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Chapter 3 - Día 1 Ciudad de los ríos de sangre

Desperté con la mano extendida lo más que pude. Y no tarde en asegurarme de que mi marca aún emitía el color blanco de siempre. Al comprobarlo, gran alivio invadido mi cuerpo.

Miré a la reflexión del pequeño lago junto a mí. Ahí estaba yo: con mi pelo, cejas y pestañas igual de blancos que las nubes que me habían dado el apodo de conejo desde que era pequeño. Caminos de lágrimas escurrían de mis ojos castaños.

Sonreí ligeramente y limpié las lágrimas de mi rostro. Estaba vivo. Ese era un hecho que debía que agradecer con todas mis fuerzas. Sin importar lo que me esperará debía tener la certeza de que todo saldría bien.

Inahle y exhalé profundamente y cacheteé mi rostro con mis dos manos– ¡Muy bien!

Cuando escaneé mis alrededores lo poco que podía ver era que me encontraba dentro de una pequeña cueva con su propio bioma creado a partir de plantas, pastos, árboles y un pequeño lago. Una ligera luz salida de una de las brechas del techo formando un etéreo halo de luz.

A continuación, note inmediatamente a un conejo saltando y dirigiéndose alegremente a una esquina de la cueva.

- Oh! ¿De dónde vienes camarada? ¿también te abandonaron?

Seguí al conejo por la cueva con las esperanzas de encontrar la salida. Y en poco tiempo este me dirigió a una parte de la cueva en donde se encontraba una grieta por la que parecía pasar una corriente de aire.

- Odio los espacios cerrados, pero no tengo opción ¿verdad?

Entre de costado, apretando mi cuerpo lo más que podía y propulsándome con las rocas en la pared. La luz penetraba más fuerte cada vez, por lo que tuve que apartar la mirada. Cuando llegué al final, salí volando de la grieta hasta dar al piso. Mi cara palideció cuando me di cuenta de que me encontraba en un barranco. Sin embargo, cuando levanté mi vista para poder comprobar mis alrededores, lo que vi después me causo tanta impresión que interrumpió mis pensamientos.

Delante de mí se hallaba una compleja e intrincada ciudad subterránea. Los enormes ríos rojizos que pasaban por esta ciudad se ramifican y esparcían como venas, y las estructuras se desplegaban abundantemente como pastizal por la titánica cueva, cuya extensión no era previsible incluso desde el alto barranco donde me encontraba. Una intimidante columna de roca se extendía desde el centro, conectando el suelo y el techo de la cámara. Desde el techo la luz emanante del ambiente provenía de un mineral rojizo carmesí que se esparcía por toda la cueva.

- A donde me has traído, pequeño camarada.

Afile mis ojos y empecé a pensar en lo que debería hacer despues. A pesar de lo atractivo que sonaba ir a la ciudad en búsqueda de personas, sabía que por el momento el bosque sería más seguro para mí. Al fin y al cabo, aunque me encontrara con animales salvajes contra ellos sería capaz de defenderme. Los años de entrenamiento para convertirme en un caballero no habían sido en vano.

- ¡Muy bien! Necesitare recolectar comida y un poco de ramas. – dije antes de que diera un paso y mi pierna cayera en una trampa con dentadura de metal.

- Ah…

Empecé a retorcerme por el dolor. Al momento siguiente escuché los pasos y voces de un grupo de personas. Mi rostro se ilumino. Sin embargo, la gota de esperanza se disolvió tan rápido como se creó al ver la sangre en sus cuerpos, armas en sus manos y que sus muñecas brillaban con el rojo de la sangre. No estaba a salvo. Los hombres se acercaron y me agarraron violentamente. Intente defenderme, pero mi marca empezó a arderme y mi cuerpo se paralizó. Un hombre con el torso descubierto y cubierto de cicatrices me sacó de la trampa y echó alcohol en done las dentaduras me habían mordido y luego prosiguió a vendarlo bruscamente.

- ¡Vamos! Que ya es hora de la ronda. - dijo el hombre cuyo acento jalaba bruscamente las palabras y exageraba las consonantes.

Me amarraron las manos con una cuerda y me jalaron como una carga más. Bajando por el último desnivel del bosque. Si me caía, me jalaban agresivamente y si era necesario me arrastraban por las afiladas piedras.

En la base nos encontramos con otro grupo de alrededor 100 personas, que, como yo, eran arrastradas por los hombres de la cueva. Los hombres tenían pintados violentas líneas doradas por sus cuerpos y en su mayoría portaban con el torso descubierto. El único que parecía destacar de la mayoría y dirigir a todo el grupo, era uno de imponente presencia y rasgos que nunca había visto.

