La arena de entrenamiento era rectangular y estaba cubierta por una capa leve de nieve blanca; las gradas estaban organizadas por números escritos en la lengua demoniaca, separando las zonas comunes de guerreros y los lugares privilegiados. Los detalles de la edificación radicaban en que toda la parte de espectáculos militares estaba a unos veinte metros por debajo de la superficie; era una forma estratégica para contemplar desde los palcos altos.
En esa ocasión dos demonios gigantescos se enfrentaban con ferocidad. El de la derecha era de un cuerpo voluminoso, con unos cuernos curvados hacia atrás y de un tono café oscuro, su torso era rojizo claro y tenía una protección en su pecho marcado. El demonio bestial tenía unas garras dobles prominentes atadas a las muñecas, esto provocaba que sus manos se vieran más grandes que sus piernas anchas y garras de los pies. El otro demonio también pertenecía a la categoría de demonio-bestia, aunque era un tanto diferente. Los cuernos estaban sumergidos hacia el rostro y salían como dos picos a través de la quijada, su tez era azul y su cuerpo estaba diseñado para dotarlo de rapidez. Los brazos eran más largos que las piernas y su torso delgado permitía agilidad. Ambos monstruos se atacaban sin titubeos, y sin importar que fueran de la misma raza.
—Los cerebros de ambos están diseñados para obedecer a sus instintos asesinos —la explicación de Mammon capturó la atención de los otros dos demonios Lores que estaban sentados en los palcos altos—, pero serán capaces de reconocer órdenes de sus Generales y superiores, así que pueden ser detenidos. Observen.
Dos demonios aparecieron en la arena a través de una compuerta; uno de ellos era el renombrado General Azahrim. El otro era un joven de cabellos negros, ojos púrpura y tez gris; era un demonio élite de alas grandes y majestuosas. Ambos Generales se dirigieron a los demonios-bestia y detuvieron el combate.
Las dos creaturas inmensas no reprocharon y se quedaron junto a sus superiores; con los rostros poco agraciados y casi grotescos que parecían presentar una mueca de disgusto.
—Excelente. —Belphegor aplaudió el resultado de los experimentos—. No me esperaba menos de ti, Lord Mammon.
—Gracias. Sabía que usted también estaría complacido justo como Lord Samael.
—Lord Astaroth, ¿no te parece espectacular? —cuestionó Belphegor con cotidianidad.
El Lord de la Piedra Gris estaba sentado junto a sus homólogos; mostraba un rostro semi-cubierto por el antifaz negro con detalles plateados. Sí, por supuesto que estaba complacido con el resultado de los experimentos, pero no era su objetivo decirlo como si fuera cualquier cosa. Astaroth creía que todavía necesitaban más herramientas para iniciar la guerra contra el Cielo, y la creación de demonios-bestia era sólo un paso diminuto para continuar.
—Lord Belphegor, ¿quién es el otro General? —Astaroth inquirió con su voz usual cargada de seriedad.
—Ashmedish —replicó el Lord de la Piedra Roja—, es un chaval nuevo. Todavía no he decidido a cuál de las legiones pertenecerá, pero por su gran capacidad de liderazgo y su maestría en la pelea le he dado ese título.
—Si fuera posible, me gustaría conocerlo. A diferencia de los Generales de Lord Samael, los míos han desistido en las últimas guerras.
—¿Quieres a Ashmedish para tus legiones? —dudó Belphegor con honestidad.
—Es probable de que sea un buen prospecto —aseguró Astaroth.
No, en realidad no era esa la razón por la que había dicho aquello. Empero, no podía revelarle su verdadero interés a Belphegor; y no por el hecho de no confiar en el demonio Lord. En realidad Astaroth respetaba a Belphegor, pero no deseaba dar información que pudiera llegar hasta Samael.
—Puedo programar una demostración en la Piedra Gris y así podrás decidir, Lord Astaroth.
—Sí, gracias.
La primera parte de la revisión del experimento había concluido; con ello los demonios Lores se despidieron con cortesía y prosiguieron con su camino. Astaroth y Belphegor arribaron hasta el castillo de la Piedra Gris.
***
La demostración de guerreros que se llevaba a cabo era una especie de ritual donde los mejores soldados peleaban bajo reglas impuestas por el Gran General del Infierno. No era un combate a muerte, debido a que se buscaba promover el nacionalismo y lealtad hacia los Señores del Consejo.
