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Chapter 23 - No quiero perderte

Kenya me esperaba sentada en las escaleras con la mirada perdida. Estacioné el auto justo frente a ella y bajé. Caminé hacia ella con los hombros cuadrados y sosteniendo su mirada cuando esta se posó en mi rostro.

—¿Sobre qué quieres hablar? —pregunté.

La forma en que me miró me dejó impactada. Desde su visita a Tokio ella solía mirarme con ojos llenos de odio y envidia, pero en su mirada oscura y lúgubre ya no existían aquellos poderosos sentimientos. Solo había tristeza, desesperación y lo que parecía ser un atisbo de arrepentimiento.

—Lamento haberte hecho venir hasta aquí.

—No hay problema, pero no tengo mucho tiempo, solo ve directo al grano. ¿Qué quieres?

—Necesito contarte muchas cosas, pero no sé por dónde comenzar.

Los cuchicheos de los estudiantes captaron mi atención. Estábamos siendo demasiado interesantes para ellos y eso no era bueno para mi imagen. Si no quería que Liam se enterara sobre mi pequeña reunión clandestina con Kenya, debíamos salir de ahí.

—Sube —ordené señalando el auto con un movimiento de cabeza. Ella se puso de pie y caminó arrastrando los pies hasta la portezuela del copiloto.

Conduje hasta una pequeña cafetería al fondo de un callejón. El dueño ya me conocía. Cuando tenía deseos de huir de la presión, me escondía en ese sitio. Además, por la decoración rustica, era un lugar excelente para escribir o componer. La atracción principal era un piano antiguo que decoraba el recibidor.

—Hola, Fleur —saludó el anciano que molía el café detrás de la barra. Era un barista muy bueno, me había vuelto adicta a la cafeína con sus lattes y capuchinos.

—Hola —saludé—. ¿Quieres un café? —pregunté a Kenya, quien estaba distraída observando la hermosura del sitio.

Mesas de caoba oscura, perfectamente repartidas por el establecimiento, ventanas adornadas por cortinas blancas con encajes color crema, en una de las esquinas un librero antiguo con muchos libros, tanto antiguos como modernos, adornando sus repisas. Mientras el aroma del café contrastaba con el aroma a menta y eucalipto que provenía de un par de macetas a la entrada.

—Por favor —respondió.

—Dos lattes, por favor. —Me senté en una mesa circular al fondo del establecimiento.

—¿De qué quieres hablar? —pregunté cortante.

—Quiero disculparme contigo.

Sus palabras sonaron sinceras. Pero ni siquiera su notorio arrepentimiento podía hacer que olvidara tan fácilmente lo que había hecho. Quizá no tenía pruebas, pero solo ella me ofreció bebidas esa noche. Sin importar cuántas veces lo pensara, el resultado de la ecuación era el mismo.

—¿Por qué?

—Te hice algo terrible —murmuró.

—¿Te refieres a que me abandonaste en el momento en el que más te necesité? O quizá al hecho de ser tan malditamente cruel cuando estaba ahí destrozada y pensando que podría estar embarazada de André —siseé. No era el mejor momento para charlar conmigo, no estaba en mis cinco sentidos, sentía demasiada ira carcomiéndome por dentro.

—No solo por eso. Fleur, soy consciente de que después que te cuente todo tal como ocurrió, no vas a querer ni siquiera escuchar mi explicación, y también sé que tendrás todo el derecho para hacerlo. Por eso estoy pidiéndote que me perdones antes. Fleur, yo le dije a los medios sobre la firma que falsificaste.

Debo admitir que, en alguna parte de mi mente, ya lo sabía. Había sido un día difícil. Quería un respiro pero, al parecer, la vida no estaba dispuesta a darme lo que necesitaba. Así que, agobiada, me solté a reír.

—¿Fuiste tú? —Ella clavó la mirada en el piso—. Debo admitir que estoy sorprendida, te consideraba mi mejor amiga, confiaba en ti, te contaba todo acerca de mí —susurré.

—Aún hay más… Venderte no ha sido la única traición que cometí hacia ti —musitó. Tomó su bolso y de él sacó un cuaderno con espiral y cobertura negra. Lo colocó sobre la mesa.

—¿Qué es eso? —pregunté tras observar aquel objeto, parecía un cuaderno común y corriente.

—Es algo que creo que debo devolverte.

Colocó sus manos en la cubierta y lo abrió por la mitad, para después depositarlo en mi lado de la mesa. Tenía miedo de mirar así que, antes de dirigir la mirada hacia las letras que adornaban la hoja de aquel cuaderno, la miré con mirada inquisidora.

—¿Qué es?

—Todos los sueños que me contaste sobre aquel chico están escritos aquí. Yo tomé nota de cada detalle, fechas, incluso están escritos de forma cronológica.

Abrí los ojos tanto que creí que se me saldrían. Comencé a leer en voz baja…

Miércoles 27 de abril de 2009

Soñé de nuevo con él. Sé que parece que me estoy volviendo loca, pero cada mañana, cuando no tengo otra opción que despertar a esta realidad, no puedo evitar sentirme vacía. Mi corazón lo añora, pero ¿cómo puedo calmarlo si ni yo misma conozco el rostro que debo buscar?

Este amor es lo que me mantiene andando, lo que me da fuerzas para continuar. Él es mi razón de querer ser más en la vida.

Hoy comencé a enseñarle a componer. Creo que soy buena maestra o él tiene mucho talento. Me emociona que escriba para mí, que cante para mí.

—¿Cómo te atreviste a escribir lo que te confiaba? —grité tan fuerte que los comensales me miraron.

—Lo siento.

—Sentirlo no es suficiente, te lo conté porque creí que eras mi amiga, pero anotaste cada una de mis palabras. ¿Con que propósito? —La fulminé con la mirada. De no haber estado en un lugar público, quizá la hubiese abofeteado.

—Quería chantajearte.

—¿Por dinero?

—Sí.

—No entiendo. ¿Por qué? ¿Siempre me odiaste?

—No. Yo… te quería, eras mi amiga, te consideraba mi amiga, pero comencé a odiar esa tonta rectitud tuya, la facilidad con la que todo se te daba me hacía sentir enferma. ¿Por qué tú tenías que tenerlo todo? ¿Por qué no lo apreciabas? Muchas veces deseé ser tú. —No podía dar crédito a sus palabras, lo que decía y sus acciones. ¿Cómo es que no me percaté de ello antes?

—Dime la verdad, ¿fuiste tú quien adulteró mis bebidas en la fiesta? —Kenya respiró de forma entrecortada antes de responder.

—Quería vengarme de ti. Había tratado de todo, incluso conseguí que tu padre te enviara con tu abuela. Pero, sin importar qué hiciera, tú siempre caías de pie. Así que… pensé en ponerte en una situación de la que no pudieras escapar.

¿Cómo había podido estar tan ciega? Nunca me di cuenta de los verdaderos sentimientos de Kenya y eso provocó que ella se degenerara aún más en sus intentos de venganza.

—¿Ayudaste a André? ¿Conspiraste con él para hacerme creer que había abusado de mí? —Kenya abrió los ojos por la sorpresa. Parecía estar intentando comprender la razón de mis preguntas.

—¿Lo sabías? —preguntó con un hilo de voz. Sacó su celular de la bolsa de su pantalón y me lo ofreció. Un video comenzó a reproducirse.

—¿Qué es esto? —pregunté al ver que los protagonistas éramos André y yo.

—Grabé todo lo que ocurrió entre ustedes la noche de la fiesta.

Observarme siendo cariñosa con André me provocó náuseas. Pero, al mirarme con detenimiento, era más que obvia la situación en que me encontraba. Quizá para ojos inexpertos solo parecía una chica ebria siendo demasiado efusiva, pero para alguien con ojos observadores era fácil ver que no estaba ebria y que en la mayor parte del video intentaba zafarme de él y cuando llegaba a abrazarlo era para mantener el equilibrio y no caer.

—¿También planeabas usarlo en mi contra?

—Para ser sincera, era mi seguro contra él —dijo y detuvo el video—. André fue quien compró la empresa de mi papá. —Moví la cabeza por la similitud de las historias. Mi abuela me había hecho exactamente lo mismo.

—¿Entonces lo hiciste por petición de él?

—No es tan sencillo. Te odiaba, pero jamás me hubiese atrevido de no ser por su presión hacia mi familia.

—¿Y por qué estás contándome todo ahora? —Mi pregunta provocó que se cubriera el rostro con las manos.

—Porque ahora lo odio más a él. Farid se suicidó por su culpa, André no nos dejó ayudarlo y mi hermano terminó hundiéndose. Ayer por la mañana se quitó la vida. —Tragué saliva al contemplar lo que la obsesión era capaz de provocar.

—Lo siento. ¿Hay algo que tus padres necesiten? —hablé lento, aún no terminaba de procesar toda la información. Pero me aseguré en dirigir mi ayuda hacia sus padres.

—Quiero venganza. Ahora eres más fuerte que él, puedes poner todo en su lugar si te doy las evidencias necesarias.

—¿Y por qué piensas que haría eso por ti?

—¿Acaso no lo odias tú también? Además, me lo debes, de no ser por mí él hubiera abusado de ti tal y como se proponía. Esa noche tomé un taxi y los seguí. Odiarte es una cosa, pero entregarte a él nunca formó parte de mi plan, solo quería darte una lección que doblegara tu tonto ego.

»Los seguí hasta la puerta de la habitación. Escuché cuando le dijiste que no querías estar con él y el ruido de la lucha. Decidí no entrar, a pesar de que la puerta estaba abierta. Parecías estar controlando bien la situación…, o al menos eso creí. Escuché el ruido de cristales rompiéndose, fue entonces cuando decidí entrar a revisar.

»El muy cobarde tenía pensado hacerlo aunque estuvieras semiinconsciente. Te lo quité de encima y, justo cuando él intentó golpearme, un botones entró. Para que nos dejara salir de allí comencé a grabarlo de nuevo con la cámara del celular y lo amenacé con publicarlo si no te dejaba. André estaba hecho una furia, pero creía en mis palabras, así que fue él quien terminó saliendo de la habitación.

