—¡Me mentiste! —recriminó el demonio Lord con un tono melancólico; su rostro joven mostraba sus ojos dorados llenos de dolor e ira—. ¡Me has estado mintiendo una y otra vez!
Mammon caminó por la sala; la capa a la cintura que portaba se ondeaba con desaire. Se acercó hasta la silla donde se encontraba el otro demonio; su cuerpo se abalanzó sobre su oyente y sujetó sus ropajes elegantes.
—Todo este tiempo tus palabras llenas de halagos, falsas esperanzas y tratos, no han sido más que mentiras para proteger esto. Sea lo que sea que es para ti, para mí es algo muy importante.
El Lord de la Piedra Gris no replicó. Sus ojos carmesí estaban clavados en la imagen adornada de Mammon; su atención vagaba entre los reclamos del joven demonio y sus propios pensamientos.
—¡No he sido más que una herramienta para ti! —Mammon acortó la distancia entre los dos y continuó—: ¡una maldita herramienta! ¡Soy como un objeto al que has usado una y otra vez para obtener siempre una ventaja! ¡No tengo palabra ni voto en el Consejo porque soy una extensión de tu poder!
De forma repentina, Astaroth se puso de pie y retiró las manos de Mammon de su ropa; a continuación, lo tomó del cuello y lo acercó a él.
—Sí. Es verdad, Mammon. Todo lo que dices es verdad —reveló Astaroth con su voz seca y vacía—, así que deja de lloriquear. ¿A caso creíste que mis palabras de adulación eran reales?, ¿creíste que me importaban tus opiniones?, ¿te hiciste ilusiones con las miradas lascivas y derrochadas por mí? No te confundas, Mammon, si llegué a verte así fue porque deseaba poseer tu cuerpo por caprichos sexuales.
Astaroth arrojó a Mammon hacia el suelo y contempló al demonio Lord como si se tratara de algo repugnante y bajo. Dio unos pasos y se acercó a la ventana.
—Mammon, tu lugar es allí, donde te postras ahora; como un objeto que se usa y se desgasta. Siempre estarás debajo de mí y siempre obedecerás todos mis deseos —explicó el Lord de la Piedra Gris con un tono sumamente sombrío—, porque lo que tú eres para mí es sólo un súbdito más que debe obedecer sin chillar.
—¡Eres un maldito! —recriminó Mammon con rapidez; después se incorporó y acortó la distancia entre él y el otro demonio.
Antes de que Mammon sacara unas pequeñas dagas, Astaroth se volteó y aprisionó a Mammon con sus poderes. De manera lenta, el demonio de ojos dorados sintió a su cuello ser estrujado y sus extremidades desprenderse. Mammon gritó de dolor y unos segundos después cayó al suelo; respiró con agitación y tosió.
—No te atrevas a pelear contra tu amo, Mammon. Si es necesario matarte, lo haré. No voy a compadecerme de ti sólo porque eres un Señor del Infierno. No olvides que sin mí, tú no eres nada.
El cuerpo de Mammon temblaba y se llenaba de espasmos; estaba enervado y quería enfrentar a su homólogo. Sin embargo, Astaroth acortó la distancia y se inclinó.
—Mammon —Astaroth susurró y luego tocó el rostro del joven demonio con suavidad—, si no vas a seguir mis órdenes, entonces, déjame mostrarte lo que te ocurrirá.
Sin previo aviso, Astaroth tocó el pecho descubierto de Mammon y hundió su mano como si la piel del demonio fuera una plasta moldeable; Mammon sintió las garras del Lord de la Piedra Gris sobre su órgano bombeante y arrojó una mirada de terror al otro demonio.
—¡No! ¡Detente!
Pero Astaroth no se inmutó y prosiguió con su actividad. En su rostro una sonrisa retorcida y perversa se dibujó; sentía complacencia y excitación al presenciar la mueca horrorizada del demonio Lord.
Por otro lado, Mammon tocó con fuerza los hombros de Astaroth y sintió su cuerpo desvanecerse. Su energía se drenaba con una rapidez alarmante y su respiración se entrecortaba. Ya había agachado su rostro y había sentido lágrimas caer al suelo.
Una vez Astaroth detuvo su actividad, se puso de pie y regresó a la ventana. Su mirada contempló el exterior, aunque su interés estaba en los gemidos de dolor que Mammon hacía. Le costaba trabajo a él, también, respirar, puesto que sus poderes no eran suficientes para imponer una maldición y sellar las habilidades mágicas de su homólogo.
Por un tiempo prolongado no hubo otros sonidos. Hasta que Mammon se repuso, abandonó el suelo y caminó hacia Astaroth. Acto seguido, el Lord de la Piedra Blanca se inclinó frente al otro demonio.
