No necesitaba que le dijesen que había alguien siguiéndola, ella los podía oír a la perfección, cada sucio deseo de sus almas y lo que los aterraba hasta la locura, ¿pero ellos sabían que eran oídos? Lo más seguro es que no, nadie se molesta en intentar comprender cómo funcionan los espectros ni sus portadores, lo único que creen saber es la lógica más primitiva que podría existir: Son poderosos, son peligrosos, deben ser míos antes de que sean de alguien más. Tan poco saben de ese poder que tanto codician que las veces que se les ha preguntado su procedencia responden que de dios, que las marcas son dioses. "Ilusas almas, ¿realmente creen que dios residiría en un humano?" pensaba Thar riendo por lo bajo. "Formanĝi ya no vive más. No hay dios alguno en este mundo, sólo sus espectros que en nada se parecen a lo que alguna vez fue él". Pero por supuesto que ellos no lo sabían, por qué habrían de saberlo si lo único en lo que podían pensar era en portar esas marcas.
Sentía lástima por ellos. Pobres sueños que jamás llegarían a hacer realidad.
Si esos sujetos eran lo suficientemente buenos en lo que hacían sabrían qué hacían las marcas de Control y Libertad por separado porque eso era lo común, que estuviesen cada una en una persona distinta, pero nadie se esperaba que se unieran en un portador. La última vez que las marcas se habían juntado por voluntad fue hacía más de doscientos años en Kyssarah, una mujer que según el maestro de Thar fue el terror de todos los gobernadores del continente, incluso para su voto a gobernante; con apenas diez años ya era capaz de usar a su antojo a Control y no tardó mucho en aprender a manejar a Libertad, mientras que Thar había tardado hasta los dieciséis en lograrlo a duras penas. Lo más que podía hacer en esos momentos era oír las almas de las personas y algunos vagos rumores de los animales, pero eso era apenas la base de todo lo que era capaz Control. Pero aun así con lo poco que era capaz de hacer con Control y Libertad era más que suficiente para burlarse de esos ilusos que creían podrían hacer algo con ella como, ¿qué era lo que habían estado repitiendo sus almas como un mantra? ¿"Raptarla y apoderarse de su poder"?
"Pobres almas desoladas, ¿acaso no saben en lo que se están metiendo?". No podía evitar sonreír de tan solo pensar lo que haría con ellos. Thar amaba los juegos, en especial los de escondidas. Ella siempre ganaba en esos.
Fingió que no los oía. Las voces de esas tres almas no eran más que una ilusión, al igual que su paradero a esos constantes seis metros de ella; juraría haber oído a uno a su izquierda, otro a su derecha y el último detrás de ella que parecía esforzarse por mantenerle el paso. Todo era una simple ilusión, porque por supuesto que un simple gorro de lana impide que un espectro de Formanĝi, que Animoj, el espectro de las almas pueda oír las temblorosas voces de tres hombres que temen por sus vidas y que están dispuestos a todo con el tal de cumplir su misión. "¿Tan malo es su jefe como para temerle más a él que a mí? Vaya sorpresa". Seguramente estarían pensando que no sería difícil tratar con ella, eran más altos y robustos que esa pobre chica de apenas 1,60 de brazos escuálidos.
No tenían ni idea del calvario que se vive en Sanka Tero, ni la más mínima. Años de tener que pelar con alguien dos veces más grande que ella con el tal de asegurar su supervivencia ante las marcas. Años de magulladuras, golpes, cortes, humillaciones y sangre derramada, eso y más tuvo que vivir desde que había llegado a Sanka Tero, ¿y creían que esos tres donnadies le harían algo?
