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Chapter 12 - Maldición eterna (1/2)

Habían seguido las instrucciones al pie de la letra. Habían visitado a los supervivientes de aquella catástrofe en el orden que esa extraña chica les había indicado, habían hecho las preguntas correctas y caminaron durante días, todo con el tal de hallar su última esperanza de conseguir que su hijo no sucumbiera bajo el poder abrumador de esa runa.

La persona que les indicó qué camino seguir para encontrar esa esperanza, esa chica de la que se hablaba en murmullos como si de un monstruo o una leyenda se tratase, les dijo que no era muy probable que fuesen a hallar la gran cosa; en el pasado esa senda por la que estaban caminando en esos momentos era una ruta de comercio frecuente para los distintos mercaderes, y en medio había un pueblo cuya vida giraba en torno a esos mercaderes. Pero no importaba cuántos impertinentes intentasen cruzar ese camino supuestamente fructuoso, lo único que hallaban era miseria, locura o muerte. Ese pueblo, al igual que esa chica milagrosa, no eran más que una simple leyenda.

Aún así ellos decidieron seguir hasta el final.

Al final del camino que les habían indicado no encontraron un pueblo. No, eso no podía ser llamado un pueblo.

-¿Una ciudad? -murmuró el hombre.

-Una ciudad -confirmó la mujer.

Frente a ellos habían decenas de casas, y cada vez que se adentraban más hallaban más construcciones que parecían decirles "miren, sigo en pie". Habían herrerías, puestos de fruta, una panadería, y algunos telares que se dejaban ver desde las ventanas de algunas casas; pero todo estaba cubierto por hielo. Caminar por las calles resultaba desolador, cada paso parecía calar un escalofrío en sus cuerpos, en un principio leve, luego doloroso.

A pesar de las clavadas en sus pechos siguieron caminando hasta lograr salir de la ciudad; según una de las versiones de la leyenda sobre esta chica milagrosa y del "pueblo fantasma", había un lago saliendo del pueblo, y ahí la chica pasaba sus días en eterna soledad.

-¿No escaparás esta vez, querida?

-Soportaron tu último conjuro, ¿por qué no darles una oportunidad?

Glae supo que esas personas venían desde hacía un mes. Durante todo ese tiempo logró convencer a Lina de crear un conjuro que ningún estúpido ambicioso pudiese soportar: un recuerdo lleno de dolor, nostalgia, culpa y lamento que se colara en el alma de cualquier persona.

-Ehhh… ¿estás interesada en esas personas? -Glae rio con humor-. Eso es extraño de ti, querida.

Lina sonrió. Los pies le colgaban sobre la plataforma de hielo que se había creado a su alrededor cuando se acercó al lago. Aún no era capaz de soportar del todo el recuerdo que Glae le convenció de revivir.

-Tan solo tengo curiosidad de saber quién está tan desesperado por encontrar una leyenda del camino.

Oyó crujidos acercándose a ella. Se inclinó un poco para ver quiénes eran sus visitantes no muy deseados y se sorprendió. No había que ser muy listo para saber que eran nobles: las capas hechas de la más fina tela, la postura al caminar, el diseño de sus ropas, sus rostros para nada acostumbrados al sufrimiento.

"¿Quiénes son?", pensó esperando que Glae fuese capaz de responderle.

-No tengo ni idea.

Lina se enderezó y fijó la vista en el lago. En verdad quería saber quiénes eran esas personas. Pensó un momento y decidió que quería que fuese Glae la que escogiese la forma en que haría que esas personas se presentasen. "Aún no se dan cuenta de que estoy aquí, Glae". Pudo imaginar a esa vieja runa sonriendo como pocas veces la había llegado a ver, con esa sed de sangre y dolor ajeno.

-Querida, ¿cantarías para mí? -le preguntó Glae divertida.

"¿Alguna petición en particular?".

-La canción de cuna que te cantaba tu madre de bebé. Sabes que es mi favorita.

Lina cerró los ojos y sin remordimiento rebuscó entre sus recuerdos esa melodía que en un pasado encendía una hoguera en su pecho y la calmaba, pero que ahora le clavaba un puñal en el pecho con cada verso. Cuando dio con la melodía la comenzó a tararear, sintiendo un escalofrío recorrerle la espalda; omitió los versos quedándoselos para sí, volviendo el recuerdo más doloroso y lúgubre. Soledad y tristeza, la combinación de sentimientos más sencilla de producir y de controlar.