—Bien, si lo que quieres es a un perro obediente, entonces puedo serlo —la voz de Mammon estaba cargada de dolor y molestia—, haré lo que me pidas sin decir nada; así sea algo aterrador o idiota, yo obedeceré tu comando. Seré una sabandija para ti y me inclinaré sólo a ti. Dejaré que uses mi poder, influencia, cuerpo y alma para lo que te plazca; seré tu esclavo. Eso es lo que quieres, ¿no? Un simple objeto que siga tus comandos sin importar las consecuencias para él, ¿verdad? Puedo serlo; no, mejor dicho: lo soy. Soy una simple herramienta que no tiene voz, ni poder, únicamente voluntad impuesta por ti. Soy el objeto al que puedes golpear, humillar, destruir, violar, remover y odiar cada que lo necesites. No volveré a decir nada, a recriminar nada. Hablaré cuando tú lo desees, tomaré las decisiones que tú desees, y te informaré todo lo que tú desees. Úsame como lo veas conveniente, Astaroth; yo nunca más me opondré.
Cuando Mammon detuvo sus palabras, Astaroth escondió una sonrisa de placer. Por fin Mammon se había entregado a él y no tendría que ocultar información. Su dominio se extendía, ahora, hasta la Piedra Blanca, y con ello se posicionaba un paso arriba de Samael y Belphegor. Se atisbaba de las palabras y presencia sumisa del otro demonio; ya no había motivo para fingir y tratar a Mammon como un igual.
Con rapidez, Astaroth dio la media vuelta, caminó hacia la silla que le correspondía y se sentó. Tomó la taza de té, sorbió un poco y se deleitó por toda la sensación de poder y grandeza que el momento le arrojaba.
—Ponte de pie —ordenó Astaroth.
Mammon obedeció y dio unos pasos hacia el Lord de la Piedra Gris; su mirada estaba clavada en su homólogo. Mammon había tomado una decisión basada en su miedo y admiración por Astaroth; se había resignado a su propia libertad por un pequeño deseo que había alimentado con el paso del tiempo.
—Vas a comenzar experimentos con los híbridos; quiero que busques una forma de purificar su ADN. Tomarás híbridos de demonio con mitades poco poderosas y me entregarás los resultados. Nadie debe enterarse de esto. También dejarás abierto el borde del oeste para continuar con la trata de esclavos. Además, buscarás información sobre reliquias de los archidemonios y yo te enviaré información referente a las maldiciones que se solían imponer. También quiero que mandes una carta a Samael y le pidas una audiencia general con todo el Consejo; en esta reunión serás tú quien proponga la creación de los mandatos militares. ¿Queda claro?
—Sí, mi Lord —replicó Mammon con un tono serio.
—Puedes retirarte. Después te mandaré más instrucciones. Por ahora tienes mucho trabajo qué hacer.
—Sí, mi Lord —volvió a sonar la voz de Mammon como en un trance—, nos veremos después.
Sin más retardos, el Lord de la Piedra Blanca abandonó la habitación. Astaroth había puesto fin a los reclamos de Mammon y con ello sentía más seguridad para continuar con su plan. Ahora necesitaba encargarse de su condición y asegurarse de que Samael no obtuviera más poder ni más influencia.
De forma repentina, Astaroth cerró los ojos y sintió un mareo inusual. El uso de sus poderes con Mammon lo había afectado bastante, al grado de causarle cansancio físico y mental. Abrió los ojos y visualizó sus manos; su cuerpo se desvanecería en cualquier momento y el tiempo se agotaba así como las opciones.
El Lord de la Piedra Gris sabía que Mammon encontraría alguna solución, pero requeriría de años de estudio y experimentos. Él no podía darse ese lujo; no ahora que una guerra se aproximaba. Sin importar que Mammon hubiese otorgado su vida y poder a él, Astaroth estaba a punto de perder todo lo que había conseguido.
Antes de que el demonio Lord se pusiera de pie, Swan entró a la habitación y se acercó para recoger la vajilla con el juego de té.
—No, Swan, quiero beber un poco más —reveló Astaroth con pesadez.
—Como usted ordene, mi Señor.
Swan sujetó la tetera y abandonó la habitación con un paso apresurado. De la puerta apareció la figura elegante y apuesta de Gilbert; se adentró a la sala y se acercó a un trinchador que mostraba figurillas y otras reliquias. Los ojos de Astaroth siguieron la imagen del híbrido, pero no dijo nada.
—¿Cómo te fue con el demonio Mammon?
La pregunta de Gilbert resonó como un estruendo en la habitación; su voz había denotado un interés genuino que Astaroth no lograba comprender.
—Bien.
—Supongo que era obvio. Te especializas en la política y la negociación.
Otra vez Swan llegó a la habitación; se acercó a la mesita de centro y sirvió más té a su amo. Su mirada se postró en Gilbert y mostró una mueca de enojo.