Su piel era de tez morena y liso cabello rubio. A diferencia de los otros, las pinturas de su cuerpo estaban mejor delimitadas por su cuerpo y contrastaban con su piel. Su torso estaba descubierto mostrando su entrenado cuerpo y un collar que abrazaba la totalidad de su cuello. En el costado de su cinturón dorado, junto a sus pantalones de tela, llevaba lo que parecía una fina espada con una funda y empuñadura de gran detallado. La mujer a su lado vestida por una ligera tela blanca que cubría todo menos su abdomen y esos ojos parecían penetrar en todo.

- Empecemos con la ronda de hoy. Espero me hayan encontrado nuevas mascotas- dijo una voz como si cantara mientras su calmado rostro mostraba cierto grado de burla. – Pero antes de cualquier cosa- tomó el artefacto en su cadera, sonó una explosión y uno de los prisioneros cayó rendido al suelo dejando un charco de sangre. - Está de más decir que si tratan de escapar o mostrar algún tipo de resistencia, bueno. Se les disparara. - volvió a dispararle al cuerpo.

A pesar de lo que había sucedido no tarde en descubrir que el único con cara de terror era yo. Incluso entre los esclavos sus rostros solo se reducían a mirar al piso. El grupo de esclavos en donde me encontraba se conformaba de 12 sin contarme, y entre ellos tan solo se encontraban dos mujeres. Todos con marcas rojas.

Cuando el líder llegó a nuestro lote este limpiaba su espada de sangre. Traté de moverme, pero mi cuerpo seguía bajo lo efectos de mi marca.

- Disculpen la tardanza, hubo algo de resistencia. - dijo al mismo tiempo que pasaba sus ojos por todos nosotros y abriéndose al detenerse en mí.

- ¡Espléndido! Tus rasgos, aunque familiares, tienen algo ligeramente diferente. Ahora que lo pienso, te pareces bastante ¿Me pregunto si…? - dijo sonriendo y acercándose a mí.

Bajé mi mirada y escuché como me olfateaba gentilmente y tocaba mi hombro.

- Oh sí. Tu olor es muy diferente al que la gente de aquí desprende. ¿Cuál es tu nombre? - dijo a la vez que se apartaba de mí y me miraba directamente, mostrándome la afilada y fina silueta de su rostro.

- Al-Altair.

- ¡Pero que! - dijo a la vez que los ojos de los hombres de la cueva y los esclavos clavaban sus ojos en mi marca-. ¡Nunca había visto nada igual! ¿De qué clan provienes?

- ¿Clan?

- Esto es perfecto. Te encontrare un dueño que pagara una suma de Sinabarita bastante apetitosa. ¿Quién dejaría pasar esta oportunidad?, muchos tontos que habitan la ciudad, de eso estoy claro. ¡Pónganlo en mi lote!

El hombre de la cueva que me tenía amarrado me jaló agresivamente, y me dirigió al centro con los demás seleccionados. Los demás lotes empezaron a esparcirse dentro de la ciudad. A mi grupo lo formaron en una fila y nos conectaron a todos por una cuerda amarrando nuestras manos. Poco después, nos adentramos dentro de las entrañas de la ciudad. Las casas y edificios aprovechaban la propia roca de la cueva para crear las estructuras o usaban un material parecido al barro. Todos portaban las mismas marcas rojas y el ambiente se mezclaba en caos; si no había una pelea en algún lado, tenían sexo en el piso de la calle o espontáneamente sonaban agonizantes gritos dentro de los callejones. Cuando llegamos a una plaza unos hombres golpeaban a un esclavo de otro lote.

- ¿cómo es posible que puedan hacer eso?

- ¡psst! - una voz me asaltó desde mi espalda-. No mires directamente, sino se darán cuenta. ¿De qué clan vienes?

- No entiendo, ¿A qué te refieres con clan?

- Un sin clan entonces … parece que lord Byron te agarro cierto cariño. Escuche que nos llevaran donde los lobos rojos.

- ¿Lobos Rojos?

- Si, el gremio de asesinos, probablemente por alguna razón piensa que... oh, ya veo, te pareces bastante. Perfecto.

- ¿Gremio de asesinos?

A medida que pasamos advertí que muchas personas se nos quedaban viendo con rencor, y murmuraban entre ellos. Mis pies empezaban a quemarse al rasparse contra la dura roca al ir de subida y bajada por los laberintos de piedra de la ciudad. Doblamos en una esquina y de repente una soga abrazó mi cuello jalándome hacia la dirección contraria.

