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Chapter 4 - Una puerta misteriosa



Mi respiración agitada, el corazón a mil y yo seguía corriendo en un bosque desconocido; Porque prefería perderme entre los misterios de este, que volver a ese orfanato del demonio.

De repente, "que te importa" así dijo que se llamaba: venía corriendo, a punto de alcanzarme.

—¡Te he dicho que te detengas! —ordenó, apareciendo mucho más adelante.

Me alcanzó, de repente estaba frente a mí. Así que me escapé por entre unos arbustos, pero lo que menos esperaba, era que detrás de ellos, iba a haber un derrumbe de tierra. Caí rodando y me lastimé el brazo, él mismo que me había lastimado al caer desde la ventana, el del disparo, la cosa clavada, "¡maldición!" Pensé.

¡¿Cómo podía un brazo tener tanta mala suerte?!



Me quejé, pero eso pasó a otro plano cuando al mirar a los lados me encontré cara a cara con unos enormes y amenazantes lobos. Pero no eran nórmales, eran mucho más grandes y de un color verdoso. Y la manera en la que me miraban, me avisaba que habían encontrado el almuerzo.

Me quedé fría, los ojos se me llenaron de lágrimas, el corazón latía lento. Escuchaba mi respiración mientras trataba de no moverme "Si no me muevo, no me ven" pensé. Pero era obvio que eso no funcionaría.

Uno de ellos saltó sobre mí. Cerré los ojos esperando ya el fin de mis días. Otra vez. Un sonido seco fue lo único que escuché y una brisa repentina removió mi cabello. Hubo un silencio sordo y pensé: "¿Estoy muerta?"

Abrí un ojo, y al ver que "qué te importa" estaba frente a mi, abrí el otro: mientras que el lobo, estaba tumbado en el suelo, sin fuerzas, como si algo lo hubiera golpeado.



Los ojos del muchacho, se tornaron negros como la noche, mientras que con aire amenazante veía con fijeza a las criaturas frente a él, y en una posición extraña, como un animal; empezó a fruncir el ceño, levantándose lentamente por sobre los animales. Ellos, inclinaron la cabeza hasta el suelo retrocediendo para desaparecer entre los árboles. Luego, los ojos negros de Qué te importa, cambiaron de objetivo; se fijaron en mí. Empezó a acercarse... "Ya, este si es mi final" pensé "este si es"

Pero de repente, su aspecto amenazantemente, fue interrumpido por un susurro suave que salió de sus labios:

—¿Estás bien?

Tragué en seco. No, no estaba bien.

—¡Esos, ¿eran lo-lobos?! —interrogué, con los labios temblorosos, el sudor frío empapando mi frente y los ojos puestos en los de él.

—Son perros endemoniados —musitó con seriedad.

Él miró mi bata, notó la sangre que cubría gran parte de la tela. Pero yo no podía siquiera fijarme en el dolor agudo que irradiaba en mi brazo. Estaba asombrada ¡Esas cosas grandes, verdes y con colmillos de monstruo, eran perros! ¡Endemoniados!

—¡¿P-pe-perros?! —Tartamudeé. Luego, pequeñas manchas negras cubrieron mi vista, y caí en un sueño profundo.

Sentí el aroma que hace mucho tiempo había olvidado. Era carne, carne frita. Empecé a soñar con la comida de mamá, de quien apenas recordaba la voz, mientras me decía: "Pequeña Emma, ven a comer, tu favorito" y nos sentábamos todos en la mesa a comer la deliciosa carne frita que mamá, con tanto amor, nos preparaba.

El sonido de una silla arrastrándose, me hizo abrir los ojos y sobre mí, el techo de madera en la pequeña cabaña. De inmediato supe en donde estaba.

Ya no traía mi bata, el vendaje estaba limpio y una camisa grande y desgastada, como si fuese un vestido; cubría mi cuerpo.

Me levanté y con pasos torpes, salí de la habitación. Cuando me asomé para mirar, una puerta extraña a un lado de la sala, que no había visto antes, se abrió; y de ahí salió él, cerrándola tras suyo, como si nunca hubiera salido de ella. Quedando tan solo una simple pared, sin rastros de que se había abierto una puerta.

Poco después, él, me vio.

—¿No tienes hambre? —cuestionó, mientras ponía platos viejos y cuarteados sobre la mesa.

Quise decir que no pero..."Ese olor. Eso es carne, carne frita" pensé. Levanté un poco la cabeza para ver que otras cosas habían sobre la mesa. "¡Patatas! Dios mío. ¿Hacia cuánto no veía tanta comida sobre una mesa!?" No recordaba cuando fue la última vez que había comido carne. "Si, ya recordé, esa vez con mi familia antes del accidente, comimos mucha carne"

—Siéntate —ordenó él.

