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Chapter 3 - 03: La despedida

Magnifico.

A los pobres ojos de Airys el colosal mosaico que adornaba la sala en donde los Archimagos tenían sus ostentosos tronos no merecía menor denominación. Ella había oído hablar de la leyenda… Sí, unas centenas de veces por lo menos, en especial con la popularidad que todo el tema de teñirse el cabello azul como la chica de la leyenda obtuvo en los últimos diez años. A ella le habían dicho que se cambiara el vestido por una camisa plateada con detalles en azul que le ceñía el cuerpo y un pantalón mucho más simple de color gris.

—Espera dónde quieras a Seng, eres libre de pasear por el lugar. —Fue lo que Zhugan´ko le dijo luego de verla lista.

En un principio, pensó en recorrer cada rincón del templo y así hizo hasta llegar frente del Gran Mosaico. Desde el fondo de su corazón dudó como alguien había tenido la increíble habilidad y paciencia para de alguna forma darle colores tan distintos a cada centímetro del vidrio —¿cristal?— que lo componían. Al tocarlo sintió como si también cada textura fuera distinta y ocultase un significado que ni el más erudito podría descifrar usando toda su vida. Pero lo que más le llamaba la atención era la mujer junto a ese enorme dragón plateado.

Según la leyenda ese debía ser el último Dragón, su padre, en el día final de su larga vida. ¿Cómo habrá sido su vida? ¿Era cierto que jamás conoció a su madre u otro humano antes de ese terrible evento? Esas no eran dudas únicas de Airys sino de toda la comunidad interesada en el tema.

—¿En verdad él fue el último dragón…? —murmuró.

Era misterioso, como el estar cerca y pegar su rostro contra esa obra de arte le hacía sufrir de una inmensa melancolía dolorosa, justo como una madre que ve a sus hijos irse para siempre de uno en uno; una mezcla hiriente de felicidad y lágrimas.

Airys tenía bastante en lo que pensar. Por fin cumpliría su sueño, se volvería una aventurera. Ayudaría a las personas. Exploraría el mundo. Vería criaturas espectaculares. Aprendería a usar magia, en verdad. No obstante también se preguntaba si podría cumplir con la labor de ser la Elegida. Si la relación con su familia cambiaría al no poder verlos con la frecuencia a la que estaba acostumbrada sin previo aviso, junto con el tema de la adopción.

Y aunque pensara con toda su fortaleza mental en ninguna otra cosa en su vida estaría más lejos de la verdad que en su pensamiento más dulce…

—"¿Podré ser amiga de Seng?"

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—¿Estás bien? —preguntó Arkgas.

La habitación de Seng, para ser parte del templo, era una porquería en comparación a los baños. Media menos de cuatro metros cuadrados y solo había lugar para su cama y una estantería de libros que se había visto obligado a estudiar desde que tenía memoria. Las paredes carecían de decoración —ni pintura, cuadros, mármol o una tela—, su cama era de hecho un colchón viejo en el suelo y ni ventanas tenía para ver fuera de esas cuatro paredes con techo.

—¿Si yo la mato hoy qué harías? —Lo dijo casual, no tuvo reparó en decir eso mientras revisaba sus libros por lo que debería cargar encima.

—De ser posible te mataría yo mismo —respondió Arkgas en tono de broma para ocultar la veracidad de sus palabras.

—Ya veo, eso le da de dos a tres años a la mocosa para ser capaz de huir de mí.

—Oye, ¿tan débil me crees para que me superes en tan poco tiempo? —Arkgas sonrió por fin.

—No, sé lo fuerte que yo voy a ser.

Ese es el Seng que le gustaba oír a Arkgas. El joven confiado de sus habilidades, de su talento y capacidad de progresar. Que no le presta atención a las palabras de los demás a menos que sean fuertes figuras de respeto, que no sufre por nada más que la presión y la carga sobre su espalda. El bebé que fue apartado de su hogar de inmediato… El niño que sobrevivió el entrenamiento… El joven que salvó a una ciudad de la destrucción con apenas trece años… El hombre que se suponía era el Elegido…

—"Cierto… quizás haya algún error… es probable que el Gran Mosaico esté equivocado y Seng…" —Su irracional serie de pensamientos se interrumpió por el extraño temblor de su pupilo de espaldas a él.

De niño no era tan extraño que Seng llorara, porque lo hacían padecer lo peor de la vida. Sin embargo, Arkgas no lo había presenciado llorar desde aquella horrenda noche de hace cinco años. Su llanto era silencioso, por vergüenza de seguro estaba usando su magia para lograr eso y de seguro los diminutos sollozos que Arkgas escuchaba eran producto de no poder aplicarla bien; lo que significaba que Seng en verdad agonizaba.

Arkgas le tomó por el hombro.

—Descuida ya cerré los ojos —dijo.

