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Chapter 11 - "Número uno"

Oigo a lo lejos aullidos, lobos quizás. Su aliento pútrido y la sed de sangre me obligaron a huir de allí, claro que no llegué muy lejos, y quién lo haría sabiendo que a ellos les encanta perseguir a su presa, saborear su miedo con malicia y placer, dulce melodía que regocija sus corazones inhumanos. El truco para escapar exitosamente de ellos es hacerles creer que no eres la presa ni el cazador, sino una decoración más de la escena de persecución. Siempre funciona.

No sé a ciencia cierta dónde estoy, o si estoy aquí realmente, pero eso es lo de menos. Lo que realmente importa es que ellos no me encuentren. Sigo caminando sin destino hasta dar con una esquina, luego otra y otra más; me desvié en tantas esquinas que ni yo sé dónde acabé llegando. Los aullidos cesaron, eso es lo que importa. Ya no siento sus alientos en la nuca, las voces susurrándome cosas inteligibles, balbuceos, órdenes, maldiciones, conjuros del mismo Dios. ¿Qué era lo que decían? No importa realmente, lo que sí importa es que ya no oigo los aullidos, ¿o era sólo uno? Eso realmente no importa, ya no.

Me dejé caer al suelo. Ya no tenía aliento y mis pies exigían un descanso. ¿Caminé o corrí para llegar aquí? Eso ya no importaba, ya no, lo que sí importa es que ya nadie me sigue. Sí, eso era lo que importaba en verdad. Me estiré hasta que sentí algo crujir detrás de mí. ¡¿Quién es?! ¡Me alcanzaron los aullidos! Al darme vuelta comprobé que no había nadie, sólo yo y el silencio. Me volví a estirar y el crujido volvió a sonar. Volví a husmear a mi alrededor y seguía estando solo, por lo que acabé decidiendo que yo era el dueño del crujido. Creo que crujo para mantenerme siempre alerta. Nunca se sabe qué podría suceder por el despiste de uno después de todo. Sin importar cuánto hiciera crujir mi cuerpo parecía que no cambiaba nada en mí, no sentía nada tampoco, ni alivio ni molestia. Sé que mis hombros están tiesos, la espalda entumecida y algo que no acabo por descifrar qué es me oprime el pecho haciendo que cada inhalación sea tortuosa como los aullidos de Dios y cada exhalación más prolongada que la anterior. Bueno, y el dolor de cuello que parece querer matarme de hace un buen rato, aunque creo que es lo de menos.

Ahora que lo pienso, ¿desde cuándo me duele el cuello? No, esa no es la pregunta correcta. Si no haces las preguntas correctas sólo recibirás respuestas inútiles. ¡Piensa!

¿Desde cuándo el dolor ya no estaba allí? Sí, esa era la pregunta correcta, ahora tan sólo faltaba darle una respuesta adecuada, como que mi dolencia se había curado un día que conocí a cierta muchacha por allí, o que sólo necesité de unos cuantos días de descanso para que desistiera de doler y se largara de una buena vez. Pero no tenía una respuesta que darle a esa pregunta. ¿Por qué? Comenzó a picarme el antebrazo y sin pensármelo mucho me rasqué, ¿lo hice para que ya no picara i sólo porque quería hacerlo? No, eso no importa realmente, lo que sí importa es por qu�� ya no siento dolor, ¿o sí lo siento? ¿Y si ya me acostumbré a lo que me hace mal?

Patrañas. De ser así sería como ellos. ¿O sí lo soy?

En vez de piel mis uñas comenzaron a rascar otra cosa. Era cálido, espeso, se sentía como pintura diluida. Me gustaría pintar algo, como cuando era pequeño y no había aullidos que me persiguieran ni dolor en mi cuello que molestara. Quería ver el color de la pintura que rascaba para saber qué podría pintar; era roja, oscura, profunda. Sangre. Seguí rascando. El color es seductor, pareciera hablarme, parecía pedirme que siguiera para poder seguir saliendo, me susurraba que su sabor era dulce y profundo. Obedecí sólo para poder seguir admirando el color; ya no sentía picor, el dolor era cosa del pasado que en otro momento atendería, lo único que realmente importaba en ese momento era Carmín y su voz seductora que parecía hacerme volar sobre un abismo de sensaciones.