Me acerqué lentamente a la mesa y me senté despacio. La silla estaba forrada con pieles de un pelaje atigrado, suave y cómodo.

Observé al hombre unos segundos y noté que no me estaba mirando, estaba sentado al otro lado de la mesa, comiendo. Sostenía los cubiertos de la manera correcta, y mantenía los codos fuera de la mesa. No era lo que esperaba de alguien que vivía en el medio del bosque. Era delicado, incluso para cortar la carne.

—¿También debo decirte cuando debes empezar a comer? —gruñó.

Una sonrisa nerviosa, pero de felicidad, surgió desde la comisura de mis labios. Tomé la cuchara y empecé a comer tan rápido como pude.

"¡Dios mío!"

Empecé a sentir fuegos artificiales en mi boca, el sabor era hermoso. Quizás porque hacía años que no comía de verdad, o porque de verdad estaba delicioso.

—¿Cuánto hacía que no comías? —interrogó, mirándome con asombro.

—Ayer, en la mañana —mascullé, con la boca llena—. Pan y atún.

Bajó la mirada y siguió comiendo. Sonreí nerviosa y me apresuré a tragar.

—Pero no sabe tan mal, el pan y el atún es suficiente para mí. No tienes que darme carne —resalté de inmediato.

—Ayer —interrumpió, tangente—. Cuando te encontré, una monja y un hombre te buscaban. Escuché los disparos y los vi. Intentaron entrar al bosque pero vieron a los lobos y se fueron. Supuse que eran... del orfanato —tomó agua—. No soy uno de ellos.



Solté el pedazo de carne que estaba a punto de devorar, y lo miré. Me sentí mal, así que aclaré mi garganta y dije:

—Lo lamento.

Él me miró, confundido.

—Pero es que es extraño. Un bosque al que nadie entra y un chico justamente vive aquí, en medio de él —continué.

—¿Sabes en los problemas que te metiste al entrar al bosque? —cuestionó, con seriedad.

—De todas formas iba a morir —solté, y baje la cabeza para seguir comiendo.

Él se levantó de la mesa, yo aún no terminaba de comer pero, me puse algo nerviosa, así que también me puse de pie.

—¿Cómo te llamas? —Esa pregunta salió tan natural de mi nerviosismo parlante, que uni los labios en una línea fina.

"Deja de hacer preguntas Emma" pensé.

—Si te vas a quedar, evita hacer preguntas —ordenó.

Mi sonrisa se marcó al escuchar "si te vas a quedar" Pero él pasó por mi lado, y luego volvió con una pieza de ropa en la mano. Se paró en la puerta dándome la espalda y colocándose la camisa.

—Solo será un tiempo, hasta que sepas que es lo que vas a hacer. —Hizo una pausa y en un susurro desganado dijo—: Mi nombre, es Ivan.

Al escuchar su nombre, mi corazón latió dos veces más fuerte. Quizás por su voz suave y melódica, o porque al fin, me había dejado quedarme.

—Gracias. —Con la sonrisa sonrisa más amplia que pude—. ¡Oh! Yo soy Emma.

Pero por la expresión de su cara, supuse que ya lo sabía. Después de todo, Marga había gritado mi nombre a todo pulmón esa noche.

Sinceramente, no sabía si estaba loca por haberme puesto feliz de quedarme con un extraño en medio del bosque, o si estaba demasiado cuerda, reconociendo que era mejor eso, que volver con las monjas. Aún así, mi objetivo, era llegar a la carretera muerta para ir a la ciudad, por lo que quedarme en aquel lugar por mucho tiempo, no era una opción. De todos modos, todavía debía recuperarme, e investigar cómo salir del bosque sin que los animales del lugar me comieran viva. Y para eso, yo, necesitaba de Iván.

Así que me esforcé en ayudar todo lo que pude en la cabaña. Con una sola mano era poco lo que podía hacer, aún así, ayudé en algunas cosas. Recoger frutas, limpiar el polvo, ordenar la cocina. Hasta recogí flores para decorar la mesa... pero a Ivan, parecía importarle muy poco lo que yo hacía. Durante los dos días que estuve ahí, él no dijo ni una sola palabra. En las noches desaparecía y volvía al amanecer, con animales muertos que terminaban siendo la cena.

La puerta misteriosa me daba curiosidad, pero por ciertas razones no me atreví siquiera a acercarme o a preguntar. Hasta que en la tercera noche, mientras me encontraba sola; la puerta misteriosa se abrió... y no fue culpa mía.