Caminé por el bosque con cautela, sintiendo que había estado caminando en círculos durante horas.
Cada ramita, cada hoja que caía de los árboles, hasta el aleteo de una mariposa, era motivo de alerta para mi audición. Tenía la sensación de que en cualquier momento, los perros endemoniados iban a aparecer y terminar por fin, con mi existencia.
Los rayos del sol, escapándose por entre los árboles, daban un aspecto brillante y hermoso en algunas partes. Mientras que en otras, tan sólo acercarse, causaba escalofríos.
Debía llegar a la carretera muerta, ir a la ciudad y conseguir ayuda para los niños que seguían en el orfanato. Pero había estado viendo el mismo árbol de tronco retorcido y enredado, por más de una hora.
Me había perdido después de correr despavorida al ver una especie de iguana gigante que atrapaba moscas, también demasiado grandes. Por suerte, no me vio. Pero estaba segura de que si aquel reptil, me hubiera visto, no le hubiera costado nada envolverme y tragarme.
Tras haber estado dando vueltas al rededor del mismo árbol, que no resultó ser el mismo, si no, que habían barios idénticos: encontré dos senderos: uno parecía el tipo de lugar que te llevaría a un castillo embrujado, plagado de telarañas y sonidos extraños. Mientras que el otro: parecía el camino del edén.
Observé el mapa y este indicaba que debía seguir el sendero de las flores amarillas. Y aunque el camino frente a mí estaba repleto de flores en todos los colores, menos amarillas; me adentré en él. Pues no iba a tomar el sendero de las telarañas "Ni loca" pensé.
Caminé por entre las flores y las mariposas hasta llegar a un hermoso jardín, en donde debajo de un gran árbol de frutas rojas, pude apreciar una cueva; que desde ahí, no parecía ser peligrosa. Lo que si me pareció curioso: fueron los objetos que la rodeaban; Zapatos, mochilas, ropa. Organizados como trofeos en exhibición.
Perpleja, me acerqué a mirar "Otras personas ya habían estado aquí...? habrá alguien por ahí cerca?" pensé, mientras miraba a los lados con curiosidad. Pero el craqueo de una rama: "Crac" detrás de mí, me hizo girar con brusquedad; para encontrarme cara a cara, con el muchacho más pálido que jamás había visto, contemplándome de cerca.
—Hola, señorita —dijo, con voz hipnótica, en un melódico susurro.
Retrocedí para hacer un espacio entre él y yo. Levanté la mirada y observé esos ojos de un color azul imposible. Él me veía con una sonrisa amable, casi sincera. Su cabello blanco, al igual que cada vello visible desde su rostro hasta sus brazos, me hizo pensar que quizás se trataba de un fantasma. Hasta que escuché su voz, que tras no ser de ultratumba, me sacó de mis suposiciones.
—Ho, hola —balbuceé, contemplándolo con desconfianza
—He visto a muchos humanos en el bosque de las bestias, pero no a una tan hermosa —Un atisbo de maldad se reflejó en su sonrisa.
—¿Quién eres tú? —Balbuceé con expectación.
—Querida, yo —Levantó la nariz en un gesto de orgullo—soy Araneoe. Pero mis amigos me llaman Aran. La Araña tejedora de tiempo y destino.
En ese instante, unas enormes patas puntiagudas y alargadas, salieron de su pecho, haciéndome dar un respingo, al ver como lo suspendían en el aire.
Intenté correr, pero me había encerrado con sus numerosas extremidades, dejándome justo frente a la cueva. Miré al interior de la caverna en busca de alguna salida por el otro lado, pero solo vi unas cortinas gruesas de telaraña que colgaban de las esquinas. Mientras que en las paredes, sientas de arañas se movían apiñadas una sobre la otra, inquietas.
Tragué saliva. Y sin poder mover más que los labios, mirando sus apéndices articulates que parecían de porcelana, susurré:
—¿Qué, qué cosa eres?
