En tanto el segundo hermano de los Sonobe aún estaba desaparecido, los otros dos aguardaban en la mansión vacacional de Roma. Gianluca se había ido a dormir en su respectivo aposento, sin embargo, Jean Paul aún seguía a la espera de la reaparición de su hermano. Los guardias de las mazmorras los dejaron marcharse después de un tiempo concreto que fue exhortado por Jean Pierre y al cual estos hicieron caso omiso a su orden. Cada vez, los juegos de su hermano los dejaban sin comodines para enfrentar el juego al que Jean Pierre los había ido sumiendo poco a poco.
¿Por qué nos dejaste ir Jean Pierre? ¿Cuáles son tus verdaderas intenciones?. Pensó el mayor de los Sonobe mientras aflojaba el nudo de su corbata.
A causa de la tempestad que acaparaba la mansión, las tenues luces amarillentas parpadearon un par de veces antes de apagarse por completo. La oscuridad envolvía la sala de estar, impidiendo que Jean Paul encontrara su móvil. La búsqueda se vio interrumpida cuando un estrépito sonido proveniente de la entrada principal atrajo su atención.
Con cautela el mayor de los Sonobe se desplazó por los pasillos hasta dar con la puerta de roble abierta que golpeteaba con fuerza la pared de concreto. Las ondas de viento la azotaban sin cesar, emitiendo escalofriantes ruidos que provocaban una aceleración en los latidos de su corazón. Sin más, Jean Paul tiró de la puerta, sellando consigo todo rastro de abrumadores sonidos que se colaban al interior de la mansión.
Suspirando con alivio, Jean Paul se volteó. Encontrando a un tranquilo Jean Pierre cruzado de piernas sobre un diván de cuero negro.
_ ¿Me esperabas hermano?. _ El reflejo de un rayo que cayó por el jardín, acaparó la mitad del a perfilado rostro de Jean Pierre para seguidamente envolverse nuevamente en oscuridad.
_ El hijo pródigo siempre regresa a casa, aunque esta vez, te demoraste bastante. _ Replicó con circunspección, mientras su mirada se desviaba hacia un fusil cargado que se hallaba a la par de un florero que era alumbrado por la luz de los rayos que impactaban el vergel.
_ Tarde o temprano todos regresamos a casa, los lazos de sangre son difíciles de evadir. _ Ladeando la cabeza, Jean Pierre se levantó, introduciendo las manos en los bolsillos de su gabán.
_ A veces es mejor cortar los lazos de raíz en vez de evadirlos siempre. _ El mayor de los Sonobe se encaminaba con tiento por la sala, con la intención de llegar hasta el arma. Sus ojos color avellana se desviaron hacia el mesón, al mismo tiempo que los ojos color miel de Jean Pierre.
_ Ya veo, así es cómo termina?. Tú disparas, luego tienes que lidiar con el rollo este de ocultar el cadáver, el arma homicida, mentir ante los oficiales, intentando de justificar el porqué debiste hacerlo. Podrías decir algo como ¨mi querido hermano se sumergió tanto en la locura que perdió la razón de ser. Se escabulló en nuestra casa para asesinarnos y no tuve más que otra opción de apretar el gatillo antes¨. Es una historia bastante trágica, ¿no lo crees Jean Paul?. _ Negando con la cabeza, curvó las comisuras de sus labios, para seguidamente avanzar con paso lento en dirección a él.
_ Tal vez sea así, solo te faltó la parte de vivieron felices por siempre. _ Respondió, retrocediendo hasta estar a unos cuantos pasos del fusil.
_ Puede que este sea mi final feliz. _ Sin esperar, el hermano del medio extrae de su gabardina un revólver con el que apuntaba la cabeza de Jean Paul.
No obstante, los hermanos no se encontraban solos...
Adler hizo aparición entre las sombras, cargando consigo un rifle. Recogió el fusil de la mesa y se lo entregó a su respectivo amo.
_ ¿Conque jugaremos de este modo?. _ Deteniendo su caminado, hizo un ademán con la cabeza, incitando con este gesto la presencia de Damien.
El guardaespaldas de Jean Pierre se posicionó delante de este, sosteniendo una espingarda entre sus firmes manos.
Un duelo a muerte entre dos hermanos que antepusieron el amor de una joven que a su misma sangre...
En medio de un debate de miradas asesinas, de manos que juraban arrebatar vidas con tan solo presionar el gatillo. Fue interceptado por el menor de los Sonobe, quién se adentró a la disputa con el teléfono en mano.
_ Dejen de jugar. Nuestro abuelo ha llamado, debemos regresar a casa. _ Con la mirada ensombrecía Gianluca profirió aquellas últimas palabras en murmullos...