»Al principio pensé en llevarte a casa de tu abuela, pero creí que era mejor idea dejarte allí y permitir que pensaras que André te había violado. Te desnudé y te metí entre las cobijas. Me llevé tu bolso y salí cerrando la puerta de la habitación tras de mí. No fue necesario hablar con los encargados del hotel, pues André ya los había sobornado.

El sabor amargo de la bilis subió por mi estómago, hasta quedarse atorado en mi garganta. Las imágenes de mi reflejo cubierto de hematomas y los recuerdos de esos espantosos días se abarrotaron en mi cabeza. Me puse de pie en un salto, acorté las distancias y golpeé su mejilla con la palma de mi mano. El golpe fue tan fuerte que incluso cayó de bruces.

—¡Tú! Me dejaste creer que había sido violada… pensar que podía haberme contagiado de algo… que podía estar embarazada… que sería mejor terminar con mi vida… —grité y todos los presentes en la cafetería nos miraron con sorpresa.

—Sí, eso quería, deseaba que desaparecieras. Quería que te sintieras miserable… que sufrieras… quería verte retorciéndote como lo haría un gusano en el anzuelo —gritó ella como respuesta. Cerré los ojos para controlar la ira pero, sobre todo, para controlar la tristeza que sus palabras provocaron.

—Estás enferma, créeme, necesitas ayuda urgentemente.

—Ya no importa, creo que la muerte de mi hermano no es más que el castigo por lo que te hice, ya no me interesa saber más. Te estoy contando todo esto para que puedas acabar con ese animal. Merece pagar por todo lo que ha hecho.

—¿Y si me niego a tomar en mis manos tu venganza? Él no me interesa. Tú lo has dicho, ahora soy más fuerte que él. Además, ahora que sé que nunca me tocó, ya no puede hacerme daño. —El rostro de Kenya se deformó en una mueca siniestra.

—El pasado no puede olvidarse, Fleur. Quizá se supere, pero está ahí. Además, André no ha perdido su interés en ti y es capaz de hacer cualquier cosa por conseguir lo que desea. Tú lo sabes mejor que nadie. —Tomó su celular y pude escuchar una canción conocida reproduciéndose en él. La voz de Yori, incluso de esa forma, hacía que mi pulso se acelerara.

»Sé que lo encontraste. Debo admitir que siempre creí que estabas mal de la cabeza, pero cuando escuché esta canción casi me desmayo por la impresión. Fleur, ¿no crees que el destino ha sido demasiado cruel? Porque este chico es tu hermanastro. —Apreté los puños tan fuerte que creí que mis uñas me harían daño en las palmas.

—¿Qué quieres decirme? —pregunté solo por confirmar, porque conocía la respuesta.

—André no sabe que ese chico existe, pero sí siente aversión por tu hermanastro. Todo aquel que pueda alejarte de él lo convierte en su enemigo. Me pregunto si Yori podrá luchar contra él para protegerte. Y ya que estabas enterada de mi treta con respecto a André, imagino que ustedes dos llevan una relación… digamos… estrecha… —Entrecerré los ojos por la ira acumulada. La cabeza me martilleaba con un dolor punzante.

—Si llego a tomar venganza, lo haré porque así lo quiero y no por vengarte a ti o a tu familia —murmuré con una amenaza explícita en mi voz, y salí de la cafetería.

—¡Espera! —gritó para que me detuviera—. Toma. —Arrojó su teléfono en mi dirección—. Jamás volveré a aparecer ante ti. Sé que, aunque yo no haga nada, André descubrirá tarde o temprano quién es Yori y lo que significa para ti. Cuando ese momento llegue, no tendrás más opción que defenderte, y en el proceso alguno de los dos se destruirá. Con eso mi alma podrá descansar en paz, pues observar a las dos personas que más odio matándose el uno al otro es suficiente.

Salí a toda prisa de la cafetería y subí al auto. Tomé el manos libres de la guantera y lo conecté a mi teléfono. Arranqué y, mientras esperaba a que la luz del semáforo cambiara, llamé a Liam.

—¿Qué sucede? ¿No es hoy tu día libre? —preguntó en tono alegre.

—¿Tengo tiempo para ir a Japón y volver antes del último concierto?

—¿Por qué preguntas? ¿No me digas que extrañas demasiado a Yori y quieres ir a visitarlo? —No quería contarle por teléfono lo que estaba ocurriendo, así que mentí.

—Sí —dije fingiendo estar avergonzada.

—Supongo que no hay problema, pero no podrías estar más que un par de días.

—Eso es suficiente.

Conduje al departamento, metí algunas cosas en una maleta y salí hacia el aeropuerto. No quería que nadie se enterase de que había regresado. Tenía la intención de descubrir qué ocurría entre Rose y Yori, además de ya no poder soportar los deseos que tenía de verlo y asegurarme de que estaba bien. Mi único deseo era que Yori fuera feliz. Si debía enfrentar a André para protegerlo era algo que estaba más que dispuesta a hacer, aun si Yori decidía elegir a Rose. Sin él, mi vida amorosa se detendría, jamás miraría a nadie más, nunca podría querer a alguien más.

Todo esto parecía un precio demasiado alto por un error, pero los errores se pagan tarde o temprano y, aunque el costo en nuestra perspectiva es demasiado, para la vida es lo justo por no aprovechar las oportunidades que ella brinda.

Llegué al aeropuerto después del mediodía y no tenía más opción que tomar un taxi o el autobús limusina. No quería llamar la atención, así que tomé un taxi finalmente. Pedí que me llevara al hotel Verium, en Shirokane, un hotel bastante discreto donde nadie hablaría acerca de mi presencia allí. Había poco tráfico así que llegamos rápido. El taxista me ayudó a bajar mi equipaje y entré en el hotel. Una vez que me registré, salí a la calle, no me apetecía la comida del restaurante del hotel, así que fui directa a Roppongi y comí en el restaurante de hamburguesas al que Yori me llevó. Ese lugar se había vuelto uno de mis favoritos. Me coloqué los lentes de sol para evitar que alguien me reconociera. Comer con los anteojos es algo difícil, pero necesario.

Estaba tomando un café cuando escuché a unas chicas decir que Yori solía ir a un club últimamente y siempre lo hacía en compañía de Rose. Regresé al hotel para continuar con los pendientes de trabajo, pues la vida tenía que continuar, al menos en lo que se refería a lo laboral, y programé la alarma del celular para que no fuera a meterme demasiado en el trabajo y olvidara lo que tenía que hacer. Cuando la escuché sonar fui a darme una ducha y cambiarme. No me arreglé demasiado, pero sí lo suficiente para no pasar desapercibida.

Al llegar al club, la fila era enorme, así que no tuve otra opción que hacer uso de mi posición como artista.

—¡Señorita Fleur! ¿Viene a la fiesta? —dijo el chico de la entrada.

«¿Fiesta?», pensé para mis adentros. Coloqué mi mejor sonrisa y respondí.

—Claro… zona VIP, ¿cierto? —El chico sonrió y colocó el sello en el dorso de mi mano.

El club estaba lleno, no me sorprendía, aquel sitio tenía fama por recibir todo tipo de gente de la farándula, no solo cantantes como Yori y yo, también modelos y algunos actores. Caminé, intentando perderme entre la gente, hasta llegar a la sala adornada por sillones de piel negra. Saludé con un movimiento de mano al chico que cuidaba la entrada de la zona exclusiva y este abrió la cadena que la separaba del resto del club. Entré y comencé a mirar en varias direcciones, buscando… En una de las esquinas encontré a Yori riendo de forma alegre en compañía de una chica rubia y ojos castaños. Los ignoré y caminé hacia el otro lado de la habitación. El mesero se acercó a toda prisa y preguntó qué quería beber. Me exprimí los sesos pensando cómo decirle amablemente que no tenía sed, pero al final terminé pidiendo un daiquirí de fresa. No parecía mala idea relajar mi mente con un poco de alcohol.

Al poco rato, el mesero regresó con mi bebida, a la que le di un sorbo largo. Increíblemente, me relajó bastante. Con la mente un poco más despejada sonreí por lo torpe que era, me comportaba como una anciana amargada al perseguir a Yori de esa forma. Llevaba casi veinte minutos en aquel sitio y no había visto ningún comportamiento que implicara que entre ellos había algo más que una amistad, demasiado cercana quizá, pero, a fin de cuentas, solo amistad. Decidí terminar mi bebida e irme, pero al levantar la vista pude ver cómo Yori tomó un mechón de cabello del rostro de Rose y tiernamente lo colocó detrás de su oreja. Ella respondió besando su mejilla izquierda y después la derecha. Él solo hacía aquello conmigo…, o al menos eso creía. No sé qué se apodero de mí. De pronto, el hecho de estar rodeados de personas dejó de tener importancia para mí. Me puse de pie e inmediatamente caminé a grandes zancadas hasta llegar a ellos.

—¿Te diviertes? —pregunté gritando, pues la música era ensordecedora. Yori me miró de hito en hito, esperaba ver una reacción de sorpresa, pero no la clase de sorpresa con que me recibió.

—¿Fleur? —Parecía más alegre que temeroso—. ¿Qué haces aquí? —preguntó al ponerse de pie y acercarse. Rose sabía exactamente qué hacía en ese sitio, pues cuando dirigí la mirada hacia ella sus ojos temblaron en mi rostro y miró inmediatamente al suelo.

—Tuve que arreglar algo importante y no pude avisar que vendría —susurré sin mirarlo a él.

Toda mi atención estaba centrada en Rose, en mi mente la sometía a toda clase de torturas y parecía que mis ojos le indicaban a ambos que eso era justamente lo que imaginaba. Yori cayó en cuenta al ver cómo la miraba y tomó mi brazo.

—No es lo que piensas —me dijo al oído. Sonreí lo más tranquilamente que pude y enterré mi mano en la bolsa delantera del pantalón, saqué de ella un pequeño pañuelo y limpié su mejilla.

—Tenías lápiz labial, cielo —repuse sarcásticamente y me di la vuelta para salir de allí antes de armar una escena de celos que captara la atención de todos los presentes en aquel club.

—¡Espera! —Caminó más rápido que yo y me cerró el paso con su cuerpo.