Con cada nota el aire se volvía más frío haciendo que cada inhalación fuese un sufrimiento por sí mismo. La canción hacía escocer los ojos de los nobles y les presionaban el pecho.

-Duele, ¿verdad? -decía Glae, divertida-. Cuánto debe doler el sufrimiento de mi querida Lina. Cuántos años de soledad vividos, cuántas lágrimas derramadas sin hallar consuelo, ¡cuánta desesperación deben estar sintiendo en estos momentos, y todo proveniente de esta chica!

Lina paró de tararear en medio del delirio de placer de Glae. Si esa desquiciada había llegado a ese punto lo más seguro es que esas personas hubiesen tenido suficiente para no oponer resistencia a sus preguntas. Se volvió a inclinar para ver a los nobles y encontró al hombre de rodillas con la cabeza pegada al suelo llorando, y a la mujer mirándola a duras penas de pie, esforzándose por no desmoronarse. "Ella ha estado sufriendo bastante por lo que veo" pensó Lina. A Glae seguramente le molestó oír eso. Lina se fijó que la mujer sujetaba algo con todas sus fuerzas que acabó soltando al rato de dejar de oír la canción de cuna. Era un collar con un sello grabado en él: una cruz con un trébol de cuatro hojas en medio.

-Son los reyes de Merya -le dijo Glae indiferente. Ella siempre había odiado a los nobles, y saber que esas personas eran el rey y la reina la asqueaba.

"En ese caso no intervengas, por favor" le pidió Lina y Glae aceptó.

-Perdone mis modales, sus Altezas -se disculpó Lina con voz afable-. No sabía que estaban por acá.

-¿En qué le puedo ayudar, sus Altezas? -les preguntó la chica que había estado cantando un rato atrás.

Su voz era dulce y fría, tranquilizadora y desoladora a la vez al igual que la canción que había tarareado y que había hecho caer de rodillas al rey lleno de dolor y que había dejado sin palabras a la reina.

-Mi hijo -dijo el rey tartamudeante-. Él fue bendecido al igual que tú cuando apenas tenía cinco años, pero desde hace un año no ha podido controlar esa bendición, y…

-Perdone mi interrupción, su Alteza -se disculpó la chica. Su voz dulce se había cargado de algo que el rey no lograba entender qué era-, pero esto no es una bendición.

La chica sonrió, pero esa sonrisa no iba dirigida a él. El aire se cargó de tristeza y nostalgia haciendo que el rey se arrepintiese de haber usado esas palabras al hacer su petición.

-Las "bendiciones" de las que habla, para nosotros, no son otra cosa que una carga más con la que debemos vivir -siguió hablando la chica-. Espero pueda comprender a qué me refiero, su Alteza.

Dicho de esa forma, la runa que cargaba su hijo no parecía distinta a la corona que se posaba en su cabeza normalmente. Ese pedazo de metal con el paso de los años parecía una cárcel donde el jurado y verdugo era su pueblo, casi una maldición en algunas ocasiones. Era un orgullo portar semejante carga, pero seguía habiendo días en que la corona parecía ser demasiado pesada para él. ¿Acaso su hijo se sentía igual sobre esa runa? ¿Cómo nunca se paró a pensar en eso?

-Vuestro hijo -dijo la chica interrumpiendo sus pensamientos-, ¿con qué runa fue marcado, si me es posible saber?

-Ignar -respondió la reina. Había recuperado un poco la compostura y ya no parecía estar al borde del colapso.

La chica desvió la mirada y se quedó mirando el lago. Parecía apenada por la respuesta.

-Seguramente vuestras Altezas ya lo sepan, al igual que pueden no saberlo, que yo fui marcada con la runa Glae.

La chica calló un momento antes de seguir.

-Glae, junto a Ignar y Clover, son las runas más difíciles de controlar.

La voz de la chica durante ese momento fue fría, dura, punzante como una lanza que había sido lanzada por un experto contra su enemigo.

-¡Pero tú lo lograste! -le gritó la reina. La chica se sorprendió por su arrebato. La expresión que estaba poniendo la reina en esos momentos le recordaba bastante a la de su madre en el pasado; estaba cargada de ira, impotencia, rencor, dolor y un profundo miedo.

-Lo sé -le respondió la chica.

-¡Según los rumores eres el primer ser viviente en conseguirlo! ¡Eres una experta en esto! Así que, por qué… ¡por qué dices…!

Estaba desesperada. Esa chica era su última opción. Era su esperanza de salvar a su niño.

