—Sabe usted majestad, cuál es el poder de una ninfa de agua ¿verdad? —interrogó Aran, en un tono casi seductor.
La reina bufó y se cruzó de brazos.
—Por lo que veo, la combinación entre una Ninfa del bosque y una Araña mágica, no solo da la creación de un ser insignificante y errado, sino que también, es idiota —soltó ella—. Si no supiera qué poder tenemos las ninfas de agua, entonces sería yo una broma.
Aran soltó una risa burlona.
—Tiene toda la razón reina Aziom —asintió él —. Pero necesito dar un pequeño discurso como parte de mi entrada impactante.
Aran siendo Aran
Se aclaró la garganta y continuó:
—Es increíble como con susurros, ustedes son capaces de paralizar y adentrar a sus oponentes en las pesadillas más temibles. ¡Oh! ¡también pueden hacerse invisibles! Eso es maravilloso, Lastima que solo es posible por unos pocos minutos —Sonrió—. Aún así, sigue siendo sorprendente. Pues caer en los susurros de una ninfa de agua, y ver aquellas imágenes aterradoras, es sin duda inquietante...
—¿Estas dándome una charla de lo que sé? —expresó Aziom, la reina—Es una lastima que tu abuelo no pudo encontrarte unos años atrás. ¡Debió buscar hasta eliminarte!
Aran ignoró cada una de esas palabras y siguió con su discurso, aunque un amargo semblante cubrió su mirada:
—Es inquietante, aterrador, es molesto... pero, ¿saben qué cosa si estaría bien? Es algo que si o sí necesito ver. Y es la expresión que pondria una ninfa de agua al encontrarse cara a cara con su peor pesadilla.
Aran empezó a sacar las patas blancas de entre su pecho. Mientras una sonrisa ladeada era visible en su rostro.
—¿Y crees que le tengo miedo a un error con patas? No eres nada más que una arañita sola y asustada —resopló la reina.
—¡Madre, basta! —emitió Azumi.
—Déjamelo a mí, mamá. —Naom empuñó su espada y se posicionó frente a Aran.
Las guardianas rodearon a la reina.
—No, querida, a una sola y simple araña como yo, dudo que le tengan miedo... pero, ¿qué me dices si empiezan a aparecer doscientas, trescientas... —empezó a decir Aran, con la cabeza baja y la mirada puesta en los ojos de la reina—... o, quinientas?
La habitación empezó a llenarse de arañas negras, altas y horribles. Eran, simplemente eran ¡Dios mío! No, para qué les cuento, eso no puede ser explicado. No hay con qué comparar tanta fealdad.
Las ninfas empezaron a temblar, alguna de las lanzas cayeron al suelo. Gritos ahogados y el miedo casi palpable se reflejaba en sus miradas.
—¡Aran, no te atrevas ¿me oíste?! —Soltó Azumi, con la voz temblorosa.
La reina retrocedió unos pasos y susurró:
—¡Diosa de las perlas!
El lugar estaba negro de tantas arácnidas. Pero ninguna se acercaba a las ninfas, como si estuvieran esperando una señal emitida por Aran. Se veían inquietas.
—Mis primas tienen mucha hambre —aseguró Aran—. Y no creo que esperen mi señal para atacar, creo que están demasiado desesperadas.
—¡Te voy a matar, idiota! —ladró Naom, luego retrocedió cuando una de las arañas casi salta sobre ella, pero Aran la detuvo.
—Nunca, desde que conocí a la mandona de Azumi; jamás me agradaron las ninfas de agua. Se creen superiores. Pero es irónico, ustedes casan humanos y seres débiles. Mientras que seres como yo, casan a seres como ustedes... No, bueno, como yo no... —miró a una de las Arácnidas a su lado, con un gesto de desagrado. Mientras que la araña lo miró con sus numerosos ojos locos—...como ellas —la señaló.
Azumi puso los ojos en blanco y soltó un suspiro.
—Pensé que habías cambiado, pero sigues tan infantil como hace cien años —comentó ella.
—Gracias, tú te ves tan fastidiosa como hace cien años. Lo único que eres es un poquito más bonita. Pero no me ganas ni a mí, ni a la señorita Emma —Aran me miró a la cara, y su sonrisa se esfumó en cuento notó la herida en mi rostro. Luego se percató de las heridas en mis brazos y caminó hacia mí.
