Como era de esperarse esa noche estaba lloviendo. Esa sería otra noche lluviosa de invierno, otra noche de constante frío y de goteras nuevas y antiguas haciendo de las suyas en la casa. Nunca le había gustado en lo más mínimo esa estación triste y fría, pero esa vez se convirtió en el escenario de la peor pesadilla de su vida.
Tenía nueve años, o quizás diez, no lograba recordarlo, pero sí recordaba a la perfección esa noche nefasta. Sus padres habían salido en la tarde como todos los días para trabajar, ella y sus tres hermanos se quedaron en casa esperando a que volviesen a la noche como cada día, pero cuando comenzó a resonar el viento y junto a él vino la lluvia tuvo un mal presentimiento al respecto y rogó que sus padres pudiesen volver sanos y salvos a casa. Antes de darse cuenta la tormenta se había convertido en su vida: su temor se debía a ella, todo lo que oía era ella, todo lo que fuese a suceder esa noche sería culpa de ella. El viento lo azotaba todo fuera de su casa como si buscara la forma de poder entrar a todas las casas por capricho, pero cada vez que conseguía su objetico lo único que lograba entrar era una leve brisa lo suficientemente fuerte como para hacer temblar la pobre llama de la vela que la mantenía a ella junto a sus hermanos con algo de luz. Los vidrios se empañaban por el frío y el pobre calor dentro de la casa, hacía que desde dentro el exterior luciese triste como si estuviesen en un funeral, y cuando la lluvia mojaba el cristal parecía estar llorando la pérdida de alguien.
Solo una vez habían tenido que vivir una tormenta como esa, pero esa vez estaban con sus padres; su madre arrullando a sus hermanos para que pudiesen dormir y su padre contándole historias para distraerla del ruido y las cosas que volaban afuera de la casa. Esta vez estaban solos y era ella a la que habían dejado a cargo.
El constante silbido del viento, las ráfagas resoplando y la lluvia golpeando en las ventanas comenzaban a asustarla y a hacer a sus hermanos preguntar acerca de sus padres, si estarían bien, dónde estaban, cuándo volverían. Tenía miedo de acabar mintiendo cuando les respondía que ellos volverían, que lo más seguro es que hubiesen hallado algún refugio, que ellos estaban a salvo, que todo estaría bien. Su padre les había contado cientos de historias sobre brujas y los conjuros que eran capaces de lanzar con el simple movimiento de un dedo; a su padre le encantaba dar los ejemplos más aterradores que se le pasaban por la cabeza en esos momentos, como alguien tomando control del cuerpo de otra persona mediante una posesión, o la creación de un ser no del todo vivo al cual le habían dado la orden de ir hasta su casa y llevársela a ella y a sus hermanos.
Con cuidado removía las brasas de la chimenea para avivar las llamas con la esperanza de que el frío y las pocas brisas que lograban filtrarse no acabaran consumiéndolas. Sus hermanos permanecían en silencio cerca de ella en busca de calor. Las ropas que usaban no eran las adecuadas para la estación, y mucho menos para el frío que estaba haciendo esa noche en especial, y la casa tampoco estaba preparada para una tormenta como esa, y por si fuese poco ese día no podrían cenar porque sus padres no llegaron con la comida. Tendrían que aguantar como pudiesen esa noche y una vez fuese de mañana saldrían a preguntar por sus padres.
Se acercó para abrazar a sus hermanos y reconfortarlos aunque fuese solo un poco. El viento volvió a hacer de las suyas pero esta vez con más entusiasmo logrando pasar por debajo de la puerta y apagando el fuego de la chimenea. ¿Cómo, si hacía poco se había asegurado de que el viento no entrase de tal forma de apagarla? Sonó la voz de su padre hablándole sobre las brujas, sus aspectos escalofriantes llenos de arrugas y dientes podridos acompañado de una frase que parecía gustarle mucho: "Esas víboras putrefactas te pueden engañar fácilmente, pero déjalas abrir la boca y cantarán con una dulce melodía de la que serás incapaz escapar".