Los aullidos volvieron. Me levanté y volví a huir de aquella melodía de ultratumba, maldito cántico de los ángeles de la muerte de mi cordura. Todo perdió importancia en ese momento, lo único en lo que podía pensar era en escapar de los aullidos. Me atraparán, me despedazarán, me devorarán, me torturarán aun estando dos metros bajo tierra.

¿Acaso no me están torturando ya?

No importa eso. Huir, eso es lo único realmente importante.

Una esquina, otra vez, y otra y otra más. Volví a perder los aullidos y a mí mismo, eso sería lo mejor, se sentirían tentados a seguir a mi yo perdido e ignorarían al real que seguiría huyendo de ellos. ¿Quién es el real y quién es el perdido? Eso no importa, lo realmente importante es seguir huyendo y una vez acabada mi fuga recordar todo lo olvidado y atender todo lo pendiente. Algún día buscaré a mi yo perdido, si es que realmente está perdido.

Ahora puedo pensar aunque sea solo un poco. ¿Qué era lo olvidado? Inspiré hondo y comencé a recapitular los momentos antes de mi huida perfecta. Dolor, entumecimiento, respiración, ¡Carmín! ¡¿Dónde estaba?! Lo primordial era Carmín, luego me preocuparía del dolor. Alcé el brazo de tal forma que pudiera ver bien donde había estado rascándome y ahí estaba igual de hermosa que antes, un poco corrida y algo más delgada de lo que recordaba, pero ahí estaba y era lo único que importaba. Ahora, lo que sigue: dolor y entumecimiento, debo darles una respuesta adecuada. Quizás se deban a la ropa que llevo, a cualquiera le dolería la espalda si tuviese que llevar cuanto abrigo se encuentra por allí. La cantidad de tela que llevo a cuestas no podría calcularla, hace tiempo perdí la noción del tiempo y lo que ello conlleva; lo que hice ayer carece de importancia frente a lo que debo hacer hoy y ahora, lo que me puse ayer quizás sea lo mismo que hoy o quizás incluso lo haya añadido a lo que he llevado puesto días anteriores, realmente no importa, ropa es ropa y cumple su función: ocultarme de los aullidos. ¡Ya hasta parezco un oso! Solo falta que me aten a una cinta y me ponga a volar, ¿o esos eran los globos?

No, esa pregunta no era la importante.

¿Dónde se supone que estoy? Llevo huyendo de esos aullidos desde hace... mucho tiempo... creo... ¡Los "creo" no son aceptados como respuesta! Las verdaderas respuestas son las que se dicen con completa seguridad.

No tengo ni idea de dónde estoy. Esa sí es una respuesta.

Me preocupé tanto por dar respuesta a la pregunta que ignoré a Carmín. Cuando intenté alzar el brazo para verla comprobé que la tela del abrigo que llevaba se había pegado a donde debía estar ella; despegué el abrigo de mi piel y ya no había nada allí, ni siquiera una mancha. La belleza seductora de Carmín había desaparecido por mi culpa. ¡Por mi maldita culpa ella también desapareció! ¡Me he convertido en...! ¿Quién? ¿En quién se supone no me debía convertir? Otra buen pregunta en la que pensar. El cuello comenzó a picarme un poco, así que mientras pensaba en la respuesta de una de las más grandes preguntas que me he hecho en toda mi vida me rasqué hasta que dejó de picar y aun cuando ya no hubo comezón seguí rascándome; la sensación me recordaba a Carmín, seductora y tortuosa, cálida y abrumadora.