—No —respondí mientras trataba de rodearlo para lograr salir.

—¡No pasó nada! —gritó.

—¿Cuándo? ¿Hoy o tal vez hace tres días? —Mi pregunta provocó que abriera los ojos.

—Fleur… yo… —comenzó, pero lo interrumpí dándole un empujón para lograr que se quitara de mi camino.

—¡Lo prometiste! Dios, Yori, no sé cuántas veces te lo dije… y tú… —Guardé silencio. La ira impedía que mi cerebro fuera capaz de pensar frases completas. Rose colocó su mano en mi hombro para hacer que me detuviera.

—¿Tú eres Fleur? —preguntó. Su mirada reflejaba cierta emoción, eso solo consiguió sacarme más de quicio—. Yori me dijo sobre la promesa que te hizo… No te enojes con él, yo soy la culpable, yo lo arrastré hasta aquí —dijo con una media sonrisa.

«Sí, claro, él es un niño que carece de sentido común y decisión propia. Así que, simplemente, se dejó engatusar por ti», pensé. Eso lo explicaba todo. Por un momento, se me revolvió el estómago. Mi subconsciente estaba desatado. Me había convertido en una furia incapaz de distinguir entre las palabras. Solo podía pensar en la sangre hirviéndome.

—¡No me toques! Esto no es de tu incumbencia —grité.

Olvidé por completo mis modales y la empujé para que soltara mi hombro. Rose perdió el equilibrio y cayó al suelo. No parecía haber sido una caída estrepitosa, pero provocó que las miradas de todos los presentes se dirigieran hacia nosotros. Sentí culpa por haberla empujado. Estaba a punto de ofrecerle mi mano para ayudarla cuando Yori se adelantó y la tomó por la cintura, la rodeó con sus brazos y la puso de pie. Ella sonrió hacia él y, sin soltarla, me fulminó con la mirada.

—¿Qué sucede contigo? ¿Es que acaso no puedes controlarte? ¿Por qué siempre actúas como una niña malcriada? —gritó. La fiereza en sus palabras me sorprendió. Jamás me había hablado de esa forma, sus ojos reflejaban auténtica molestia. Sentí una punzada aguda en el estómago y contuve las lágrimas lo más que pude antes de hablar.

—Si eso es lo que piensas sobre mí, ya no hay nada más que hablar. Lamento haberte empujado… Con permiso.

Salí tan rápido como los zapatos de tacón que llevaba me lo permitieron. Me detuve en la esquina para subir a un taxi. Llegué casi enseguida al hotel, pero no había nadie en la recepción, y tuve que esperar para que me entregaran la llave de la habitación. Esperé el elevador, las lágrimas habían comenzado a correr por mis mejillas, haciendo que la máscara de pestañas y el delineador se disolvieran. Entendí el término lágrimas negras cuando miré mi reflejo en el espejo que adornaba el fondo del elevador. Las puertas del elevador estaban a punto de cerrarse cuando alguien metió la mano para detenerlas. Una parte de mí se alegró al ver que Yori me había seguido hasta allí. Pero esa emoción se apagó cuando vi que aún estaba acompañado de Rose.

—Fleur… —Estaba sudando y respiraba con dificultad. El guardia de seguridad se acercó a nosotros al ver cómo Yori había detenido las puertas. Al igual que en el club, las pocas personas que pasaban por el recibidor del hotel comenzaron a mostrar interés en la escena. Yori era mucho más famoso de lo que esperaba.

—Es mejor que no hablen aquí. —La voz de Rose sonaba tranquila a pesar de lo que ocurría. La mirada de Yori y la mía se conectaron, ninguno de los dos parpadeaba, parecíamos sostener una lucha de voluntad.

—Necesito que me escuches. Las cosas no son como parecen —dijo. Suspiré con fuerza antes de hablar.

—¿Piensas seguirme hasta la habitación? —repuse en tono sarcástico.

—De ser necesario, sí.

Puse los ojos en blanco y pulsé el botón del piso 2. Las puertas se cerraron una vez que ambos entraron en el elevador. Ninguno pronunció palabra alguna. Abrí la puerta de la habitación y Yori entró primero, no tuve más remedio que cederle el paso a Rose y después entrar yo.

—¿Por qué no me dijiste que vendrías?

—No creo que deba pedir permiso para ir o venir de ningún sitio.

—Fleur, por favor…

—Está bien, Yori, no tienes que explicarme nada —dije mientras comenzaba a guardar la ropa de nuevo en la maleta.

—¿Tienes que regresar? —preguntó al ver que lo ignoraba y solo me dedicaba a preparar mi equipaje.

—Solo me dieron un par de días —respondí.

—Fleur, entre Yori y yo no hay nada, solo una buena amistad —dijo Rose. No entendía bien para qué se molestaba. Dios… no se necesitaba ser adivino para darse cuenta de que sus intervenciones solo conseguían crispar mis nervios aún más.

—Sí, ya lo vi, me gustaría tener un amigo así de bueno yo también.

—¿Podrías simplemente escuchar lo que tengo que decir? —preguntó molesto.

—¿Escuchar qué? —pregunté mientras sacaba las hojas en las que imprimí el reportaje de internet.

—¿Vas a explicarme primero esto o tal vez comenzarás con alguna de tus otras citas? —Yori tomó las hojas de entre mis manos y las miró con sorpresa.

—¿Creíste que no me enteraría porque estaba en París?

—No, pero tenía la esperanza de que no sacarías conclusiones sin preguntarme al respecto.

—Lo hice, ¿recuerdas? ¿Cómo esperabas que abordara el tema? Tuviste la oportunidad de contármelo la última vez que hablamos y no lo hiciste.

—Así que por eso estabas extraña…

—Estaba en shock, Yori, no podía creer que hubieras roto tu promesa.

—¿Exactamente qué te imaginas que ocurrió esa noche?

Solté la coleta que amarraba mi cabello y lo dejé suelto. Tenía la impresión de que, debido a lo ajustado del peinado, no estaba llegando suficiente sangre a mi cerebro.

—No te atrevas a preguntarme eso. Te vieron salir de un hotel con ella. ¿Qué pensarías si de pronto aparece por internet una noticia sobre mí y alguno de mis bailarines diciendo que nos vieron salir de un hotel por la noche? ¿Acaso crees que olvidé la razón de nuestra pelea antes de que regresara a París? Si realmente quieres escuchar qué pienso sobre lo ocurrido esa noche, te lo diré: pienso que tuviste sexo con ella. ¿Por qué? Porque a pesar de saber que André no me tocó, las cosas que me hizo dejaron una marca profunda que me vuelve indeseable para ti… a pesar de haber…

—Fleur, no… —dijo Rose.

La ignoré y arremetí de nuevo contra Yori, quien lucía bastante angustiado. Supongo que para él también era nueva esa forma de agredirlo por mi parte, jamás fui tan agresiva con él.

—Te repito la pregunta. ¿Tú qué pensarías si leyeras un artículo así sobre mí?

—No lo sé…

—Por favor, váyanse.

—Yori solo estaba ayudándome. —Rose gritó tan fuerte que captó mi atención de inmediato—. Lo llamé para que me recogiera en el hotel. No tengo familia aquí y solo confío en él.

—Es cierto, no entramos juntos al hotel. Lo único que los periodistas captaron fue que ambos salimos.

—Fleur, estoy embarazada. —Miré a Yori atónita. Él levantó las manos en signo de rendición.

—Escucha hasta el final primero, no te hagas una idea equivocada.

—Uno de los productores de la discográfica es el padre —musitó Rose.

—Obviamente, es una situación delicada por muchas razones. Él es un hombre casado y con un bebé en camino Rose tiene que decidir qué hará con su carrera. Esa noche ella le dijo que estaba esperando un bebé y el cretino se largó, dejándola sola en el hotel.

—¿Por qué no me lo dijiste? —pregunté.

—Era consciente de que no te agradaba y no quería que se convirtiera en un problema entre nosotros. Te juro que no quería faltar a mi promesa, pero… no creí que las fotos llegaran tan rápido a la red. Esperaba poder verte en estos días y contarte todo. No esperé que estuvieras aquí hoy.

—¿Cuál sería la diferencia? Aunque no hubiese venido, me habría enterado.

—Sí, pero ya no estaría aquí —dijo Rose—. Él creyó que al ya no tenerme cerca entenderías mejor la situación. Por eso planeamos una fiesta de despedida. Fleur, lamento haberte hecho pasar un mal rato. Te juro que no era mi intención —dijo avergonzada.

—Está bien. No es que merezca el Premio Nobel a la madurez… yo también lamento haberte empujado —susurré al caer en cuentas de lo que podía haber ocurrido y comprendí mejor la molestia de Yori.

—No te preocupes. Debiste haber pasado un gran susto. Ahora será mejor que me vaya, ustedes necesitan hablar con calma.

—Llévala a su casa —dije a Yori.

—No es necesario —repuso Rose.

—No hay problema, soy una bruja,, pero también tengo mi lado bueno. Llévala y regresa aquí tenemos mucho que hablar —dije seria.

—Fleur, no te molestes con él —musitó.

—No es solo sobre ese tema —respondí con una sonrisa sincera. Yori se acercó a mí y besó mi frente. Antes de salir, murmuró:

—No tardo. —Y salió por la puerta junto con Rose.

«Soy una tonta», susurré para mí misma y me dejé caer en la cama para mirar el techo. Me cubrí los ojos con el brazo izquierdo y dormité hasta que me despertó el golpeteo en la puerta.

—Soy yo —dijo Yori. Trastabillé al levantarme y corrí hacia la puerta para abrirla—. ¿Te desperté? —preguntó con una mueca de diversión en su rostro.

—No —respondí ronca—. ¿Ella está bien?

—Solo un poco preocupada. Tiene la sensación de que mañana aparecerá en algún contenedor de basura para quemar —dijo riendo.

—Dios, menudo lío he armado por no preguntar primero. Espero que sepa que no soy tan mala.

—Lo sabe —dijo y se acercó a mí—. ¿Aún estás molesta conmigo?