Las palabras de su padre no la tranquilizaban ni un poco, pero no tampoco es que pudiese darse el lujo pensar mucho en ellas; sus hermanos tiritaban de frío y ella no podía hacer nada para abrigarlos. Nada. La idea de encender por su cuenta el fuego no valía de nada teniendo en cuenta que el pedernal siempre lo llevaba su padre al cinto y nunca lo dejaba en casa aunque su madre lo regañara por ello. Ella sería la que lo regañaría al día siguiente, ya lo vería, le daría otro motivo más para decir que se parecía mucho a su madre.
En medio de la oscuridad se encendió una pequeña luz; flotaba vacilante dando la sensación de que en cualquier momento comenzaría a revolotear por toda la habitación con gusto. Uno de sus hermanos acercó su mano para tocar la luz, tenía los ojos brillando de una curiosidad insana y poco peculiar ante lo cual no dudó en agarrar su mano a pocos centímetros de la luz. Por un momento habría jurado sentir que la habitación se llenaba de una inmensa ira que de poder estaría azotando ese lugar de la misma forma en que lo estaba haciendo el viento y la lluvia. Su hermano perdió el repentino interés en la luz y se soltó gentilmente del agarre de su hermana, pudo respirar hondo un momento antes de ver cómo esa pequeña luz de pronto se convertía en una llama como la de la vela que tenían sobre la mesa, pero ésta quedaba pequeña comparada con la llama de esa luz; era más brillante, refulgía con mayor vigor, era mucho más sorprendente que esa pobre vela que ardía a duras penas. La nueva fuente de luz proyectó una sombra de alguien que no era de ella ni de ninguno de sus hermanos y de la nada apareció un hombre de detrás de la llama vistiendo una capa que legaba hasta el suelo que parecía húmeda. Ella abrazó a sus hermanos procurando mantenerlos lejos de ese sujeto que había aparecido de la nada misma.
El hombre sacudió un poco su capa, desempolvó su hombro izquierdo y comenzó a caminar por toda la habitación manteniendo a los niños como centro de su caminata con fingido desinterés. Con cada paso que daba la llama derramaba una lágrima de cera que una a una fue formando el cuerpo de una vela que antes de que se diesen cuenta estaba en la mano derecha del hombre; cuando se aburrió de ver la casa se sentó en el sillón del padre de los niños y no le importó en absoluto la expresión de desaprobación y molestia de la hermana mayor. Antes de que cualquiera de los hermanos abriese la boca comenzó a hablar como si nada extraño pasase.
-Veo que esta noche no está siendo para nada amable con ustedes, ¿verdad?
Vio a uno de sus hermanos negando con la cabeza a modo de respuesta, tenía los mismos ojos inyectados en curiosidad, pero también parecía tener la ferviente necesidad de ser el primero en tener el placer de responderle a ese hombre como si se tratase de un rey al que quería agradar.
-Lamento que así sea –dijo con lástima el hombre. Sus ojos no demostraban lo mismo que su voz; irradiaban un brillo escalofriante que ella nunca pudo olvidar.
Dejó que el frío se colara casi por completo en la casa para hacer que los niños se acercaran a él.
Todo hubiese sido más fácil si la hermana mayor no hubiese interferido. Tenía voluntad, una fuerte voluntad. Gelia querría una voluntad como esa para educar, tenía sangre pura, lo más seguro es que esa chiquilla fuese la única posible candidata para Gelia. Él no estaba dispuesto a dejárselo tan fácil, no después de todo por lo que le habían hecho pasar.
Los traidores pagarían y junto a ellos su sangre.
Antes de darse cuenta el hombre les había preguntado a ella y a sus hermanos sus edades y uno a uno le respondieron sin dudar, excepto ella que aún recordaba a su madre diciéndole que no debía confiar en extraños y la extraña frase que tanto le gustaba repetir a su padre. También preguntó sus nombres, pero no lograba recordar las respuestas. Todos los nombres de sus hermanos junto al suyo estaban borrados en su memoria, cada vez que creía poder recordarlos en vez de la ansiada palabra sonaba un molesto silencio.
-¿Alguna vez han oído hablar sobre el Bosque Antiguo? –le preguntó el hombre a ella y a sus hermanos.
Todos sus hermanos respondieron casi al unísono que no.
-Papá nos contó que es hogar de brujas –añadió uno. Ansiaba ser recompensando.