Aún no recuperaba el aliento cuando sentí que algo me miraba. Me volteé y lo vi. El dueño de los aullidos, el monstruo del infierno que me ha estado persiguiendo desde hace mucho tiempo. Olvidé la comezón y no dudé en levantarme y salir corriendo; qué importaba cuán cansado estuviera, el paradero de Carmín o el placer que me producía pensar en ella –¿o era él?-, lo único que realmente importaba era escapar, correr, huir, perder de vista los aullidos y asegurarme que nunca más me pudieran alcanzar. Más esquinas. Izquierda, derecha, derecha, derecha, izquierda, derecha, seguía oyendo al monstruo detrás de mí, ahora parecía más emocionado, más sediento de sangre, más excitado de la idea de poder atraparme. ¿Carmín le habría dicho dónde me podría encontrar? ¡Ese desgraciado, había confiado en él! ¿O en ella? Ya no importa, lo que sí importa es ¡cómo me pudo hacer esto!

Izquierda, derecha, izquierda, izquierda,derecha, seguía corriendo ya sin respirar ni sentir los pies; no importaban, lo único que importaba era seguir corriendo. Derecha, derecha, izquierda, izquier... Pared. Fin del camino. Calle sin salida. Sentí una respiración entrecortada detrás de mí, un escalofrío me recorrió de la cabeza hasta los pies tocando cada parte de mi cuerpo que ya no sentía nada excepto miedo. Quería llorar, tanto tiempo huyendo para acabar así, una maldita pared impidiéndome seguir mi carrera y ofreciéndome al dueño de los aullidos. Quería dejarme caer al suelo, dejarme morir un poco antes de ser despedazado definitivamente. La idea de dejarme matar era aterradora, pero seguir pensando en el porqué acabé aquí frente a la pared siendo acorralado por los aullidos era aún más aterradora, un ciclo del nunca acabar de recuerdos borrosos que ningún sentido tenían; un corazón roto,un vaso a medio llenar, copa rota, papeles con números de color rojo escritos en ellos, lágrimas, confusión. Los recuerdos son igual de dolorosos que la idea de ser despedazado por los aullidos, ¿significará algo? No sé si tenga alguna importancia, realmente no sé nada más que estoy aterrado y no sé qué hacer.

Con lágrimas en los ojos me atreví a ver al dueño de los aullidos. Parecía una sombra llena de brazos, rostros indescifrables que me sonaban de algún lugar -¿realmente importaba eso? No sé, no sé nada-. En cuanto me pudieron ver el rostro comenzaron a gruñir, ¿estaban furiosos, tristes, aliviados, agradecidos? Los recuerdos se convirtieron en una vorágine que no me dejaba dar respuesta a la pregunta ni me dejaba decidir si realmente tenía importancia. Quería llorar, eso era lo único que sabía y por eso me permití derramar las lágrimas. El tumulto de sombras se me comenzó a acercar, cientos de brazos moviéndose desesperadas, frenéticas por cumplir un sueño. Instintivamente retrocedí poco a poco hasta chocar con la maldita pared. La sombra me amenazaba, me aterraba, me quería desgarrar, sacar del laberinto donde he vivido los últimos años. ¿Quiero irme de aquí? ¿Por qué estoy aquí en primer lugar? El recuerdo de los papeles en rojo y el vaso volvieron y me hicieron resbalarme por la pared hasta tocar el suelo.

¿Vale la pena decir algo? ¿Realmente valió de algo haber huido tantos años?

Me cubrí el rostro. Quería llorar en paz, sufrir un poco más en soledad antes de estar al alcance de las sombras y sus aullidos sofocaran mi llanto. En cuanto me alcanzaran ellas serían mi mundo otra vez, mi eterno tormento y quizás mi efímero alivio, a ellas les debería todo y a la vez nada, sería esclavo una vez más de ellos y sus eternos aullidos.

El tacto con los cientos de brazos fue frío, aterrador como todo lo que estaba sucediendo. Conté diez pares de brazos que deseaban mi muerte y solo uno que resultaba cálido y que se esforzaba por apartar los demás para alcanzarme. Me acerqué un poco a ese par de brazos y en cuanto me alcanzó me refugió; ya no habían aullidos, sólo calidez, los brazos me abrazaban y rogaban que oyera sus aullidos -¿o eran susurros?-.

-No estás solo, nunca lo has estado.