—¿No es obvio? —Sonrió—Yo, sin duda, soy un ser superior a usted, humana. —De repente, me arrastró hasta el interior de la cueva.
Intenté soltarme, pero era imposible. Podía sentir las pequeñas rocas raspandomerme la piel mientras me llevaba con rapidez a lo más profundo de la cueva.
Me soltó una vez que la oscuridad solo era interrumpida, por la luz casi inexistente, de un sirio de fuego. Me puse de pie entre jadeos. Y una vez que mis ojos se acostumbraron a la oscuridad, pude notar los ojos brillantes que colgaban del techo, mirándome de la misma manera, en que una araña gigante, miraría a su presa.
—Eres una chica muy hermosa, aunque con un pasado muy desbastador... —Se acertó a mí, y con una de sus afiladas patas: acarició la piel de mi rostro—... Puedo sentir la valentía; unque te tiemblen las piernas.
Estupefacta, mirándolo, recordé por qué odiaba a las arañas. Esa sensación de que en cualquier momento, saltaría sobre mi.
—¿Qué, qué es lo que quieres? —tartamudeé—, ¿Vas a matarme?
Sentí las arañas moverse sobre mis hombros, y estuve casi segura de que también las tenía cerca de mi oreja. Pero no me atreví a moverme.
—Supongo que estás perdida —observó— ¿Te gustaría ir al futuro? —Pareció la propuesta de una adivina de feria.
Él, caminó en el techo por sobre mi cabeza y lo escuché saltar al suelo detrás de mí. Me giré despacio, como una estatua que gira sobre su propio eje. Y vi, cómo las agujas se consumían en su pecho.
—¿Mi fututo? —cuestioné, incrédula.
—O, tú pasado... —susurró, sin reflejar confianza. Pero de alguna manera empezó a causarme somnolencia—... Mi telaraña, puede presentarte el futuro que te espera y el pasado que guardas —Se acercó y apuntó a mi pecho—. Ahí, en el corazón.
Un escalofrío recorrió mi espalda cuando con sus dedos, acarició sutilmente mi cuello.
—¿Co, cómo harías eso? —jadeé, sumergida en el escalofrío estremecedor.
Él gesticuló con las manos, y luego, dejó salir una de sus patas desde el interior de su pecho, y con ella, empezó a tejer una tela fina, sobre mis hombros.
—Las arañas, somos el ejemplo de la infinitud de aquellos seres que continuarán tejiendo patrones de vida; y por supuesto, de quienes no tienen nada que tejer —murmuró.
Mis párpados estaban cada vez mas pesados.
—Le puedo mostrar aquello que tanto ama... y si se siente cómoda, puedo dárselo para siempre —continuó, acercándose a mi oído.
De la nada, imágenes de mi hermana aparecieron como una película en mi mente. Una lagrima rodó por mi mejilla y de repente, ya no veía nada.
—¿Por qué se fue? ¡Vuelve a traerla! —supliqué, aún sintiendo la nostalgia por haber recordado la sonrisa de Elisa.
—Mmm... —negó con la cabeza—... No es gratis querida —su voz era como el susurro de una serpiente, adentrándose en mi conducto auditivo.
—¿Qué debo darte a cambio? —Las palabras salieron de lo más profundo en mi corazón, como una necesidad.
—Si decide quedarse con aquello que tanto anhela, yo, a cambio; tomaré lo más valioso que trae con usted —expresó.
—¿Y si decido que no quiero quedarme? —interrogué, entre jadeos soñolientos.
Él, soltó una carcajada maligna, incrédula; y como si fuera obvio, bufó:
—Querida, nunca nadie se ha podido resistir a sus anhelos más profundos —Dejó de sonreír y me miró con frialdad—. Pero si eso llega a suceder; usted tomará lo más valioso que tengo —Levantó su mano para que yo la sostuviese—. ¿Está usted de acuerdo, señorita?
Y como sin gobierno, mi mano sostuvo la suya... Nos perdimos en el sirio de luz, que se veía al final de la cueva, y ahí estaba ella...
—Elisa.