Chapter 15 - XV

El Sello que protegía al Edén había desaparecido en un abrir y cerrar de ojos; los alrededores eran arrollados por una ventisca inusual que golpeaba con fuerza. Plantas, árboles, arena y otros objetos de tamaños variados comenzaron a arrastrarse y moverse por la fuerza del viento; aquél acontecimiento había comenzado una vez el grupo de intrusos había arribado. En el cielo opacado retumbaban truenos y relámpagos, casi como en señal de una tormenta próxima.

Repentinamente, de la puerta dorada y tallada, salió un enorme dragón de tez oscura, alas gigantescas y negras. Los ojos del monstruo eran de un azul cristalino y mostraban terror y confusión. La bestia arrojaba un poder de sombras por la boca y agregaba más caos a la escena. Sin embargo, el dragón era incapaz de huir.

—¡Sadim, rápido! —ordenó Astaroth.

Los Mercenarios de Arena encendieron las insignias de los artefactos rústicos; se habían posicionado en puntos tácticos para crear una barrera. El dragón tuvo que aletear con fuerza para no chocar contra la magia de contención.

A pesar de que Astaroth estaba concentrado en la situación, no podía ignorar el hecho de que todo era muy sospechoso. La ruptura del Sello, el cambio climático, la zona desértica de polizontes y curiosos; quién fuera que estaba detrás de eso conocía muy bien sus planes e intenciones. De pronto, una bola de oscuridad apareció frente a él y se expandió con prontitud. Astaroth cubrió el ataque y enfocó su energía en su próximo movimiento. Se acercó a una elevación de rocas y saltó hacia el cuerpo del dragón; a continuación, utilizó a Sophitia y la incrustó en la nuca del monstruo.

Una vez el dragón cayó al suelo, el resto del grupo se acercó a Astaroth. Gilbert estaba acompañado por Swan y otra persona: una joven Nefilina de cabellos rojos y ojos grises, con su cara pintada con unas runas oscuras; era la persona que supuestamente Gilbert había contactado.

Astaroth terminó su ataque y consiguió transformar al dragón de vuelta a su apariencia pequeña y demoniaca. Arxeus figuró de la nube de oscuridad que había envuelto a la bestia; sus ojos azules contemplaron con terror la figura del Lord de la Piedra Gris.

—Gilbert. —Astaroth se acercó al híbrido—. ¿Estás seguro de que ella puede ayudarnos?

—Sí —replicó con seguridad Gilbert—, ella no hablará y tiene el poder para controlar el Dominio.

—Swan, entrega las Esferas.

Con respeto, el demonio gárgola ofreció las Esferas de la Oscuridad a la misteriosa Nefilina; unos objetos circulares grabados en el centro con una figura variada y llenos de runas de lenguas antiquísimas. La joven Nefilina aceptó los artefactos y comenzó un ritual único.

La atmósfera se oscureció de una forma irregular, como si los colores fuesen invadidos por un tono sepia, como si de pronto el viento fuera visible, incluso unos trozos de hojas oscuros y blancos de algún tipo de planta flotaban en los alrededores. Movimientos oscuros se podían percibir de aquí para allá; algunos entes cubiertos por algún tipo de negrura asomaban sus cuerpos en la inmediación. Todo el sitio se había sofocado por una falta de oxígeno natural, los seres vivos eran capaces de palpar la pesadez posarse sobre ellos. Ese mundo, ese plano intangible, que se entrelazaba con la realidad perceptible era 'el Dominio de las Sombras'.

—Arxeus —Astaroth habló con seriedad y un tono melancólico. Se acercó a su hermano y se agachó para obtener un contacto directo. Había notado las miradas de molestia en el adolescente que iban dirigidas a él y a Gilbert—. Ésta es la última ocasión que nos veremos. Este mundo será tu prisión y la única forma de mantenerte a salvo de los demonios y los ángeles.

Arxeus, por su parte, no replicó. Sus ojos se cristalizaron y lágrimas comenzaron a caer. Ya no podía seguir peleando y se sentía traicionado por todos los que alguna vez habían demostrado consternación hacia su persona.