Astaroth, como representante de la Piedra Gris, debía estar presente junto a Belphegor para tomar una decisión. Aunque en aquella demostración dos demonios élite pelearían, Astaroth ya había hecho su decisión. Ashmedish desprendía un tipo de energía poco usual para los demonios; era un joven curioso por naturaleza y Astaroth había notado aquello. No era el único demonio así; empero, el Lord de la Piedra Gris creía que ese tipo de comportamiento faltaba en sus líneas militares.
Los contrincantes se presentaban en el castillo, en la arena de práctica que se usaba por las legiones de cada Lord. Ashmedish confrontaría a una demonio élite con una reputación temible: Pyro. Pyro era hermosa, con su rostro fino y ojos dorados que resplandecían en contraste con su tez de tono rojo oscuro, y su cuerpo denotaba curvas preciosas y músculos marcados. Los cuernos de ella eran de base doble y con adornos de picos en los costados.
Durante un rato prolongado, los dos demonios se enfrascaron en un combate inusual. Los presentes podían notar la rivalidad que había entre Ashmedish y Pyro, casi como si fueran camaradas de tiempo atrás. Astaroth había sido informado sobre ambos demonios y sabía que en realidad Ashmedish y Pyro habían entrenado bajo los comandos de Azahrim. No le sorprendía que la pelea se convirtiera en una danza espectacular de demostraciones de poder y técnica, pues aquello era algo normal para los demonios que compartían un lazo especial.
Cuando Belphegor ordenó que se detuvieran, ambos guerreros se presentaron frente al Lord de la Piedra Gris y se quedaron estáticos junto al Gran General.
—¿Y bien, Lord Astaroth? ¿Quién es digno para usted?, ¿quién de ellos dos tomará el puesto del General de la Legión Gris? —Belphegor usó un tono elegante para llevar a cabo la selección.
Astaroth se levantó de la silla que estaba cerca de la arena de entrenamiento. Eso también era parte de la ceremonia; el Lord debía estar presente y próximo a la arena, ocupando un lugar impuesto por sus súbditos.
—Ashmedish —la voz de Astaroth sonó clara y fuerte.
A continuación, los otros soldados, curiosos que habían estado allí para presenciar la pelea, estallaron en aplausos y gritos de emoción.
El nuevo General se acercó a su Lord e hizo una reverencia; intentó hablar pero fue interrumpido por la llegada de un demonio gárgola regordete que respiraba con agitación y casi tropezaba.
—Mi Lord —sonó la voz chillona del demonio gárgola—, es urgente.
Belphegor notó la escena con consternación. A diferencia de él, Astaroth mantenía una relación cercana con sus súbditos de más baja categoría. Además, era impresionante divisar el rostro del Lord de la Piedra Gris con una mueca de respeto ante un demonio gárgola.
—Entiendo, Swan. Iré de inmediato a la sala de comando. —Astaroth dio una media vuelta y se acercó a Belphegor—. Agradezco mucho la ayuda, Lord Belphegor. Sin embargo, debo retirarme cuanto antes. Espero vernos en la próxima reunión del Lord de la Piedra Negra.
—Descuida, no fue nada. Nos vemos después.
Sin más retraso, Astaroth se dirigió hasta una de las compuertas que conectaba con el interior del castillo y prosiguió con un paso tranquilo junto a Swan. Ninguno de los dos había dicho nada, ya que ambos sabían que lo mejor era dejar las cosas en dudas para el resto de los presentes; esa era una de las razones por las que Astaroth confiaba en Swan.
***
Una vez arribaron a la sala de comando, Astaroth protegió la puerta con sus poderes al crear una especie de circunferencia repleta por runas demoniacas, y se acercó a la silla frente a la mesa. Respiró con profundidad para evitar a la sensación de agobio tomarlo por completo. El demonio gárgola se quedó parado junto a su amo y aguardó por unos instantes al notar, nuevamente, la energía desgastada de su Señor.
—Señor, es un mensaje directo del Cielo.
¿Del Cielo?, inquirió Astaroth en silencio.
—No hay remitente, mi Lord. Pero el mensaje venía con este extraño souvenir.
Swan mostró una pluma alargada de un tono rosa claro que brillaba levemente; parecía haber sido arrancada de algún ave o un ala de ángel. Astaroth tomó el objeto entre sus manos y lo analizó con rapidez.
