El hombre en el bosque
Sentía el sueño tan pesado, que apenas podía abrir los ojos de vez en cuando.
Las veces en las que pude pestañear, vi pequeñas porciones de lo que sucedía.
Primero, vi la espalda de un hombre, estaba desnuda y era fuerte. En otro de mis parpadeos, vi su pecho también desnudo, mientras ponía paños de agua fría en mi frente. Una vela iluminaba el lugar que parecía pequeño y sombrío.
En otro de mis despertares momentáneos, solo pude ver el cabello azabache reposado sobre los hombros de aquel extraño.
"No puedo más, tengo tanto sueño" pensé en mi ultimo intento por mantenerme despierta.
El molesto sonido de un hacha al cortar madera, me despertó. Abrí los ojos con cansancio. Tardé unos segundos en darme cuenta de que: estaba en una cabaña de madera recostada sobre una cama tan gastada como las del orfanato.
Me levanté de inmediato, sobresaltada, pero caí al suelo tras sentirme mareada y sin fuerzas.
Después, un dolor punzante me hizo gritar, entonces, vi el vendaje que me cubría desde el pecho hasta el brazo. Haciéndome recordar: Me había lanzado por la ventana y me lastimé el brazo; me caí bajando la montaña y algo se me clavó en ese mismo brazo y también, me habían disparado justo en el hombro de ese mismo condenado brazo.
—Carajo—mascullé—. ¿¡Y si me atraparon!? ¿¡Y si me vendieron!? —dije, alertándome.
Me levanté tan rápido como pude y me sostuve de una silla. Caminé hasta la puerta tambaleándome y llegué a una pequeña sala en donde había una mesa de madera. Todo muy rústico y campestre, como la casa de un viejo en lo más profundo de un bosque. Todo sencillo pero limpio y ordenado.
Un olor a tierra mojada, mezclado con el aroma seco de la madera, parecía característico de aquel lugar. Mientras que un ligero indicio de humo, invadió mis narices, haciéndome hundir el entrecejo.
Miré en busca de algo con lo que pudiese defenderme, y lo único que había a mi alcance, era una cuchara de plata sobre la mesa. Así que la tomé y la empuñé con fuerza.
¡No había otra cosa, no me juzguen!
Caminé con cautela en dirección a la salida, y el sonido del hacha contra la madera, había cesado de repente. Me detuve cuando la figura de un hombre con el pecho desnudo, se paró en la puerta, mientras los rayos del sol me impedían verle el rostro. Sostenía el hacha en la mano viéndose amenazante y peligroso, erizándome la piel.
Tragué en seco.
"Me va a matar" pensé y lo apunté con la cuchara. Me temblaban las manos, los labios y el alma "aquí llegué yo"
Entró a la pequeña sala, cerré los ojos y lancé un grito ahogado mientras me cubría la cara con mi único brazo bueno.
—¿Por qué haces tanto ruido? —dijo con voz anodina.
Yo, lentamente, saqué mi cara del escondite invisible.
—Señor, sé que ellas me vendieron, pero no me mate por favor, prometo que... —dije, hasta que vi su rostro.
No era un señor, era un chico de unos 20 años. Tenía el ceño ligeramente fruncido. Lanzó el hacha a la mesa y se acercó a mi. Me agaché con miedo y él se detuvo.
—¿De qué hablas? —dijo y siguió acercándose demasiado. Luego se inclinó un poco hacia delante mirándome a los ojos —. De haber podido comprar a un humano, hubiera elegido a uno más inteligente —Continuó, de modo susurrante y vago.
Lo miré tan fijo como él a mi, hasta que señaló mi vendaje cubierto de sangre.
—Eso no se ve nada bien —comentó.
Miré la sangre y recordé:
—¡Ay Dios mío, anoche yo maté a alguien!—dicho eso me cubrí la boca de inmediato.
"¡Carajo, no debí decir eso!"
—¿Mataste a alguien? —me contempló, incrédulo.
—Pero no llames a la policía por favor yo... ellas... matan a los niños, los están vendiendo y mi hermana... —traté de explicarme.