...
Al caer la noche del tercer día, Adeline contemplaba desde su ventanal como la luz de la luna se filtraba por este, siendo la única iluminación que conservaba el aposento.
Desde la repentina ida de los hermanos Sonobe por varias semanas, Adeline se rehusaba a consumir los ansiolíticos. Las pesadillas se colaban en sus sueños cada vez que esta finalmente lograba dormirse con un par de calmantes en su boca. Claro estaba que la joven seguía repitiendo el suceso del orfanato en su cabeza, como los eventos atroces que acontecieron en su pasado.
El Sr. Moriarty se encontraba con inquietud luego del regreso de su amada musa. La actitud de Adeline lo empezaba a preocupar. Su prohijada evadía las preguntas que iban sobre los meses que había pasado en la mansión Sonobe, incluso evitaba cualquier tema en que se involucrara a los hermanos. Por lo que decidió atribuirle algo de espacio a la chica, lo que menos quería era apartarla de su lado. La conocía muy bien, entre más generaba presión, ella reaccionaba alejándose.
Mirándola a través de su lente, desde afuera del nuevo penthouse, sonrió con tristeza para seguidamente montar la limusina e irse hacia el Téâtre des Variétés, por negocios que el viejo todavía debía de saldar.
Adeline vio el vehículo desaparecer entre las calles de la ciudad. La vista era alucinante, tantas luces multicolores que le concedían al ambiente un aire vivaz.
Habían trascurrido tres días de haber creído ver al fantasma de Jean Pierre deambulando por el auditorio. El recuerdo de aquellos insólitos ojos miel la centralizó solo en él. ¿En dónde estará ahora? ¿Acaso él tendría compañía esta noche?. Sacudiendo la cabeza, despejó todas estas incógnitas afectivas que le producía el hermano del medio.
Al levantarse del sofá cama, contiguo al ventanal, sintió un vértigo insoportable que amenazaba con derribarla hasta el mullido tapiz tendido sobre su habitación.
Tan pronto como los mareos la invadieron, se detuvieron unos segundos después...
Adeline empezó a escuchar voces provenientes de la puerta izquierda que dirigía al vestíbulo. Entonces enfiló en dirección a esta. Estando cerca, estiró su mano para abrir el cerrojo de la puerta, la cual rechinó antes de abrirse por completo. El sitio se encontraba inundado de oscuridad, por lo que se apresuró a encender la luz. No obstante, el encendedor no funcionaba.
Los llamados a su nombre no cesaban era como si estuviera en una especie de trance que la obligaba a seguir, aun cuando sabía que debía de detenerse.
La puerta se cerró detrás de ella, provocando un brinco asustadizo por parte de esta. Respirando profundamente prosiguió con su caminado. Al no divisar el camino por el cual andaba, Adeline tropezó con una caja que contenía un par de linternas de dinamo.
Sus manos temblaban al coger la linterna. De su frente brotaba un sudor gélido que retiraba con su antebrazo. Sus piernas le pesaban, cada paso que daba era tan exhausto.
La luz empezó a irse, de modo que Adeline volvió a darle cuerda a la lámpara y al hacerlo una sombra pasó velozmente al otro extremo del vestíbulo. Al apuntar con la linterna hacia el rincón del sitio, halló a un niño hecho un puño de espaldas a ella.
La distancia que los acortaba era de unos pocos metros pero aun así el pequeño no se movía. A lo que extendió su mano para tocar la espalda rasgada del niño. Poco a poco este se fue volteando hasta mostrar su rostro incinerado, del cual brotaba hilos desenfrenados de sangre.
Adeline gritó para seguidamente echar a correr hacia la salida...
Pero la joven no se encontraba en un guardarropa, se encontraba tirada en el suelo. En medio de un ataque de ansiedad.
Se arrastró por la habitación para dar con el frasco de ansiolíticos que derramó en la alfombra, el envase se quebró al tantear con desesperación sobre su mesa de noche. Los vidrios cortaron su tez blanca, manchando de sangre su vestido corto de seda.
Escuchó como el cerrojo del aposento se abría, intentó de enfocar la vista en la entrada, a fin de dar con la presencia que se escabulliría en su habitación. Pero en aquel instante, sus ojos de tormenta veían borroso. Se encontraba tan desorientada que ni siquiera pudo inmutarse cuando la persona que se adentró sin previo aviso a su aposento, corrió a su rescate.
Sintió como unos cálidos brazos la acapararon y también como introdujeron un par de calmantes a su boca, pero lo que más pudo sentir fue a esa presencia misteriosa que siempre la socorría en momentos de apuros.
Adeline dejó de respirar, cayendo de este modo en un sueño profundo...