—Tómalo como un regalo —dijo Gilbert al ponerse de pie y andar por la sala—, por motivo de…veamos, ¿qué puedo usar como excusa para que dejes de poner esa cara?
—¿Sabes lo que esto significa? —inquirió Astaroth con un tono de incertidumbre.
—Sí. Tú lo sabes también. Este objeto es conocido como "Las Siete Llaves"; aunque desconozco la alegoría de su significado, te puedo asegurar que ha contenido a la maldición en mi cuerpo y me ha otorgado grandes poderes.
El demonio Lord sentía su cuerpo inamovible, como si algo más lo mantuviera en ese estado. Sus pensamientos variaban con tantas posibilidades, como si alguna de las explicaciones fuera la correcta. Necesitaba conocer la razón de Gilbert al entregarle algo de un poder tan arcano y antiguo; también le era inconcebible que un híbrido, un sujeto sin ningún peso en la Creación, tuviera en su poder algo como Las Siete Llaves de las Siete Puertas.
De un momento a otro, Gilbert notó la figura estática del demonio; se acercó a él y se sentó a su lado. Astaroth movió sus ojos para analizar el rostro de Gilbert; empero, lo único que encontró fue una mueca sonriente.
—¿Vas a entregarme este objeto sin pedirme nada a cambio?
Otra vez Gilbert dibujó un rostro de jugueteo. Acercó sus manos a la máscara de Astaroth y la retiró; la cara entera del demonio mostró su piel deformada, pero Gilbert era capaz de ver más allá que una cicatriz horrenda. De una forma inesperada, Astaroth se percató del tacto del híbrido sobre su piel desgastada; aquella extraña sensación lo recorrió de una manera nueva. El demonio Lord cerró los ojos y permitió por primera vez el trato del mestizo; estaba tan acostumbrado a la sensación de poder que había olvidado las variantes que la vida otorgaba.
La mente del demonio se perdió en un trance sublime; en una especie de imagen donde se veía a sí mismo como una sombra sin rostro y sin poder. Sus pasos recorrían un camino vacío de colores y la sensación de soledad era pulsante con cada segundo que pasaba. Había un dolor que se incrustaba en el pecho de Astaroth, un dolor que había negado por muchos años, y que había crecido con cada acción que cometía. Sin la presencia de su hermano menor, Astaroth estaba completamente solo; a pesar de que la soledad no le aterraba, pero le hacía recordar lo vacía que la existencia podía ser. Sin previo aviso, las lágrimas salieron y comenzaron a caer por el rostro marcado del demonio.
—Ya te dije, Astaroth. No voy a pedirte nada a cambio. No quiero más de lo que ya he obtenido —Gilbert susurró cerca del oído del demonio Lord—, ¿acaso es tan difícil comprenderlo?
—Todos buscamos algo. Poder, dinero, objetos de valor, influencia, dominio y de más cosas. Todos venden algo al mejor postor. —Astaroth abrió los ojos, detuvo las lágrimas y contempló con sumo cuidado el semblante del híbrido. Allí se percató de los ojos cristalinos azules que arrojaban una mirada cálida—. Todos buscan algo en este ciclo llamado Vida; todos quieren convertirse en iconos que marquen la existencia de alguna manera. Todos. Sin excepción.
Nuevamente Gilbert sonrió con suavidad y se quedó a unos centímetros de Astaroth.
—No. Te equivocas. No todos deseamos ser entes de influencia en este ciclo, ni buscamos obtener poder. Existimos unos cuantos que lo único que hacemos es disfrutar de las maravillas que la vida nos da. No me interesa el poder de ningún tipo.
—¿Por qué me entregas Las Siete Llaves, entonces?
—Porque tienes lo mismo que yo. Porque yo ya no deseo seguir en este lugar. Porque ya he vivido bastante tiempo y me he cansado. Ya he satisfecho mi curiosidad y no hay más que pueda motivarme. Tú, en cambio, eres muy joven y tienes un montón de ambiciones —Gilbert habló lo más claro posible; a pesar de que en sus palabras una mentira se escondía.
Astaroth se alejó un poco de Gilbert y posó su mirada en Las Siente Llaves. La resolución de Gilbert era tan inusual para el demonio Lord, pero había una especie de misticismo en esas frases. Suspiró, retiró las manos de Gilbert y se levantó; caminó hacia la ventana y se quedó perdido en sus pensamientos.