—Si alguna vez logras salir de este plano y el Dominio de las Sombras regresa a nuestro mundo, entonces supondré que buscarás venganza. Si decides que tu resolución será esa, yo te estaré esperando y aceptaré un duelo a muerte.

—¿Por qué no me matas aquí y ya? —cuestionó Arxeus con una voz suave y quebrada.

—¿Quieres morir? —inquirió Astaroth con severidad.

El joven demonio-arcano movió la cabeza de forma negativa.

—Es lo único que puedo ofrecerte.

—Eres muy cruel, hermano —resolvió con tristeza y decepción Arxeus.

Aquella frase se incrustó en la mente de Astaroth. Sí, era despiadado; había cambiado y había hecho cosas que jamás habría imaginado. Sin embargo, esa frase, pronunciada por la única persona que le había dicho alguna vez que lo amaba, tenía un tinte fétido.

El demonio Lord se puso de pie y le dio la espalda a su hermano menor.

—Sí, soy cruel. Ya no soy aquella persona con la que conviviste alguna vez. Ya no soy ese hermano que en algún momento te protegió. Ahora soy Astaroth, Lord de la Piedra Gris, Gran Duque y próximo Supremo Comandante del Infierno. Y tú, Arxeus, no eres más que un archidemonio que debe morir; un estorbo, un enemigo. Por esta simple razón te encierro y te desaparezco de nuestro mundo junto al Dominio de las Sombras.

Una vez la joven Nefilina detectó la señal de Astaroth, se acercó a Arxeus y con ayuda de las Esferas de la Oscuridad despojó al demonio-arcano de su cuerpo material y lo transformó en una Sombra. De inmediato, el Domino fue absorbido por el interior de la tierra del Edén y de forma paulatina todo el caos se disipó.

Sin previo aviso, las puertas del Edén fueron cerradas y selladas nuevamente y algo más ocurrió. Todo el sitio quedó en calma al grado en que los sonidos eran inalcanzables, el tiempo parecía haberse detenido y los colores de los objetos habían regresado a la normalidad. Todo aquello que había sido percibido gracias al Dominio de las Sombras quedó oculto e inmaterial.

El demonio gárgola detectó un objeto en el suelo y se acercó para tomarlo con rapidez; lo escondió con sus poderes y aguardó a su amo.

—Swan, es hora de irnos —informó Astaroth una vez detectó los movimientos astutos de su súbdito.

—¡Eh! Ah, sí, sí, mi Lord.

Cuando Astaroth abrió un portal de tono grisáceo, circular y postrado en el suelo, Swan se acercó a su señor y entró al círculo sin titubeos.

—Espera un momento —habló con rapidez Gilbert.

Astaroth se detuvo, pero no encaró al híbrido. Sabía que aquella extraña sensación había sido suficiente para llamar la atención de muchos enemigos; debía salir del territorio cercano al Edén o la guerra contra el Cielo explotaría todavía más y acabaría peor de lo que ya había iniciado.

—¿No vas a decirme que debo regresar contigo?

—Te dije que estábamos bien. Yo salvé tu vida y tú salvaste la de mi hermano con ayuda de tu amiga. Además —pronunció el demonio Lord con sequedad—, te rescaté para obtener un objeto de valor que tienes en tu poder. Por ahora estamos a mano y no pienso retenerte en el Infierno; empero, en unos años más, te buscaré con ayuda de Sadim y sus mercenarios y te mataré.

—Oh, al final sí había sido un interés —replicó el mestizo con sarcasmo.

—Por supuesto —expresó Astaroth con elegancia—, por supuesto. No te hagas ideas absurdas, híbrido. Ya has visto la clase de demonio que soy, así que no voy a seguir con la fachada del misterio. Soy un demonio, y eso nunca debes olvidarlo. Como creaturas infernales, comprendes que el poder es algo que nos atrae y nos hace comportarnos de un modo y decir cosas que nos favorecen sólo a nosotros mismos; sí, somos mentirosos, controladores y bastante oportunistas.