—No, lo que siento ahora es peor que estar molesta o celosa. —Me rodeó con sus brazos y me estrechó contra él, me había hecho tanta falta. Su aroma, ese olor a pino y loción. Enterré mi rostro en su pecho—. Me siento culpable por dudar de ti y tratarla tan cruelmente —dije llorosa.

—Está bien, tranquila. Estuve pensando mucho en la pregunta que me hiciste y creo que tenías razón en cómo te afectó la noticia. Yo... creo que me volvería loco si me enterara de que estás con otro hombre —dijo mientras rompía las hojas de papel con aquella noticia.

—No creo que reaccionaras como yo. Yori, nosotros podemos ser muy similares en muchas cosas, pero yo soy mucho más visceral, mi sentido de la posesión llega al límite cuando se trata de ti, vivo temiendo el día en que la vida decida que es momento de separarnos.

»Siempre que tengo algo o alguien que amo, mi mayor temor es perderlo y eso puede ocasionar que enloquezca por la preocupación. Yo… amaba a mi madre y ella de pronto se fue… Tú no sabes lo que es vivir temiendo perder a las personas que amas, que esa persona desaparezca de tu vida y todo sea por tu culpa.

Yori se acercó a mí tan lento como un depredador al acecho. Su mirada reflejaba duda, tomó una gran bocanada de aire y comenzó a hablar.

—Jamás te he contado cómo murió mi padre, ¿cierto? —Nunca había visto su rostro tan descompuesto. Me tomó de la mano y tiró de ella para que ambos nos sentáramos en la cama—. Yo… era solo un niño, mi padre trabajaba mucho por aquel entonces, los hoteles enfrentaban una crisis y, para rematar, un empleado había huido con dinero. Mi padre tuvo que viajar durante mucho tiempo a Inglaterra debido a eso.

»Cuando regresó, yo estaba tan feliz que lo convencí, a pesar de su cansancio, para que jugara conmigo. Me llevó a un parque donde había porterías de fútbol. Yo amaba el fútbol. Antes de siquiera pensar en ser cantante, mi sueño era ser jugador profesional. Corría de un lado a otro persiguiendo el balón. Mi alegría pareció contagiar a mi padre y comenzó a correr conmigo.

»De pronto… recuerdo haberlo burlado y, mientras corría a toda velocidad para anotar, escuché el ruido de algo que cayó en el césped. Cuando me giré, mi padre estaba ahí, bocabajo. Corrí hacia él e intenté levantarlo, no se movía. Tomé su teléfono y llamé a los paramédicos. «Un ataque cardiaco», dijeron mientras tomaban sus signos vitales. Fue mi culpa…

»Después de eso, me oculté de todos, incluso de mi madre y de Reira, tenía miedo de su reproche. Así que, en medio de mi depresión, descubrí que dormir era la mejor forma de evadir mi realidad. Un día, mientras lo hacía, las pesadillas desaparecieron y fueron reemplazadas por la imagen de una pequeña de cabellos castaños, tan claros que parecían rojizos, y unos ojos grises, grandes y sinceros…

»Ella me salvó, me regresó el deseo de vivir, de seguir adelante. La amé desde ese momento y no dejé de hacerlo hasta que un día, por fin, mis ruegos fueron escuchados y ella tropezó conmigo. Lamento mucho no haberte dicho lo que ocurría. Prometo que nunca ocurrirá de nuevo.

Su confesión me dejó muda, no podía articular palabra alguna, mi mente estaba en blanco, solo sentí la irrefrenable necesidad de abrazarlo. Yori se había puesto de pie mientras narraba, así que me levanté de la cama tan rápido como pude y lo abracé. Él se encontraba de espaldas, mirando por la ventana de la habitación. Escondí mi rostro entre sus omoplatos mientras le rodeaba la cintura con los brazos. Él se quedó inmóvil un instante y colocó su mano en mi brazo. Su aroma entraba por mi sistema. Se giró y agachó la cabeza para esconderla entre mi hombro y mi cuello. Fue entonces cuando me percaté: Yori lloraba sin siquiera emitir un quejido, solo las lágrimas que recorrían la piel de mis hombros lo delataban. Enterré mis manos en su cabello para consolarlo.

—No llores —musité—. Mi mamá dice que las personas buenas se van al cielo y se convierten en estrellas que nos cuidan —susurré en su oído.

Recitar aquellas palabras, esa frase con la que todo había iniciado, y verlo llorar de niño, habían provocado en mí la irrefrenable necesidad de cuidarlo, de protegerlo… Ahora que ambos éramos adultos, esos sentimientos no habían cambiado, al contrario, solo se habían fortalecido.

Yori levantó la cabeza y me miró a los ojos, no pude evitar que las lágrimas corrieran por mi rostro también. Nuestro contacto visual duró apenas unos segundos, para después verse roto por un beso tan apasionado que el calor que emanaba era capaz de derretir ese temor. Yo no era la única asustada, él tenía exactamente el mismo miedo de perderme. Correspondí a su beso enredando mis brazos en su cuello. Él colocó sus manos en mis caderas y me levantó, coloqué mis piernas alrededor de su cintura. Necesitábamos un momento para respirar, así que nuestros labios se separaron, coloqué mi frente junto a la suya y llené mis pulmones de aire.

—Te extrañé mucho —dije mientras me aferraba más a él.

—Yo también —susurró mientras acariciaba mi cabello.

Ambos teníamos la respiración entrecortada, podía sentir cómo la sangre bombeaba con fuerza a través de todo mi cuerpo. Ni siquiera me importó la posición en la que nos encontrábamos, él tampoco parecía incómodo.

—¿De qué otra cosa querías hablarme? —preguntó. Se preparaba para devolverme al suelo, pero yo me aferré más a él con las piernas y acaricié su mejilla con la punta de mis dedos.

—Te lo diré luego —dije y busqué sus labios con insistencia.

Nos convertimos en solo manos y labios. El sabor de su boca inundaba mi garganta y el contacto de sus manos en mi piel era cálido. Besó con delicadeza mi cuello. Recorrí su espalda con la yema de mis dedos, sintiendo a través de ellos cada centímetro de su piel y los músculos torneados que había debajo. Caímos en la cama, riendo como un par de tontos. Un par de tontos enamorados, muy, muy enamorados.

Era de mañana y el sol golpeó mis ojos con fuerza mientras parpadeaba para terminar de despertar.

—Buenos días —saludé mientras me acurrucaba en su pecho.

—Buenos días. —Besó mi frente y yo lancé un bostezo que, aunque intenté reprimir, no me fue posible—. ¿Cómo dormiste? —preguntó con una sonrisa burlona en sus labios. Estaba riéndose de mí. Bueno, a eso podíamos jugar los dos.

—Pues el tiempo que tuve para dormir no fue mucho, pero descansé lo suficiente. —Hice uso de todo mi autocontrol para no ponerme colorada por mi comentario tan impropio.

—No lo digas de esa forma —dijo riendo nervioso—. ¿Sabes? Creo que llegó el momento de hablar con nuestros padres —dijo mientras colocaba su mano en mi mandíbula para que lo mirara—. Ya no quiero vivir ocultando lo que siento por ti —dijo antes de besar mis labios con suavidad. Yo respondí a su beso, pero enarqué las cejas en signo de temor—. ¿Te preocupa su reacción? —dijo al ver mi reacción. Me estiré para alcanzar su frente.

—Tonto. Claro que tengo miedo de su reacción. No me gustaría que lo tomaran de mala forma y decidieran separarnos.

—Eso sería una acción muy drástica, ¿no crees?

—¿Cuándo quieres decírselo? —pregunté al recordar que tenía que regresar a París.

—¿Hoy? —preguntó buscando mi opinión. Lo miré a los ojos y coloqué mi mano en su mejilla para besarlo.

—De acuerdo —susurré. Me preparaba para levantarme de la cama cuando sentí que tomó mi mano para detenerme.

—Pero después… —dijo y tiró de mí. Comencé a reírme cuando caí en la cama de nuevo y me rodeó con sus brazos.

—Quiero estar así contigo un poco más de tiempo. —Sonreí y me acurruqué en sus brazos.

—¿Yori?

—Mmm…

—¿Recuerdas a Kenya?

—¿La chica que llegó con Millet?

—Esa misma —respondí.

—Sí. ¿Por qué lo preguntas?

—Hablé con ella y me confesó algunas cosas… Sé que te prometí que no investigaría sobre lo que pasó con André, pero fue ella quien me buscó para contarme, además de entregarme algo muy importante para los dos.

Me estiré sobre la cama para tomar el cuaderno que se encontraba encima de la maleta. Él lo tomó con cierta desconfianza y comenzó a hojearlo.

—¿Estos son… tus sueños? —preguntó sorprendido mientras pasaba las páginas con un rápido movimiento de dedos.

—Kenya conspiró con André, por eso él conocía la letra de la canción que compusiste para mí.

—¿Estás tratando de decirme que ella permitió que ese tipo te tocara?

—No solo lo permitió, ella lo ayudó para conseguirlo. Pero al final ganó su conciencia y no le permitió llegar hasta el… final.

Tragué saliva al recordar los golpes y la impotencia que sentí esa mañana. Yori se sentó sobre la cama y me miró con preocupación. Debí hacer alguna mueca porque colocó su dedo debajo de mi barbilla y levantó mi rostro para que lo mirara. Yo le sonreí y él besó mis labios con un beso fugaz.

Me levanté de la cama, cubriéndome con la sábana, y caminé hacia la computadora que estaba en la mesita junto a la ventana. Caminé con ella cerrada, mientras Yori me observaba divertido.

—Luces bien así —musitó cuando me senté junto a él. Moví la cabeza y le di un ligero codazo en las costillas.

—Concéntrate, esto es serio —dije intentando contener la risa.

—¿Qué eso? —preguntó al ver que estaba abriendo un archivo de video.

No había tenido el valor de ver aquello sola. No sabía cuánto había grabado y tenía miedo de recordar. La presencia de Yori me hacía sentir segura, así que decidí que debíamos verlo juntos.

—Evidencia —susurré y el video comenzó a reproducirse. Era de esperar que no le agradara verlo, pero era un as bajo nuestras mangas que podíamos usar cuando fuese el momento preciso.

—¿Cómo fue que ella grabó todo eso? —preguntó.