-Oh, ¿en serio? -preguntó interesado el hombre-. ¿Y qué más les contó acerca de ese lugar?
-Nos habló sobre sus conjuros y magia mala –le respondió el menor de todos.
No sabía cómo hacerlos callar, y cada vez que se le ocurría algo para decir y así distraer a sus hermanos de seguir respondiendo volvía a quedar en blanco en cuanto intentaba actuar. Lo único que podía hacer era seguir el hilo de la conversación y rogar porque nada malo sucediese.
Creyó saber qué estaba escuchando hasta que se percató de que las palabras de sus hermanos se volvían pastosas e ininteligibles mientras que las del hombre a medida que pasaba el tiempo era más melodiosa próximamente comparable con la voz de la banda que tocaba para las fiestas del pueblo. El hilo que creía estar siguiendo se comenzó a enredar hasta volverse un nudo que con esfuerzo tuvo que desamarrar, giraba en torno a ella y antes de que pudiese hacer algo se tensaba para dejarla oyendo un tema totalmente distinto al que estaba escuchando antes de que el hilo se enredara. Sin darse cuenta estaba oyendo una historia contada por el hombre, pero realmente no entendía lo que estaba diciendo, simplemente oía la voz del hombre, lo veía mover la boca, modular palabras que no acababa por comprender por más que se intentara concentrar. Vio de reojo a sus hermanos y se aterró al verlos; con cada palabra que pronunciaba ese hombre iban perdiendo color, los ojos anclados a la figura que tenían en frente, la carne comiéndose a sí misma, la piel tensándose hasta volverse un cadáver sin vida. El primero en caer sin vida fue el menor y uno a uno cayeron los demás. Quería llorar, gritar, hacer algo, lo que fuera, pero no podía. Estaba en blanco y tras un momento comprendió que seguiría en ese estado hasta que ese hombre quisiese. Un sudor frío le recorrió la espalda junto a un escalofrío, ¿por qué ella era la última?
Con miedo alzó la vista y pudo ver una especie de estela de luz parecida a la luz que había surgido antes de la llegada de ese hombre danzando alrededor del hombre antes de fundirse en la llama de la vela. Así que en eso se convertiría ella: combustible para una llama eterna. Sintió una lágrima correrle por la mejilla, delgada y tibia llena de ira y frustración por no ser capaz de nada al respecto.
El hombre se dirigió a ella y se dirigió a ella con una voz que hacía eco en su cabeza junto a la frase favorita de su padre: "Esas víboras putrefactas te pueden engañar fácilmente, pero déjalas abrir la boca y cantarán con una dulce melodía de la que serás incapaz escapar".
Eso era ese hombre: una víbora pútrida que estaba a punto de mostrarle sus fauces enmascarándolas con esa voz de ensueño.
-Dime, niña -dijo amablemente-, ¿qué es lo que más amas en este mundo?
No debía responder. No debía terminar como sus hermanos. Luego los podría llorar, pero para eso primero debía sobrevivir al monstruo que tenía en frente.
-Olvida esa pregunta. Mejor responde esta –el hombre apartó de una patada insufrible el cuerpo vacío de vida de sus hermanos uno por uno hasta acercarse lo suficiente como para obligarla a mirarlo a los ojos-: ¿qué es lo que planeas hacer una vez acabe esta noche?
Vamos, responde, sé que quieres hacerlo. Te mueres de ganas al igual que tus hermanos Respóndeme y esto acabará de una vez.
Sí, quería que acabara de una vez. Pero en el fondo sabía que estaba mal.
¿Por qué? Estarías junto a ellos. Imagínalo, otra vez todos reunidos como una linda familia. Tú, tus hermanos, y tus padres.
Apretó los dientes hasta hacerlos rechinar. No le daría el gusto de acabar con ella también. Pensó bien en lo que iba a decir procurando no hablar de más y así acabar como sus hermanos; contuvo su ira lo suficiente como para no maldecirlo y respondió.
-Matarte.
