«Mira la bestia con la cola aguda,que pasa montes, rompe muros y armas;mira aquella que apesta todo el mundo.»1
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Así mi guía comenzó a decirme;y le ordenó que se acercase al borde donde acababa el camino de piedra.
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Y aquella sucia imagen del engañose acercó, y sacó el busto y la cabeza, mas a la orilla no trajo la cola.
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Su cara era la cara de un buen hombre, tan benigno tenía lo de afuera,y de serpiente todo lo restante.
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Garras peludas tiene en las axilas;y en la espalda y el pecho y ambos flancos
pintados tiene ruedas y lazadas.
Con más color debajo y superpuesto15no hacen tapices tártaros ni turcos,ni fue tal tela hilada por Aracne.
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Como a veces hay lanchas en la orilla, que parte están en agua y parte en seco; o allá entre los glotones alemanes
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el castor se dispone a hacer su caza, se hallaba así la fiera detestableal horde pétreo, que la arena ciñe.
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Al aire toda su cola movía, cerrando arriba la horca venenosa,que a guisa de escorpión la punta armaba.
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El guía dijo: «Es preciso torcernuestro camino un poco, junto a aquella malvada bestia que está allí tendida.»
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Y descendimos al lado derecho, caminando diez pasos por su borde, para evitar las llamas y la arena.
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Y cuando ya estuvimos a su lado, sobre la arena vi, un poco más lejos, gente sentada al borde del abismo.
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Aquí el maestro: «Porque toda entera de este recinto la experiencia lleves-me dijo-, ve y contempla su castigo.
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Allí sé breve en tus razonamientos: mientras que vuelvas hablaré con ésta, que sus fuertes espaldas nos otorgue.»
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Así pues por el borde de la cima de aquel séptimo circulo yo solo anduve, hasta llegar a los penados.
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Ojos afuera estallaba su pena,de aquí y de allí con la mano evitabantan pronto el fuego como el suelo ardiente:
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como los perros hacen en verano, con el hocico, con el pie, mordidos de pulgas o de moscas o de tábanos.
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Y después de mirar el rostro a algunos, a los que el fuego doloroso azota,a nadie conocí; pero me acuerdo
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que en el cuello tenía una bolsacon un cierto color y ciertos signos, que parecían complacer su vista.
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Y como yo anduviéralos mirando, algo azulado vi en una amarilla, que de un león tenía cara y porte.
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Luego, siguiendo de mi vista el curso, otra advertí como la roja sangre,y una oca blanca más que la manteca.
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Y uno que de una cerda azul preñada señalado tenía el blanco saco,dijo: «¿Qué andas haciendo en esta fosa?
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Vete de aquí; y puesto que estás vivo, sabe que mi vecino Vitaliano
68aquí se sentará a mi lado izquierdo;69
de Padua soy entre estos florentinos: y las orejas me atruenan sin tasa gritando: ¡Venga el noble caballero
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que llenará la bolsa con tres chivos!» Aquí torció la boca y se sacabala lengua, como el buey que el belfo lame.
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Y yo, temiendo importunar tardandoa quien de no tardar me había advertido, atrás dejé las almas lastimadas.
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A mi guía encontré, que ya subido sobre la grupa de la fiera estaba,y me dijo: «Sé fuerte y arrojado.
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Ahora bajamos por tal escalera:sube delante, quiero estar en medio, porque su cola no vaya a dañarte.»
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Como está aquel que tiene los temblores de la cuartana, con las uñas pálidas,y tiembla entero viendo ya el relente,
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me puse yo escuchando sus palabras;pero me avergoncé con su advertencia,que ante el buen amo el siervo se hace fuerte.
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Encima me senté de la espaldaza: quise decir, mas la voz no me vino como creí: «No dejes de abrazarme.»
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Mas aquel que otras veces me ayudara en otras dudas, luego que monté,me sujetó y sostuvo con sus brazos.
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Y le dijo: «Gerión, muévete ahora:las vueltas largas, y el bajar sea lento:piensa en qué nueva carga estás llevando.»
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Como la navecilla deja el puerto detrás, detrás, así ésta se alejaba; y luego que ya a gusto se sentía,
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en donde el pecho, ponía la cola, y tiesa, como anguila, la agitaba, y con los brazos recogía el aíire.
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No creo que más grande fuese el miedo cuando Faetón abandonó las riendas,
107por lo que el cielo ardió, como aún parece;108
ni cuando la cintura el pobre Ícaro sin alas se notó, ya derretidas,gritando el padre: «¡Mal camino llevas!»;
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que el mío fue, cuando noté que estaba rodeado de aire, y apagadacualquier visión que no fuese la fiera;
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ella nadando va lenta, muy lenta;gira y desciende, pero yo no notosino el viento en el rostro y por debajo.
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Oía a mi derecha la cascadaque hacía por encima un ruido horrible, y abajo miro y la cabeza asomo.
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Entonces temí aún más el precipicio, pues fuego pude ver y escuchar llantos; por lo que me encogí temblando entero.
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Y vi después, que aún no lo había visto,
al bajar y girar los grandes males, que se acercaban de diversos lados.
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Como el halcón que asaz tiempo ha volado, y que sin ver ni señuelo ni pájarohace decir al halconero: «¡Ah, baja!»,
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lento desciende tras su grácil vuelo, en cien vueltas, y a lo lejos se pone de su maestro, airado y desdeñoso,
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de tal modo Gerión se posó al fondo, al mismo pie de la cortada roca,y descargadas nuestras dos personas,
135se disparó como de cuerda tensa.