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Chapter 35 - 35: Visitantes Indeseados (IV): Un tío y sus sobrinas

En la ciudad de Dingars vive un hombre joven, de unos veinte tantos años, de cabello oscuro y ojos marrones, nada especial, lo único rescatable para estándares masculinos era su altura decente de metro setenta y nueve y su buena figura de tanto entrenar. Su nombre era Gregory.

Los días de Gregory transcurrían con una regularidad dulce y tranquila, a veces se olvida de su trabajo mientras lo realiza por culpa de eso. En las mañanas se despierta en su pequeña y humilde habitación que Anna le renta en la parte trasera de la taberna, se pone la botas, se mira la barba a medio crecer en el espejo —no veía la necesidad de cortársela hasta que le picara —, enjuaga los dientes con agua y luego agarra uno de los panes de la cesta que Anna deja frente a su puerta cada mañana mientras sale por la salida trasera.

Contemplar la plaza bañada por el sereno de la madrugada siempre le alegra un poco, las tenues luces de las lámparas encendidas la noche pasada siendo cada vez menos prevalente conforme se alza el sol, las hojas caídas de los árboles y la presencia de ese desgraciado anciano de Ekhar dando un paseo son detalles que le gusta vivir, aprovechar, porque no todos se despiertan a esa hora, no comparte eso.

Alzó la mano para saludar a Ekhar y se aproximó al espejo dos metros de alto y uno de ancho en el centro de la plaza, suspiro y dio un firme paso a través. No importa qué, siempre se retuercen sus entrañas al hacerlo, la incomodidad visual que genera cruzar no dura tanto, eso sí, preferiría no sentirla, por lo cual es una pena que cerrar los ojos no sirva de nada.

Una vez del otro lado, apreció el ambiente con un bocado de su comida. Un pequeño parque al aire libre, con flores de varios colores y la falta de presencia que de seguro va a extrañar pronto. Avanzó por los caminos de roca para salir del parque y luego giro a la izquierda de la casa de tres plantas más cercana, sin prisa llegó a la casa de ellas.

Una casa de madera, sencilla por fuera, una sola puerta y una ventana circular a la izquierda de esta cubierta por una cortina, lo más destacable eran el par de jardín que tenían de cada lado del camino de piedra que daba a la entrada, de un lado las plantas no tenían más de una semana de crecimiento y del otro había un arbusto frutal hecho y derecho rodeado por tulipanes y un lirio gigante detrás.

Antes de que Gregory tocara la perilla de la puerta, la cortina de la ventana se agitó y de inmediato alguien abrió la puerta. La pequeña niña de cabellos castaños lisos y ondulados en las puntas sonrió emocionada y sus ojitos azules brillaron con calidez.

—¡Greg! —exclamó la niña y corrió a abrazarlo tan rápido que se enganchó en la pierna de Gregory. —¡¿Qué vamos a hacer hoy?!

—Pues…

—¡¿Puedo intentar cruzar el espejo?! —La niña le soltó la pierna y con una mueca de confianza elevó sus puños frente a sí. —¡Estoy segurísima de que hoy si podré! ¿Sabes? Ayer cuando te fuiste casi casi pude.

—Pues hay que intentarlo hoy sin duda. —Gregory se agachó y le acarició la cabecita.

La niñita de ocho añitos llevaba encima un vestido de su color favorito —celeste —de una pieza y un listón que ella solita se ponía desde que tenía cinco en el pelo, que ahora nadie le felicitaba por hacerlo; igual le quedaba bien.

—¡Voy a despertar a Samy!

—¡Espera Melody! —Gregory le agarró del hombro. —Si Samantha está dormida deberías dejarla, podemos esperarla adentro.

—P-pero luego te toca ir a tu trabajo —Melody hizo un puchero moviéndose de lado a lado estirando su vestido.

—Hoy también ando libre.

—¡¿En serio?!

—Mientras no pase nada no me van a llamar. Además, —Agitó la canasta de panes con una sonrisa jocosa. —Traje el desayuno.

—¡Yay!

Ambos entraron a la casa después de que Melody le quitará la canasta y la cargará usando ambas manos, listos para un día de diversión, lo mínimo que podía hacer por las hijas de su hermana.

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—¡Eso! ¡Ya casi puedes!

Melody imprimió su cachete contra el espejo gigante del centro de la plaza sin efecto alguno. Frustrada, retrocedió y cargó contra el espejo como un toro para forzar su entrada.

—¿Qué te dije? —Gregory le detuvo tomando el vestido con la punta de sus dedos agachado con la mano en la barbilla y una expresión de flojera comparable a la de Layd al recostarse en Sandy.

—P-pero… —Melody insistió en su esfuerzo por correr, estirando el vestido a pesar de no avanzar un centímetro.

—¡Eso no se puede forzar Melody! —avisó uno de los ancianos sentados en la banca disfrutando de la ternura de ella.

