Caminé por el bosque durante horas con el corazón acelerado y el arma que me dio Aran, en la mano. Lista para disparar a lo que sea que viera mal movido.
La verdad era que me temblaban las manos y ni siquiera estaba sujetando bien la pistola.
"Fue mala idea no dejar que Aran me acompañara" pensé "fue mala idea creer que yo podía sola"
Vi un ciempiés cuatro veces más grandes de lo normal metiéndose a la oscuridad de una cueva. Apunté inconscientemente con el hierro, temblando, pero lo dejé caer cuando un ave, casi de mi tamaño, atrapó el miriápodo en su pico y se lo llevó.
Me quedé helada por unos segundos, antes de agacharme para recoger el objeto y salir corriendo.
Pensé en volver hasta donde Aran, pero no sabía ni siquiera por donde regresar.
Sentí una gota de algo caer sobre mi hombro.
"Va a llover" pensé.
Pero cuando miré arriba, otra gota cayó sobre mi cara. Abrí los ojos de una manera desmesurada cuando vi que lo que caía no era agua, era sangre. Y sobre mí, enredada en la rama de un árbol: había una serpiente verde, grande y aterradora, exprimiendo a un animal peludo parecido a un lobo.
Escuché los huesos del animal rompiéndose.
Un escalofrío recorrió mi espalda como un latigazo.
¡Había olvidado mi miedo por las serpientes! y una de ese tamaño, sobrepasaba los límites de mi temor!
Lo único útil que aprendí en el orfanato fue a musitar el padre nuestro. Y aunque quería recitarlo, pensarlo o lo que fuera, no podía.
—¿Te vas a quedar ahí parada? —De pronto esa voz extraña y femenina —Muévete despacio y no hagas ruido.
¿Moverme? Y yo que ni siquiera podia respirar.
—Está ocupada en lo suyo, ni siquiera te está viendo. Solo muévete a la derecha y no la mires —indicó la voz.
Parpadeé lo más rápido que pude para no quitarle la vista al animal.
—Emma, tienes que moverte —susurró la voz, escuchándose en ecos, casi como de ultratumba.
De yo haber estado en otra situación, aquella voz hubiera sido la principal causa de mi piel erizada.
Intenté levantar un pie y dar un paso, pero la serpiente hizo ese sonido, ese que hacen cuando el aire pasa a través de su glotis. Ese horrendo, y espeluznante siseo.
Ssssss... una pesadilla palpable.
Querido lector, si te digo que no me oriné, entonces te estaría mintiendo.
—Emma, ella no te hará daño, camina —Aseguró en un tenue murmullo.
Pero si el daño ya me lo estaba haciendo, y aún no ni siquiera me estaba mirando.
—Confía en mi voz —pidió.
Retuve el aire en mis pulmones y di un paso, luego otro y a medida que caminaba, parecía una eternidad. Hasta que al fin me alejé lo suficiente.
Cuando digo suficiente, es porque mis pantalones se habían secado para cuando llegué a un lugar "seguro"
Suspiré. Y ya que había salido de aquel peligro mayor, empecé a buscar en mis alrededores.
"¿Esa voz, a dónde se fue? ¿Y cómo es que sabe mi nombre?"
Quería saber si seguía ahí, así que con voz temblorosa musité:
—Quien quiera que seas, gracias.
—De nada —contestó, alargando la última a como un eco intencional, causándome un respingo—. Adiooos
Sentí frío recorrer mi espina dorsal, pero no por miedo. Porque por alguna razón, aquella voz no me causaba temor. Sino, porque con su emisión emanaba una presencia palpable, como si estuviera en todas partes.
Luego del silencio y que pareció haberse ido, miré mis pantalones y cerré los ojos ante la humillación.
"¿Y si aquel ser que me habló vio cuando me...?" Pensé "necesito encontrar el río rápido" sentía el calor de la vergüenza quemando en la nuca.
Caminé un poco más y al fin...
—Agua —emití y me acerqué.
Apenas me adentré entre los árboles para apartar las ramas que me impedían ver con claridad, me quedé Boquiabierta al contemplar tanta belleza: Peces de colores que flotaban sobre el agua cristalina y se sumergían de vez en cuando para volver a elevarse en el aire. Piedras blancas adornando los alrededores como estatuas sin formas específica.Y las flores extrañas que bailaban con la brisa, decoraban los hermosos rincones entre las rocas.
Ni describiendo detalle por detalle cada partícula de lo que había allí, se podrán imaginar a qué me refiero cuando digo que era realmente hermoso.
Me acerqué más y cuando estuve a punto de soltar la mochila, recordé las palabras de Aran: "¡El lago no!" Y me detuve en seco.
Suspiré. Pero luego miré mis pantalones y negué con la cabeza.