Él no dijo nada. Su aura divertida, se había esfumado. Y se había convertido en una densa honda de enojo.
Me desató y me ayudó a levantar.
—Aran, gracias —musité mientras me sostenía de su hombro—. Se llevaron a Iván, debemos salvarlo.
—Descuide hermosa mía, Iván sabe cuidarse solo... ahora tengo que defenderla a usted. Y todas estas mujeres sin corazón, tendrán que sentir la furia de un error como yo.
Los ojos del chico tomaron un brillo extraño. Uno que no había visto antes.
—Aran, escúchame —dijo Azumi—. No lo hagas, esta es mi única familia.
Aran no le prestó atención:
—Hagan lo que tengan que hacer —le ordenó a las arañas y estas saltaron sobre las ninfas.
—Aran, no —dije.
Él me miró aún sosteniéndome por la cintura.
—¿Que no qué? —su pregunta fue seca.
Las ninfas gritaban mientras las arañas la envolvían en sacos de telaraña.
—No dejes que se las coman. Ellas hicieron lo que tú también intentaste hacerme. Tú también creíste que yo era una bruja. No lo hagas, por favor —pedí, mientras escuchaba los gritos despavoridos.
Aran observó la herida en mi rostro y con su mano, acarició mi mejilla despacio. Lego el semblante amenazante, se desvaneció de sus ojos.
—Usted tiene un corazón grande y hermoso. Usted merece ser escuchada. —Miró al frente—Primas, deténganse, por favor.
Las arañas lo miraron unos segundos pero luego siguieron envolviendo a las ninfas en telaraña.
—¡He dicho que se detengan! —las arañas lo miraron con detenimiento—Tú, Paty —señaló a una de sus primas—, eres la jefa de tu enjambre. Llévatelas, ¡ahora! Y tú, Josefo, llévate al tuyo. Agradezco su ayuda muchachas pero la señorita Emma ya ha dicho que no.
Las arañas soltaron a sus víctimas y estuve casi segura de que incluso se estaban marchando quejándose. Hacían movimientos raros y se empujaba una a otra mientras salían por la puerta.
Las ninfas quedaron inmóviles en medio de la sala. Una que otra pata de araña se veía en las esquinas. Y Naom guindaba del techo, envuelta como gusano a punto se ser una mariposa.
—Aran, debemos encontrar a Ivan —insistí.
Se quitó la camisa y me la volcó cobre los hombros. Él se había ensuciado con mi sangre pero parecía no importarle.
Naom calló al suelo y su hermana Azumi, con la mano libre que tenía, puedo cortar con la espada la capa en donde se encontraba su hermana. Luego todas se ayudaron entre sí y salieron de las telarañas.
—¿Azumi, en dónde está Ivan? —interrogó Aran.
La reina le dio una mirada asesina a su hija, como: "no te atrevas a decirle".
Pero Azumi la ignoró:
—En el pozo en donde se encuentra mi... mi hermano.
—¡Cállate! —gritó la reina.
—¿Un ninfo? Creí que todos había muerto en la guerra —expresó Aran.
—Mi hermano no murió. Pero fue maldecido por una bruja y ahora es un... una cosa sin explicación. Nadie puede domarlo, ni quiera mi madre. Ivan, no creo que siga con vida. —La voz de Azumi se escuchó temblorosa.
—No —solté—. Si algo le sucedió, ¡tú vas a pagar! —señalé a Azumi.
Aran me miró con los ojos muy abiertos, como si mi tono de voz contradijera el hecho de que evité que él las matara.
—¡Tú lo trajiste! —la acusé.
Solté a Aran y tambaleándome caminé en dirección hacia donde se habían llevado a Iván. Aran me siguió. Pero cuando iba a abrir la puerta, ahí apareció Ivan... y detrás de él, la cosa "hijo de la reina ninfa del agua" y no era pequeño y de verdad que no había cómo explicar tal monstruosidad.
Ivan
El pozo estaba fuertemente sellado, como si la criatura dentro fuera peligrosa incluso para las ninfas. Me empujaron por un hueco, y caí en un charco de agua.
