Natzum tomó mi mano con delicadeza y empezó a caminar. A medida que avanzábamos, el paisaje alrededor comenzaba a desvanecerse.
Un olor a madera quemada se esparcía en el área. Mientras que el aire se llenaba de un extraño resplandor, como si el tiempo mismo avanzara a gran velocidad.
Frente a mí, se reveló una escena distinta: había un hombre aparentemente humano de cabellera roja, fuerte y desnudo, cuya presencia irradiaba una energía poderosa y primitiva.
Y Frente a él, una silueta brillante, sin forma definida, que flotaba en el aire, pura y etérea, como la manifestación de un alma. O quizás una deidad.
Era imposible no sentir la fuerza que emanaba de ambos, como si la naturaleza y la humanidad estuvieran a punto de entrelazarse en un acto sagrado.
Alrededor de ellos, los líderes de las razas más poderosas del bosque formaban un círculo. Los reconocí al instante, su sola presencia lo evidenciaba. Y entre ellos, estaba Netzum.
Sus rostros eran solemnes, y de cada uno emanaba una luz distinta, representando su esencia y poder.
—Yo, Eldar, regente de este bosque, los he convocado aquí, líderes de manadas y reinos dentro de este bosque de bestias, para que unamos nuestros poderes y creemos un ser poderoso, capaz de mantener nuestra magia con vida —expresó un hombre alto, de cabellera blanca. Su parecido con Aran era impresionante—. Ahora, los invito a que cada uno deposite parte de su energía sobre esta unión que está a punto de iniciar. La cual será entre el espíritu del bosque, Raiza; diosa de la naturaleza y la magia de este reino. Con nuestro aliado y líder de la comunidad humana, Omar; para dar así, vida a nuestro futuro salvador.
Un aire frío recorrió mi piel, erizándola.
Un bastón negro se elevó en el aire.
—Yo, Elena, lideresa de las sombras y quienes las habitan, te otorgo la sabiduría oscura —empezó a decir una persona con la apariencia de una niña de ocho años. No tenía ojos, solo mantenía dos hoyos negros que parecían consumir la oscuridad–. Que esta energía te guíe en momentos de incertidumbre y te permita ver más allá de lo evidente. —Su cabello largo y dorado tocaba el suelo.
El siguiente bastón, parecía guardar las estrellas en él.
—Soy Librana, reina de las constelaciones. —La siguiente fue una mujer de piel Negra, salpicada por colores vibrantes que parecían formar galaxias en ella —Y con el brillo de las estrellas, te regalo la inspiración y la visión. Que siempre encuentres luz en la oscuridad y te mantengas fiel a tus sueños. —No tenía cabello, pero su belleza era impresionante.
El tercer objeto en elevarse, fue uno que parecía un hueso largo de algún animal.
—Yo, Zorio, alfa de los hombres lobos. —Ese hombre era fuerte e imponente. Su voz era como un susurro amenazante. Mientras que su cabello negro y su piel ligeramente bronceada, le daba un sutil parentesco con Iván —. Te ofrezco una fuerza inquebrantable. Que tu espíritu sea tan feroz como la tormenta y nunca flaquees ante la adversidad.
Cuando ascendió el próximo bastón, el color dorado que emanaba de este, soltaba una ligera luz.
—Soy Draken, hijo del sol —Su voz fue un siseo serpentino, casi un secreto que no debía ser contado—, y desde las profundidades de mi ambición, te concedo el poder de la transformación —Su piel india resaltaba bajo la luz de la fogata, mientras que su cabello era cubierto por un pañuelo, y sus ojos, hacia juro con el fuego—. Que aprendas a adaptarte a las adversidades y a convertirte en la versión más fuerte de ti misma. El egoísmo no siempre es malo.
El bastón plateado del reino acuático del bosque, también se unió en lo alto.
—Yo soy Natzum, rey del lago de las ninfas de agua. Te otorgo mi empatía y conexión con la naturaleza. Que siempre sientas la armonía entre todas las criaturas y que tu corazón sea un refugio para quienes lo necesiten.
Miré a Natzum a mi lado, y noté una ligera sonrisa en la comisura de sus labios. Él parecía un ángel. Uno al que yo sí o sí; tenía que salvar.
—Soy Misarrat, lideresa de las manadas felinas. —La mujer que habló tenía pelos en casi toda la cara, como los de un Tigre. Y su voz era como un suave ronroneo—Con la agilidad de mi manada, te regalo astucia. Que encuentres soluciones creativas a los desafíos y nunca subestimes el poder de la inteligencia.