La plaza estaba atiborrada de personas, por ejemplo, ese par de niños jugando a las atrapadas, una madre con un bebé en brazos o el señor con un sombrero de paja que reposaba a la sombra.

—Hazle caso a Gregory, —dijo la esposa del anciano con una taza de té en mano. —él sabe de lo que habla.

—Ya oíste al señor y la señora Sakdar.

Melody cayó sentada de brazos cruzados con un puchero, sus ojitos iniciaron a temblar y cualquiera con una minúscula experiencia criando niñas comprendería que pronto iba a llorar, aunque se hiciera la fuerte por fuera. Gregory suspiro, para poder atravesar el espejo se requiere una decente cantidad de experiencia utilizando el alma, no es como que una chiquilla de ocho sea un veterano del tema.

—Traje el almuerzo Tío Greg.

Una adolescente de cabello castaño rojizo a la altura de la cintura se acercó a ese par, encima llevaba una camisa blanca con mangas rojas hasta el codo, un pantalón corto marrón un poco por encima de las rodillas y unos botines a juego de ese color que le cubrían la mitad de las canillas. Cargaba unos cuantos pastelitos —masa de trigo frita con rellenos de sabores —en formas de estrellitas y un par rectangulares el triple de grandes.

—Gracias Samantha.

—¿Qué le pasa a Melody? —Le ofreció uno de los pastelitos grandes.

—Pues… —Gregory le pegó un bocado al pastelito.

—¡Es que…! ¡Es que…! ¡Greg es un pésimo maestro! —exclamó Melody furiosa.

—¡O-oye! —Gregory trató de aludir por una segunda oportunidad, pero Melody soltó un "hump" y apartó el rostro dejándolo desolado.

—Eh… ¿Eso es cierto Tío Greg? —cuestionó Samantha en un tono burlón y una sonrisa infantil.

—O-oye… —tartamudeó el pobre hombre.

Samantha dio un saltito hacia Melody, quien se apartó de ellos enojada, y desde atrás de ella bajó la cabeza con la cesta de los pastelitos en su espalda, Melody vio los maravillosos ojos dorados de su hermana mayor y perdió esa falsa faceta malhumorada para con ellos.

—Vamos Melody, el tío Greg no es taaaaan mal maestro.

—¡No me vas a convencer Samy, buscaré otro maestro! —esputó y cerró los ojos para no verla.

—Ah bueno, supongo que no te daré los pastelitos especiales de Cindy —Samantha se enderezó y pasó deliberadamente la cesta con el aroma caliente frente a Melody.

—¿S-son de estrellitas? —Melody abrió un ojito tentada.

—Supongo que tendré que decirle a Cindy que ya no te gustan, una pena.

—¡E-espera! Quiero —Lo último lo dijo como una bebecita.

—Estos los pago el Tío Greg, no son míos —avisó mientras le daba un mordisco a uno de esos pastelitos en forma de estrella.

—Está bien, Greg puede seguir siendo mi maestro —cedió ante el chantaje. —¡Pero quiero que me ayude a lograrlo antes de la luna nueva!

—¡Trato hecho!

Melody tomó la canasta con los pastelitos de estrellita y con un brillo inmenso inicio a mordisquear de a poquito, con una sonrisa adorable en el rostro. Mientras tanto, Gregory meditó lo que acaba de suceder viendo el rostro de su sobrina —Samantha —con medio pastelito en boca, ¿Quién lo diría? Él no tiene opinión al respecto…

—Melody —dijo Gregory.

—¿Sí Tío? —respondió suavizada por su comida favorita.

—¿No dijiste que ayer casi lo lograbas?

—Umm, ¡Sí!

—¿Cómo fue? ¿Hiciste algo diferente?

Melody colocó el pastelito en la cesta y corrió animada hasta el espejo.

—Hice… ¡esto!

Estiró el dedo índice para tocar el espejo.

Al principio nada pasó, pero en lugar de sentirse mal, Melody mantuvo en su mente la imagen de los pastelitos, la calidez del aroma y eso le trajo una memoria de la que poco sabe.

Una tarde, sentada en las suaves y esponjas piernas de una mujer mientras un hombre con un delantal se quejaba de que el aceite le salpicara encima. Eso siempre le causaba gracia, tranquilidad extraña y al mismo tiempo familiar.

Todo eso pasó en su mente, rápido, imperceptible para ella.

El espejo entonces reflejó el destello de su alma y se fue iluminando desde allí, deformándose como líquido.

Sin embargo, las hondas de repente se revirtieron y Gregory al percatarse se levantó rápido y cargó en brazos en Melody para alejarla.

—¡Oye!

Gregory ignoró las quejas de su sobrina y retrocedió.

Del espejo surgió el chico sin camisa cargando a Airys en el hombro.

—¿Quién es ella Zamir?

—Señor Gregory, —Bajó a Airys al suelo. —le presento a la cómplice del ladrón.