Neso no había aún vuelto al otro lado, cuando entramos nosotros por un bosque al que ningún sendero señalaba.
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No era verde su fronda, sino oscura; ni sus ramas derechas, mas torcidas; sin frutas, mas con púas venenosas.
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Tan tupidos, tan ásperos matojosno conocen las fieras que aborrecen entre Corneto y Cécina los campos.
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Hacen allí su nido las arpías,que de Estrófane echaron al Troyano con triste anuncio de futuras cuitas.
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Alas muy grandes, cuello y rostro humanos y garras tienen, y el vientre con plumas;en árboles tan raros se lamentan.
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Y el buen Maestro: «Antes de adentrarte, sabrás que este recinto es el segundo-me comenzó a decir- y estarás hasta
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que puedas ver el horrible arenal; mas mira atentamente; así verás cosas que si te digo no creerías.»
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Yo escuchaba por todas partes ayes, y no vela a nadie que los diese,
23por lo que me detuve muy asustado.24
Yo creí que él creyó que yo creía que tanta voz salía del follaje,de gente que a nosotros se ocultaba.
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Y por ello me dijo: «Si tronchases cualquier manojo de una de estas plantas, tus pensamientos también romperias.»
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Entonces extendí un poco la mano,y corté una ramita a un gran endrino;y su tronco gritó: «¿Por qué me hieres?
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Y haciéndose después de sangre oscuro volvió a decir: «Por qué así me desgarras?¿es que no tienes compasión alguna?
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Hombres fuimos, y ahora matorrales; más piadosa debiera ser tu mano, aunque fuéramos almas de serpientes.»
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Como. una astilla verde que encendida por un lado, gotea por el otro,y chirría el vapor que sale de ella,
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así del roto esqueje salen juntas sangre y palabras: y dejé la rama caer y me quedé como quien teme.
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«Si él hubiese creído de antemano-le respondió mi sabio-, ánima herida, aquello que en mis rimas ha leído,
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no hubiera puesto sobre ti la mano:mas me ha llevado la increible cosaa inducirle a hacer algo que me pesa:
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mas dile quién has sido, y de este modo algún aumento renueve tu famaalli en el mundo, al que volver él puede.»
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Y el tronco: «Son tan dulces tus lisonjas que no puedo callar; y no os molestesi en hablaros un poco me entretengo:
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Yo soy aquel que tuvo las dos llaves que el corazón de Federico abríany cerraban, de forma tan suave,58
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que a casi todos les negó el secreto;tanta fidelidad puse en servirleque mis noches y días perdí en ello.
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La meretriz que jamás del palacio del César quita la mirada impúdica, muerte común y vicio de las cortes,
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encendió a todos en mi contra; y tanto encendieron a Augusto esos incendios que el gozo y el honor trocóse en lutos;
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mi ánimo, al sentirse despreciado, creyendo con morir huir del desprecio, culpable me hizo contra mí inocente.
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Por las raras raíces de este leño, os juro que jamás rompí la fea mi señor, que fue de honor tan digno.
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Y si uno de los dos regresa al mundo, rehabilite el recuerdo que se dueleaún de ese golpe que asesta la envidia.»
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Paró un poco, y después: «Ya que se calla, no pierdas tiempo -dijome el poeta-habla y pregúntale si más deseas.»
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Yo respondí: «Pregúntale tú entonces lo que tú pienses que pueda gustarme; pues, con tanta aflicción, yo no podría.»
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Y así volvió a empezar: «Para que te haga de buena gana aquello que pediste, encarcelado espíritu, aún te plazca
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decirnos cómo el alma se encadenaen estos troncos; dinos, si es que puedes, si alguna se despega de estos miembros.»
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Sopló entonces el tronco fuememente trocándose aquel viento en estas voces:«Brevemente yo quiero responderos;
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cuando un alma feroz ha abandonado
el cuerpo que ella misma ha desunidoMinos la manda a la séptima fosa.
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Cae a la selva en parte no elegida;mas donde la fortuna la dispara,como un grano de espelta allí germina;
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surge en retoño y en planta silvestre: y al converse sus hojas las Arpías, dolor le causan y al dolor ventana.
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Como las otras, por nuestros despojos, vendremos, sin que vistan a ninguna; pues no es justo tener lo que se tira.
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A rastras los traeremos, y en la triste selva serán los cuerpos suspendidos,del endrino en que sufre cada sombra.»
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Aún pendientes estábamos del tronco creyendo que quisiera más contarnos, cuando de un ruido fuimos sorprendidos,
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Igual que aquel que venir desde el puesto escucha al jabalí y a la jauríay oye a las bestias y un ruido de frondas;
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Y miro a dos que vienen por la izquierda, desnudos y arañados, que en la huida,de la selva rompían toda mata.
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Y el de delante: «¡Acude, acude, muerte!» Y el otro, que más lento parecía,gritaba: «Lano, no fueron tan raudas
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en la batalla de Toppo tus piernas.» Y cuando ya el aliento le faltaba,de él mismo y de un arbusto formó un nudo.
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La selva estaba llena detrás de ellosde negros canes, corriendo y ladrando cual lebreles soltados de traílla.
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El diente echaron al que estaba oculto y lo despedazaron trozo a trozo;luego llevaron los miembros dolientes.
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Cogióme entonces de la mano el guía, y me llevó al arbusto que lloraba,
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por los sangrantes rotos, vanamente.
Decía: «Oh Giácomo de Sant' Andrea,132¿qué te ha valido de mí hacer refugio?¿qué culpa tengo de tu mala vida?»
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Cuando el maestro se paró a su lado,dijo: «¿Quién fuiste, que por tantas puntas con sangre exhalas tu habla dolorosa?»
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Y él a nosotros: «Oh almas que llegadas sois a mirar el vergonzoso estrago,que mis frondas así me ha desunido,
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recogedlas al pie del triste arbusto.Yo fui de la ciudad que en el Bautista
143cambió el primer patrón: el cual, por esto144
con sus artes por siempre la hará triste;y de no ser porque en el puente de Arno aún permanece de él algún vestigio,
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esas gentes que la reedificaron sobre las ruinas que Atila dejó,
149habrían trabajado vanamente.Yo de mi casa hice mi cadalso.»150