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Chapter 14 - INFIERNO CANTO XII

Era el lugar por el que descendimos alpestre y, por aquel que lo habitaba, cualquier mirada hubiéralo esquivado.

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Como son esas ruinas que al costado de acá de Trento azota el río Adigio, por terremoto o sin tener cimientos,

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que de lo alto del monte, del que bajan al llano, tan hendida está la rocaque ningún paso ofrece a quien la sube;

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de aquel barranco igual era el descenso;y allí en el borde de la abierta sima, el oprobio de Creta estaba echado

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que concebido fue en la falsa vaca;cuando nos vio, a sí mismo se mordía,

tal como aquel que en ira se consume.

Mi sabio entonces le gritó: «Por suerte15piensas que viene aquí el duque de Atenas,17que allí en el mundo la muerte te trajo?18

Aparta, bestia, porque éste no viene siguiendo los consejos de tu hermana, sino por contemplar vuestros pesares.»

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Y como el toro se deslaza cuando ha recibido ya el golpe de muerte,y huir no puede, mas de aquí a allí salta,

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así yo vi que hacía el Minotauro;y aquel prudente gritó: «Corre al paso;bueno es que bajes mientras se enfurece.»

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Descendimos así por el derrumbede las piedras, que a veces se movían bajo mis pies con esta nueva carga.

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Iba pensando y díjome: «Tú piensas tal vez en esta ruina, que vigilala ira bestial que ahora he derrotado.

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Has de saber que en la otra ocasión que descendí a lo hondo del infierno, esta roca no estaba aún desgarrada;

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pero sí un poco antes, si bien juzgo,de que viniese Aquel que la gran presa quitó a Dite del círculo primero,

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tembló el infecto valle de tal modo que pensé que sintiese el universoamor, por el que alguno cree que el mundo

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muchas veces en caos vuelve a trocarse;y fue entonces cuando esta vieja roca se partió por aquí y por otros lados.

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Mas mira el valle, pues que se aproxima aquel río sangriento, en el cual hierve

47aquel que con violencia al otro daña.»48

¡Oh tú, ciega codicia, oh loca furia, que así nos mueves en la corta vida, y tan mal en la eterna nos sumerges!

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Vi una amplia fosa que torcía en arco, y que abrazaba toda la llanura,según lo que mi guía había dicho.

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Y por su pie corrían los centauros, en hilera y armados de saetas,

56como cazar solían en el mundo.57

Viéndonos descender, se detuvieron, y de la fila tres se separaroncon los arcos y flechas preparadas.

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Y uno gritó de lejos: «¿A qué pena venís vosotros bajando la cuesta? Decidlo desde allí, o si no disparo.»

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«La respuesta -le dijo mi maestro- daremos a Quirón cuando esté cerca: tu voluntad fue siempre impetuosa.»

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Después me tocó, y dijo: «Aquel es Neso, que murió por la bella Deyanira,contra sí mismo tomó la venganza.

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Y aquel del medio que al pecho se mira,el gran Quirón, que fue el ayo de Aquiles;

71y el otro es Folo, el que habló tan airado.72

Van a millares rodeando el foso,flechando a aquellas almas que abandonan la sangre, más que su culpa permite.»

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Nos acercamos a las raudas fieras: Quirón cogió una flecha, y con la punta, de la mejilla retiró la barba.

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Cuando hubo descubierto la gran boca,dijo a sus compañeros; «¿No os dais cuenta que el de detrás remueve lo que pisa?

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No lo suelen hacer los pies que han muerto.» Y mi buen guía, llegándole al pecho,donde sus dos naturas se entremezclan,

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respondió: «Está bien vivo, y a él tan sólo debo enseñarle el tenebroso valle: necesidad le trae, no complacencia.

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Alguien cesó de cantar Aleluya,y ésta nueva tarea me ha encargado:él no es ladrón ni yo alma condenada.

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Mas por esta virtud por la cual muevo los pasos por camino tan salvaje, danos alguno que nos acompañe,

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que nos muestre por dónde se vadea,y que a éste lleve encima de su grupa, pues no es alma que viaje por el aire.»

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Quirón se volvió atrás a la derecha,y dijo a Neso: «Vuelve y dales guía,y hazles pasar si otro grupo se encuentran.»

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Y nos marchamos con tan fiel escolta por la ribera del bullir rojizo,donde mucho gritaban los que hervían.

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Gente vi sumergida hasta las cejas,y el gran centauro dijo: « Son tiranos que vivieron de sangre y de rapiña:

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lloran aquí sus daños despiadados;está Alejandro, y el feroz Dionisio

107que a Sicilia causó tiempos penosos.108

Y aquella frente de tan negro pelo, es Azolino; y aquel otro rubio,

110es Opizzo de Este, que de veras111

fue muerto por su hijastro allá en el mundo.» Me volví hacia el poeta y él me dijo:«Ahora éste es el primero, y yo el segundo.»

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Al poco rato se fijó el Centauroen unas gentes, que hasta la garganta parecían, salir del hervidero.

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Díjonos de una sombra ya apartada:«En la casa de Dios aquél hirió -

119el corazón que al Támesis chorrea.»120

Luego vi gentes que sacaban fuera del río la cabeza, y hasta el pecho; y yo reconocí a bastantes de ellos.

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Asi iba descendiendo poco a poco

aquella sangre que los pies cocía, y por allí pasamos aquel foso.

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«Así como tú ves que de esta parte el hervidero siempre va bajando,-dijo el centauro- quiero que conozcas

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que por la otra más y más aumentasu fondo, hasta que al fin llega hasta el sitio en donde están gimiendo los tiranos.

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La diving justicia aquí castiga a aquel Atila azote de la tierra

134y a Pirro y Sexto; y para siempre ordeña135

las lágrimas, que arrancan los hervores, a Rinier de Corneto, a Rinier Pazzo

137qué en los caminos tanta guerra hicieron.»Volvióse luego y franqueó aquel vado.138