En la penumbra, vi una criatura que parecía una anaconda, pero mucho más aterradora. Su cuerpo, enorme y escamoso, estaba cubierto de una mucosidad negra. Sin ojos visibles, su cabeza mostraba cavidades oscuras y colmillos afilados cubiertos de una baba verde chisporroteante. Detrás de estos, filas de dientes listos para desgarrar carne.
Mientras se acercaba, su lengua bífida se movía rápidamente, emitiendo un sonido sibilante que resonaba en el espacio cerrado. Su cuerpo se deslizaba con una fuerza inquietante; cada movimiento era deliberado, como si disfrutara de la tensión en el aire.
Apreté los puños, ignorando el cansancio que pesaba sobre mis hombros. Estaba débil y lo sabía, pero no tenía otra opción más que enfrentarme a esa abominación.
La criatura se lanzó hacia mí con una velocidad sorprendente. Apenas tuve tiempo de esquivar, rodando por el suelo húmedo.
Me incorporé, jadeando, y me lancé hacia la bestia, clavando mis garras en su piel escamosa. Sin embargo, su cuerpo estaba cubierto de esa sustancia viscosa, y mis garras resbalaron, apenas dejando un arañazo superficial. La criatura se retorció y, antes de que pudiera reaccionar, me envolvió con su cuerpo, apretándome con una fuerza aterradora.
Sentí mis costillas crujir bajo la presión, y un grito de dolor escapó de mis labios. El aire se me escapaba. Pero no podía rendirme. Cerré los ojos; necesitaba quitarme ese collar, pero parecía imposible, como si estuviera pegado a mi piel. Ese collar de piedras blancas me evitaba usar mi poder.
Entonces recordé una de las pocas cosas que pude encontrar escritas por mi madre: "hechizo de Luna negra, convertir el dolor en fuerza." Solo tenía que musitar las palabras correctas mientras visualizaba mi objetivo:
—Luna nara, ilian forza y dornel jamas soar.
(Luna negra, la fuerza y el dolor jamás se sueltan).
Sabía que esto implicaba algo a cambio, pero era eso o morir y no poder salvar a Emma. Así que musité las palabras, sintiendo una cálida corriente recorrer mis venas. Mis manos comenzaron a brillar con un suave resplandor azul. El collar de piedras se rompió golpeándome la piel.
De inmediato sentí mi fuerza devuelta e intenté absorber la energía de la criatura, con la esperanza de debilitarla. Sin embargo, algo inusual sucedió: en lugar de sentir la energía fluir hacia mí, noté la presencia de un hechizo oscuro. El resplandor azul que emanaba de mis manos se extendió por el cuerpo de la criatura, revelando marcas arcanas que cubrían sus escamas.
No era un monstruo ordinario. Había sido transformado por una bruja oscura, condenado a esa forma aberrante. La criatura soltó un chillido que resonó en la oscuridad, y sus movimientos se volvieron más erráticos, menos controlados. Sabía que tenía que actuar rápido.
Concentrando el poder que fluía dentro de mí, intenté conectarme con la mente de la bestia. Sentí su dolor, su rabia, y usé esa energía para tomar control. Luché contra su voluntad salvaje, forzando mi dominio sobre ella. La criatura resistió, pero finalmente cedió a mi poder.
Lo que había hecho, ni siquiera sabía que lo podía hacer. Había ignorado el poder heredado por mi madre durante todo la vida.
La bestia, ahora bajo mi control, giró su enorme cuerpo hacia la puerta del pozo. Con un solo movimiento de su poderosa cola, la golpeó con una fuerza que la hizo tambalearse. La madera crujió y se astilló. Con otro golpe, la puerta se partió en pedazos, abriéndose hacia el exterior.
Respiré hondo, liberando la tensión en mis músculos. La criatura permanecía quieta, esperando mis órdenes.
—Rompe la salida —le ordené, y el monstruo obedeció, destrozando los últimos restos de la puerta. La luz del exterior comenzó a filtrarse en el pozo, iluminando las paredes húmedas y el agua que aún goteaba del cuerpo de la criatura.
Me subí a su cuerpo y ella salió conmigo sobre ella.
La reina iba a tener que disculparse, y más le valía que Emma estuviera bien.