- ¡Corten la soga ahora mismo o sino lo matare! ¡no podrán matar a alguien tan valioso! - dijo a la vez sentí que rompería mi tráquea en cualquier momento-.

Parpadeo un segundo, escuchó una fuerte explosión pasando por mi oído, y en el otro momento siento como la presión se afloja en mi cuello y caigo de espaldas. Levanté mi mirada y Byron apuntaba su humeante arma a mi dirección.

- Continuemos. - dijo calmadamente a la vez que me levantaron del piso.

Progresamos en nuestra caminata. No sé cuánto tiempo había pasado, pero mis piernas palpitaban dolorosamente con cada paso. Pasamos por un valle en subida donde a sus costados se encontraban diversas casas dentro de la roca. Al final del valle encontramos lo que parecía una mansión de madera a lo alto de un barranco dando la espalda a la pared de la cueva.

A medida que subíamos por unas escaleras de piedra, las personas que pasaban llevaban vestimentas muy diferentes a las de los dorados. La mayoría llevaba un tatuaje o paliacate rojo amarrado en su cuerpo y los rasgos entre las personas eran más variados.

Llegamos a la entrada y nos recibió un hombre de 3 metros, su piel era morena pálida, su musculoso torso descubierto portaba orgullosamente una enorme cicatriz, y llevaba unos pantalones de tela rojos con grabados blancos en las orillas. Al vernos, el gigante no se inmuto y mantuvo su agresiva expresión incluso al dejarnos pasar.

La sala de la entrada se hundía en el piso unos cuantos centímetros, y era recorrida por diversas alfombras de colores rojizos, combinando con las cortinas y sillones de la sala. En este gran espacio se encontraban alrededor de 100 personas reunidas. Sentadas en el piso, en los sillones o simplemente recargados en las paredes.

Al fondo, se hallaba un escenario que se alzaba a unos cuantos centímetros. En él, se encontraba sentado en unos cojines, un imponente y sereno hombre. A Pesar de su joven apariencia, su pelo era blanco como el de los altos Quarz, relamiéndose hacia atrás elegantemente. Su afilado y fino rostro contrastando con esos calmados, pero filosos ojos que portaban unos rectangulares y metálicos lentes. Su cuerpo evidenciaba un entrenamiento intensó. Su brazo izquierdo se hallaba envuelto por una tela rojiza con grabados como vendas desde su mano hasta su hombro. A su lado se hallaba una espada oscura enfundada cuya forma se curvaba ligeramente, casi como si la hubieran partido a la mitad.

Después de que todos se sentaran, nos obligaron a caer de rodillas y Lord Byron empezó a hablar enfrente de la intimidante masa de personas.

- Siempre es bueno negociar con mis amigos de los lobos rojos. Solo algunos superan su deseo por esclavos y prometo que no serán decepcionados.

Los hombres llamados lobos rojos empezaron a seleccionar a los esclavos uno por uno. Cada vez que uno elegía los lobos aullaban en emoción, y luego el que lo eligió se lo llevaba a uno de los pasillos o al piso superior y no regresaban. Mientras pasaba esto, todos me miraban directamente y murmuraban entre ellos.

- Bueno, como tal vez hayan observado, tenemos algo que nunca se había visto dentro de la gran cueva - dijo a la vez que alzaba mi mano y los demás afilaban sus ojos o los abrían en estupor- Además del color de su marca, su rareza también procede en que no tiene clan y es especialmente dócil. No se ha resistido ni un poco, ¿pueden creerlo? Sin embargo, su cuerpo está entrenado y en completa condición...

- Este chico se parece al líder ¿no será su hijo? -. dijo uno de los hombres, a la vez que se echaba a carcajear.

- No puede ser, ¡tiembla como un perro! A lo mejor el jefe se cogió a una perra- las risas volvieron a llenar el lugar, sin embargo, el jefe me miraba inexpresivamente.

Lord Byron se acercó a mí, agarró con una mano mi cuello y levantó todo mi cuerpo como si nada. La furia en sus ojos parecía atravesar por completo todo mi cuerpo haciéndolo estremecer.

- Entonces no les importará que me regocije matando a alguien parecido a su líder frente a ustedes ¿no?

Sus manos apretaban contra mi cuello violentamente, aplastando mi tráquea. Observaba su rostro, y sus ojos se inyectaban rojos. No comprendía que debía hacer en esa situación, era incapaz de hacer algo que no estaba en mi naturaleza; sino, tan solo quedarme como ganado espetando mi hora. Sabía que, si no hacía algo, moriría.