Pero ellos no sabían nada de eso, lo único que sabían era lo que ellas les dejaba creer que sabían y eso era lo divertido del juego. Nunca nada es lo que parece cuando juegas con Animoj y Demenco. La mochila que llevaba con sus pocas cosas no pesaba tanto como pretendía dando esos pasos lentos y agotados; para poder irse de Sanka Tero debió hacer dos rituales: el de Control y el de Libertad, uno era una danza de agradecimiento a las almas por permitirle ser su guía en la que por poco fallaba, mientras que la segunda era un combate mano a mano con su maestro, de vencer debería irse. No era necesario que se tuviese que ir en ese mismo instante, pero que Thar supiese no existía ni un solo portador de esas marcas que se hubiese querido quedar más tiempo en Sanka Tero y no los culpaba, ese lugar era insoportable con todas sus reglas y prejuicios. De a ratos fingía cojear lo que le haría suponer a los tres hombres que la seguían que se había dañado el pie izquierdo. Nada mejor que un poco de debilidad para esos hombres sedientos de seguridad sobre su supervivencia. Ellos no lo sabían, pero Thar llevaba caminando en círculos desde que se había percatado de ellos; ellos seguramente se habrían dado cuenta de ese detalle, pero algo bien sabido de los portadores de Demenco era su poco sentido común y lo fácil que se desorientaban cuando abusaban del espectro y qué mejor forma de jugar con esos sujetos que haciéndoles creer que estaba fuera de sí.
Es tan fácil jugar con las mentes de las personas sin que se den cuenta.
Se detuvo un momento junto a un árbol y se apoyó en él y para asegurarse de que su actuación fuese perfecta apoyó la otra mano en su frente, luego bajó la mano hasta el arco entre sus ojos e hizo como si estuviese mareada.
-Halti -susurró una flor del suelo.
Aún le costaba entender la Lengua Antigua y a su vez lo que decían las almas, por lo que tardó un momento en saber qué le estaba tratando de decir esa pequeñita.
"Detenerse". Podría haberle dicho algo más elaborado, pero Thar hacía tiempo se había rendido con tratar de llevarse bien con las flores, por algún motivo a ninguna le agradaba y no fueron muy cooperativas durante su entrenamiento.
No podía hacer nada al respecto, pero sí podía hacer algo con el dato que le dio. Sonrió maliciosa con lo que se le había ocurrido, esos sujetos se arrepentirían de subestimarla de esa forma. Soltó la mochila y con un poco de fuerza la hizo parecer más pesada de lo que era por el estruendo que hizo al tocar el suelo, un pequeño truco que le habían enseñado en Sanka Tero. Apoyó la cabeza contra el árbol y susurró lo más claro que pudo una orden en Lengua Antigua.
-Que nadie hable hasta que los cascarones vuelvan a quedar vacíos.
No poder entender los murmullos de las flores no significaba no poder oírlas, y de todas las almas las voces de esas en particular eran irritantes; agudas, chirriantes y ácidas como un limón. "Calladas se ven más bonitas".
Debajo de su gorro movía las lindas orejas que le daba Control. Desde el momento en que dio la orden comenzaría la verdadera diversión sin distracción alguna, se relamió los labios de placer. Los que estaban a izquierda y derecha comenzaron a moverse, parece que querían acorralarla lo mejor que pudiesen, pero el tercero no se estaba moviendo, ese era el más novato y el que planeaba dejar para el final. Calculó tres metros entre el trío de cascarones y ella y comenzó el juego.
-¿Por qué la gente es tan estúpida como para subestimar a un portador? –dijo como si estuviese hablando consigo misma-. Es decir, sé que soy mujer y más débil que un adulto, en especial tres hombres que se jactan de ser musculosos, pero ¡por favor, esto es ridículo! -Bajó su voz hasta volverla un murmullo-. Es tan fácil como hacerles creer que eres algo para que no crean que eres otra cosa.
Con la mano que había usado para frotarse la sien y la cabeza tomó la daga que conectaba con Animoj y la lanzó de tal forma que pareciera que había fallado por culpa del cansancio. Una gota más de esperanza para esos cascarones no estaba nunca de más, ¿verdad? Había apuntado para acertar en el tronco de un árbol a medio metro de donde se encontraba el hombre e hizo temblar su pulso antes de lanzarla, nada mejor que una chiquilla engreída con pésima puntería para su actuación. Era tan divertido. Maldijo su mala puntería ocultando la sonrisa que siempre hacía cuando jugaba así con las personas.
-Patética –oyó al hombre de la derecha. Ya le daría algo de lo que reírse.