Una vez Gilbert notó este cambio, abandonó el sofá y se dirigió hasta la puerta, pero no salió de la habitación.
—No tiene nada de malo, Astaroth —expresó el híbrido con un tono sereno—, desear el poder y la gloria. Eres un demonio y es parte de tu naturaleza, así que no busques una explicación. Yo tengo un concepto diferente respecto a la vida y eso no significa que sea un error. Cada uno de nosotros vive bajo sus propios principios, ¿sabes?
—Lo entiendo —divulgó Astaroth con seriedad. Luego dio una media vuelta y se acercó al sillón unos pasos—. Agradezco tu ayuda y por ello te ofrezco lo que desees.
—No quiero nada. Pronto mi cuerpo resentirá la maldición que fue impuesta y moriré lentamente. Pero es lo que deseo.
Astaroth sabía que la muerte era inevitable y con ello aceptaba que cada individuo debía pasar por ese camino. Sin embargo, una culpa le hacía sentir pánico; era como si él fuera la causa de la muerte de Gilbert.
—Pudiste haber entregado esto a otro.
—Sí, lo sé —replicó Gilbert con tranquilidad—, pero esa decisión fue mía. No puedes recriminarte algo que no controlaste. Yo así lo quise.
¿Por qué yo?, dudó Astaroth en su interior. No era capaz de preguntar de frente. El demonio Lord no creía en los sentimientos de afecto como razones lógicas, así que prefería evitar los sentimentalismos. Por supuesto que tenía afecto por su hermano menor, pero se escudaba en que era un amor fraternal natural. Y por ese híbrido no podían existir emociones, o eso se recriminaba el demonio.
Gilbert se despidió con un ademán y salió de la habitación. Astaroth apaciguó sus impulsos y sólo contempló la imagen de Gilbert abandonar el sitio. Sin importar que ahora había obtenido un poder superior al de sus homólogos infernales, la sensación de vacío se apoderaba de él.
El Lord de la Piedra Gris colocó el antifaz sobre su rostro y llenó de poder su cuerpo con ayuda de la reliquia de antiquísimo origen.
***
El resto de la noche pasó con prontitud y la mañana llegó con la noticia que Astaroth esperaba. El Lord de la Piedra Blanca había citado a todos los Señores del Infierno para una reunión importante. Astaroth todavía se sentía en demasía ligero y endeble, sin poder resolver lo que las palabras de Gilbert habían provocado en su interior.
El demonio Lord arribó al castillo de la Piedra Negra y fue recibido por los súbditos de Samael; el recorrido era ya común, y los pasillos poco iluminados de piedra oscura eran un toque que Astaroth no admiraba. La puerta de madera oscura, tallada con simbologías de magia negra, estaba abierta. La habitación tenía la presencia de los cinco representantes del Infierno.
La reunión comenzó cuando la puerta fue sellada por el poder de los demonios Lores. Cada uno de los políticos lucía su apariencia única, y cada uno era capaz de detectar la presencia de los demás, aunque algunos en menor medida.
—Lord Mammon, explica el motivo de esta reunión —Belphegor parló con respeto—, ya que no me queda claro lo que quieres decir con un: "Consejo de Guerra".
—Lord Belphegor, creo que es necesario crear un Consejo de Guerra y otorgar poder a nuestros Generales. Si creamos un orden militar, podremos controlar las estrategias del reino de mejor manera —sonó la voz jovial de Mammon.
Por unos instantes prolongados no hubo respuesta. La sala permaneció en silencio por parte de los demonios presentes, algo que Astaroth había previsto.
—Sin ayuda de este orden, volveremos a perder la batalla contra el Cielo —la frase resonó como un eco en todo el lugar; había sido Leviathan quien se había expresado.
Samael, Belphegor y Astaroth contemplaron con asombro al joven demonio acuático. Astaroth no había considerado que Leviathan expresaría apoyo a una gobernatura militar; mientras que Samael no había creído posible que su propio aliado tuviera voz en estos asuntos. Belphegor, por su parte, estaba sorprendido al escuchar la voz de Leviathan y opinar sobre la guerra. Por supuesto que era poco creíble, pues el demonio Lord marino prefería las tácticas defensivas y evitaba los conflictos bélicos.