—Shuh, cállate —me interrumpió—. Hablas demasiado. Y no se si no te has dado cuenta, pero, estás en una cabaña en medio de un bosque; al que nadie entra jamás.
Recordé ahí, la parte en la que me metí al bosque huyendo de las monjas. Tuve que sentarme en una silla, porque la cabeza me empezó a dar vueltas.
Él, se agachó con intenciones de retirarme el vendaje.
—¡Espera! —Lo detuve—. Si me quitas el vendaje, entonces me verás, ya sabes.
—¿Qué? ¿Los pechos? —preguntó sin gesticular —. Para poder salvarte la vida anoche, tuve que quitarte la ropa. Así que, no es nada que no haya visto. Además no hay mucho que ver.
No dije nada. Además, ¿Qué iba yo a decir? No iba a buscar que me mataran.
—¿Cómo es que llegué aquí? —Susurré, mientras lo veía retirar las vendas con cuidado.
—Te encontré herida en el bosque. Parecía que corrías de algo o alguien. Así que, te ayudé —. Me hizo presión en la herida.
—¡Ouch! Eso dolió. —Hice una mueca de dolor.
—No fue grave. La bala salió, no lastimó nada que pueda causarte problemas. Te puedes ir —señaló, aún en ese tono carente de importancia, para luego darme la espalda.
—Oye, ¿irme? !No! Espera, no puedo irme. Si me voy esas personas me van a matar —supliqué.
—De nada —dijo, tangente.
Luego caminó afuera para seguir con lo que estaba. Lo seguí.
—Puedo trabajar aquí. Puedo ayudarte, cocinar, limpiar... —Lo miré, en espera de una respuesta—. No me eches, por favor.
Él dejó lo que hacía, aún dándome la espalda.
—Yo no tengo a dónde ir —musité.
—¿Y esas personas que te seguían? —interrogó, dándose la vuelta para verme, mientras la luz del sol iluminaba su piel dándole un tono amarillento, y sus ojos marrones se tornaron más claros.
Lo contemplé y cómo si recién empezara a usar mi cerebro "¿Quién es este chico en medio del bosque?" "Debería confiar en él?" "Me ha ayudado pero... ¿y si es una trampa?" Pensé.
—Deja de pensar que esto es una trampa y contesta la pregunta —resopló.
Para mi sorpresa, parecía también poder leer la mente. Su expresión era seria, calmada pero intimidante. Cómo si algo oscuro se escondiera tras su mirada.
—Me quieren matar —conté, aún contemplándolo—. Son malas personas.
Suspiró y relajó el entrecejo que había tenido ligeramente fruncido.
—Si no puedo quedarme, ayúdame a llegar a la carretera muerta así yo... —pedí, con un ligero sentimiento de angustia.
—¿A la ciudad? —interrumpió— ¿en qué? Caminando supongo... tardarías meses, si es que llegas.
—No me importa, solo quiero que sepan lo que esta pasando en...
—Dijiste que mataste a alguien. Así que no puedes ir a la ciudad a llorar cuando quizás ya te estén buscando —dijo mientras sus ojos, se hicieron más oscuros.
Me miró profundamente y parecía estar queriendo hacerme sentir mal. Moví mi cabeza de un lado a otro para aclarar mi mente.
"¿Sus ojos se pusieron negros de repente?" Pensé, confundida "¿o es que la pérdida de sangre me está afectando?"
—¿Cómo te llamas? —Tuve curiosidad, saliendo de mis pensamientos.
—Qué te importa —soltó, sin ninguna intención de querer amistarse —. Es mejor que te largues, Antes de que te lance a ese orfanato del que saliste —espetó, con un enojo marcado.
Lo miré confundida, preocupada; mi corazón se aceleró y sentí el miedo recorrer mi nuca.
—Yo nunca dije que venía de un orfanato —repliqué.
—Si lo hiciste.
—No. No lo hice. —Caminé hacia tras.
"Soy una tonta ¿Cómo no me di cuenta? Él, está con las monjas" pensé. Él intentó acercase pero corrí, corrí sin mirar atrás, otra vez como alma que lleva el diablo.
"¡Maldición!"
Empezó a correr detrás de mí, mientras me gritaba:
—Espera ¡Por ahí no! ¡detente!