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Chapter 27 - Epílogo

Mi padre había alquilado una pequeña villa con una casona enorme, algo no muy común en Japón, pero sí ideal para casarse. Reinaba un caos total, con meseros y floristas corriendo de un lado a otro, colocando todo en su sitio, mientras que en la habitación que Yoko había adaptado para poder vestirme y arreglarme era ella quien corría de un extremo al otro de la habitación.

Estaban terminando de maquillarme y solo faltaba el vestido. Habíamos elegido un vestido de seda blanca, con los hombros descubiertos, y encaje en la parte posterior de flores finamente bordadas en hilo de oro.

—¿Ya terminaste de arreglar las flores? —le preguntó Yoko a Reira.

—Estoy en eso mamá.

—No deberías estar tan nerviosa, la que se casa es Fleur —dijo mi papá. Yoko parecía tener un instinto perfeccionista que nadie conocía.

—Quiero que todo esté perfecto —dijo para justificar su actitud.

—No te preocupes, no soy exigente —dije para reconfortarla—. Por cierto, ¿alguien ha visto a Cameron? Dijo que tomaríamos la foto antes de la ceremonia.

—Debe estar arreglando el escenario en el jardín —respondió Liam.

—¿Podrías preguntarle si puedo usar estos pendientes para la foto?

—Ya la contagiaste. —Yoko le hizo un mohín a mi papá y todos comenzamos a reírnos.

—No es eso, papá, el flash de la cámara… no quiero que las fotos salgan con brillo.

—Enseguida regreso —dijo Liam. Y salió huyendo de la tensión que comenzaba a apoderarse de la habitación. Regresó casi diez minutos después—. Dice que no hay problema y que todo está listo.

—Gracias. Reira, ¿me ayudas con la cola? —pedí sonriendo.

Ella la tomó con ambas manos y comenzamos a caminar hasta el jardín, donde los meseros colocaban las mesas y las sillas para la recepción. El lugar donde Cameron había decidido tomar la fotografía era un arco de flores blancas, mis favoritas, rosas y alcatraces con una tarima de madera y sillas con forro blanco.

—Fleur, el vestido es perfecto —dijo Cameron al mirarme de pies a cabeza.

—Gracias —respondí.

—Siéntate aquí —ordenó. Reira y Yoko me ayudaron a arreglar el vestido de la parte de abajo y acomodar la tiara que sostenía el velo.

—¿Dónde está el novio? —preguntó al ver que solo faltaba Yori. Liam cargaba a Shiori.

—Voy a por él —ofreció Millet y la vimos correr a pesar de traer puesto el vestido de dama de honor.

No tenía muchas personas que pudieran desempeñar ese papel, así que los vestidos habían sido elegidos a gusto de Reira y Millet. Por fortuna, habían logrado ponerse de acuerdo. Los vestidos eran color durazno y, al igual que el mío, llevaban los hombros descubiertos.

—Está hablando con Evan —gritó desde una de las ventanas.

—Dile que baje o tendré que pedirle el divorcio —bromeé.

—Ya bajo —respondió Yori al asomar su cabeza por la misma ventana donde estaba Millet.

Bajó lo más rápido que pudo hasta situarse junto a mí. Escoger el traje de Yori había costado más trabajo y discusiones que incluso mi vestido, pues las opiniones se encontraban: Yoko y Reira insistían en que fuera color blanco, mientras que mi padre y Liam preferían que fuera negro. Al final, Yori terminó escogiendo un gris oscuro que resaltaba el color marrón de sus ojos. Lucía extremadamente apuesto.

—Muy bien, sonrían —dijo Cameron y tomó la foto. Mi padre miró su reloj por reflejo y casi se le salieron los ojos.

—Vamos a llegar tarde —dijo apresurado. Yori se bajó de la tarima del arco y me ayudó a bajar.

—Te veo allá —dijo y me dio un beso en la frente antes de subirse a su auto. Lo despedí con un movimiento de mano y esperé a que mi padre fuera a por el auto para nosotros.

—Te vemos en la iglesia —dijo Reira.

Ella y mamá se irían en el auto de Liam, quien aún sostenía a Shiori. Mi pequeña hija y él parecían haber desarrollado un lazo profundo, pues Liam no quería soltarla ni a sol ni a sombra. Mi padre llegó con el auto y me ayudó a subirme. Lucía un traje de gala que resaltaba sus ojos grises, tan grises como los míos.

—No puedo creer que vayas a casarte —dijo mientras conducía.

—¿Te sientes melancólico? —pregunté.

—Un poco —dijo sonriéndome por el espejo retrovisor.

—Tranquilo, papá.

—Estoy calmado, cualquier padre espera que sus hijos encuentren la felicidad. Ahora que tienes a Shiori, entiendes lo que digo, ¿cierto? —Sonreí como respuesta. Tenía razón, daría cualquier cosa por la felicidad de mi hija.

—Gracias —dije casi en suspiro. Mi padre volvió a mirar por el espejo retrovisor con una mirada llena de sorpresa.

—¿Por qué?

—Por ser mi papá. No fuiste el mejor del mundo, pero sí el perfecto para mí. —Mi comentario desarmó a mi padre y lo escuché sollozar.

—Perdóname por no haberte apoyado cuando debía. Tuviste que sufrir mucho para conseguir tus sueños. —Los recuerdos se arremolinaron en mi memoria como las imágenes en cámara rápida cuando adelantas una película. No estaba segura si había sido difícil o fácil, pero no me arrepentía de nada.

—No tienes que disculparte. De no haber sido por eso, no sería quien soy ahora y me siento orgullosa de lo que he obtenido en la vida.

Mi padre estacionó el auto frente a las escaleras de la capilla. Era un lugar famoso, muchos cantantes habían utilizado aquella capilla en sus videos y ni hablar de la cantidad de dramas que habían sido rodados allí. El sitio poseía una belleza singular, llena de blanco y negro. El corazón me dio un vuelco cuando observé a mi padre descender del auto a toda velocidad para ayudarme a bajar. Respiré tan profundo como pude y caminé del brazo de mi padre hasta la entrada. Subí cada escalón intentando convencerme que era real. Había esperado tanto aquel día que parecía un sueño hecho realidad.

—¿Lista? —preguntó mientras colocaba su mano en la perilla para tirar de la puerta y entrar.

—Sí —respondí.

Las puertas se abrieron y pude ver a todos mis conocidos y los conocidos de Yori sentados en las filas de aquella iglesia. Y después solo a Yori esperándome en el altar. Los buenos y malos momentos se veían recompensados por la dicha que experimenté en ese momento. Cada uno leyó sus votos y llegamos al momento del «Los declaro marido y mujer», para después sellar aquella promesa con un beso.

Aquel dulce amor que nació en un sueño había sido llevado a la realidad.