—Swan, sirve una taza de té para Gilbert.
—Sí, mi Lord —replicó Swan aunque había sentido sorpresa y confusión por la frase de su Señor.
Una vez la habitación quedó en silencio y sin la presencia del demonio gárgola, Gilbert se sentó en el sofá de brazos altos. Sus ojos azules pasaron por toda la fachada del demonio Lord como si buscara una pista.
—¿Qué es lo que quieres?
—¿Eh? —Gilbert denotó sorpresa. Unos segundos después bebió del té y se deleitó con el sabor tan suave y fresco.
—Sí, dime, híbrido, ¿qué deseas como pago?
—¿Pago? —inquirió el híbrido con sorpresa.
—Déjate de juegos, Gilbert. Sé que buscas obtener una ganancia a cambio de que me ayudes.
Gilbert sonrió con sensualidad y jugueteo. De cierto modo comprendía las palabras del demonio, ya que era precisamente por su origen que entendía a Astaroth. Empero, a diferencia de él, Gilbert había vivido en otro ambiente, en otro mundo, en otro ámbito moral.
—Nada —expresó Gilbert de forma plana.
—¿Nada?
—Sí, nada. Sé que buscas una forma de salvar tu pellejo de la maldición que te fue impuesta; y yo, la verdad, ya estoy interesado en la vida.
Astaroth hizo un esfuerzo superior para no modificar su rostro serio. Aquellas palabras no tenían sentido para el demonio.
—Oh, vamos, ¿no estás pensando tonterías? No quiero nada de ti, demonio Astaroth. Te puedo ayudar porque quiero y ya. No hay otra razón.
—Usualmente la gente buscaba obtener una ventaja de un trato o trueque.
—Pues yo no. Existen personas que auxilian a otros porque tienen la capacidad de hacerlo sin perder nada u obtener nada. Son desinteresados. Yo soy uno de ellos. Verás, Astaroth, pasa que he vivido tantas estupideces y eventos traumáticos, que ya me he cansado de vagar por un mundo que lo único que hace es recriminarme mi origen. ¿Crees que yo pedí ser un híbrido?, ¿un mitad demonio? Pues no. —Gilbert bebió unos tragos de té y sonrió; cuidaba las palabras para no revelar la verdadera intención de sus actos—. Algunos nacemos con la desventaja y desgracia. Estamos atrapados entre dos razas y somos vistos como abominaciones, como objetos; ni siquiera como entes vivos. Está bien, de verdad, no es que quiera cambiar esos pensamientos. A veces uno cree que encontrará algo valioso en esta podrida existencia y al final todo es lo mismo. Por lo tanto, déjame decirte que estás de suerte. Yo puedo darte un objeto; la energía de un objeto que puede protegerte contra cualquier maldición, y no sólo eso, te puede otorgar poderes grandiosos. Además, ya que tú estás muy interesado en la política, este artefacto podrá posicionarte como un peligro para el Cielo y hasta para ese tal: "Consejo de la Creación".
La explicación de Gilbert se había tornado más compleja. Astaroth comenzaba a dudar de todo aquello; en su percepción era imposible que un híbrido decidiera ayudar sólo porque sí.
—Un objeto que puede darme una posición, ¿eso dices?
—Sí. Yo lo obtuve de alguien que vivió en Exilia; un ente arcano y misterioso. Por unos años pensé que era una solución a mi problema como un híbrido, pero al final eso no cambia mi origen. Aunque no lo creas, Astaroth, soy un poco mayor que tú. Mi padre fue un demonio de los primeros descendientes de los proto-demonios, así que digamos que tú eres un niño comparado a mí. Aunque eso no es lo importante en estos momentos, no está de más saberlo. —Gilbert volvió a mostrar una sonrisa pasmada de una honestidad fingida—. La verdad, tú sí podrías sacarle más partido a esta reliquia y con ello matas a dos pájaros de un tiro. Tu maldición no se expande y es inhibida y tu posición como líder político se incrementa a un grado que puede ayudarte en toda la locura que pareces planear aquí en tu reino.
De un momento a otro, Gilbert retiró de su bolsillo un medallón peculiar; con un tallado único, casi como una llave rústica. La parte superior tenía una cabeza de dragón; sus alas estaban cerradas y daban una forma curvada hacia la parte inferior; la cola terminaba como enroscada en un pilar que tenía dos protuberancias rectas que daban el toque de llave.
El rostro de Astaroth mostró la sorpresa y emoción al contemplar el objeto. Nunca antes había creído que presenciaría algo tan poderoso y tan importante en toda la Creación. Esa reliquia emanaba la energía de algo más supremo que su intelecto le permitía comprender; aquello era conocido como: "La Llave", "Las Siete Llaves de las Siete Puertas", "El Conductor" y "El Sello".