Las antorchas bailaban con un movimiento obtuso, esto provocaba que las sombras en la habitación variaran de vez en cuando. La cama era muy grande y casi con una forma circular en las esquinas, tenía unos pilares que ayudaban a sostener el peso. Hasta la esquina derecha había un librero con una mesita que lucía llena de tomos; era una especie de sitio que se solía usar para estudios o lecturas.
En esa ocasión Samael se encontraba ocupado, mantenía su interés en los libros que se posaban frente a él. La información que buscaba parecía inexistente en las fuentes de historia oculta; sin importar que en los libros existieran menciones, nada era un dato que pudiera corroborar. El demonio Lord sentía una desesperación apoderarse de él poco a poco; sus opciones se acababan y no deseaba enviar a sus soldados de vuelta a una zona tan peligrosa.
Desde la cama, Lilith observaba con interés al demonio Lord; se complacía con la figura y poder de esa creatura. Empero, ya había notado en su comportamiento más y más preocupación.
—Mi Lord, ¿por qué no se toma un tiempo y nos divertimos? —cuestionó con una voz seductora la dama misteriosa.
Samael no replicó. Su mente estaba perdida en todos los conflictos pasados, en todas las posibilidades y explicaciones. No podía actuar con libertad por más que lo deseara, ni tampoco oponerse a lo que él había propuesto junto con Belphegor. Su influencia estaba delimitada; únicamente Leviathan había sido intimidado por él y había aceptado una alianza. El demonio Lord sabía que Mammon seguía a Astaroth y obedecía en todos los planes que tenía el Lord de la Piedra Gris; pero su control parecía superior al de él.
—Mi Lord —insistió Lilith, pero esta vez con una voz profunda y suave—, estoy segura de que si se relaja podrá enfocarse en su búsqueda.
El demonio Lord se puso de pie y se acercó a la cama; allí la figura seductora y erótica de Lilith lo enfrascó. Aquella mujer era hermosa en diferentes niveles; además poseía mucha información que Samael buscaba. Sin embargo, Samael no deseaba interrogar a Lilith, ya que prefería mantener su relación con ella lo más idónea posible; creía que así ella le demostraría su lealtad y se quedaría con él por algo más que poder.
De pronto, Samael se sentó sobre la cama y sintió los dedos de Lilith recorrer sus alas y espalda.
—Mi Lord, ¿qué es lo que le preocupa tanto?
No hubo respuesta. Un suspiro profundo de Samael denotó el grado de problemática.
—¿Sabe usted, mi Lord? Yo puedo ayudarle a conseguir información —Lilith acercó su boca al oído de Samael—. Sólo tiene que pedirlo.
¿A cambio de qué?, dudó Samael en silencio. No podía fiarse de Lilith; sin importar sus sentimientos por ella, esa dama vendía la información.
Como en un trance, Samael acomodó su cuerpo frente a Lilith y la besó con ternura. Aunque disfrutaba de la presencia de ella, era consciente de que para Lilith todo era carnal. De forma repentina movió sus manos para recorrer las curvas sensuales de la hermosa dama y llenar su cabeza de pensamientos de obsesión por ella.
Durante un rato prolongado, los dos se dejaron llevar por las sensaciones del placer y la lujuria. Por un lado, Samael deseaba transmitir su sentir a Lilith; creía que así ella lo amaría. Por otra parte, Lilith tenía otra razón más profunda y misteriosa para quedarse junto al Lord de la Piedra Negra.
Sin previo aviso, la puerta principal se abrió y un demonio gárgola de tez oscura entró a la habitación. Cuando se percató de lo que su amo hacía, se dio una media vuelta pero no salió.
—Mi Lord —dijo con miedo el súbdito—, le pido que me disculpe y perdone mi vida por no haber tocado la puerta. Pero, milord, esto es urgente.
Samael miró con enojo al demonio obeso y enano; pensó en métodos para matarlo y torturalo. Luego se tranquilizó y le absolvió la vida, ya que lo necesitaba. Se puso de pie y se acercó a su súbdito.
—¿Urgente?
—Sí, mi Señor —replicó con un resentimiento el demonio gárgola; tenía su cabeza agachada—. Alguien lo busca; entró al castillo con ayuda de un grupo de esclavos y nos amenazó. Dijo que deseaba hablar con usted.
—¿Dónde está?
—En la sala del torno.
Sin otra palabra más, Samael se dirigió hasta la sala del torno con prontitud. No tenía idea de quién lo buscaría de esa forma, pero sospechaba de Astaroth y Belphegor.