El bastón de la mujer gatuna, era muy parecido al del líder de los lobos. Con la diferencia de que el de ella, parecía casi un arco, torcido.
El último objeto en mostrarse, fue un bastón de color verde brillante, que sostenía en su parte superior una rosa roja de cristal.
—Yo soy Eldar, último rey del bosque. Te doy la frialdad y el control que he aprendido a dominar. Que utilices esta energía para tomar decisiones difíciles y enfrentar el mundo con determinación. Aveces tendrás que hacer cosas dolorosas incluso para ti, solo porque es lo correcto.
Ya con todos los objetos listos para soltar su energía, se prepararon para musitar en unísono. Pero una voz repentina, los interrumpió:
—Padre, detente —intervino una mujer, apareciendo de entre las sombras. El cielo cubierto de estrellas pareció brillar más con su presencia.
Los presentes voltearon para mirar a aquella hermosa fémina, de cabello plateado y piel blanca como el pétalo de una flor que nunca ha visto el sol.
—¡Nahiara!—emitió el rey Eldar—. ¿Qué estás haciendo aquí? ¡Deberías estar en el refugio!
Nahiara, la hija del rey Eldar, se acercó a la casi extinta fogata que se encontraba en medio de los presentes. Las lágrimas en sus mejillas y el notable dolor en su mirada; se hacían evidentes mientras avanzaba. Su vestido blanco se arrastraba por la tierra. Hasta que ella se posó frente a su padre.
Él, al igual que todos, la miraba con confusión, a diferencia de Natzum, que parecía deslumbrado con la belleza de aquella mujer.
—Padre, por favor, te lo pido... déjame ir a buscarlo. Antes de que hagas esto, debo tener a mi querido Aran conmigo —la voz de Nahiara era tan quebrada, que hasta a mí, me dieron ganas de llorar.
"¿Es la madre de Aran?" pensé. "Entonces, ese es su abuelo".
—Eso a lo que llamas hijo, debió morir junto con aquello a, lo que alguna vez, llamaste esposo, Nahiara —expresó Eldar, tan frío como el agua del lago—. Y como hija mía, princesa de este mundo y reino de bestias... debes obedecer.
La respuesta de aquel señor, me hizo doler el pecho. ¿Cómo podría decirle eso?
—¿Alguna vez has sentido lo que es amar a un hijo, padre? —preguntó Nahiara, en un susurro.
Él la miró enojado... pero no pudo decir nada porque ella continuó:
—No me digas que alejándome de mi hijo, me estás protegiendo. Por que lo único qué haces, y lo sabes, es destruirme, Eldar.
Él la empujó y ella casi se cae, pero Netzum la sostuvo.
No pude evitar llevar mis manos hasta mi cara con la sorpresa de lo que acababa de ver.
—¿Estás bien, princesa? —interrogó el hombre que ahora llevaba la corona de plata que antes pertenecía a su padre, rey de las ninfas de agua; mientras la miraba con un brillo extraño en los ojos.
—No. No estoy bien —susurró.
—Continuemos con lo que es realmente importante —ordenó el rey Eldar.
—Me estoy muriendo, Netzum —susurró nuevamente Nahiara, a quién aún la sostenía de la cintura.
"¿Se está muriendo?" pregunté para mis adentros.
Netzum abrió los ojos con asombro, y entonces, ella se alejó para volver a acercarse al rey Eldar.
—¡Nahiara, no quiero escucharte! —espetó el rey.
—Princesa, usted no se ve nada bien —comentó Librana, con esa voz melódica y llena se paz.
—Reina Librana, no se preocupe... estoy bien —mintió Nahiara.
—No, claramente no está bien. Está mal de la cabeza. Deberías haberte quedado encerrada en el castillo. ¡Me avergüenzas, Nahiara! —gritó el rey Eldar.
Nahiara sonrió con tristeza y desdén.
Netzum observó la espalda de la princesa y se dió cuenta de que algo no estaba bien.
Me moví para observar, entonces lo vi: varias flores de colores, impregnadas en la piel de la princesa como tatuajes palpables, se desprendía de ella y caían al suelo.
—¿Qué es lo que le sucede? —le pregunté a Netzum, que miraba la escena desde el otro lado, con los brazos cruzados y el semblante frío.