—Piénsenlo bien —volvió a decir Leviathan—, sin una organización militar más sólida, todos nuestros avances serán en vano. Con ayuda de las armas que Lord Mammon ha desarrollado podremos otorgar más poder a nuestros demonios, sí; pero sin una organización ni tácticas… entonces el Cielo nos destruirá. Sé que con los demonios-bestia hemos obtenido grandes resultados, pero sin un comando propiamente creado estas creaturas podrían caer en manos erróneas. Actualmente sólo tenemos a Belphegor como el Gran General del Infierno, pero nosotros como Lores no tenemos mucho control sobre las Legiones. Y sin un Supremo Comandante, estamos ciegos en los siguientes enfrentamientos.
—Bien, bien —interpuso Belphegor—, queda claro tu punto. Cada uno de los Lores deberá poseer el título de Altos Generales, ¿eso está bien?
—Sí, está bien. Por mí es mejor un control sobre las Legiones —expresó Samael sin interés.
—Esto es algo importante, Samael —recriminó Belphegor—, muy importante. De esta manera aseguramos que las Legiones nos sean fieles y los Generales también. Crearemos una organización militar y con un Consejo de Guerra podremos planificar de manera anticipada nuestras tácticas como un reino unido.
—Eso significa que estamos en guerra, Belphegor. ¿Vamos a considerar a todos los reinos enemigos? ¿Vamos a ser unos paranoicos?
—No —la voz seca de Astaroth resonó—, no, Samael. Vamos a expandirnos y comenzar nuestras conquistas. Con un Consejo de Guerra el reino no se tambaleará como en el pasado.
—Así que —Belphegor aclaró su garganta; después creó con su magia insignias como medallas de un cristal resplandeciente. Cada uno de los objetos era una cabeza de demonio en forma de calavera, aunque dos variaban; continuó—: Lord Mammon, Lord Leviathan y Lord Samael, ahora se les otorga el título de Altos Generales y Líderes de las Legiones de sus respectivas Zonas.
—Espera un momento —intervino Samael con rapidez.
—Lord Astaroth —Belphegor ignoró a su homólogo de la Piedra Negra—, ahora también tendrás el título del Supremo Comandante.
—¡No! —Samael volvió a insistir.
—¿Por qué? —Astaroth dudó con falsedad.
—Porque has sido tú quien ha manejado al reino con más precisión que nosotros —explicó Belphegor,—, y entre los dos hemos creado buenas estrategias para proteger al Infierno. Sin contar tu acto heroico en la rebelión. Propongo una votación. A favor, levanten su mano.
Leviathan y Mammon levantaron su mano justo como Belphegor. Samael abandonó su lugar y se acercó al Lord de la Piedra Roja; después lo sujetó del brazo y lo elevó con furia.
—No puedes decidir algo así —recriminó Samael. Su voz había sonado distorsionada por el enojo.
—Sí puedo. Yo soy el Gran General y tengo el poder para iniciar un Consejo de Guerra. Tú, Samael, debes aceptar que estas decisiones son benéficas para el reino.
—Lord Samael —Astaroth se expresó con un tono seco—, comenzar una pelea entre nosotros no es la mejor opción. El Cielo busca invadirnos en cualquier momento. Si no organizamos nuestros movimientos, volveremos a una formación de defensa.
—¡Ah! —gritó Samael y soltó a Belphegor. Sus pasos pesados se dirigieron hasta Astaroth—. Lo único que haces es ganar poder. Poco a poco te has posicionado sobre nosotros. Mentiste, dijiste que no buscabas quedarte con el reino.
—No seas ridículo —Astaroth rebatió. Se puso de pie y encaró al Lord de la Piedra Negra—. Yo no estoy sobre ustedes. Todos tenemos un poder que nos permite elegir, hacer votaciones y conseguir resultados que no afecten a la nación entera.
—Eso es una mentira.
—¡Caballeros! —Belphegor usó un tono fuerte. Ya se había acercado a los dos demonios y estaba expectante a una posible pelea.
—No estoy aquí para ser recriminado, Samael. Si no organizamos la siguiente batalla, el Cielo nos destrozará; Leviathan tiene razón, tu súbdito es capaz de ver más allá que tú.
De pronto, Samael apareció su espada mítica y amenazó a Astaroth. Belphegor usó a Kin para detener al arma del otro demonio. Mientras que Astaroth hacía lo posible por mantener su rostro sereno, aunque en el fondo estaba más que satisfecho con el resultado de esa reunión política.
Por fin, el Lord de la Piedra Gris había aceptado que el Infierno no ganaría la guerra y los años venideros serían los más difíciles pero los más importantes para salvar al reino de la desaparición total.