Cuanto hay entre el final de la hora tercia y el principio de día en esa esfera,
2que al igual que un chiquillo juega siempre3
tanto ya parecía que hacia el véspero aún le faltaba al sol de su camino:allí la tarde, aquí era medianoche.
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En plena cara heríannos los rayos, pues giramos el monte de tal forma, que al ocaso derechos caminábamos,
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cuando sentí en mi frente pesadumbrede un resplandor mucho mayor que el de antes,
11y me asombró tan extraño suceso;12
por lo que alcé las manos por encima de las cejas, haciéndome viseraque del exceso de luz nos protege.
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Como cuando del agua o del espejo el rayo salta a la parte contraria, ascendiendo de un modo parecido
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al que ha bajado, y es tan diferente
del caer de la piedra en igual caso, como experiencia y arte lo demuestran;
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así creí que la luz reflejadapor delante de mí me golpease;y en apartarse fue rauda mi vista.
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«¿Quién es, de quien no puedo, dulce padre, la vista resguardar, por más que hago,y parece venir hacia nosotros?»
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«Si celestial familia aún te deslumbra-respondió-- no te asombres: mensajero es que viene a invitar a que subamos.
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Dentro de poco el mirar estas cosas no será grave, mas será gozoso cuanto natura dispuso que sientas.»
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Cuando cerca del ángel estuvimos«Entrad aquí -nos dijo dulcemente- donde hay una escalera menos dura.»
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Subíamos, dejando el sitio aquel y cantar Beati misericordes
38escuchamos, y Goza tú que vences39
Mi maestro y yo solos caminábamos hacia la altura; y yo al andar pensaba sacar de su palabra algún provecho;
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y a él me dirigí y le pregunté:«¿Qué ha querido decir el de Romaña.
44con bienes que no admiten compañía?»45
Y él contestó: «De su mayor defecto conoce el daño, así que no te admires si es reprendido por que más no llore.
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Porque si vuestro anhelo se dirige a lo que compartido disminuye,hace la envidia que suspire el fuelle.
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Mas si el amor de la esfera suprema los deseos volviera hacia lo alto,tal temor no tendría vuestro pecho;
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pues, cuanto más allí se dice "nuestro", tanto del bien disfruta cada uno,
y más amor aún arde en ese claustro.»
«Estoy de estar contento más ayuno57-dije- que si no hubiera preguntado,y aún más dudas me asaltan en la mente.
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¿Cómo puede algún bien, distribuido en muchos poseedores, aún más ricos hacer de él, que si pocos lo tuvieran?»
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Y aquel me contestó: «Como no pones la mente más que en cosas terrenales, sacas tinieblas de luz verdadera.
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Ese bien inefable e infinitoque arriba está, al amor tal se apresura corno a un lúcido cuerpo viene el rayo.
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Tanto se da cuanto encuentra de ardor;y al aumentarse así la caridad, sobre ella crece la eterna virtud.
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Y así cuanta más gente ama allá arriba, hay allí más amor, y más se ama,y unos y otros son como los espejos.
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Y si lo que te digo no te sacia, verás a Beatriz que plenamenteeste o cualquier deseo ha de quitarte.
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Procura pues que pronto se te extingan, como han sido ya dos, las cinco heridas que cicatrizan al estar contrito.»
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Cuando decir quería: «Me aplacaste», me vi llegado al círculo de arriba,y me hizo callar la vista ansiosa.
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Allí me pareció en una visión estática de súbito estar puesto,y ver muchas personas en un templo;
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y una mujer decía en los umbrales, con dulce gesto maternal: «Oh hijo,¿por qué has obrado esto con nosotros?
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Tu padre y yo angustiados estuvimos buscándote.» Y como ella se callara, se me borró lo que veía antes.
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Después me vino otra, con el agua que en sus mejillas el dolor destila,que un gran despecho hacia otros nos provoca94
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diciendo: «Si eres sir de la ciudad,por cuyo nombre dioses contendieron, y donde toda ciencia resplandece,
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véngate de esos brazos atrevidosque a mi hija abrazaron, Pisistrato.» Y el Señor, que benigno parecía,
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le respondía con templado rostro:«¿Qué haremos a quien males nos desea,si a aquellos que nos aman condenarnos?»
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Luego vi gente ardiendo en fuego de ira, a pedradas matando a un jovencito, gritando: «Martiriza, martiriza»,
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y al joven inclinarse, por la muerte que le apesadumbraba, hacia la tierra, mas sus ojos alzaba siempre al cielo,
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pidiendo al alto Sir, en guerra tanta, que perdonase a sus perseguidores,con ese aspecto que a piedad nos mueve.
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Cuando volvió mi alma hacia las cosas que son, fuera de ella, verdaderas,supe que mis errores no eran falsos.
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Mi guía entonces, que me contemplaba como a aquel que del sueño se despierta, dijo: «¿Qué tienes que te tambaleas,
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y has caminado más de media legua con los ojos cerrados, dando tumbos,a guisa de quien turban sueño o vino?»
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«Oh dulce padre mío, si me escuchas te contaré -le dije lo que he visto,cuando las piernas me fueron tan flojas.»
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Y él dijo: «Si cien máscaras tuvieses sobre el rostro, cerrados no tendríatus pensamientos, aun los más pequeños.
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Es lo que viste para que no excuses al agua de la paz abrir el pecho,que de la eterna fuente se derrama.
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No pregunté qué tienes, como hiciera quien mira, sin ver nada, con los ojos, cuando desanimado el cuerpo yace;
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mas pregunté para animar tus pasos tal conviene avivar al perezoso,que tardo emplea al despertar su tiempo.»
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Por el ocaso andábamos, mirando hasta donde alcanzaba nuestra vista contra la luz radiante y vespertina.
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Y vimos poco a poco una humareda venir hacia nosotros, cual la noche; ni un sitio había para resguardarnos:
144el aire puro nos quitó y la vista.145