Di un vistazo a los lados y me percaté de un pequeño charco fuera del lago, como una especie de laguna pequeña "bien, solo voy a enjuagar el pantalón y me voy" pensé.
Me quité el pantalón, lo lancé al charco de agua, lo enjuagué y lo coloqué sobre la rama de un árbol.
Saqué un vestido largo blanco que me había dado Aran. Estuve a punto de ponérmelo pero miré mis zapatos mojados y sentí las piernas pegajosas.
Me mordí el labio inferior por dentro.
"Solo será un poquito de agua" me dije.
Metí la pistola en la mochila, puse el vestido en la rama de un árbol, me quité la bata que usaba de blusa y me quedé solo en calzones y corpiño.
"Será rápido" seguía convenciéndome a mi misma.
Caminé rápido, llegué a la orilla y me agaché.
Toqué el agua con un solo dedo, y mientras lo hacía, sentí una extraña vibración. Un sonido sordo, ondulante, como si se expandiera en círculos. Llegué a pensar, que aquel eco tenue había sido causado por el exiguo contacto entre la yema de mi dedo y el agua.
Pero salí de aquella distracción cuando percibí que algo o alguien me observaba.
Cada vez lo presenciaba más y más cerca, con mayor velocidad se dirigía hacia mí, y entonces me giré... no había nadie.
Solo era el sonido de las aves y el resoplido de mi respiración. Todo quieto. Incluso la brisa dejó de soplar.
Suspiré, creyendo que no había sido nada, y que el miedo por la serpiente aún estaba tangible.
Desde la orilla me lavé lo más rápido que pude. Salí, me puse el vestido aún con las prendas interiores empapadas de agua y casi corrí fuera de allí.
Caminé agachada por detrás de los arboles. Ocultándome de todo y de nada. Observando cada espacio, cada cosa. Y tenía tanto miedo de encontrarme con un animal raro, que ya las arañas en vez de miedo, me daban cierta tranquilidad.
Una tranquilidad que era mínima, pero que se esfumó cuando empecé a sentirme perseguida.
Pensé que quizás era aquel con voz de ultratumba. Y aunque me había ayudado, no sabía cuáles eran sus verdaderas intenciones. Tal y como todo en ese bosque.
Así que caminé rápido, después súper rápido y de repente, ya estaba corriendo.
Me iba a atrapar, sea lo que fuese, me iba a atrapar.
¿Han visto a una gallina huyendo para que no la atrapen? Pues justo así iba yo. Casi volando sin poder.
Hasta que me detuve de golpe cuando frente a mí, apareció Aran.
Ay Ara...
—¿De qué corres? ¿Qué pasa? —preguntó con inquietud palpable en su tono.
Tomé bocanadas de aire, y tragué saliva.
"¡Que qué pasa!" Pensé lo que quería gritarle pero el cansancio no me dejaba.
—¿Emma? —insistió por una respuesta.
—¡Aran! —suspiré, llevando mi mano al pecho—eras tú.
—¿Qué yo qué, señorita? —seguía mirándome con incertidumbre.
—Venias siguiéndome —respondí, segura de que era él—. Pudiste... haberme dicho.
Él ladeó la cabeza.
—Yo acabo de llegar por esta dirección —señaló, entonces observó mi ropa toda mojada, luego miró detrás de mí y abrió los ojos con asombro—. Dime por favor que no tocaste el agua del lago —expresó con desasosiego.
Tragué saliva. Y él entendió eso como un sí.
—¡Ven! Acércate, ¡corre! —estiró su mano para que la agarrara, pero antes de que pudiera hacerlo, algo me sostuvo de los talones y me arrastró.
—¡No! —gritó Aran.
Grité.
No por el golpe que recibí en el pecho al caer. Tampoco por el susto de que me malarian y me arrastraran de repente. Sino, porque cuando logré girarme, vi aquello que me llevaba como diablo al alma; Era traslúcida con silueta humanoide, y susurraba cosas que, al menos yo, no podía entender.
¿Me estaban maldiciendo con un conjuro? Era aterradora su silueta casi invisible, pero sus murmullos me hicieron querer rezar.
La velocidad a la que me arrastraba permitía que me deslizara entre las hojas secas del suelo, hasta que sentí una estaca clavándose en mi espalda.
El dolor fue agudo, piel abierta, rasgada. Cómo una punzada en el corazón.
Después otro golpe con el tronco de un árbol, causando que lo último que viera, fuera a Iván apareciendo entre los árboles.
Ivan
Luego de que Emma se fuera con Aran, me enojé. ¿Por qué? No lo sé. Me sentía extraño, con ganas de decirle: no te vayas. Pero sin el valor de hacerlo. Aparte, se estaba yendo con Aran.