***
Una vez arribó a la sala del trono, lo primero que notó fueron las antorchas apagadas. Apenas se podían divisar los pilares gruesos que adornaban la habitación, y al fondo había una silla grande y tallada en el respaldo con la insignia de la Piedra Negra. Samael detectó la presencia desconocida del ente y suspiró con profundidad; debía estar listo para pelear si era necesario.
—Si has venido a matarme, te aseguro que has elegido el peor lugar para pelear —divulgó Samael con su voz profunda y un tono relajado.
El silencio permaneció inmerso en toda la cámara. De entre las sombras una silueta se movió hacia el trono, sus ojos amarillos resplandecientes se fijaron en la imagen de Samael. El demonio Lord ya había analizado tres cosas: la primera era el tamaño del ente que estaba casi a la par de él, en segundo lugar estaba el arma que cargaba en su mano derecha que era como un mazo con doble cara: una filosa y la otra plana. Y lo que más llamaba la atención de Samael era el origen de ese ente.
—Si entraste a la fuerza y no has llamado a tus… —Samael hizo una pausa y usó un tono distinto para pronunciar la siguiente palabra—: hermanos; entonces estás aquí para negociar.
—Demonio —la voz del desconocido penetró la quietud de la sala; había sonado con severidad y un poco de distorsión—, no he venido a matarte por ahora. A menos de que no obedezcas mis órdenes.
La ira invadió a Samael, y lo impulsaba a actuar con poco cuidado. Sin embargo, el Lord de la Piedra Negra no caería ante el juego de un híbrido; así que se tragó su orgullo y continuó con la postura diplomática.
—¿Órdenes?, creo que deberías replantearte tu posición; estás en el Infierno tú solo.
De la negrura que ocultaba la cara del intruso una sonrisa se dibujó y se mostró por el detalle. Samael usó sus poderes; levantó la mano derecha con rapidez y encendió las antorchas para conocer el rostro de su enemigo.
Sin importar que la sorpresa fuera tal, Samael mantuvo su postura inmutable. Se acercó unos pasos hacia el individuo y divisó otros detalles; aunque no era la primera vez que veía uno, sí era la primera ocasión que veía al líder de esa raza.
—Absalom —Samael pronunció con sequedad—, no me parece prudente tu visita al reino sin una estrategia.
—Descuida, demonio —aseguró el sujeto de nombre Absalom—, todo tu reino está en peligro. Toda mi gente espera a mi comando para invadir este territorio y apoderarnos de una raza como ustedes.
—¿Qué quieres? —inquirió Samael con enojo.
—No tengas prisa, demonio, no es como si ya hubiéramos invadido su amado reino. Todavía aguardan a mi señal y sé que ustedes no podrán detenernos.
—Pruébanos —reiteró Samael con un rostro torcido entre molestia y orgullo.
—No. No si cooperas.
Otra vez Absalom sonrió con diversión. Su rostro ancho era de un tono azulado calcinado, tenía unos picos que sobresalían de su barbilla como simulando barba. Su cuerpo era ancho y musculoso en exceso, con una forma cuadrada y poco estética.
—Escucha bien, Nefilino —Samael dio unos pasos hacia el trono y se posó frente a Absalom como una figura retadora—; no voy a esperar a que tu juego se termine, así que habla o te mataré.
—No tienes el poder para hacerlo —aseguró Absalom.
Esa frase era verdad. Samael conocía el límite de su potencial y sin importar que empleara toda su magia, no sería capaz de aniquilar al líder de los Nefilinos. Sin embargo, no mostraría una imagen de debilidad ante aquellos seres.
—Voy a volver a preguntar, Absalom, pero ahora quiero una respuesta: ¿qué quieres?
—Escuché que ustedes poseen corazones de proto-demonios. Sé que tú conoces de la creación de armas míticas.
¿Eh?, Samael dudó en silencio. Aquello no tenía sentido. Una invasión al Infierno no era factible por unos cuantos corazones; Samael así lo creía, pues parecía irracional y poco ventajoso.
—No quedan muchos —informó Samael.
—¿Dónde están?
—Quizá Lord Mammon tenga algunos y Lord Leviathan también. Son los que se encargan de los mercados e intercambios de objetos arcanos.
—Tú tienes en tu poder algunos, ¿no es así?
Eso era cierto. Samael poseía tres corazones de proto-demonio que había robado en la rebelión; pero no estaba dispuesto a entregar esos objetos a un Nefilino. Todavía tenía planes para crear más armas míticas.