—Nos siguió desde que salimos del club. Fue gracias a Kenya que André no… Ella me dejó creer que así había sido para vengarse de mí.

—Esa chica está demente —musitó horrorizado.

No podía ni quería negarlo pero, al menos, me había dado las armas para poder protegernos de André. Proteger a Yori de André era mi prioridad.

—Yori, André no es el tipo de persona que se queda con las manos vacías. Si no puede conseguir algo, siempre lo toma por la fuerza. Hasta el momento no conoce tu identidad en mi vida pero, si eso llega ocurrir, estoy segura que intentará quitarte de en medio, al igual que lo hará con todos aquellos que quieran protegerme de él. —Rodeo mis hombros con su brazo y me apretó junto a él.

—¿Estás preocupada por eso?

—André sabe que existes y lo importante que eres para mí. Es por eso que intentó suplantarte. Si llegara a saber quién eres y lo cerca que estás…

—Antes de que eso ocurra, necesitamos tomar medidas. Está loco, Fleur, y me aterra pensar que podría tener éxito la próxima vez. —No tenía sentido discutir con él acerca de eso, no podría convencerlo de que se quedara al margen. Y no podía culparlo por ello, él tampoco quería que algo malo me ocurriera.

—Ya pensaremos en eso después —murmuré contra sus labios.

Unos golpes en la puerta me despertaron. Miré a Yori, quien también se sobresaltó por la fuerza con la que tocaban.

—¿Quién podría tocar de ese modo?

—Será mejor que te vistas —dijo y se levantó.

Lo observé vestirse tan rápido como pudo. Aun en esos momentos, observarlo desnudo fue un regalo a mis ojos. Colocó mi ropa en la cama. Me levanté también y comencé a vestirme, él me miró y una sonrisa perversa curvó sus labios, parecíamos compartir el mismo pensamiento respecto a la desnudez del otro.

—¿Lista? —preguntó antes de acercarse a la puerta

—Sí —respondí. Abrió la puerta de par en par.

—¿Reira? ¿Qué sucede? —pregunté al mirar lo pálida que estaba.

—¿Por qué no dijiste que estabas en Japón? —preguntó agitada.

—Es una larga historia. ¿Qué ocurre? —La tomé del brazo para que pasara.

—Ese chico… llamó por teléfono… estaba buscándote…

—¿Qué chico?

—Creo que… el que llevó las rosas el día del concierto. Dijo que necesitaba hablar contigo, que era urgente. Yo no sabía que estabas aquí… le dije que estabas en París. Su voz me asustó, estaba muy alterado… Comenzó a balbucear cosas acerca de querer hablar con papá, dijo que te habías metido en problemas… que habías salido huyendo de París. Te llamé al departamento, pero no contestabas así que… yo… —Le di un fuerte abrazo para tranquilizarla, fuera lo que fuera que André le hubiese dicho, había logrado asustarla.

—Es mentira, Liam sabe que estoy aquí, pedí su consentimiento para ello.

—Debiste escucharlo… me asustó mucho… al ver que no podía decirle dónde estabas, preguntó por mi hermano.

—¿Por Yori?

El miedo recorrió cada centímetro de mi cuerpo como una descarga eléctrica. Miré a Yori por el rabillo del ojo. Pero él no parecía estar alterado, y si lo estaba su autocontrol era digno de un premio.

—Me preguntó si estaban juntos y después me acusó de estarlos encubriendo.

—Lo sabe —musité.

—¿Saber qué? —preguntó Reira.

—Necesitamos hablar con papá, volvamos a casa.

—Papá salió, dijo que tenía una reunión importante. Quizá sea mejor llamarlo y pedirle que nos vea en casa —sugirió Reira.

—¿Tienes tu teléfono? —preguntó Yori a Reira.

—Sí —respondió y se lo entregó.

—¿Cómo supiste dónde estaba? —le preguntó Yori mientras buscaba el número en la memoria.

—Rose me lo dijo. Pero no mencionó que estuvieras con Fleur, solo me dijo que la fiesta había terminado muy tarde anoche y no podías conducir de vuelta —respondió.

Reira miró fijamente la cama y después de un segundo sonrió al ver que estaba desarreglada. Posó su mirada en mi rostro mientras enarcaba una ceja. Sentí cómo el rubor subía por mis mejillas.

—Hola. Espera, Fleur está conmigo y necesita hablar contigo. —Estiré la mano para tomar el teléfono.

—Papá, necesitamos tu ayuda —supliqué.

—Fleur, ¿qué ocurre? ¿No deberías estar en París?

—Es muy largo de contar por teléfono, se trata de André… Él… Necesito que me ayudes a detenerlo.

—Espera —dijo. Escuché cuando colocó la mano en la bocina de su teléfono—. Lo siento, tengo una emergencia familiar. ¿Podemos continuar la junta en otra ocasión? —La respuesta debió ser positiva, porque dio las gracias de forma efusiva—. Salgo para allá. ¿Dónde están? —preguntó

—En un hotel en Shirokane —respondí después de tragar saliva. Por fortuna, mi padre no preguntó detalles sobre por qué estábamos en un hotel.

—Vayan a casa, yo llamaré a Yoko para que también vaya para allá. Estaré en casa tan pronto como sea posible —dijo y colgó.

Caminé al fondo de la habitación y arrojé la ropa dentro de la maleta.

—Debemos tener cuidado, no deben fotografiarnos saliendo del hotel —dijo Yori mientras el elevador descendía.

—Podemos preguntar en recepción si pueden ayudarnos —sugirió Reira. Yori y yo nos miramos.

—Supongo que es lo mejor —respondió y se colocó los lentes oscuros que guardaba en la bolsa de la chamarra de cuero. Yo hice lo mismo y le coloqué a Reira una gorra. Cuando las puertas del elevador se abrieron, nos sorprendió la cantidad de reporteros que había.

—¿Cómo se enteraron tan pronto? —musité.

—Seguramente la siguieron —dijo señalando a Reira.

—Lo siento —dijo ella. Le sonreí y coloqué mi mano en su hombro.

—No tienes por qué sentirlo —dije para calmarla.

Nos abrimos paso entre los reporteros y fotógrafos. Los tres caminábamos con la mirada al frente y de la forma más rápida que podíamos tomando en cuenta la cantidad de gente.

—Llamaré a Liam, será mejor que se prepare para la tormenta que se avecina. —Aunque toda la situación tenía una explicación lógica, si llegaba a filtrarse que Yori había pasado la noche conmigo entonces sí estaríamos metidos en un problema gordo.

—Si preguntan, diremos que vinimos a recogerla. Su vuelo llegó tarde, estaba cansada y decidió quedarse en un hotel. Nos llamó y vinimos a por ella. —Reira asintió. Nos acercamos a la recepción, esperando que ninguno de los empleados dijera algo que pudiera comprometernos.

—Aquí tiene —dije al colocar la tarjeta en la barra de la recepción.

—Lamentamos mucho esto, señorita —dijo el chico que la recibió—. Puedo asegurarle que ninguno de nuestros empleados… —lo interrumpí.

—Lo entiendo —dije. No quería que terminara su frase, no había delito que perseguir. Mi familia había ido a buscarme, por lo tanto no tenía por qué disculparse. Razoné tan rápido que la cabeza comenzó a dolerme.

—Le agradecemos que eligiera nuestro hotel para descansar y esperamos que vuelva pronto.

Le dediqué una sonrisa de agradecimiento y salimos del establecimiento.

—¿Trajiste tu auto? —pregunté a Yori.

—Sí —respondió.

—¿Dónde lo aparcaste?

—Frente al centro comercial.

Comenzamos a caminar por la calle con algunos reporteros aún siguiéndonos, aunque la mayoría se había quedado en el hotel, supongo que intentado sonsacar información de alguno de los empleados. Cuando llegamos al estacionamiento, Yori miró hacia varios sitios buscando señales de alguien antes de colocar el boleto en la ranura. La máquina arrojó la cantidad a pagar. Tomó su cartera de la bolsa de su pantalón y metió los billetes, para después solo volver a tomar el boleto. Lo hizo añicos y lo metió en la bolsa de su chamarra. De esa forma nadie podía ver a qué hora había aparcado ni tampoco la hora en que salió del estacionamiento. «Bien pensado», dije para mis adentros.

—Vamos. —Entramos en el área de autos. Su auto estaba en la última fila. No pude evitar suspirar cuando por fin cerré la portezuela. Me quité los lentes de sol y los acomodé en mi cabeza.

—No estuvo tan mal. Llamaré a Liam. —Yori encendió el auto mientras yo me colocaba el cinturón de seguridad y marcaba el número de Liam en mi teléfono. El interpelado respondió tras el primer tono de llamada.

—¿Aún estás en Japón? —preguntó apresurado. Parecía nervioso. Quizá mi llamada había llegado tarde y los rumores habían comenzado a correrse por internet.

—Sí. ¿Tan pronto corrió la noticia? —pregunté compungida.

—Gracias a Dios, Fleur. —Guardó silencio un momento y después cambió un poco el tono apagado de su voz—. ¿Qué noticias? —preguntó confundido.

—No estás así por el hotel, ¿cierto?

—Cielos, no, de eso acabo de enterarme. Fleur, no vuelvas a París hasta que yo te llame. —No era una petición, sonó más a una orden y el tono fue tan tácito que no dejaba lugar a discusión.

—¿André? —pregunté tratando de hablar con calma.

—Sabe acerca de Yori y la relación que tienes con él. —Respiré profundo, me hacía falta el aire y algo parecía estrujarme las entrañas. Lo sabía, mi instinto me decía que esa era la razón de su llamada esta mañana.

—¿Cómo fue que se enteró?

—Kenya.

—¿Ella se lo dijo?

—Más bien creo que se lo arrojó al rostro. Tengo entendido que hablaste con ella.

—Sí,

—La discográfica decidió contratarla. A algunos de los productores les gustó su presentación en el conservatorio y, aunque tardamos un poco de tiempo en decidirlo, finalmente firmó su contrato la mañana que habló contigo.

—¿Te dijo qué fue lo que hablamos?