—Gilbert —de pronto sonó la voz femenina de la joven Nefilina como un eco lejano y distorsionado—, los mercenarios se han ido. Absalom no debe tardar en darse cuenta de lo que ocurrió. Es muy probable de que los Nefilinos estén en camino hacia el Edén; tenemos que salir de aquí cuanto antes. Exilia puede ser nuestra mejor opción.

—Ella tiene razón, Gilbert —Astaroth pronunció la última palabra con un tinte mórbido y vivaz—; será mejor que tomes la oportunidad y regreses a la libertad que tanto añoras. Aparte, los ángeles también deben estar por llegar.

—No te ofrecí ayuda a cambio de mi libertad —rebatió el sujeto de cabellos negros con enojo—, porque dijiste que era libre en la Piedra Gris.

—Te mentí —aseguró Astaroth cortante.

—¡Gilbert! —otra vez se interpuso la adolescente Nefilina.

Gilbert mantuvo la distancia y escondió una sonrisa de satisfacción.

—Hasta luego —dijo el Lord de la Piedra Gris con una sonrisa segura dibujada en su rostro. Luego, entró al círculo de transportación y desapareció.

***

Al llegar de vuelta al Infierno, Astaroth notó que la tensión se había disipado. Samael y Belphegor agradecían a los guerreros por su participación y resistencia en una ceremonia en la Zona Alta del reino. Astaroth dedujo que esa noche habría una reunión con el Consejo de Lores, y no se equivocaba.

Sin embargo, antes de presentarse con los otros Señores del Infierno, Astaroth había decidido regresar a su castillo y pasar un momento en soledad. Había dejado a Swan a cargo de los detalles referentes al resultado del último combate.

La sala de comando del castillo estaba en total penumbra. La luz de la ventana ovoide entraba de una forma tenue debido a que el cielo estaba cubierto de nubes gruesas y esponjosas. Astaroth había permanecido sentado junto a la ventana; había dejado que su honestidad lo llenara y su llanto silencioso había acontecido. Su máscara teatral de tonos plateados y rojizos estaba tirada junto a él; como arrojada sin cuidado. El cuerpo del demonio estaba en una posición de abandono y su rostro denotaba desequilibro. La mirada de color carmesí no contemplaba nada en específico y se inundaba de lágrimas constantes.

Astaroth sabía muy bien que había violado el Balance por un capricho. La única forma de conservar los poderes únicos de su hermano había sido el Dominio de las Sombras; empero, había actuado con egoísmo y había ignorado reglas antiguas y leyes sagradas. Pero lo había logrado: había conseguido alejar a su hermano del peligro del Infierno y el Cielo; aunque era muy probable de que Arxeus no lo pensara así.

De forma repentina, el demonio Lord sonrió con seguridad y luego rió con suavidad. Él había acusado a su abuelo, a su padre, a Samael, a los ángeles y al mismísimo Creador de corromper la vida misma y hasta el Balance; y él había hecho lo mismo. Era ridículo, desgastante y perverso, ya que no se sentía culpable de nada. Era todo lo contrario, Astaroth era consciente de su insatisfacción y deseo por obtener más.

No todo era una mentira, analizaba el Lord de la Piedra Gris. No todo lo que le había dicho al híbrido de nombre Gilbert había sido una mentira; no, no lo había sido. Aquellas palabras de agradecimiento habían sido honestas, reales y las había sentido en lo profundo de su ser. Astaroth sabía que sin ese sujeto su plan no habría funcionado; pero lo había dejado ir y con ello había perdido la oportunidad de saber qué había sido ese objeto de valor.

Astaroth volvió a sonreír, aunque esta vez denotó dolor. Las lágrimas salieron con rapidez y calentaron las marcas en la piel pálida y destrozada del demonio. Después de todo lo que había hecho y su mente lo único que hacía era recriminarse pérdidas de poder.