Seng se volteó con la cara tan destruida como su alma, vio los ojos de la cara sensible y tierna de su mentiroso maestro y no pudo evitar perderse entre los brazos de este; mojar la ropa tan sagrada que vestía y gritar arruinado.

Arkgas le abrazó, y si bien el estado deteriorado de Seng le apretaba el corazón y el deseo de que todo fuera falso le estrujaba cada molécula de su ser, aguantó las ganas de imitar a su alumno. Sí. No existía modo de que Arkgas estuviera peor que Seng, porque no es él quien ha perdido algo invaluable. Esas eran las palabras que flotaban por su mente, cubriendo la imposible realidad.

—"Tú eres especial Seng… más que cualquiera de nosotros…"

Una gota fría, amarga y contradictoriamente relajante recorrió fue absorbida por la camisa de Seng.

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—¡¿Qué demonios haces tocando el Gran Mosaico?! —rugió una voz de trueno en los oídos de Airys. La sensación de eco que se perpetuó dentro de ella la desestabilizó y cayó al suelo justó como un trompo que paró de girar.

Se asustó bastante cuando notó la figura de Seng caminar directo a ella con esos ojos plateados de brillo perdido. Tembló un poco por la extraña situación en la que había quedado, puesto que ni el mayor de los idiotas se atrevería a blasfemar de tal manera en el templo de los Archimagos… O al menos eso era lo que se reflejaba en el aura de Seng.

¡Lo siento mucho!

Trató de decir ella, pero sin importar cuanto moviera su labios o forzara su garganta no escuchaba nada salir, como si el sonido no existiera.

—Yo no creo que haya ni una sola explicación para esto —sentenció Seng a medio metro de ella, la forma en la que él la miraba por sobre sus hombros le hizo creer que la molería a golpes —letales o no— y luego se encargaría de regañarla hasta dejarla sorda, si no lo estaba ya.

—Vamos habla… yo quiero oír que estupidez vas a decir.

En el momento en que Airys oyó esa palabra un golpe de realidad le abatió y el terror psicológico que experimentaba se desvaneció ante la absurda apariencia del chico.

No estaba sorprendida porque Seng midiera treinta centímetros más que ella, o por lo raro y falso que se veían los mechones azules de su cabello; cualquiera pensaría que era obra de un pésimo intento de estar a la moda, ni de que de cerca no resultó ser atractivo a diferencia de la versión de lejos que tenía en su mente. Lo peor de todo era ver a ese chico blanco tostado con la ridícula ropa que tría puesta.

—¡Bffuffu! —Se le escapó a Airys.

Los zapatos eran negros y normales, quizás para entrenar o algo así. El pantalón era simple, de color marrón claro, algo viejo y con un solo bolsillo a la izquierda. Y la camisa… la camisa era un desastre.

En vez de ser una camisa decente o medio excéntrica, daba la impresión de ser el producto de algún científico loco que utilizó todos y cada uno de sus recursos para crear al ser vivo definitivo, y lo único que logró fue al payaso definitivo.

¡Quince! ¡La condenada camisa tenia quince colores distintos! ¡No había ningún patrón! ¡Eran retazos de tela que fueron cocidos con hilos de diferentes colores!

Sobre la tela roja, hilo amarillo; sobre la azul, hilo verde; la blanca fue cocida con hilo marrón… Era imposible desconocer que quién sea que fuera el loco que arregló esa camisa no sé cuántas veces, ¡ni siquiera dio un mínimo por tener sentido común u ocultar detrás de algún modo los hilos! ¡¿Qué rayos?! ¡Los horrendos colores estaban pegados a la fuerza! ¡Las texturas, las mismísimas telas eran de origines y fabricaciones ajenas a las demás!

—¡¿Qué demonios te pasa?! —Seng ejerció su presión sobre ella esperando una reacción de profundo miedo como al principio de su interacción, no obstante…

—¡¡¡Jajajajajajajajajajajajajajajaja!!! ¡¡¿¿Quién hizo esa aberración??!! —Ella se rio, largo y tendido, al punto en que le costaba respirar.

Seng se avergonzó y se sonrojó por un instante.

—¡¡Debiste deshacerte de esa ropa!!

Airys se secó las lágrimas que surgieron de tanto burlarse y entonces de golpe se detuvo pues por accidente despertó a un demonio.

La expresión de pena de Seng cambió por la de alguien roto y falto de humanidad, su sombra se alzó en espirales y, con la calma de una serpiente, se deslizaron por el piso y el aire en su dirección. Airys ahogó un chillido agudo y el frio emitido por los pies de él le dieron todavía más escalofríos de los que tenía.

—No —dijo dejando al descubierto una sinceridad letal que quebró la gracia en el ambiente.

Y procedió… a matarla.

O eso hubiera hecho de no ser por los pasos de Kao´em que entró a la sala de manera casual y serena.

Seng se volteó y observó la sonrisa amable de su maestro, supo que sus ojos estaban perdidos en el odio y decidió suspirar profundo para enterrar sus verdaderas emociones.