—Sí, absolutamente todo. Ayer recibí una llamada de un hospital, Kenya había sido ingresada a emergencias. Tuvo una discusión con André debido a la empresa de su padre, ella perdió el control y le gritó sobre la existencia de Yori y su relación contigo.

»André enloqueció, abofeteó a Kenya y la dejó inconsciente en el despacho de su padre. La secretaria la encontró y llamó a emergencias, y ellos a mí. Intenté localizar a André, pero nadie sabe dónde está. Investigué los vuelos hacia Japón y no ha abordado ninguno aún.

»Di aviso a la policía sobre el incidente con Kenya. Hasta que lo encontremos, no puedes volver a París, quédate con tus padres y, por lo que más quieras, habla con tu padre sobre lo que intentó hacerte.

Ignoré su petición y salté a la pregunta más importante que asaltaba mi mente, la razón para que el terror se extendiera por mis extremidades.

—¿Crees que sea capaz de lastimarlo?

—No lo sé, su obsesión contigo es enfermiza, y si llega a creer que Yori podría alejarte de él… Será mejor que tomemos la mayor cantidad de prevenciones posibles.

—Yo… no importo. No quiero que le haga daño, si algo le pasara por mi culpa… yo no podría seguir viviendo sin él —dije con un hilo de voz. Hablé tan bajo como pude, pero sentí la mirada de Yori en mi rostro. Lo miré por el rabillo del ojo y le dediqué una sonrisa apagada.

—Terminaré el papeleo del hospital con Kenya y saldré a Japón en el primer vuelo disponible.

—Por favor —pedí y colgué el teléfono.

—¿Qué te dijo? —preguntó Reira.

—Lo sabe todo —musité. —Yori depositó su mano en mi rodilla y la apretó con dulzura, pude sentir el calor que emanaba de su mano a través de la tela de mis jeans.

—No te preocupes, todo va a salir bien. —Sonreí y coloqué mi mano sobre la de él. Al menos lo tenía junto a mí para resolver esta pesadilla, todo iría bien mientras estuviéramos juntos.

Yori intentó estacionar el auto dentro de la cochera tan rápido, que incluso le dio un rayón con la reja. Una vez que esta se cerró y quedamos en el jardín, me sentí aliviada. En mi imaginación había visto un sinfín de imágenes en las que André saltaba frente al auto cuando llegábamos a casa o que lo veíamos atravesando alguna avenida. Estaba demasiado nerviosa, incluso a causa de mi ansiedad olvidé por completo la hora y el hecho de que Yori y yo no habíamos desayunado aún.

«No está aquí, no está aquí», me repetía a mí misma una y otra vez, intentando convencerme de ello. De vez en cuando caminaba hacia la ventana y corría las cortinas, observando las sombras anaranjadas y violáceas del crepúsculo teñir las calles de nuestro barrio, aun imaginando que detrás de aquella hermosura natural se extendía un horror inimaginable y peligroso llamado André.

—Tengo hambre —dijo Reira mientras se acariciaba el estómago con las palmas de las manos.

—¿Tenemos algo para comer? —le preguntó Yori.

—No. Mamá salió a una junta temprano y solo dejó preparado el desayuno para papá y para mí. Papá dijo que cuando llegaras pidiéramos pizza, pero no quiero comer pizza, cocinemos algo. —Yori hizo un mohín mientras caminaba hacia la cocina, abrió el refrigerador y sacó un par de recipientes.

—Puedo cocinar Oyakodon, pero harán falta huevos.

—Iré a comprarlos, la tienda está muy cerca de aquí —dije y me preparaba para salir cuando Yori me retuvo por el codo.

—¿Sola? Definitivamente no.

—Yo iré con ella —se ofreció Reira.

—Esta oscuro, déjenmelo a mí —renegó con cierto tono de encanto en su voz.

—No está aquí… Liam dijo que no había salido de París —intenté sonar segura, pero ni yo misma me creía que André hubiese desaparecido así como así.

—No podemos estar seguros —dijo con hilo de voz.

—Yori, si André se encontrara contigo a solas… No, me niego rotundamente a verte pelear con él —repliqué intentando convencerlo, pero pareció más ofendido que persuadido por mi comentario.

—¿Crees que le temo? —preguntó en un tono que dejó clara mi sospecha, mi insinuación lo había molestado.

Quería decirle que, por supuesto, que no creía eso. Era precisamente porque sabía que Yori tenía deseos de descuartizarlo, y después danzar alrededor de sus restos, que no quería verlos enfrentarse. Me acerqué a él y acuné su rostro con mis manos.

—Yo sí le temo. Temo lo que pueda hacerte. No quiero que nada te ocurra —dije mientras enrollaba mis brazos alrededor de su cuello. Pude sentir la tensión a través de sus músculos mientras me aferraba a su cuerpo. Respiró profundamente antes de separarme de él usando sus manos.

—No tarden —pidió aún con duda en su rostro.

—No —respondí y rocé sus labios con los míos.

Salimos rápido de la casa, solo por si acaso se arrepentía en el último momento. Solo eran las cinco de la tarde y el cielo estaba completamente oscuro y, a pesar de ser mediados de septiembre, un frío singular se extendía por las calles, además de un fuerte viento que levantaba pequeños silbidos en el aire. Si a eso le sumábamos que solo nosotras caminábamos por la calle y que la luz de las lámparas era pálida y no alumbraba mucho, me sentí rápidamente atrapada en una de mis pesadillas. Reira pasó su brazo enganchándose al mío y comenzamos a caminar por en medio de la calle hasta que llegamos al conbini. Entramos con cierto delirio de persecución, ocasionando que el chico que atendía saliera del mostrador y mirara hacia la calle, supongo que para asegurarse que nadie nos siguiera.

—Llevemos esto —dijo Reira—. Mamá y papá también tendrán hambre cuando regresen. Y déjame confesarte que nadie puede resistirse al Oyakodon de mi hermano, seguramente arrasaremos con todo. —Reí por su comentario y nos acercamos al mostrador, pagamos las compras para dirigirnos hacia la casa de nuevo.

—¿No sientes que alguien nos observa? —pregunté a Reira, quien también parecía nerviosa.

El crujir de una rama detrás de nosotras provocó que ambas diéramos un respingo y miráramos hacia atrás, un gato salió corriendo de una de las calles. Ambas comenzamos a reírnos y seguimos nuestro camino. Seguramente, estábamos imaginando cosas. El timbre de mi teléfono sonó, así que nos detuvimos. Las bolsas de las compras pesaban demasiado y las dejé sobre el suelo para poder contestar.

—Fleur, ¿dónde estás? —Liam sonaba histérico, algo no muy propio de él. Antes de que pudiera responder a su pregunta, gritó por el teléfono—. André está en Japón… No… —Alguien me arrebató el teléfono de la mano y lo arrojó lejos, como si se tratara de una repetición en cámara lenta. Me giré para observar a aquella persona.

—Hola —saludó de forma tan casual que daba aún más terror su expresión. Me puse frente a Reira y retrocedí dos pasos.

—¿Qué haces aquí?

—Vine a buscarte —respondió tranquilo.

—¿Qué quieres? —gritó Reira detrás de mí. Yo intenté cubrirla con mi cuerpo, pero mi pequeña hermanastra parecía tener muchos deseos de gritarle a André.

—Fleur sabe muy bien qué es lo que quiero —masculló y avanzó hacia nosotras.

—¡No te acerques! —grité tan fuerte como pude. André ignoró mi sobresalto y avanzó tan rápido que no pude retroceder. Me tomó por los hombros y me arrojó contra la barda de un estacionamiento con tal fuerza que me quedé sin oxígeno en los pulmones.

—¡Déjala! —gritó Reira y lo golpeó en la nuca con las bolsas de las compras. Eso me dio la oportunidad de salir de su acorralamiento. No parecía la vida real, el desarrollo de la escena hacía que tuviera la sensación de estar atrapada en una película de horror. Dominada por el pánico tomé a Reira del brazo—. ¡Corre! —grité. Ambas comenzamos a correr tan rápido como las piernas nos lo permitían. Pero André nos seguía de cerca los pasos. Reira resbaló y cayó al suelo.

—¡Fleur! —gritó.

Regresé corriendo hacia ella y la ayudé a levantarse. André tiró de mi cabellera para que me pusiera de pie. El rostro de Reira se deformó por el terror al ver que André me rodeaba la cintura en un abrazo asfixiante y me alejaba de donde ella estaba, tratándome como si fuera su rehén. En parte, realmente creo que eso es lo que era para él.

—Mejor dile que se vaya. No quieres que le haga daño, ¿verdad? —susurró en mi oído. Su aliento golpeó la punta de mi oreja, produciéndome náuseas.

—¡No te atrevas a tocarla! —siseé. Forcejeé con él intentando soltarme, pero era inútil. Reira me observaba sin parpadear—. ¡Vete! —ordené.

—Pero… —dijo.

—¡Ahora!

Reira salió corriendo. Una vez que desapareció de mi rango de vista, me relajé un poco. Al menos ya no tenía que preocuparme por ella y enfrentar a André sería más sencillo, al menos en teoría, pues sabía que Reira regresaría acompañada de Yori y, pasara lo que pasara, debía impedir que se encontraran.

—¡No iré a ningún sitio contigo! ¡Suéltame… ahora! —siseé. André sonrió sin soltarme de la cintura y comenzó a caminar, empujándome para que también caminara. No quería imaginarme a dónde estaba llevándome—. Eres un cobarde —musité. André se detuvo en seco y me giró el rostro para que lo mirara directamente a los ojos. A pesar de ser de un azul tan claro, estaban oscuros y fríos, reflejaban no solo locura, había en ellos un dejo de desesperación que, realmente, me hacía sentir algo más que pánico. Me miraba como si fuera capaz de hacer cualquier cosa.

—¿Por qué tienes que quererlo? —me preguntó al oído. Retiró el cabello que estaba en mis hombros y besó con delicadeza el lóbulo de mi oreja izquierda, para después recorrer mi clavícula con la punta de su lengua.

—¡Suéltame! ¡No me toques! —dije intentando empujarlo.