El hombre sonrió con sinceridad por primera vez en toda la noche cuando oyó la voz de esa chiquilla. No conseguiría nada más de ella que esa mísera promesa de venganza contra él, estaba bien, era lo único que necesitaba de momento, más adelante acabaría con ese pequeño cabo suelto. Pero por el momento quería que esa bastarda lo odiara aún más, que la ira la hiciera hervir por dentro hasta volverá impulsiva y en un futuro con algo de suerte auto destructiva.
Esa noche dejó de existir. Ese hijo de perra había cumplido con su palabra, todo había ocurrido tal y como había prometido que sería: la lluvia lo destruiría todo, el viento se llevaría las pruebas de que alguna vez alguien vivió allí, pero por supuesto eso tenía un precio: ingredientes que él precisaba para sus juguetes y diversión, todos salidos de los que habitaron ese pobre lugar. Gelia lo había dicho claro, una cosa era castigar a los dos traidores, otra muy distinta era erradicar un pueblo completo. Ellos no habían hecho nada, no sabían nada, eran personas inocentes que vivían su día a día ignorando el pasado de dos de sus vecinos, pero claro que nadie había pensado en eso. Por qué les debería importar la raza que los despreciaba y hablaba injurias sobre ellos, mientras menos de ellos existiesen mejor para personas como ese hombre y el Consejo.
Ellos sólo querían venganza. Él prometió conseguirla y así fue.
No quería ver semejante carnicería, pero se le había ordenado ser testigo de la veracidad de las palabras de ese hombre y del cumplimiento de su parte del trato, y de momento por lo que había visto lo que hasta la noche anterior era el mercado había hecho exactamente lo que había prometido en Ankohr. Con dolor despidió el cuervo que informaría la muerte de los traidores; por respeto a su pasado omitió los detalles sobre cómo habían quedado los cuerpos de los traidores, sus queridos amigos de toda la vida ahora serían atormentados hasta que el bastardo que había hecho esa carnicería fuese castigado pero no había quien llevase al cabo esa venganza pues ella de nada conocía a esas personas para el mundo.
Una palabra más en el pasado y habría acabado igual que ellos. Quizás hubiese sido lo mejor.
Se tomó su tiempo para llegar hasta la casa donde habían vivido sus amigos y se sorprendió cuando vio a la mayor de los hijos de la pobre pareja acariciando a sus hermanos entre lágrimas sentada en el suelo de la única casa que seguía en pie en todo el lugar, imaginó que en cuanto esa chica saliera se haría polvo. Gelia chasqueó la lengua, ese hombre le había arrebatado hasta la última gota de esperanza antes de marcharse. Se acercó a los cuerpos de los niños y les acarició la cabeza uno a uno, recordaba a la perfección el día cuando asistió al bautizo de cada uno, le escocía en la garganta el eco de sus nombres de la única vez que se permitió decirlos en voz alta. La niña se le quedó mirando.
Valiente, fuerte y meticulosa tal y como le había contado su amiga que era su hija.
-Se parece mucho a ti. -Eso fue lo único que le había dicho sobre su primera hija, pero Gelia miraba a esa niña y veía más de su madre de lo que esperaba. Dolía verla.
-¿Cómo te llamas? –le preguntó sin demostrar el dolor que sentía al hablarle.
La niña bajó la vista y dejó de acariciar el cuerpo inerte de su hermano sin dejar caer del todo la mano.
-No sé –dijo con voz ausente.
-¿Sabes quiénes son estos niños?
Le tomó un momento poder responder, parecía que se atragantaba con su saliva y la respuesta le dolía más de lo que podía sentir.
-No.
-Pues si no tienes nada más que hacer acá levántate -le ordenó Gelia-. Estoy segura de que algo podrás recordar de todo esto.
Incluso después de tantos años aún no recordaba su nombre, pero según su maestra no necesitaba recordarlo, no para su cometido. Ella le había dicho quiénes eran las personas que acariciaba cuando la encontró, sus queridos hermanos por los que no podía sentir nada más que un vacío emocional que no sabía con qué debía llenar.
-Recuerda lo único que te atreviste a decir esa noche, niña -le decía siempre su maestra-, y nunca olvides el rostro del hombre al que se la dijiste.
Esa palabra era una promesa, y su maestra lo primero que le había enseñado era que la promesa de una bruja es ley y entre los de su especie la ley se hace cumplir con sangre.