclamar ese territorio ni mucho menos de creer que ellos pueden adueñarse del lugar.
—Pero lo acabas de decir; no está bajo su jurisdicción ni la nuestra —explicó Astaroth con seriedad.
—Exacto —reiteró Belphegor—, por eso mismo si ellos creen que pueden intervenir en un asunto del Edén, entonces nosotros deberíamos hacerlo también.
Astaroth no pudo evitar enfrascarse en la discusión. La sala resonaba con la voz de los tres Señores: Astaroth, Belphegor y Samael. De vez en cuando Leviathan intervenía para apoyar a Belphegor o a Samael. El único que lucía sereno y con una mueca sonriente era Mammon; su atención estaba puesta en el informe del Cielo. Los puntos que el Cielo mostraba como algo importante eran tres; estaba el clásico: "nosotros somos los defensores del Balance así que podemos intervenir", pero también explicaban dos cosas de sumo interés. La segunda cuestión era que los ángeles habían encontrado pruebas de que un grupo externo a las dos naciones había monitorizado los alrededores y a la ciudad perdida de Exilia. Y el tercer punto era que los Nefilinos habían destrozado a una raza nuevamente al grado de desaparecer a la civilización; y que, además, ellos eran los sospechosos primarios del peligro en el que el Edén se encontraba.
—Los ángeles están en alerta debido a los Nefilinos —sonó la voz de Mammon de entre toda la conmoción, empero no fue escuchado. Aclaró su garganta y volvió a hablar, pero ahora con más fuerza—: ¡Los Nefilinos son los causantes de esta alerta!
De un momento a otro, los cuatro Lores acallaron y miraron a Mammon con desconcierto. Por supuesto que no sólo era su participación lo que asombraba a los otros demonios, sino que su frase había causado incertidumbre.
—¿Los Nefilinos? —cuestionó Samael con una voz de miedo. Recordaba su último encuentro con Absalom, y creía que pronto enfrentarían, también, a esa raza de híbridos.
—Sí. Los ángeles piensan que los Nefilinos están tramando quedarse con el Edén.
—No hay razón para que ellos interfieran —aseguró Belphegor casi triunfal; creía que su información era la correcta.
—No seas ridículo —rebatió Astaroth—, ellos no necesitan una razón para atacarnos, destrozar al Cielo y adueñarse del Edén. Su sola existencia es prueba de sus acciones que van en contra del Balance.
—Pero el Edén es otra cosa. Es una ley directa del Consejo A Cargo por restricción del Creador.
—Belphegor, Astaroth tiene razón. Los Nefilinos no necesitan ninguna motivación para actuar de la forma en que lo hacen —dijo Samael como si concluyera el debate.
—¿Tú también lo crees, Samael? —preguntó Belphegor con su voz cargada de asombro.
—No lo creo. Lo sé. Los Nefilinos son todo lo que el Balance no es. Son creaturas condenadas por su propio origen, linaje e historia. Si quieren apoderarse del Edén es por otro deseo que nosotros no somos capaces de comprender, ya que ellos son una verdadera depravación para la vida y existencia misma.
—¡Oh! ¡Vamos! ¿Son antinaturales? No lo creo. Los ángeles creen que nosotros somos una especie de aberración y que el Creador se equivocó en hacer. Es muy obvio que el Cielo suponga que los Nefilinos son un defecto. Yo no pienso que sea así.
Sin previo aviso, Astaroth y Samael se aliaron para desvalorizar el punto de Belphegor, como si con ello lograran hacerlo cambiar de parecer. Nuevamente, Leviathan intervenía para apoyar a Samael o a Astaroth. Y Mammon se encontró en la misma posición por segunda vez: casi siendo una especie de figura que carecía de presencia. Quizás eso era verdad, tal vez Mammon era sólo una especie de cuerpo sin importancia que ocupaba una silla. El Lord de la Piedra Blanca contempló sus manos sobre el documento y sonrió con un toque de pesadumbre y abandono; aceptaba que era exactamente eso: un cuerpo más para esos demonios; en especial para Astaroth.
El momento se detuvo para el Lord de la Piedra Blanca, a modo de una escena afectada por el tiempo y completamente congelada. Mammon miró con rapidez el rostro de cada uno de los demonios presentes, sin prestar atención a los detalles de sus expresiones; no deseaba indagar en lo que cada uno de ellos creía sobre él. Empero, estaba cansado de su posición inferior y poco temible para sus homólogos. Había llegado la hora de tomar una acción determinante y ya tenía en claro qué haría y cómo lo haría.
Ninguno de los demonios que peleaba con palabreríos notó lo que Mammon colocó sobre la mesa. Era una estatuilla muy peculiar que tenía la forma de una lagartija gigante que rodeaba una esfera hermosa; estaba impregnada de un poder arcano que Mammon ya había descifrado y estaba por despertar. Lentamente su energía se concentró en la reliquia que fungía como un conector.