—Las ninfas de tierra pueden morir de tristeza. Cuando eso va a suceder, las flores de su cuerpo empiezan a marchitarse y a caer. Cuando la última flor en el cuerpo de una ninfa cae, la mujer muere —respondió, con la voz forzada para no quebrarse.
Cómo si solo mencionarlo, fuera doloroso.
Entonces entendí...
—¿Ella... te gus-gustaba? —interrogué.
Él sonrió con tristeza.
—La amé. Y la sigo amando cada minuto. Pero ella no era mía, aunque yo siempre seré suyo —musitó.
Sentí el corazón darme un golpe fuerte al escuchar aquellas palabras.
—¿Y qué pasó? —quise saber... como siempre, mis preguntas y yo.
Él tomó aire y lo soltó despacio.
—Ella amaba a alguien más, y no pude negarme a ayudarla para que escapasen juntos —contó—. Aunque fue mi culpa... porque nunca le dije lo que sentía. Mi mejor amiga me gustaba, y yo por miedo a perder esa amistad, terminé perdiendo al amor de mi vida.
No tenía más nada para preguntar, su rostro respondía cualquier otra pregunta al respecto; desde cuánto sentía por ella, hasta que tanto le había dolido perderla.
El rey ignoró por completo a su hija. Y mientras ella observaba con los ojos llenos de angustia y dolor, el ritual continuó.
La silueta tomó una forma humanoide, femenina. Con el cabello de colores pasteles al igual que su piel, parecía una diosa hecha piel de porcelana.
Los líderes levantaron las manos y comenzaron a derramar sus energías sobre ellos mientras decían: "parte de mí te la entrego a ti, hija nuestra".
La unión fue gloriosa. De entre la luz vibrante que casi me cegaba, vi cómo el humano y la silueta se fusionaron en un destello.
"¿Qué?" Pensé y miré a Netzum.
—¿Literal, una deidad está teniendo relaciones con un humano? —solté.
Él abrió los ojos de par a par y me miró sorprendido.
—¡Emma! ¿Y tú cómo sabes esas cosas? ¿Cuantos años humanos tienes? —interrogó preocupado y hasta parecía avergonzado.
Yo me sentí más que avergonzada. Uní los labios en una línea delgada y como siempre "Tú y tu bocota, Emma".
—Cierra los ojos, y no los abras hasta que te diga, ¡no deberías estar viendo eso! ¡Es más, no deberías saber nada de eso! Ya quisiera yo saber qué clase de crianza es la que te estaba dando Omar.
—¿Omar? —interrogué.
Pero la disipación de la Luz entre ambos que cesaba en medio de los presentes, llamó mi atención: la claridad disminuyó hasta que pude ver el rostro del humano, y en sus brazos, apareció un bebé con el mismo cabello pelirrojo, su piel resplandeciente con la energía de todos los que habían contribuido a su creación.
El rostro de ese hombre yo lo había visto antes...
—Yo, Omar, un humano nacido y criado en este reino de magia y bestias, te otorgo a ti, hija mía, mi protección y el amor de un padre —susurró el humano—. Te llevaré conmigo al mundo fuera de este bosque, y lejos del peligro hasta que puedas regresar.
—Él es mi papá —musité, con los ojos llenos de lágrimas.
Era mi padre, el mismo que había muerte en aquel accidente de auto junto a mi madre. Pero esa deidad no se parecía a mi mamá.
¿Cómo es que él nunca me dijo nada? El mejor papá del mundo, guardaba un secreto tan grande.
Natzum me miró.
—Ese bebé... eras tú, Emma—murmuró, como si temiera romper la magia del momento—. No eres solo una humana o una ninfa, eres la unión de lo mejor de ambos mundos.
—Y yo, como espíritu, y alma de este bosque de bestias, te entrego a ti, hija mía, este reino como herencia. Con tu presencia traerás la paz nuevamente a nuestro hogar. —La voz de la silueta brillante, parecía de ultratumba. Sin embargo, yo la había escuchado antes. ¿Dónde? No lo recordaba.
Me quedé mirando la escena, sin palabras, mientras la verdad de mi existencia se desplegaba ante mí. Entender que no solo había nacido, sino que había sido creada con un propósito, me llenaba de una sensación abrumadora.
El sacrificio y la esperanza que cada líder había puesto en mí... ahora entendía por qué el bosque y sus criaturas sentían esa conexión conmigo. Yo era una parte de ellos, y ellos eran parte de mí.