Luego de pensar y luchar con mis adentros y decir: no iré a buscarla. No es mi problema si de pierde y la devoran en el bosque. O si Aran termina comiéndosela... No, si las arañas de Aran terminan comiéndosela. Pero de repente llegaba la imagen de Emma durmiendo a mi lado. Sus pecas, sus ojos verdes.
Solté el aire con frustración.
"¡No Y punto! No iré" pero solo tube que escuchar el sonido de un disparo para que, inconscientemente, corriera a buscarla.
Llegué a la cueva de Aran y ahí estaba él, con una mochila al hombro.
—¿Y Emma? —interrogué.
Ni siquiera me miró. Actuó como si yo siempre hubiera estado ahí.
—Se fue —dijo con toda la calma del mundo—. Pero descuida, yo iré a cuidarla —se acomodó el bulto en la espalda.
—¿Por dónde se fue? —Apreté los dientes con desdén.
—No te voy a decir —soltó, aún con esa paciencia que me desesperaba—. Por cierto, ella y yo somos amigos.
"¡Este pedazo de..!"
—¿Por qué escuché un disparo? ¿Qué le hiciste? —Solo era cuestión de tiempo para que mi lobo interno saliera.
—Ah, eso. —Sonrió y me miró—Es que aprendí a disparar un arma.
Me abalancé sobre él y lo sostuve por el cuello.
Él sacó sus patas afiladas y me apuntó con ellas a la cabeza.
—Antes no quise hacerte daño —dijo, sin vacilar—. Pero debes saber que ya no soy un niño como hace cien años atrás.
Aunque era cierto que había cambiado, que era más fuerte, y que sus poderes arácnidos habían mejorado; eso no me impidió amenazarlo:
—Si le hiciste algo, prometo que te voy a sacar de la existencia. Aunque deba sacarte los diez corazones que tienes, uno a uno —expresé.
Él me miró buscando algo en mis ojos, como si aquellos no fueran los míos. Cómo si no me reconociera.
—Si Emma no es una bruja, entonces no sé que otra cosa sea. Pero una humana jamás hubiera causado ese brillo en tus ojos —comentó.
Dejé de apretar la mandíbula y lo solté con lentitud.
—Yo no le hice nada. —Él se alejó y guardó las articulaciones en su pecho—Si quieres saber a donde se fue, utiliza tu olfato de perro. A mi no me estes molestando con estupideces. —Y se fue por entre los árboles.
Buscando a Emma con mi olfato, llegué hasta un árbol en el cual había una esmeralda serpentina: una serpiente verde endemoniada comiéndose a un perro endemoniado. Y justo debajo, un olor muy característico.
Seguí el rastro, y llegué al lago. En cuanto llegué al lago, el corazón se me estremeció.
"Porque si llegó hasta aquí..."
"Olvidé advertirle del lago"
llevé mis manos a la cabeza y miré a todos los lados.
Noté un pantalón que colgaba de la rama de un árbol. Cuando iba a acercarme, escuché un sonido se acercaba a gran velocidad, arrastrándose.
Era una Ninfa del lago, una susurradora. Y estaba arrastrando a Emma.
Me abalancé contra la Ninfa de agua pero su velocidad era mágica. Aún así, logré tumbarla y hacer que la soltara.
Aran apareció y me advirtió:
—¡Ivan, son dos, cuidado!
Otra Ninfa apareció y me golpeó con algo. No la pude ver, pues ellas utilizaban los susurros para hacerse transparentes.
Aran corrió a ayudar a Emma, pero la Ninfa se levantó y logró coger a Emma por los pies, y arrastrarla.
para librarse del ataque de Aran, la Ninfa musitó:
—Haltus lunae.
Y aran se detuvo, luego cayó al suelo, inmóvil.
Una de las ninfas impedía que yo pidiese intervenir, mientras la otra arrastraba a Emma al río.
Me convertí en lobo y salté sobre la Ninfa y la tumbé.
Cuando iba a tratar de alcanzar a Emma, antes de que se hundiera en el agua, la Ninfa clavó sus uñas en mi pecho. Por lo que tuve que volverme humano otra vez.
Caí al suelo. Emma ya se había sumergido. Aran estaba petrificado y yo era el único que podía hacer algo. Así que corrí para lanzarme al lago pero la Ninfa corrió y se abalanzó sobre mí.
Estuve a punto de usar mis poderes y absorberle la energía, pero el susurro se le había acabado y con eso también sus invisibilidad. Su rostro quedó a mi vista.
Aquella piel de la cual brotaban perlas pequeñas y brillantes, era común entre las ninfas de agua. Sin embargo, aquellos ojos de un verde esmeralda, solo los había visto en un solo ser...
—¿Azumi? —musité.
Ella aprovechó mi distracción al reconocerla y me clavó las uñas en el brazo. Se puso de pie y se lanzó al agua.