-Su Alteza -la interrumpió la chica, su voz amable como al comienzo-, compréndame. Controlar a Glae no es lo mismo que controlar a Ignar, a Clover o a Felya.

-¿A qué te refieres?

-Las runas se alimentan de las emociones de quien las porta, y cada una tiene su "comida favorita". Todas son distintas.

La reina se quedó atónita.

-Ignar se alimenta de la ira, el odio y la pasión; pero Glae se alimenta de la soledad, la tristeza y la traición. Esos seis sentimientos son totalmente distintos, y por ello la forma de lidiar con ellos es distinta.

»A pesar de que la situación de su hijo es igual a la mía, no se puede solucionar de la misma forma en que lo hice.

Lina vio cómo la reina caía lentamente de rodillas, apoyaba las manos en su rostro y se esforzaba por contener las lágrimas. "Mientras más se contenga, más doloroso se volverá" se lamentó en silencio. Junto a la reina, el rey lloraba en silencio.

-Se lamenta por nunca haber pensado en cómo se sentía su hijo -le dijo Glae fríamente-. Qué hombre más patético.

"Nadie sabe lo que significa cargar con una runa, Glae" le dijo Lina. Nadie sabe lo que es perder el control de tu cuerpo al dejarte consumir por tus emociones, caer en el abismo del remordimiento y no tener la fuerza de atreverte a salir de ahí y retomar el mando. "Nadie sabe qué es el aut��ntico sufrimiento".

-Lo sé, querida -le dijo Glae divertida-. Pero se lo pueden imaginar.

Lo más probable es que la reina estuviese imaginando lo que le sucedería a su hijo ahora que su plan había fallado. Ignar era la runa de las llamas eternas, y la forma en que se manifiesta es haciendo arder la carne de su portador hasta convertirla en lava; si ese proceso se repetía varias veces el cuerpo eventualmente se acabaría convirtiendo en ceniza y la runa sería liberada. "Ella no tiene ni idea de lo que está pasando". La reina lloraba por lo que era evidente, pero no por lo que acabaría matando a su hijo: sus emociones. Ese chico lo más probable era que fuese impulsivo, de otro modo Ignar no se hubiese manifestado tan de repente; si ese chico era como Lina creía, Ignar lo devoraría en poco tiempo.

-No hay nada más apetitoso en este mundo que una sombra obediente que colapsa cuando está a punto de tornarse en luz -dijo Glae molesta.

El rey se acercó al borde del lago de rodillas, apoyó la cabeza y entre llantos dijo:

-Por favor. Te lo ruego. Eres nuestra última esperanza. Lo hemos intentado todo. Eres todo lo que nos queda.

Si las lágrimas del rey no fuesen producto de su culpa y remordimiento, Glae hubiese disfrutado con placer de ese espectáculo, pero en cambio se asqueó por lo patético que lucía ese hombre. Lina miró a la reina y la vio en la misma postura que el rey. Estaba llorando en silencio.

Lina desvió la mirada y se concentró en el lago. La plataforma de hielo se había expandido un poco a causa del recuerdo de la canción de cuna, eso demostraba que ella no era una experta controlando a Glae como le había dicho la reina. Poca cosa podría hacer por el hijo de esas personas, en especial teniendo en cuenta el odio de Glae hacia Ignar. Cada lágrima que los reyes derramaban expelía un hedor de desesperación, desconsuelo, miedo… era bastante nostálgico, esa sensación era muy parecida a la que sentía poco después de que había manifestado a Glae y su madre intentaba buscar una forma de controlarla.

"Supongo que es lo único que puedo hacer en su memoria, ¿verdad?".

Lina se levantó de la plataforma de hielo y caminó hasta el borde del lago, se paró entre los reyes y apoyó una mano en el hombro de ambos. El rey alzó el rostro para poder verla.

-No puedo prometerles que vaya a funcionar, pero sí que haré lo que pueda por ayudar a vuestro hijo.

Fingió la sonrisa más cálida que pudo y la dirigió a ambos reyes antes de levantarse y dirigirse al derruido camino que daba con el pueblo más cercano. No esperó que los reyes se incorporasen enseguida, pero sí que comprendiesen lo aterrador que puede ser el poder de las runas, por eso chasqueó los dedos al salir de la ciudad congelada y esperó a que los reyes la alcanzasen.

La ciudad completa desapareció y dejó a la vista sombras de lo que alguna vez fue su hogar.