Ese mismo día, antes de que cayera la noche, Iván me ayudó a cambiar el vendaje. Mi herida estaba totalmente sana. Y eso, me sorprendió. "¿Cómo podía sanarse una herida de bala, en tres días?" Pero él me dio respuesta sin que yo tuviera que preguntar, quizás por mi cara de asombro.
—Soy un curandero —confesó
—¿Es magia? —interrogué, aún con cara de asombro.
—Dije curandero —replicó, terminando quitar el vendaje.
—¿Eres así como un brujo? —No podía contenerme.
—No —murmuró en un suspiro lento.
—¿Qué utilizaste? Esto es increíble, tú...
Soltó lo que tenía en la mano y me miró firme, serio, entonces tragué en seco.
—Te dije que no hicieras preguntas —espetó.
—Lo siento —susurré, sinceramente.
¡Quería vivir! Y el parecía querer matarme justo ahí.
—Si vuelves a hacer una sola pregunta, te voy a arrancar la lengua —amenazó apretando la mandíbula.
Asentí sellando mis labios con una señal simulando tener un zíper en mi boca.
Esa misma tarde, él volvió a desaparecer. Me encontraba sentada en la sala frente a la pequeña chimenea, cuando la curiosidad empezó a soplar en mi cabeza. Miré la pared, que antes, se había abierto como una puerta. Di un vistazo a todos los lados, para asegurarme de realmente, estaba sola. Luego, me puse de pie y me acerqué despacio a la pared. Entonces, la toqué con cuidado.
Solté un suspiro tras haber aguantado la respiración al acercarme. Sabía que si él, no había hablado de aquella puerta, era porque yo; no debía acercarme. Pero mi curiosidad fue mucho más grande.
Pegué mi oído a la pared, tratando de escuchar algo, pero no oí nada. Luego, me giré para alejarme, era lo mejor. Pero al hacerlo, coloqué mi mano en una tabla suelta y de repente, la puerta se abrió. Me giré despacio tras escuchar el sonido crocante de la puerta al abrirse, y con el corazón acelerado, observé la oscuridad en su interior. "No debes entrar Emma" pensé, pero sabía muy bien, que aveces, no controlaba mi curiosidad. Así que tomé una de las velas, y me acerqué a la puerta. Cuando de repente, escuché pasos fuertes ahí dentro, un ligero gruñido me hizo retroceder y para cuando levanté la mirada me encontré con los ojos brillantes de una bestia.
Dejé caer el objeto y salí corriendo, mientras esa cosa venía detras de mí. La puerta de la cabaña estaba cerrada, por lo que antes de que pudiera abrirla, la bestia me alcanzó.
Lancé un grito y ella saltó sobre mi, dejándome en el suelo, mientras me miraba con sus ojos negros llenos de enojo. Sus colmillos largos y puntiagudos, casi rozaban mi piel. Era un lobo, uno muy grande, con pelaje banco y abundante.
Volcó la mesa y todo lo que había al alrededor.
—¡Iván! —llamé con desesperación, en espera de que apareciera y me salvara, pero los segundos parecían eternos.
Entre gemidos y sollozos, miraba a la bestia sobre mí. Me temblaban los labios y no podía respirar con normalidad.
—¡Iva! —volví a gritar.
En ese instante, la bestia guardó sus colmillos y se alejó. Empezó a moverse como si algo le quemara la piel, y de pronto, se había convertido en un hombre.
—¿Ivan? —interrogué, al verlo parado frente a mí.
Empecé a jadear, no podía creerlo. Iván era una bestia.
—¿Por qué? ¿Por qué gritas mi nombre cuando tienes a una bestia frente a ti? —Su voz contenía rabia.
—Tú eres...
—Una bestia —interrumpió—. Me temes, ¿verdad?
Me puse de pie, despacio, sin dejar de mirarlo.
—No. —pero me temblaban las piernas.
—Mientes —señaló, con voz gruesa, mientras se acercaba a mi.
Desde su cintura hasta sus rodillas, una tela de pelaje blanco lo cubría, mientras que su pecho desnudo se veía enrojecido.
Tragué y retrocedí.
—Me temes, porque soy una bestia —insistió.
Retrocediendo, llegué hasta la pared. Y él, me acorraló en medio.
—No, no te tengo miedo —aseguré, con la cabeza en alto para poder mirarlo a los ojos.
—Te tiemblan los labios y el corazón te late tan fuerte, que lo puedo notar por sobre la tela de tu ropa —expresó.
No dije nada. Cerré los ojos con fuerza y solté el aire, nerviosa.
—Una bestia saltó sobre mí —farfullé—. ¿Cómo no voy a estar temblando? Aún así, cuando vi que eras tú...
—Gritaste mi nombre antes de saber, que era yo —expuso, aún inmóvil frente a mí.
—¿A quien más iba a llamar? —cuestioné, tratando de no mostrarme asustada.
Él relajó el entrecejo y miró a un lado, como si pensara algo y luego, volvió a mirarme.
—Entonces... ¿no me temes? —Interrogó, como si hubiese estado acostumbrado a que tule temieran.
—No. —Me sinceré.
Aunque si me asusté en su momento, pero en cuento noté que era él, por alguna razón me sentí a salvo.
Sus ojos negros volvieron a un tono claro. Se acercó hasta que su rostro quedó casi rozando el mío.
Podía escuchar los latidos de su corazón. Sentí cómo olió mi piel con delicadeza y al alejarse, noté como sus ojos bailaban en un brillo extraño.
Era una bestia, pero esa bestia, me había tratado mejor que muchos de los humanos. Yo no tenía razón para temerle.
Había una pequeña herida en su hombro, y al notarla, relaje mis facciones y sin darme cuenta, levanté la mano para tocarla, pero él, se alejó antes.
Me miró y con voz ronca y apagada dijo:
—Vete.
Lo miré confundida.
—No... no voy a dejarte —susurré, negando ligeramente con la cabeza.
—Mañana cuando vuelva, no quiero verte aquí... dejaré un mapa que te llevará a la carretera muerta. Así que en cuanto salga el sol, vete —Abrió la puerta de la cabaña y salió.
Esa noche, no dormí. Me coloqué la ropa con la que había llegado al bosque. Ordené la sala. Me senté en la mesa y en un papel viejo que encontré cerca de la chimenea, con un pedazo de carbón fino, escribí una carta.
«Te agradezco, no tendría con qué pagarte la vida, pero si de algo sirve... ojalá y todos fueran bestias como tú, y no humanos.»
A la mañana siguiente, frente a la puerta, encontré un papel enrollado. Era un mapa con indicaciones escritas a mano. Lo tomé y me fuí.