Se acercó tambaleante a la daga. Estaba atorada en el tronco, fantástico. Eso no estaba precisamente dentro de su plan, pero ayudaría a su papel de chica tonta e inútil, pero de todas formas le irritaba haberla encajado tanto. Tuvo que apoyar un pie en el tronco para poder sacarla de allí, debía controlar más su fuerza cuando hiciese el papel de chica tonta con pésima puntería. Limpió cuidadosamente la hoja de la daga cuando logro desencajarla del tronco y la puso contra la luz de la luna para asegurarse de que nada le hubiese pasado, aunque tampoco es como si algo le fuese a pasar en primer lugar, ¡se trataba de un arma hecha por el mismísimo primer portador de Tero, reconocido por su refinado trabajo en la forja y el afilado de las únicas armas que forjó en vida! Pero claro, eso prácticamente nadie lo sabía.
Debía admitir que la hoja era hermosa, su color iba del negro al plateado y hacía parecer que su filo brillaba a la luz de la luna; se habría quedado contemplando un poco más su arma pero tenía algo más importante que hacer y eso era lanzársela al sujeto de su izquierda. Sintió el cascarón caer y su alma retirarse a esconderse a algún lugar, eso estaba bien, ahora tan solo faltaban dos.
Sacó la daga conectada a Demenco de su funda en su costado izquierdo y se apoyó contra el árbol donde antes había estado la daga de Control clavada, se apoyó en él y comenzó a juguetear con la daga lanzándola al aire haciéndola dar una vuelta en el aire antes de caer en su mano. Podría decirles algo a los otros dos hombres en un intento de calmarlos, seguramente estarían aterrados por lo que les iba a ocurrir a ellos después de ver lo fácil que se había desecho de su compañero.
El hombre que se encontraba a metro y medio del árbol por su derecha volvió a moverse, dentro de su creciente temor y desesperación había decidido atacarla. Ahora Thar se estaba preguntando seriamente si era el sujeto que había estado detrás de ella todo el trayecto el novato o lo eran todos porque de otra forma no se podía explicar un desempeño tan lamentable por parte de ellos. Se separó rápidamente del árbol, había oído a la perfección una voz rogar porque "ese disparo acabase con el demonio", qué alma sumida en desesperación tan descortés. El hombre volvería a disparar hasta asegurarse de que ella hubiese muerto, por lo que Thar decidió darle un buen blanco al cual pudiera apuntar: ella corriendo directamente hacia él en zigzag. Le quería dejar fácil eso de apuntar, pero hubiese aburrido ir en línea recta y arriesgarse a que la diversión pudiese acabar tan rápido.
-Demonio... ¡Demonio!
"Cobarde. Cobarde. ¿Quieres seguir jugando a las palabras repetidas? Porque yo no".
Agarró con su mano libre el arma del sujeto, una pistola, y lo obligó a bajarla para así poder apuñalarlo con su linda daga. Enterró el cuchillo hasta el fondo y no soltó ninguna de las dos armas hasta que se aseguró de que ese sujeto tan descortés hubiese muerto. Cuando se aseguró de que ya no volvería a respirar arrancó la daga de Libertad del cuerpo del hombre y lo dejó caer al suelo, se había manchado con su sangre, qué maravilla; guardó la daga en su funda no sin antes haberla limpiado con la ropa del cascarón vacío, aún quedaba uno.
El tercer hombre había huido y para sorpresa de Tharza se había llevado con él la daga de Control, ni que pudiese defenderse con ella con lo quisquillosa que suele ser. La pobre alma de ese hombre gritaba desesperada por ayuda, rogaba que lo salvaran del demonio al que le habían pedido capturar. Ya la habían llamado demonio tres veces esa noche, ahora sí tenía un buen motivo para dejar de actuar y ponerse un poco seria: primero un alma descortés que la insultaba, después la misma lama descortés llamándola demonio dos veces y ahora esa alma cobarde huyendo con una de sus armas y llamándola demonio también. Las bromas tenían un límite y ese era ser tratada de esa forma tan grosera... y llevarse la daga de Control, ese era el otro límite.
Recobró el aliento luego de la carrera que habíahecho para poder apuñalar al idiota que se había burlado de ella y comenzó acorrer para poder recuperar la daga y deshacerse del último idiota grosero.