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Chapter 13 - 13: Te buscan, Echsos, te buscan

Qué insólito.

¿Cómo se atrevía a destrozar su lugar favorito de tal manera? Puede que no lo supiera, pero a Seng le tomó una semana entera poder abrir ese agujero. Un día colgando de su propia su sombra, cuatro de ellos cubierto de tierra y un par más para asegurarse de tener un buen y cómodo lugar en el cual cada esquina se sintiera como un suave cojín; tarea imposible, sí, una estupidez.

No se movió en absoluto, no por esperar a que cayeran, sino que su pequeño y desfigurado corazón no le dejó actuar en luto. Apretó los puños, los dientes y constriñó su alma en agonía.

—¡Será mejor que nos dejes marchar si la quieres con vida! —exigió Layd con aquel tono de autoridad que usaba cuando conversaba con Dominus.

—¡Callate! —rugió Seng. —¡Ya van siete! ¡¿Qué clase de persona destroza el escondite de alguien para buscar a su hermanito?! ¡Yo no lo tengo secuestrado maldición!

Seng frunció el ceño, secó sus lágrimas antes de que brotaran y elevó su sombra detrás de sí cual portal al infierno. Layd y los demás pudieron ver hocicos, garras y brazos deformes asomarse por el portal.

—¡¿Qué importa eso? tengo a Airys en mis manos! —enfatizó Layd, al parecer subestimó bastante la situación.

La resonancia de Layd le permite manipular y percibir una porción de la tierra que aumenta mientras más enterrado esté. Supuso que ellos estarían en el agujero que sintió abajo por la extraña fijación de Airys en el acantilado, sin embargo, no creyó que la razón por la que Natsume estuviera sentada fuera aquel efecto secundario.

Error suyo, el imaginar que Natsume estaría en facultades de huir con ellos o darle una apertura a él de ir expandiendo su control sobre el terreno y ganar la batalla. Lo bueno es que con Airys de rehén de seguro podía lograr algún trato.

—¡¿Y qué me interesa?! —esputó Seng repleto de ira.

O en realidad no.

—¡Adelante! ¡Mata a esa Mocosa! ¡Luego de que lo hagas me aseguraré de romperte de todas las formas que me pueda imaginar!

Airys soltó un suspiro, era obvio que reaccionaría así, esa cueva era su juguete favorito.

—¡S-seng por fav/!

—¡Silencio Echsos! —arremetió Seng. —¡Voy a matar a este malnacido!

—¡Espera, espera! ¡La suelto! —Layd aseveró nervioso cumpliendo su palabra en el acto.

—Tonto —murmuró Airys apenas él debilitó el agarre y como tenía planeado le aplastó el dedo gordo del pie con el talon.

—¡Arrgh!

Ella no estaba enojada —del todo—, no obstante, con el fin de salvarle la vida iba a disfrutar de una pequeña retahíla en venganza. Seguido del pisotón procedió a clavar su codo en el estómago del chico y decidió acabar el acto incrustando su puño en la cara de Layd y así tumbarlo entre el montón de tierra que antes era el techo.

—Listo, ya no tienes que matarlo.

—¡¿Eh?! ¡¿Crees que eso es suficiente?!

—Si lo matas, no podrás utilizarlo para que cree el escondite de tus sueños —explicó indicando con el dedo el desastre de arriba.

Seng respiro hondo, sabía el poder de Layd por la previa explicación de Echsos sobre sus hermanos. Aun así, deseaba pegarle como mínimo una deliciosa paliza, por lo que siguió con los gestos de la sombra intentando calmarse.

—¡¿Eh?! ¡Arrgh! —resopló Seng. —Para que lo sepas, voy a matar al próximo que arruine uno de mis escondites… ¡¿Entiendes?! —clamó acicalando su cabello.

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—Los encontré —dijo Erena.

Alrededor del momento en que Airys salió del agujero con ayuda de Layd, una señorita les veía desde la montaña vecina. Ella tenía los ojos de una extraña tonalidad ámbar, su aparentemente largo cabello marrón estaba aceitoso y sucio de arena por la tediosa escalada y llevaba encima ropas con cuero para proteger los lugares importantes que daban la impresión que esperaba una pelea. Su piel era bastante clara en comparación con la de sus acompañantes y en definitiva era las bajita midiendo apenas 148 centímetros. Su rostro cargaba encima esa expresión de molestia que tienen las mujeres que se quedan pequeñas.

—Ya era hora, ¿verdad? —comentó Andra.

Ella era una joven morena de unos 184 centímetros de alto, a diferencia de la enana encima, su ropa parecía algo más casual que cualquier pueblerina llevaría sobre sí con la diferencia de tener una pechera de hierro. Su cabello castaño medía lo mismo que el de Erena, sin embargo, por la diferencia de estatura a ella solo le llegaba debajo de sus hombros mientras que cubría buena parte de la espalda de Erena. Y a diferencia de lo que cualquier podría pensar Andra apenas tenía dieciséis años y lo disfrutaba al máximo con su sonrisa ladeada.