—Dime algo —Absalom interrumpió los pensamientos del demonio Lord—, ¿qué estarías dispuesto a hacer por tu reino?
—¿Para qué quieres los corazones? —decidió interrogar Samael.
—Así como tú, nosotros necesitamos forjar nuestras armas para pelear nuestras siguientes conquistas. Descuida, demonio Samael, pronto vendremos al Infierno y los asesinaremos en una masacre perfecta. También lo haremos con el Cielo, y de esta forma nos quedaremos con ambos reinos.
Samael no pudo evitar reír. Aquellas palabras, aunque llenas de una advertencia real, no eran dignas de un híbrido; así lo creía el Lord de la Piedra Negra. A diferencia de los demonios y ángeles, los Nefilinos no habían sido dichosos de poseer un territorio así de espectacular como ambos reinos, por lo que eran conocidos por sus actos atroces a la hora de conquistar nuevos terrenos y satisfacer sus necesidades en cada nuevo lugar.
—Comprendo —Samael dijo como si hablara con un niño pequeño—, comprendo. Realmente lo entiendo, Absalom. Pero no puedo ayudarte con la entrega de corazones. Sin embargo, sí puedo darte otra opción.
—No te estoy preguntando, Samael.
El Lord de la Piedra Negra no sentía lástima por los Nefilinos, pero sí creía que eran una raza atrapada entre la depravación de los demonios y la obstinación de los ángeles.
—Escucha bien, Absalom. No quiero ofenderte —repuso Samael—, no soy idiota. Sé de lo que ustedes son capaces de hacer, pero debes entender que éste no es un momento adecuado para ustedes. Sí, podrían causar un daño inimaginable, y quizás matar a alguno de los Lores. Pero piensa, ¿habrá valido la pena? A diferencia de ustedes, nosotros somos una raza antigua con muchas ventajas. Si lo que deseas es crear armas, puedo decirte que un corazón no es necesario; de hecho puedes usar un cuerpo entero y su alma. Te puedo entregar la información para conseguirlo.
Los ojos de Absalom se encogieron para denotar molestia. Empero, el Nefilino escuchaba con atención lo que el demonio Lord sugería.
—Armas tan poderosas con una mente y vida propia. Si te doy ese secreto, te haría un favor. No estoy diciendo que no deberían venir y matarnos; al contrario, creo que cuando nos enfrentemos será la destrucción permanente de alguna de las dos razas. Será algo caótico, sublime y perfecto.
—¿Me darás esa información?
—Sí. Con esto te aseguro que podrás usar todo un cuerpo, incluida su alma; así obtendrás un mejor resultado. Yo conozco a quienes pueden mostrarte cómo usar este conocimiento y así no tendrás la necesidad de iniciar una batalla perdida.
—¿Y, me pregunto, Samael, estás consciente de lo que haces?
Samael sonrió con seguridad. Por supuesto que sabía lo que hacía. No era idiota como para cometer un error que pusiera su vida en peligro; después de todo, Samael era un negociante. Su máxima venta no eran objetos, ni reliquias, ni dinero, ni tratados, ni nada que tuviera un peso físico. El Lord de la Piedra Negra había aprendido de su padre a negociar con algo que era de sumo valor, intangible casi, más que cualquier otra cosa, al grado de compararlo con una vida y un alma: información.
En esta ocasión Samael había revelado un poco de información que los pondría en desventaja en el futuro, pero había sido su mejor opción antes que enfrentar a los temibles Nefilinos. La protección de su reino era más importante en ese momento, así que consideraba que por ahora era mejor de esa manera.
—Vamos, Absalom, ¿le preguntas eso a un demonio? Me ofendes, sabes muy bien que no somos como los ángeles y sus creencias hipócritas. Si hago esto es por una razón muy personal y que me satisface —expuso el demonio Lord.
A pesar de que no había mentido, Samael tampoco había revelado toda la verdad. Aunque Samael no era leal a nadie, nunca se traicionaba a sí mismo; y eso era lo que le permitía hablar de esa forma.
Una vez Absalom obtuvo lo deseado por parte del demonio Lord, se alejó hacia la entrada de la sala y se detuvo frente a la puerta.
—La próxima vez no habrá negociación. La próxima vez los mutilaremos a todos, incluidos a ustedes los Señores. La próxima vez asesinaremos a los ángeles y nos quedaremos con todo lo que nos pertenece por derecho de selección.
—Estaré ansioso esperando nuestra guerra, Absalom. Espero que cumplan su palabra. —Sonrió con cinismo Samael.