La sensación que su contacto producía en mi piel me crispaba los nervios. Estaba intentando mantener la calma, pero su invasión era demasiado para mí. Los recuerdos de los golpes y el forcejeo estaban tan presentes en mi memoria que no podía dejar de temblar, mis huesos se habían vuelto flácidos como gelatina. Tomó mis muñecas con una sola de sus manos y las aprisionó a mi costado. Gemí por la punzada de dolor que provocó al torcer mis brazos.

—¿Ya no recuerdas lo que pasó entre nosotros? —preguntó mientras colocaba su frente contra la mía.

—Por fortuna, ahora sé que nada ocurrió.

—Crear recuerdos es algo muy sencillo de hacer —dijo y me arrinconó contra la pared de una casa. Tomó mi cintura y me apretó contra él. Deslizó su mano entre mis pechos y después la posó en mi cadera. Soltó mis muñecas y deslizó su mano hasta mi muslo derecho. Me retorcí entre sus caricias intentando defenderme, pero todo era inútil—. Soy mejor que él. ¿Por qué no lo ves? —susurró y buscó mis labios.

Moví la cabeza para evitar que me besara. Su rostro se deformó en una mueca siniestra que parecía ser una sonrisa. Una bofetada me sacó de mis pensamientos. El golpe sonó sordo en mi cabeza. Supe que mi labio se había partido cuando el sabor metálico de la sangre inundó mi boca.

—Coopera —ordenó. Respiré tan profundo como pude. La historia estaba repitiéndose, solo que esta vez no parecía haber nadie que pudiera detenerlo.

—André, por favor, no hagas esto —supliqué con lágrimas en los ojos. Jamás me había mostrado tan vulnerable ante él. Siempre había intentado mantenerme firme y decidida ante su acoso. André abrió los ojos sorprendido y delineó mi mandíbula con su dedo índice, para después limpiar con la yema de su dedo el rastro de sangre que había en mis labios.

—¿Por qué no puedes amarme a mí?

—Lo siento. —Fue lo único que pude decir—. De verdad… No me hagas esto… te lo suplico… déjame ir. —Él me miró confundido durante unos segundos, había duda en sus ojos, quizá lograría convencerlo de esa forma—. Por favor, me lastimas —dije como último recurso.

André soltó mis muñecas y dejó de apretarme contra el muro, dejándome con ello espacio para respirar con mayor libertad. Escuché ruidos detrás de él, así que miré por el rabillo del ojo y distinguí a Reira. Iba acompañada.

«¿Yori?». No había podido reconocer su rostro, pues la expresión que tenía era atemorizante. Jamás lo había visto mirar a nadie con tal cantidad de ira. Fulminaba a André con la mirada.

—¡Suéltala! —gritó. No me percaté de cuándo había llegado hasta nosotros. Tomó a André por la solapa de la camisa y lo golpeó en el rostro. André cayó por la potencia del golpe y le costó unos segundos recuperar el aliento—. ¿Estás bien? —Yori colocó sus manos en mi rostro y revisó mi mejilla y mi labio.

—Sí —balbuceé.

André se puso de pie y jaló mi brazo hacia él. Una vez que me arrojó hacia atrás, le dio un golpe a Yori en el vientre, que cayó al suelo de rodillas. Pronto se enfrascaron en un intercambio de golpes. Solo podía observarlos golpearse el uno al otro.

—¡No! ¡Basta! —grité, pero mi voz no parecía tener fuerza alguna, ya que rápidamente se enfrascaron en una pelea cerrada. Sabía que tenía que hacer algo, pero no podía pensar.

Yori cayó al suelo y André comenzó a patearlo. Yori se hizo un ovillo intentando aminorar la potencia de los golpes, pero no lograba ponerse de pie.

—¡Déjalo! —supliqué y me arrojé hacia André, aterrizando sobre su espalda con un golpe sordo que me sacó el aire.

La avenida principal estaba justo a nuestras espaldas. André me empujó hacia el asfalto. Escuché el sonido de un claxon y las luces de los faros de un auto me cegaron. Siempre había escuchado que cuando estás a punto de morir tu vida entera pasa ante tus ojos, pero eso no ocurrió conmigo. Lo único que pude ver fue el rostro sonriente de mi madre el día que salió de casa para ir a aquella fiesta. Como un eco lejano escuché a Reira y Yori gritar mi nombre, y observé la mirada llena de pánico de André. Después, algo me arrojó con mucha fuerza, escuché el rechinido de las llantas y los gritos de terror de Reira.

Todo se tornó negro y nebuloso. El dolor era agudo. Me sentí liviana, como si no tuviera huesos. Entreabrí los ojos y miré a mi alrededor asustada. Mi pierna no respondía y la cabeza me daba vueltas. Busqué a Yori con la mirada, solo vi a Reira correr hacia el auto. Yo me encontraba uno o dos metros más adelante, pero junto a las llantas del auto distinguí dos bultos tirados. Uno de ellos era André. Al reconocer el rostro de la otra persona, me arrastré tan rápido como pude hacia ella.

—¡Yori! —El interpelado abrió los ojos al escucharme llamarlo y me sonrió. Tomé su mano y me acerqué aún más a él. A pesar de que no había mucha sangre, su rostro estaba lleno de rasguños y tierra, y de su frente caía un hilo de sangre que rápidamente manchó la camiseta azul que llevaba puesta—. ¡Ayuda! —grité una y otra vez. La gente había comenzado a acercarse a nosotros, mientras que el conductor estaba de pie con su teléfono en la mano—. No te muevas —dije al ver que Yori intentaba levantarse.

—Tran… qui… la —tartamudeó y colocó su mano en mi mejilla. Sonreí como respuesta y coloqué mi mano sobre la de él.

—Todo va a salir bien —susurré en su oído—. Una ambulancia… por favor… —Intentaba hablar con la voz entera, pero mi propio cansancio y dolor no lo permitían.

—Ya vienen los paramédicos —dijo el conductor y se acercó a mí. Observé el rostro de Yori y vi cómo sus ojos comenzaban a cerrarse.

—¡No! ¡Yori no te duermas! Mírame, por favor —dije intentando hacerlo reaccionar, pero no sirvió de nada. Sus ojos se cerraron y la mano que sostenía en mi rostro cayó al suelo.

Desperté en una cama de hospital. Me levanté tan rápido que tiré del suero que estaba en mi brazo y el portasuero cayó.

—Fleur, cariño, tranquila —dijo mi padre, quien estaba sentado en una silla junto a la cama.

—¿Dónde estoy? —pregunté al ver que él se había puesto de pie y no me había permitido moverme.

—En el hospital —respondió. Las imágenes del accidente vinieron a mi mente como un remolino carente de sentido.

—¿Dónde está Yori? —pregunté sollozando.

—Fleur, tienes que tomar las cosas con calma, cariño.

Mi padre abrazó mi cabeza con sus brazos. Llevaba tiempo con esa ropa, pues su camisa olía a humo de cigarro y sudor, sin mencionar que su barba sobresalía de su mandíbula y su cabello estaba enmarañado y sucio. Eso me daba una idea de cuánto tiempo llevaba ahí cuidándome.

—¿Dónde está, papá? ¡Por favor, dime! —supliqué.

—En la siguiente habitación.

Me levanté luchando contra la férula que sujetaba mi pierna derecha, incluso me arranqué el suero de un jalón y corrí cojeando. La puerta estaba cerrada, así que la abrí con fuerza y asusté a Yoko, quien estaba sentada observando a Yori, que tenía un semblante tranquilo, a pesar de los moretones y los vendajes que cubrían las heridas de su rostro. Parecía estar dormido.

—Fleur —dijo al ver la expresión de mi rostro. Caminé hasta él y recargué los brazos en el filo de la cama.

—Esta inconsciente. Tiene una contusión en la cabeza, es muy leve, pero aún no despierta. Los dejaré solos —musitó Yoko al ver que no estaba escuchando lo que decía, solo miraba a Yori. Mi padre entró en la habitación y se acercó con lentitud, como si se tratara de un animal salvaje y asustado a quien trataba de atrapar.

—Fleur, tienes que descansar —dijo y me tomó por el brazo.

—Déjame. No me iré. —Mi padre cerró los ojos y se preparaba para obligarme cuando Yoko colocó su mano en su hombro.

—Déjala, quiere estar con él. —Mi padre observó cómo acariciaba la mejilla de Yori con la punta de mis dedos y soltó un suspiro.

—Siéntate —dijo y se acercó a mí para cargarme y depositarme en aquel sillón pequeño donde Yoko había estado descansando hasta mi tempestuosa entrada.

—Gracias —dije con un hilo de voz. Mi padre sonrió y besó mi frente.

—Pediré a la enfermera que te cure el brazo y pongan el suero aquí. —Miré mi brazo, ni siquiera noté el dolor, estaba sangrando, pero no le di importancia.

—Perdóname… Yori, por favor, abre los ojos.

Comencé a llorar. Incliné mi frente hasta tocar la suya. Mis lágrimas cayeron sobre su rostro y recorrieron su mejilla hasta caer en la almohada, donde desaparecieron. Mi padre regresó en compañía de una enfermera, que me llamó la atención por haber arrancado el suero, y lo colocó en mi otro brazo.

—¿Cómo está? —pregunté mientras terminaba de limpiar la sangre que había en mi antebrazo.

—No hay daño cerebral, solo hay que esperar que su cerebro salga del estupor del trauma por el accidente —respondió y miró a mi padre.

—¿Cuánto tiempo lleva así? —pregunté mirándolos a ambos.

—Una semana. Ambos estaban inconscientes, así que creíamos que tal vez despertarían al mismo tiempo —respondió mi padre—. Fleur, ¿qué fue lo que ocurrió?

—André, todo es mi culpa —susurré. Mi padre se sentó en otra silla frente a mí.

—Esa noche, Yoko y yo llegamos casi al mismo tiempo. Me percaté del accidente y estaba a punto de pasar de largo cuando vi a Reira. Bajé del auto. Los paramédicos estaban terminando de atender a Yori y a punto de subirlo a la camilla, tú estabas histérica. André también fue arrollado por el mismo auto.

»Según el conductor dijo, saliste de la nada, intentó frenar pero no iba a conseguirlo a tiempo, así que dio un volantazo. Ambos te empujaron y, en consecuencia, los arrolló a ambos. Yori recibió la mayor parte del daño en el torso, pero André quedará paralítico para el resto de su vida. No dejaste que se llevaran a Yori hasta que te dejaron subir con él.