—El mensaje es el siguiente —Swan aclaró su garganta y leyó con seriedad—: demonio, me sorprende que no he tenido ninguna noticia de ti ni mucho menos me has visitado. Me alegra saber que tu hermano el archidemonio ha quedado desaparecido para todo aquél que no conoce sobre el Dominio de las Sombras. Seguramente te estás preguntando cómo sé esto; pues te reitero que yo obtengo información con facilidad. No sólo tengo acceso a lo que pasa en el Cielo, así que ahora sabes que también estoy consciente de lo que al Infierno respecta. Pero ese no es el motivo de mi mensaje. La verdad es que tengo la curiosidad de saber cómo rompiste el Sello del Edén y lograste confundir a Lord Abaddon respecto a lo ocurrido; ya que sabes que no es fácil engañar a uno de los Arcángeles más antiguos del Cielo. Y no me queda claro si tus amigos los Nefilinos saben de esto y van a tomar ventaja; sé que estás bien enterado de que son más impredecibles que yo. El último asunto que tengo que discutir contigo, demonio, no puede ser por medio de estos mensajes; así que espero y me contactes pronto. Descuida, no le diré a nadie que ahora somos buenos amigos y sabemos muchas cosas que otros no.
Cuando Swan terminó, lo único que hizo fue mirar hacia el rostro de su amo. Astaroth no había movido ningún músculo de su cara; se encontraba completamente pasmado. Tenía la seguridad de que ese mensaje provenía de Gabriel; aunque desconocía las verdaderas intenciones de ese ángel.
Nuevamente Astaroth pasó su mano sobre la pluma y dejó que la sensación de suavidad lo guiara; si Gabriel estaba enterado de tantas cosas, entonces él podría convertirse en una ayuda para descubrir el rostro de aquél ente que había intervenido en el incidente en el Edén.
—Swan, ¿Lord Mammon no te ha pedido una cita conmigo?
—No, Señor —replicó Swan confundido.
—Y le enviaste la requisición sobre la máscara, ¿verdad?
—Sí, justo como lo ordenó.
—Bien. Por favor, Swan, reúne al Consejo de Lores y diles que hay algo sumamente importante que deben saber. Diles que el tema es referente a Baphomet —parló con sutileza el demonio Lord.
—Sí, Señor. Pero… —Swan miró otra vez la hoja que contenía el escrito del Cielo y continuó—: ¿qué haré con esto?
—Destrúyelo y no dejes ninguna huella. Quiero que cites a los Lores en dos días, por la noche, aquí, en el castillo de la Piedra Gris. Si no pasa nada, entonces la reunión será un detonante.
—¿Señor, aquí en la sala de comando?
—Sí.
Una vez Astaroth pronunció su orden, caminó hacia la ventana y contempló las montañas. La vista le recordó que sus planes ya estaban en marcha y no había manera de regresar al pasado. Las montañas lucían un tanto diferentes, con unas bases improvisadas en las faldas y unos paneles de contención en algunas zonas cercanas. Había un equipo de excavación en las bases y dos equipos de minería que abrían las cuevas que la sierra poseía.
Ahora también tenía otra opción: una todavía más interesante. Sin embargo, Astaroth debía asegurar que fuera su contacto el ángel Gabriel, y la única manera de conseguir el acierto era realizar una jugada que sólo él pudiera reconocer.
—Mi Lord —la voz de Swan sacó al demonio Lord del trance—, debo decir que… —Empero, Swan cortó sus palabras.
El demonio Lord notó aquél detalle en el súbdito; dio una media vuelta y se acercó al demonio regordete.
—Swan, ¿ya te has desecho de las Esferas de la Oscuridad?
—Eh, no de todas. Dejé dos en manos del híbrido Gilbert que nos ayudó.
—Entrégale una a Baphomet. Hazle llegar un paquete con una de las Esferas y escribe un mensaje que diga: "buena suerte".
—¿Está seguro?
—Sí. La otra se la entregarás a Mammon. Le dirás que otro de nuestros esclavos la tenía en su poder y que él es libre de hacer lo que quiera con ésta.
—Sí, mi Lord. Como usted pida.
Una vez el demonio gárgola abandonó la habitación, Astaroth se acercó a la mesa y creó con su poder un mapa del reino entero. Ignoraba las punzadas de dolor que a veces llegaban a su cuerpo. Analizó con cautela el territorio; en especial la Piedra Gris, la Piedra Blanca y la Piedra Púrpura. Aunque todavía era prematuro, Astaroth creía que ese territorio figuraría como uno de los puntos claves para el siguiente paso del reino.
Astaroth estaba convencido de que su mejor venganza contra el Cielo era convertir al Infierno en el reino más temido de la Creación; y estaba dispuesto a usar cualquier método para lograrlo sin importar las consecuencias.