Erena estaba montada solo los hombros de la morena, en la punta de la montaña más cercana a ese desastre biológico que ocultaba el Templo de los Archimagos.

—Oh vaya, sí que tienes suerte —bromeó Maryon.

Erena se giró endemoniada y se imaginó con tanto poder de voluntad una llamarada consumiendo a ese muchacho que Maryon no tuvo más opción que agachar la cabeza y ponerse a murmurar excusas:

—¿Qué culpa tengo que se mueva rapidísimo?

Maryon era el que cronológicamente podría ser el hermano en medio de ambas si compartieran relación sanguínea. Apenas unos diez centímetros más bajos de Andra tenía la piel ridículamente clara con manchas negras esparcidas en su cuerpo y una gran mancha marrón alrededor de sus ojos que imitaba pinturas tribales de guerra, un producto indeseado de su enfermedad de nacimiento que además le impedía tener algún pelo lejos de su cabeza —y por suerte sus cejas y pestañas—; de los tres era el que venía menos protegido pero más equipado con ropas ligeras compuestas de botas de cuero marrones, un pantalón oscuro, una camisa marrón, un bolso donde cargaba todas las cosas de las chicas y su confiable cinturón en el cual llevaba su confiable boomerang y demás instrumentos.

—No seas así con él, también fue mi culpa ¡ay, ay, ay, ay! —Erena se adelantó a las palabras de Andra y le jaló los cabellos. —Perdón… ¿me dejas ver? —Se repuso como si en realidad no le hubiera dolido nada.

Erena dejó escapar parte de su juventud en un suspiro, mantuvo sus manos sobre la cabeza de Andra y activó su resonancia.

Los ojos negros de Andra se cubrieron de un brillo ámbar, se tambaleó por el repentino cambio de visión y soltó sonidos de asombro como de costumbre.

—¡Allí están! ¡Maryon usa tu boomerang para seguirlos!

—¡¿Estás loca?! ¡Recién las ayudé a llegar para acá! —reclamó Maryon. —No voy a lanzarme a los cielos para luego quedarme en blanco.

—Ah cierto, jeje, perdón —soltó una carcajada corta y sincera —. ¿Quién es la chica, Erena?

—Supongo que alguna otra con un objetivo como el nuestro, o una residente —concluyó Erena.

—Creo que valoran demasiado la resonancia de ese niño, —Maryon se acercó a las chicas y se apoyó con el codo de Andra. —es decir, soy el medio de transporte definitivo y solo tengo una enana encima de mío.

—Repite eso cuando dejes de quejarte por poder quedar en blanco —dijo Erena con una mirada asesina que incluiría maltrato si pudiera apartar las manos de Andra.

—Es que no entien/ —Se detuvo a pensarlo. —Bueno, sí pero no, es… argh… —agitó su cabello con las manos. —La voy a usar para bajar de la montaña rápido ¡pero no prometo que no caigamos a una muerte segura! —repuso cual adolescente problemático, aunque tenga veinte.

—Descuida, yo me encargo —garantizó Andra.

Maryon estiró su mano izquierda al frente de ellas. Erena paró de usar su poder y ambas tomaron su mano mientras Maryon preparaba el lanzamiento.

—Aquí voy —avisó.

Lanzó con experticia el boomerang, tapo su rostro de la luz de sol para verlo mejor y con un rápido "ya" los tres desaparecieron de la cima.

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—¿Está seguro que es por aquí, Maestro? —dijo Eheron al llegar al pie de la montaña donde estaban Seng y los demás.

—Según tu información, sí.

—Pero si solo tuve una pequeña pista, señor…

—Descuida, mi instinto me dice que es verdad, además mira —señaló a lo alto, Eheron no pudo distinguir a lo que se refería su maestro por la distancia, sin embargo, él había apuntado a la ubicación exacta de Erena, Andra y Maryon.

Ese par estaba en busca de Echsos al oír de la notica, y puede ser que bajo la misma intención general que ese grupo; la verdadera diferencia era experiencia y fama.

Sus ojos eran oscuros como la noche y reflejaban un brillo similar al de las estrellas. Su cuerpo estaba formado al grado que le era imposible ocultar con sus ropas los músculos, tenía pocos cabellos dorados en la cabeza y su piel amarillenta estaba repleta de cicatrices. Pero el rasgo más notorio era la larga cadena que llevaba sobre sí enrollada.

Ese era Eheron, él novato de entre los dos.

Él maestro, era un señor del tamaño de Seng con una barba y cabellos blancos descuidados en todos los aspectos posibles.

Su nombre, Garyon.

Uno de los cinco hombres más buscados y temidos en el continente.

¿La razón?

Genocidio.

—Vamos chico, busquemos a nuestro nuevo camarada —dijo observando a la montaña a su frente con una exorbitante sonrisa y una pisca de nostalgia.