—Es tiempo de irnos Mocosa —dijo Seng.

—"¿Mocosa?" —pensó ella alterada y de prisa se corrió hasta el abuelito.

Kao´em sonrió y siguió su camino a la salida acompañado por chillona de Airys y sus molestas preguntas. Seng por otro lado dio un par de pasos para dirigirse al mismo lugar que ellos, sin embargo, no pudo evitar contemplar por última vez aquella obra de arte.

Le daba rabia, que en la imagen retratada estuviera una mujer le hacía arder el corazón; y también se lo apuñalaba. ¿Por qué no pensaron que la mujer en el mosaico era una especie de señal? Que faltaba una pieza de este o que sus cabellos de azul incompleto eran una prueba de que él no era el Elegido; porque los demás descendientes de Dragones Alma de Plata tampoco tienen la cabellar de un completo azul oscuro como aquella chica. ¿No eran demasiado similares?

Apretó los puños y crujió los dientes, la sangre le hervía, él no debía pensar en nada de eso, si dudaba jamás podría probar que era mentira… que no hay nadie excepto él con ese destino.

Se colocó firme en contra del Gran Mosaico y el brillo en sus ojos apagados resurgió como el primer destello de luz en el amanecer. Apuntó su dedo y exclamó su juramento con los pilares y tronos como testigos.

—¡¡YO SOY EL ELEGIDO!! ¡¡Y SI NO ES ASÍ… LA LEYENDA… ES FALSA!!

Bajó la mano y decidió salir del lugar.

—"Si yo no soy el Elegido… ¿por qué tuve que sacrificar tanto?" —Se secó la que prometió sería la final y que nunca volvería a llorar por el tema.

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—Muy bien, ya es tiempo —dijo Zhugan´ko en la entrada al par de jóvenes —. Supongo que ya te despediste de Arkgas así que seré directo, —Kao´em y él se le acercaron y le pusieron la mano en el hombro. —Cumple con tu deber… y Kao´em quiere que no olvides que te amamos y te extrañaremos.

A Airys le pareció lindo el que sus maestros le hablaban a Seng, le dio envidia el pensar que ella pudo tener esas hermosas relaciones con ellos si la hubieran encontrado antes, pero esa envidia se fue casi de inmediato por la triste que era pensar en no conocer a su madre, padre y hermano… adoptivos.

—Por supuesto —respondió Seng.

—¿Algo que quieras decirle antes de que se vaya, Arkgas? —preguntó Zhugan´ko.

—Hmmm, ¿seguro que no eres hijo? Apenas te vas de viaje y encuentras una bella dama con la que jugar en los ratos libres —dijo con una expresión asquerosa en el rostro que perturbó a Airys.

—Esa Mocosa no es nada de lo que dijiste.

—¡Oye! —chilló Airys —"No esperaba que uno de los Archimagos fuera un viejo verde"

—Jajaja, cómo sea, te basta con ser como eres y listo —dijo Arkgas entre risas y le sacudió el cabello de por sí desordenado —. Sé que podrás cumplir lo que dijiste —le susurró mientras le daba un abrazo. Seng entendió y cerró los ojos para disfrutar de la calidez.

Así, Airys y Seng emprendieron su viaje. Ella dispuesta a aprender y gozar de una vida llena de aventuras y él decidido en hallar una prueba que regresara su vida a la normalidad.

—Bueno, es tiempo de irnos también —dijo Zhugan´ko con un par de lágrimas en su cara. Kao´em le dio un par de palmadas en la espalda, él sabía que en su corto mensaje de despedida Zhugan´ko había intercambiado sus mensajes por culpa de esa "disciplina" ten exagerada suya.

—Lo siento Zhugan´ko, ¿podrías encargarte tú solo de aquel asunto por un par de días? —dijo Arkgas —Tengo un lugar al que ir antes y me gustaría que Kao´em me llevara. —Su cara estaba cubierta por odio.

Zhugan´ko y Kao´em lo dudaron un instante.

—No te desquites en exceso, te necesitaré para tomar para poder descansar —dijo Zhugan´ko y Kao´em avanzó hasta Arkgas sin borrar su sonrisa calmada de su rostro, un esfuerzo sutil con el propósito de esconder la preocupación por su amigo.

—Gracias, no tardaré.

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—O-oye Seng…

—¿Qué quieres?

—¿Nos vamos a pie? Cuando vine lo hice en un carruaje y luego a caballo… ¿No nos podían dar uno? Es que no quiero caminar.

—Es cierto.

Airys se alegró y estuvo por regresar al templo.

—Vamos a correr, ya desperdiciaste quince años de tu vida —esputó Seng —. Si no me alcanzas —repitió aquella mirada asesina de antes —, te abstendrás a las consecuencias.

—¡¿Ehhh?! —chilló, la muy desafortunada, Elegida.