Definitivamente no tengo remedio, se convenció el demonio Lord; sí, no tengo remedio.

De manera repentina, la puerta de la sala se abrió con suavidad, y la luz del exterior dibujó la silueta de un demonio gordo y pequeño. Luego, la puerta fue cerrada y unos pasos presurosos se acercaron hasta la ventana. Astaroth no volteó y sólo aguardó.

—¿Señor? —la voz aguda y chillona de Swan hizo un eco lejano—, ¿Señor?, ¿Lord Astaroth, se encuentra bien?

El demonio Lord no replicó. Esto causó que Swan se acercara más y rodeara a su amo. Swan se detuvo junto a la máscara y la tomó del suelo; luego sonrió con melancolía y una felicidad inusual.

—Mi Lord, venía a informarle que Lord Belphegor y Lord Samael han convocado al Consejo en la Piedra Negra. Su presencia es imprescindible.

—¿Imprescindible? —cuestionó Astaroth con incredulidad.

—Sí, mi Lord. Usted debe presentarse a esta reunión.

—¿Imprescindible? No seas ridículo, Swan. Ningún ser es imprescindible. Todos somos reemplazables, hasta el mismísimo Creador lo es.

Swan suspiró y se acercó a su amo. El demonio gárgola creó un pañuelo con su magia y limpió las lágrimas del demonio Lord. También había aparecido el objeto que había obtenido cerca del Edén y lo había dejado sobre la mesa con ayuda de sus poderes.

—Su hermano no es reemplazable para usted. Así como para mí, usted no es reemplazable. Nadie podría ser el Lord de la Piedra Gris, únicamente usted.

Astaroth permitió a su súbdito proseguir con su actividad. Sus ojos se movieron hacia la mesa y detectaron la reliquia que irradiaba un poder parecido al de Arxeus. ¿Una máscara?, cuestionó en silencio.

—Por eso, estoy muy feliz de que demuestre cómo se siente, mi Lord. Todo lo que usted siente, aquél dolor, es signo de su grandeza. Usted hizo lo correcto para proteger a un alma que no puede ser sustituible; rompió el Balance y declaró la guerra al Cielo. Sin usted, los otros demonios no hubieran sido capaces de crear al Consejo tan rápido y proteger al reino. Usted tampoco puede ser suplido. ¿Se da cuenta? —Swan colocó el antifaz en el rostro de su amo y le ofreció una sonrisa honesta. Continuó—: usted es el Lord de la Piedra Gris y nadie más que usted ha llevado a este reino por un nuevo camino. Gracias a usted los demonios tenemos otra oportunidad, otro día más para seguir, conquistar, expandirnos, obtener poder, destruir a los ángeles. Usted ha hecho lo que pocos se atreven, lo que muchos consideran imposible y lo que unos tantos respetamos. Usted ha hecho cosas atroces; sí, pero por un objetivo que tiene un propósito superior al que otros son incapaces de ver. Es el líder que nadie apoya porque temen, es el guía que cometerá las faltas más grandes por un bien mayor. Aunque respeto su decisión de no convertirse en el rey, estoy seguro de que usted cambiará el camino de este reino muchas veces más en los años venideros.

El rostro de Astaroth mostró tranquilidad. Había sido el discurso de Swan pero también aquél objeto sombrío sobre la mesa lo que le hizo regresar a su yo usual. Acto seguido, se puso de pie; acomodó la túnica que lo protegía del frío y caminó hacia la puerta. Lo que había hecho no había sido absurdo, después de todo.

—Swan —la voz de Astaroth denotó la seriedad y seguridad cotidiana—, inicia el plan Alfa-Marino sin retrasos. Después de esta reunión, cita a Lord Mammon y dile que he conseguido la reliquia del esclavo Gilbert.

—¡Sí, mi Lord! —replicó con entusiasmo Swan.

Astaroth abrió la puerta pero no salió.

—¿Mi Lord?

—También necesito un nuevo antifaz; uno de color estándar que vaya con mi imagen.

—Como usted ordene, Lord Astaroth.