»Yo seguí la ambulancia hasta que llegamos al hospital. Lo llevaron a cuidados intensivos y tú te desmayaste casi enseguida. Los médicos te atendieron estando inconsciente y permaneciste así hasta esta mañana. Yori tampoco ha recuperado el conocimiento en todo este tiempo. —Me llevé las manos al rostro. Esto era justamente lo que siempre temí que ocurriera. Yori no podía quedarse así, necesitaba que volviera, lo necesitaba conmigo.

»¿Por qué dices que el accidente fue culpa tuya? —La pregunta de mi padre hizo que saliera de mi nube de pesar.

—Kenya confabuló con André para hacerme creer que me había violado. Ella estuvo vendiendo a la prensa información sobre mí. Cuando fuiste a recogerme a París, no estaba en ese estado por un asalto… Creía que André había abusado de mí. —Mi padre cerró los ojos.

—¿Por qué no me lo dijiste?

—Sentía mucha vergüenza —respondí llorando—. Yori y yo nos conocimos mucho antes que ustedes dos se conocieran, por eso peleaba con André… por mí.

—La historia de Yori… estaba hablando de ti —dijo mi padre sorprendido. Asentí.

—¿Por qué no lo hablaron con nosotros? —preguntó Yoko, quien parecía haber estado escuchando detrás de la puerta.

—Teníamos miedo de su reacción. Siempre fuimos conscientes de que no era una situación sencilla, creímos que podríamos manejarlo.

—Fleur, ¿André abusó de ti?

—No, pero sí dejó una huella profunda. Jamás imaginé que él estaría tan obsesionado conmigo como para venir a buscarme.

—¿Sabía de tu relación con Yori?

—Kenya se lo dijo —contestó Liam.

La habitación se había llenado rápidamente. Todos los presentes me observaban, mientras yo intentaba mantener la calma y relatar con todo lujo de detalle todo lo que había pasado.

—Gracias a Dios que todo ha terminado —susurró Yoko mientras acariciaba mi cabeza.

—Por desgracia, esto trascendió más allá de lo que André hizo. La información se filtró y los medios saben la relación que hay entre Yori y Fleur, así como las razones por las que estaban peleando en la calle. ¿Intentó forzarte mientras regresabas de las compras? —preguntó Liam. Asentí como respuesta—. Varios vecinos lo vieron, por eso la policía llegó tan pronto. El problema no es que Yori haya defendido a Fleur, la polémica es que los vieron salir de un hotel esa mañana y llegar juntos esa noche. Su relación amorosa es lo que está siendo criticada debido a que ustedes están casados legalmente —dijo señalando a mis padres.

—No me importa lo que las personas opinen. Lo único que quiero es que Yori despierte.

—¿Es cierto? ¿Estuvieron en un hotel? ¿Juntos? —preguntó mi padre.

—Sí —respondí.

—¿Por qué hicieron eso? Conocían los riesgos, sabían lo que pasaría si los tomaban juntos —gritó.

—No es momento de que le digas eso. ¿Acaso no ves lo mucho que está sufriendo? —dijo Yoko.

—Fleur, necesito que me digas cómo vamos a solucionar esto —pidió Liam.

—No lo sé.

—No tenemos tiempo. Si no arreglamos la situación cuanto antes, perderán el contrato con las discográficas. —Me llevé las manos al rostro y lo cubrí con ellas. No era capaz de pensar con claridad, no teniendo a Yori postrado en una cama. Mi carrera no importaba, daría cualquier cosa a cambio de que Yori despertara.

—No voy a tomar ninguna decisión hasta que él despierte —respondí sin siquiera dirigir la mirada hacia Liam.

Debido a mi renuencia a salir de la habitación de Yori, no les quedó más remedio que permitir que me quedara allí. Quería velar por él, no sabía exactamente cuánto tiempo iba a tardar, pero no me iría de su lado hasta que despertara.

Tanto papá como Yoko habían aceptado ese hecho y procuraban no ser demasiado opresivos conmigo en el asunto.

Estaba dormida en aquel pequeño sillón cuando sentí que algo tiró de mi mano, fue una caricia ligera que me despertó.

—¿No deberías estar descansando tú también? —preguntó con la respiración entrecortada.

—¿Yori? —pregunté. Mis ojos estaban cerrados y tenía pánico de abrirlos y descubrir que no era él quien hablaba.

—Sí. —Abrí los ojos y lo vi despierto. Hice uso de todo mi autocontrol para no saltar encima de él.

—¿Cómo te sientes? —pregunté mientras me acercaba más a la cama.

—Confundido.

—Es normal. —Me observó con los ojos entornados. Su mirada se detenía en los rasguños y cortadas. Por fortuna, había logrado esconder la pierna enyesada a tiempo.

—¿Tú estás bien? —Asentí. Tomé su mano con las mías y besé el dorso.

—¿Qué ocurrió?

—Te arrojaste hacia el auto para evitar que me arrollara y, en consecuencia, fuiste quien recibió el golpe.

—¿Dónde está André?

—En la habitación que está al lado. Mi padre dice que ambos intentaron salvarme y el auto los golpeó.

—¿También intentó salvarte?

—¿No lo recuerdas?

—No muy claramente.

—¿Cuánto tiempo llevo aquí?

—Casi dos semanas. Estabas inconsciente.

—¿Dónde están todos?

—Afuera. Después que desperté quise quedarme contigo… Creo que los asusté un poco. —Yori sacudió la cabeza en signo de molestia.

—Deberías también cuidar de ti —dijo mientras intentaba incorporarse.

—Creí que iba a perderte. Estaba asustada. —Comencé a lloriquear. Yori posó su mano en mi cabeza y la acarició como si consolara a un niño pequeño.

—Estoy bien —musitó. Acarició mi mejilla con la palma de su mano, una caricia que demostraba que él estaba tan asustado como yo.

—Iré a decirles que despertaste —dije y me puse de pie.

Tomé las muletas que estaban en el respaldo del pequeño sillón y caminé hasta la puerta. Observé a mi padre y a Yoko dormir en la sala de espera, no pude evitar observarlos: canas blancas pintaban sobre el cabello de mi padre, largas y con toques plateados como jamás las había visto, mientras que Yoko, quien poseía una piel tersa y brillante, ahora se veía opacada por las bolsas violáceas que estaban debajo de sus ojos y las arrugas que surcaban su frente. Nuestros padres habían envejecido demasiado en tan solo un par de semanas.

—Yori despertó —susurré para que despertaran. Ambos se exaltaron.

—Iré a buscar al médico —dijo mi papá y Yoko caminó delante de mí para llegar a la habitación.

Pude escuchar su risa de júbilo cuando vio que estaba consciente. Llegué poco tiempo después y todo parecía volver a ponerse en su sitio. Mi padre regresó con el médico, quien lo examinó. Se mostró bastante optimista y afirmó que, de seguir así, nos daría de alta en un par de días. Esas palabras devolvieron el color al rostro de Yoko.

—¿Cómo te sientes, hijo? —preguntó Yoko.

—Bien, mamá. —Mi padre carraspeó para llamar nuestra atención. Los tres lo miramos.

—André será trasladado a París mañana por la mañana y quiere hablar contigo antes de irse —dijo en mi dirección.

—¿Conmigo? —No pude evitar sonar asustada, aún sentía la mejilla arder por su bofetada. Jamás había sentido tanto miedo hacia una persona.

—No hablará con él a solas. —La voz de Yori era baja pero tajante.

—Por supuesto que no, también quiere que tú estés presente. —Yori y yo intercambiamos miradas.

—¿Cuándo? —preguntó Yori.

—Ahora. —La respuesta de mi padre provocó que el estómago me diera un vuelco.

Entramos en la habitación. Estaba oscuro, todas las cortinas permanecían cerradas. El abuelo de André estaba sentado en una silla junto a su cama. André abrió los ojos y me miró, lo que había en su mirada me heló la sangre. No estaba segura de si era miedo o arrepentimiento, pero jamás lo había visto mirarme de ese modo.

—Mi papá dice que quieres hablar conmigo —susurré. Él sonrió y apretó un botón para que la parte alta de la cama se elevara y quedara sentado ante mí.

—Fleur, yo quiero escuchar que me perdonas. —Abrí los ojos como platos. ¿Perdonarlo? ¿Cómo podía pedirme algo así? No merecía mi perdón, ni siquiera tenía derecho a pronunciar esa palabra. Respiré profundo y tragué saliva.

—André, lo que me hiciste… —Me interrumpí para estrechar la mano de Yori, sentía que en cualquier momento iba a caer y necesitaba sostenerme de algo para no hacerlo. Yori entrelazó sus dedos con los míos y apretó dulcemente mi mano en señal de apoyo.

—Lo sé, lo lamento. Soy consciente de que nada de lo que diga o haga cambiará mis acciones, pero yo realmente te amo… y… —Su declaración me erizó la piel.

—Tú no sabes lo que es el amor. El amor no es egoísta y mucho menos daña a la persona que dices amar —grité con mayor fuerza de la que esperaba. Los ojos de André se oscurecieron, me miraba con tal profundidad que me intimidaba.

—Tienes razón en odiarme… Solo quería decirte que lo lamento —finalizó.

Parecía increíble que las cosas se hubieran resuelto de esa forma. Yori y yo salimos de su habitación tomados de la mano a pesar de ir caminando con las muletas.

—¿Estás bien? —preguntó al ver que guardaba silencio.

—Supongo que sí. —Él detuvo la marcha y me miró.

—No es tu obligación perdonarlo. Si realmente quieres hacerlo, hazlo, y si no, entonces permanece enojada con él hasta que, con el tiempo, te calmes y lo olvides. —Sonreí por sus palabras. No quería perdonarlo, aún no. Una parte de mí se alegraba por su destino, mientras que la otra se sentía mal por ello. Eran emociones demasiado confusas y encontradas.

Los siguientes dos días pasaron con nuestros padres yendo y viniendo. Tenían muchas cosas que arreglar en casa para nuestra llegada.