Pero, era un peso nuevo con el que iba a tener que cargar.
"¿Alguien como yo? Yo... no sé qué es lo que debo hacer" pensé, angustiada.
Natzum tomó mi rostro con su mano
—Eres un pedazo de cada rincón de este lugar—miró al alrededor—. Y Eso también te hace parte de mí. Y no sabes cuánto me alegra.
"¿Por qué siento tanta tristeza? ¿Por qué quiero llorar? ¿Por qué sus palabras me trasmiten este dolor?
Una voz más se escuchó recitar algo en el conjuro:
—Y yo, la princesa Nahiara... —expresó la ninfa con determinación, llamando la atención de todos.
Alertados.
—¡Nahiara, no! —gritó el rey Elder.
—Te otorgo la belleza tanto interna como externa. Y Te pido, que nunca abandones a quienes forman parte de ti, porque no hay nada más importante que la familia. El verdadero amor no conoce límites de apariencias, prejuicios ni orgullo —terminó de decir la ninfa.
Entonces justo en ese instante, la piel del bebé dejó de brillar. Y la luz tenue de la fogata, se apagó.
Nahiara se desmayó y Natzum la atrapó entre sus brazos.
—¡Nahiara! —gritó el rey Eldar—¿Qué es lo que le... —Pero dejó de hablar cuando vio las flores marchitas cayendo.
La mirada de Eldar era un cuadro de culpa y angustia.
Ella abrió los ojos.
—Nahiara de mi corazón —musitó Natzum, mientras le acariciaba el rostro con delicadeza. Los dos en el suelo, y ella recostada sobre los brazos de él.
La tristeza era más que notable en el rostro del ninfo de agua.
Ella reflejaba desesperación y agonía.
—Nat... —susurró ella.
Él se acercó para escucharla.
—¿Si, Nahi? —Las lágrimas del ninfo caían como gotas de roció sobre la mujer.
—Mi hijo... por favor, dile que nunca lo abandoné. Que su mamá lo ama y lo buscará en su próxima vida. Pero que no se apresure a encontrarme. Que viva, que sea feliz.
—No, tú se lo dirás. Le dirás que lo amas y vivirás junto a él, por favor no hables, te voy a ayudar a... —pidió Natzum, desesperado.
Ella sonrió.
—La última flor está a poco de caer —dijo y miró a su padre—. El amor no ve, es sinceramente ciego. El corazón es lo único leal. El amor no debería ser juzgado por las apariencias. Un padre debe ser el refugio seguro para su hijo, no su peor experiencia. —Volvió a mirar a Natzum—Gracias por ser mi lugar seguro cuando estuve completamente sola, Nat. Mi mejor amigo.
Los ojos de la ninfa fueron perdiendo brillo, y en un último suspiro, dijo:
—Aran... te encontraré.
Las lágrimas bajaban por mis mejillas. Sostenía la tela de mi ropa con fuerza, y me mordía el labio para no gritar de impotencia.
"¿Cómo es que Aran sonríe tanto, cuando siempre estuvo alejado de su familia?" Pensé "Quería contarle lo que vi, pero... ¿cómo le cuento esto? ¿Cómo le digo que vi a su madre morir mientras suplicaba al rey, su padre, para que le permitiera ver a su hijo?"
—Emma... —susurró Natzum—... el tiempo se acabó.
Su mirada era un solo brillo de sinceridad.
—Te voy a sacar de aquí, y volverás con tu familia —me apresuré a decir.
Él sonrió con tanta belleza que era inevitable mirarlo.
—Llévame a casa —dijo, y aunque sonriente, las lágrimas se amontonaban al borde, amenazando con caer.
Instintivamente levanté mi mano y la coloqué en el rostro de Natzum. El cerró los ojos al tacto, mientras una luz nos arropaba.
—Sostén mi mano con fuerza, y no la sueltes. Por nada del mundo —pedí, y así lo hizo.
Las lágrimas al fin bajaron hasta sus mejillas, y se perdieron en la palma de mi mano.
Empecé a llorar... Asi nada más.
—Eres maravillosa, y todo lo que pase de aquí en adelante, es porque así debió ser. Te quiero, Emma —susurró.
De mis labios fluyeron unas palabras que olvidé al instante, unas de las que no tuve control. Entonces, todo se desvaneció como un papel quemándose en el fuego.
—Eres libre —dije.
Pero... por alguna razón sentía, que él ya estaba muerto.
—Gracias... princesa del bosque.