—¿En un campo? Pero es un dato muy ambiguo, es muy difícil que la podamos encontrar antes —dijo desanimado Marcos mientras se rascaba la cabeza.
En cambio César sonrió triunfante, ya que el asesino le dio la pista que necesitaba.
—¡Vámonos! —ordenó César mientras se levantaba para caminar hacia la puerta—. Dile a Clarissa que llame a una ambulancia a la dirección que le enviaré.
Éste se sorprendió ante la petición de su amigo, pero aún así se levantó.
Tras pagar la cuenta, ambos jóvenes salieron apresurados del establecimiento. Sin embargo, César caminó en sentido contrario a dónde habían dejado el vehículo.
—César, ¿a dónde vamos? ¿ya olvidaste dónde dejamos el auto? —preguntó intrigado.
—Camina rápido —contestó apurado César.
—¿Qué pasa? — insistió Marcos, ya que aún no entendía qué pasaba por la mente de su amigo.
—Es probable que nos estén esperando si vamos por el vehículo —respondió.
—¿Crees que sea una trampa?
—No, el asesino se puso en contacto con nosotros a través de ese cartel —explicó, mientras hacía una señal a un taxi que se acercaba.
Cuando el vehículo de alquiler llegó, los jóvenes abordaron la unidad. Entonces César solicitó al chofer que los llevara a la salida de la ciudad. Mientras se dirigían ahí, éste le envió un mensaje a Clarissa con la dirección exacta y las instrucciones para pedir la ambulancia.
Media hora después, el taxista los dejó en frente de una casa. Entonces Marcos, que no había dicho nada en el camino, le pidió a su amigo que se explicara.
—César, ¿quién vive aquí?
—No es aquí, sígueme —dijo sin dar más razones.
Ambos jóvenes caminaron por un andador ubicado en el periférico que los llevó a las afueras de la ciudad. Como la noche cayó pronto, sólo las luces de los vehículos los iluminaban en su recorrido a ciegas.
De repente, César se detuvo y Marcos, quien iba distraído, trató de buscar lo que había ocasionado que su amigo se detuviera. Entonces los faros de un automóvil que pasó en ese momento iluminaron un bulto que se encontraba a la orilla de la carretera. Eso hizo que el joven investigador abriera sus ojos como enormes platos.
Entonces todo cobró sentido para Marcos y el sonido de las sirenas lo sacó de su estado de sorpresa. Antes de que reaccionara, César comenzó a mover la mano derecha con su celular encendido. Al verlo, él también hizo lo mismo.
Su señal fue efectiva y de inmediato la ambulancia se estacionó frente a ellos. De ésta bajaron dos paramédicos. El conductor se dirigió a César.
—Buenas noches jóvenes, nos llegó un reporte que había alguien inconsciente a la orilla de la carretera, ¿han visto algo?
—Así es —respondió César con el rostro inexpresivo y señalando el bulto. Marcos no dijo nada y sólo dejó que su compañero hablara.
Al ver el cuerpo, los socorristas acudieron a revisar a la víctima. Entonces uno de los paramédicos le dijo a su compañero.
—Sus signos vitales son débiles, hay que llevarla de inmediato a la clínica.
El otro paramédico respondió con una señal afirmativa y ambos comenzaron a aplicarle los primeros auxilios antes de subirla a la ambulancia. Mientras los socorristas estaban enfocados en atender a la joven, César jaló a su amigo para esconderse entre la maleza y esperar el momento oportuno de escapar.
—¿Qué haces? ¿Por qué nos escondemos?
—Shhh, calla —contestó César en tono molesto.
—Pero... —Marcos intentó hablar, pero entonces vio que una patrulla llegaba y fue así que entendió la razón por la cual no debían quedarse ahí.
Mientras esperaban, ambos jóvenes vieron cómo los paramédicos los buscaban confundidos y los agentes policíacos tomaban apuntes de la escena. Después de varios minutos, los socorristas subieron a la joven en la ambulancia y se retiraron.
Sólo los agentes quedaron ahí y colocaron cintas para delimitar la escena. Antes de llegaran los peritos y más personal policíaco, César y Marcos se escabulleron entre la maleza para salir de ahí.