- yo lo tomaré-. una suave y gentil voz interrumpió el caos-.

Todos los lobos rojos se voltearon y sus rostros se petrificaron por completo en sorpresa. En el fondo, junto al jefe, se encontraba una hermosa mujer de un cabello blanco puro, su mandíbula estaba sujeta por un artefacto metálico oscuro, y este le cubría la boca y el cuello. Su vestido era de tela oscura con pequeños grabados blancos en los bordes, además de un ligero abrigo de donde salía un cuello de tortuga que trataba de ocultar su artefacto.

- La joven Aurora, pero que inesperado - dijo a la vez que sacaba su pistola.

- Sin embargo...siento decir que este chico ya no está a la venta, tal vez el clan Sharakar estará interesado. - Lord Byron se acercó a mí y agarró mi muñeca derecha-. Este chico me pertenece-.

- Altum -

Los ojos los lobos rojos se pasmaron y el rostro de Lord Byron se oscureció – Debo haber escuchado mal, casi pensé que-

- Altum – volvió a decir la joven.

Byron empezó a reírse entre dientes con una expresión terrorífica-. Dénselo.

Los hombres me empujaron a donde estaba la joven. Ella me miró con esos ojos calmados ojos e inmediatamente después se giró y empezó a caminar hacía las escaleras. Miré hacia la sala para buscar respuestas viendo las petrificadas caras de los lobos. El líder, en cambio, miraba hacia el vacío, pensando en algo más importante que en lo que ahí ocurría.

Al final de las escaleras sentí la mirada de un joven con túnica azul y con armadura en sus piernas. Su mirada me hizo sentir enfermo, haciéndome recordar un sabor amargo y podrido. Me di cuenta de que no sabía para qué querían esclavos o para que los usaban.

- Entra y cierra la puerta. - me dijo con su gentil y suave voz al abrir una de las puertas de las habitaciones.

Hice como dijo y sentí mi corazón contraerse rápidamente contra mi pecho. Por un momento Aurora permaneció silente, mirando hacia el vacío. El cuarto era relativamente espacioso, tenía una cama junto a una ventana que dejaba entrar el lejano bullicio de la ciudad, y la distante luz de las vetas que cubría parte de la recamara. La cama y las decoraciones le otorgaban ésta fría y taciturna sensación a la habitación.

Después de unos segundos, Aurora apuntó hacia la cama. Sin saber lo que realmente significaba, me dirigí a la cama y me senté en ella. Regresé mi vista a la joven y mis ojos se paralizaron; tocó su mandíbula de metal y esta se replegó revelando su hermoso rostro. El sombreado de los ojos contrastaba con sus obscuros ojos azules, y su liso y ligeramente ondulado pelo corto cubría su rostro levemente, y sus rosados labios eran atravesados por una cicatriz en el costado izquierdo. Me quedé sin palabras, y de inmediato empezó a quitarse su vestido y abrigo, exponiendo su pálida piel. Cuando terminó de quitarse su abrigo y botas, tan solo permanecía con una ligera prenda transparente de tela que le toca gentilmente el cuerpo.

Ella dirigió su vista hacia mí, y antes de que pudiera reaccionar, se abalanzó hacia mí. Sentí cómo su desnudo y delineado cuerpo se presionaba en mí. Petrificado por completo observé su rostro: ella respiraba agitadamente, y su cara se sonrojaba como cerezos en la nieve. Empezó a acercarse, y sentí la necesidad de besar sus labios. Mi respiración empezó agitarse también. Al mismo tiempo, sus colmillos se afilaban y las pupilas de sus ojos se agudizaban ligeramente.

En ese instante mi abdomen se presionó. La imagen del hombre de vendas negras me asaltó violentamente y me hizo temblar, cubriendo el mundo de serpenteantes tinieblas. Delilah a mi lado llorando, y la lanza del hombre incrustándose en mi mano. Lenta y dolosamente la negrura me carcomía y jugaba con lo que yacía adentro de mí.

Bruscamente sentí como la presión se desvaneció. Abrí mis ojos descubriendo mi mano extendida a mi costado, temblorosa. Aurora se amarraba sus botas nuevamente en el borde de la cama. Activó su artefacto en la mandíbula, y este cubrió nuevamente su boca. Me miró por unos segundos, y así sin más, apartó su vista de mí y se retiró de la habitación. Al irse del cuarto, este fue envuelto por el silencio y las lejanas voces de la ciudad, y antes de que me diera cuenta el sueño llegó a mí.