—¿Qué tipo de música te gusta? — me preguntó Dylan.
—Soy más amante de la música electrónica y el Rock, ¿Y a ti cuál te gusta?
—Somos todo lo contrario, me gusta la música instrumental y clásica.
—Hay una gran diferencia — ambos reímos.
—¿Has tocado algún instrumento? Yo solía tocar guitarra cuando tenía 15 años, supongo que es algo que tampoco podré volver hacer.
—Jamás he tocado ningún instrumento, y cuando digo nunca lo he tocado, es que ni me he acercado a ninguno.
—Eso es muy triste. Quisiera poder enseñarte algún día a tocar guitarra. ¿Y cantas?
—Solo en la ducha, y no creo que eso cuente— ambos reímos.
—Tienes una linda voz, me gustaría escucharte.
—Créeme, no vas a querer escucharme. Soy peor que una cabra cuando la están matando.
—Si supieras que muero por hacerlo. De hecho, muero por muchas cosas.
—¿Cómo qué?
Dylan se quedó en silencio y sonrió.
—¿Podría pedirte un favor?
—Claro.
—¿Podrías arreglarme la barba?
—Nunca he hecho eso, ¿No te preocupa que pueda dañarla?
—No, eso vuelve a crecer. Mi padre solía hacerlo, pero ha tenido mucho trabajo y debo parecer un vagabundo o algo parecido.
—No, de hecho, te ves... — no puedo olvidar que estoy hablando con un paciente, casi le digo lo bello que es—, muy guapo.
—¿Por qué lo pensaste? ¿Acaso fue solo un cumplido?— sonrió.
—No puedo olvidar que estoy en el trabajo, y casi digo algo que no debía.
—Puedes decirlo en confianza. No es que vaya a comerte ni a despedirte por decir lo que piensas. Me gustaría que te sientas en confianza conmigo. No quiero que te cohíbas solo por agradarme. Quiero conocer más de ti. Ya que no puedo verte, al menos, déjame escucharte.
—Iba a decir que eres el hombre más apuesto que he visto. La barba te queda muy bien así como está, te hace ver más maduro.
—¿Me estás diciendo viejo? — soltó una carcajada y bajó la cabeza.
—No, para nada. Solo digo que te ves bien así.
—Pues la dejaré como está ahora. Quiero tratar una cosa, pero no sé si desees hacerlo.
—¿Qué cosa?
—Bailar.
—No sé bailar. Espero no decepcionarte, Dylan.
—Lo imaginé, pero puedo enseñarte. Aunque no puedo ver, era muy bueno en el baile. Solo tienes que dejarte llevar por tu pareja. Yo iré guiándote.
—Supongo que sí podemos. Tenemos toda la tarde libre para hacer lo que desees.
Dylan se levantó de la silla y lo ayudé a caminar hasta el medio de la sala.
—¿No hay nada que nos moleste?
—No, todo está en orden.
—Hagámoslo sin música.
—De acuerdo.
—¿Tienes zapatos?
—Sí.
—Deberías quitarlos, no vaya a ser que pierda mis dedos.
—Oye, no puedo ser tan mala — ambos reímos.
Me los quité y los llevé a otro lado.
—Ahora sí.
—¿Es esta tu estatura normal?— puso su mano en mi cabeza.
—Sí, está soy yo, ¿Aún quieres bailar conmigo?
—Debes ser muy tierna.
—¿Lo dices por la estatura?
—No quiero sonar extraño, pero las chicas bajitas son la debilidad de cualquier hombre.
—¿Qué te hace pensar eso?
—Para mí lo son, ¿Puedo tocarla?
—Sí.
Puso su mano por mi cintura y se acercó. He tenido a varias personas cerca, pero con él siento algo diferente. Me pongo nerviosa fácilmente y no puedo evitar sentir vergüenza. Sé que no puede verme, pero aún así, no puedo evitarlo. Él se veía tranquilo, era yo la única que, al parecer, estaba nerviosa.
—Pon tu mano izquierda en mi hombro — hice lo que dijo y me agarró la otra mano, entrelazando sus dedos con los míos —. Ahora solo sígueme. Poco a poco vas a soltarte y cuando menos lo pienses, estarás haciéndolo bien.
Traté de seguir sus pasos y él tuvo mucha paciencia conmigo. Varias veces tropecé con sus pies y él continuaba. Me hizo girarme haciéndome quedar de espalda a él, y así sucesivamente, hasta volver a quedar frente a frente. Estaba concentrado en el baile y yo perdida en sus ojos. No podía desviar la mirada. Por alguna razón, sentía mi corazón agitado.
—No puedo verte, pero dejándome llevar de que no me has pisado y por tu movimiento de caderas, te has soltado bien.
—No me había dado cuenta, pero creo que tienes razón. Gracias, Dylan.
—¿Podemos continuar?
—Sí, me gustaría seguir. ¿Puedes mostrarme otros pasos? Eres muy bueno en esto.
—Claro.
Me mostró uno que otro paso. En cada uno de ellos nos acercamos más y más. Extrañamente iba conociendo el paso que haría después, y así sucesivamente. Una que otra vez me perdía, pero no se me hacía difícil retomar el baile. En el último paso del baile, me hizo girar completamente, hasta volver a tenerlo de frente; a diferencia que esta vez estaba mucho más cerca. Nuestra respiración estaba agitada y nuestros labios estaban a centímetros de rozarse, pero un sonido me hizo retroceder.
Tocaron la puerta de la entrada y Dylan trató de caminar hacia allá, pero le aguanté la mano.
—Vamos juntos, Dylan.
Era la vecina para darnos un postre. Hace tiempo no conocía a personas tan amables. De hecho, creí que ya ni existían.
—Ahora tendrás algo dulce para comer, Dylan.
—Me gustan las cosas dulces.
—Te serviré en un plato.
—De acuerdo.
Él se veía tranquilo, pero yo estaba algo pensativa. ¿Qué hubiera pasado si esa vecina no toca la puerta? Siento que estoy fallando con el trabajo y como persona.