De una forma repentina, el suelo tembló con furia y la estructura del castillo de la Piedra Negra se tambaleó como si no tuviera cimientos estables; la fuerza había sido tal que los demonios políticos notaron el movimiento. Astaroth fue capaz de reconocer la energía creciente que se concentraba en el borde del oeste de la Piedra Negra; sabía que no era el momento indicado y que él no había dado la orden para despertar al coloso que dormía bajo el terreno de la Zona Alta.
—¿Qué fue eso? —Leviathan preguntó con tono de susto.
Samael se puso de pie, caminó hacia la puerta y la abrió, luego se acercó al pasillo y miró por la ventana más próxima. El resto de los Señores se colocaron junto al Lord de la Piedra Negra y contemplaron el exterior.
La lejanía mostraba un rayo de luz rojiza saliente de la tierra que iluminaba las ruinas del castillo de la Zona Alta. La fuerza de la luz era tal que se apreciaba desde el territorio de Samael.
—¿Qué ocurre? —ahora cuestionó Belphegor.
Astaroth volteó su rostro hacia Mammon y arrojó una mirada de duda genuina. El demonio de ojos dorados no devolvió el gesto y continuó con su expresión fija en el horizonte; demostraba su insubordinación al ignorarlo.
—Este poder —agregó Leviathan; ya que de entre él, Belphegor y Samael, el demonio acuático era el único que no había sufrido daño en el núcleo de su energía de vida—, es idéntico al de los proto-demonios y los primeros archidemonios.
—¿Qué? —Samael contrarresto con su pregunta al aire. Después giró unos sesenta grados y tomó de las ropas a Astaroth para amenazarlo—. Tú sabes algo de esto, ¿no es así?
—Sí, al igual que tú, todos los presentes aquí y los demonios que alguna vez pelearon en la rebelión —explicó Astaroth con seriedad.
—¿Eh?, ¿de qué hablas?
—Vamos Samael, no te hagas el idiota. La leyenda cuenta sobre la existencia de un monstruo que habita dormido en los pantanos, bosques, selvas, desiertos y demás lugares de supersticiones en nuestro reino. Sin embargo, la verdad es que ese ente habita dormido en la Zona Alta, y una vez el sello que los proto-demonios colocaron en el castillo fue destrozado en la última batalla, era cuestionó de tiempo. La Bestia ha despertado, y ninguno de nosotros tiene el poder para contenerla ni destruirla.
—¿La Bestia? —interrumpió Belphegor presuroso.
—Así era llamada por los proto-demonios. Una creatura que, de acuerdo a las leyendas, contiene el ADN original que dio vida a los proto-demonios, archidemonios y su evolución.
—Pero —Leviathan se atrevió a interrumpir—, si ninguno de nosotros puede detenerla, ¿qué vamos a hacer?
—Matarla no es la mejor opción, ya que es una creatura que podría ayudarnos a incrementar el poder de nuestro ejército, así como una posible herramienta para las guerras y conquistas futuras. Y, aunque quisiéramos matarla, no podríamos ni causarle un solo rasguño.
—Si no podemos matarla ni causarle daño, ¿qué vamos a hacer? —Belphegor insistió con un poco de terror genuino.
Dormirla nuevamente, aclaró en su mente Astaroth. Empero, el demonio Lord no se atrevió a replicar. Suficientes problemas tenía con el incidente que Mammon había desatado sin su permiso; además de que no podía delatarlo ya que eso sugería que Mammon revelaría que él había ordenado ese caos. Astaroth estaba en una situación complicada, donde no quedaba más que actuar con la corriente y con suma neutralidad para no levantar sospechas en Samael. Estaba molesto y deseaba reprender a su súbdito; sin embargo, aquello también lo colocaba en una situación delicada.
La atención de todos los Señores del Infierno fue arrebatada por los estruendos que la tierra causaba, desprendimientos de terrenos y derrumbes de los últimos cimientos en la Zona Alta. También se apreciaban unas alas gigantescas que se expandían del exterior de la luz; recorrían el cielo y eran capaces de ser percibidas a kilómetros a la redonda. Ninguno de los demonios Lores podía asegurar el tamaño de la creatura. El monstruo era de proporciones grotescas.
La primera garra apareció casi en la frontera suroeste de la Piedra Negra y poco a poco el resto del cuerpo de la Bestia se hacía presente. Era una especie de dragón con unos cuernos gigantescos y un cuerpo robusto y musculoso de un tono rojo oscuro, su rostro era casi como el de una lagartija pero con detalles escamosos que se desprendían en facciones toscas. Mostraba unos ojos negros relucientes de una pupila naranja clara que hacía juego con toda su piel. Así mismo, sus garras eran de cuatro dedos en cada extremidad, con un grosor perturbador y de un color ennegrecido. De su boca se mostraban unos colmillos letales que brillaban por su blancura inexplicable; éstos daban la expresión de terror que ni los demonios podían resistir.
Aquél monstruo de proporciones descomunales era La Bestia; la creatura que había sido creída como una leyenda, un cuento de horror para acrecentar el folclor del Infierno, una creatura mitológica que ahora se postraba frente a los cinco Señores del Infierno.