El supermercado estaba tranquilo, no había mucha gente comprando, así que podíamos juguetear. Me sentía como si fuéramos una pareja de recién casados, en paz. Incluso olvidé que debíamos guardar nuestras distancias para evitar que alguien notara nuestro comportamiento. Yori era toda una celebridad, así que antes de salir había amarrado su cabello en una pequeña cola de caballo, había quitado el broquel que normalmente adornaba su oreja izquierda y llevaba unos lentes oscuros en la cabeza.
—No puedes verte un poco menos no quiero que me reconozcan —dije antes de salir de casa, pero me ignoró y terminamos yendo con ese look al supermercado.
—¿Quieres ver una película? —preguntó mientras entrelazaba sus dedos con los míos.
—¿Vamos al cine?
—Preferiría que rentáramos una y la viéramos en casa —murmuró en mi oído. El roce de su aliento tibio me hizo cosquillas y provocó que un escalofrío me recorriera.
—De acuerdo —respondí mientras intentaba que mi pulso se normalizara.
—Elige tú —dijo mientras paseábamos por los anaqueles.
—¿Y si no te gusta mi elección? —Enarcó la ceja izquierda, haciendo aquel mohín tan Yori.
—No creo que eso ocurra —respondió con picardía.
—Yo te lo advertí —dije. Caminé hacia el aparador que estaba al otro lado y regresé con dos películas—. ¿Te gustan las películas de terror?
Sus ojos me causaron gracia, pero no dije nada. Jamás imaginé a Yori como el tipo de persona que no gusta de las películas de miedo. Para mí las películas de terror japonesas eran de lo mejor que podía haber pues, a comparación de las películas americanas, el estilo de terror era más psicológico, no contaban con grandes efectos especiales y eso provocaba que fueran más reales, al menos para mí.
—Dijiste que podía elegir —dije poniendo la voz aguda.
—Pero ¿por qué de terror? —preguntó angustiado. Hice un gesto de puchero y Yori cerró los ojos y las tomó.
—¿Por qué no te gustan este tipo de películas? —pregunté mientras esperábamos en la fila para pagar la renta.
—No es que me desagraden, pero no entiendo por qué las personas las miran. ¿No les parece suficiente el terror que vivimos a diario?
Me parecía lógico su comentario, solo que nunca lo había visto desde ese punto de vista. Para mí ver películas de terror era una forma de relajarme, lo cual para mi padre, por ejemplo, era algo sumamente extraño. Imagino que, de haberlo comentado con Yori, habría opinado igual que él. Así que decidí guardar silencio.
Llegamos a casa y comenzamos a guardar las compras en su lugar. Me coloqué el delantal color gris que Yoko utilizaba para cocinar.
—¿Me ayudas? —pregunté.
—Sí. Pero no me pondré eso —dijo mientras señalaba el otro delantal que estaba en la entrada de la cocina.
Con cada ingrediente que agregábamos, me acercaba y había un beso o una caricia de manos, una que otra sonrisa y, por supuesto, muchas miradas intensas.
—Está listo —grité para que se apresurara en pasarme los platos.
Nos sentamos a comer.
—Extrañaré tu comida. ¿Ya tienes fecha para la promoción del disco?
—Sí, pero tranquilo, aún tenemos poco más de un mes.
—¿Un mes? Es muy poco tiempo. Cuando hicimos la promoción de mi disco, tenía tres meses más o menos de haber sido grabado.
—Liam dice que si dejamos que las personas pierdan interés en mi música, después será más complicado que compren discos.
La cena continuó con nuestra conversación acerca de trabajo, las diferencias de nuestras discográficas, las similitudes. Queríamos saber cuánto tiempo pasaríamos separados, ya que a ninguno de los dos le emocionaba la idea.
—Te ayudo con los platos —dijo mientras terminábamos de recoger la mesa. Mientras se preparaba para lavarlos, caminé de forma sigilosa hacia el delantal que pendía de la entrada de la cocina y lo tomé entre mis manos—. ¿Qué haces? —preguntó al ver que me acercaba a él con mirada de cazador acorralando a su presa. Él no podía moverse demasiado, pues tenía las manos mojadas y llenas de espuma, así que era mi oportunidad de atraparlo.
—Ensuciarás la ropa —dije mientras caminaba hacia él.
—Fleur, no —gritó. Salté sobre él y coloqué el delantal en su cuerpo. Lucía lindo en él, a pesar de ser color rosa—. Esto no es gracioso —se quejó mientras amarraba los listones de la cintura.
—Para mí lo es —dije riendo sin parar.
—Así que te diviertes, ¿no?
—Sí —respondí. Yori tomó agua y me la arrojó al rostro.
—¡Eso es trampa! —grité mientras intentaba acercarme a la tina donde se estaban remojando los platos. Como un par de niños comenzamos a lanzarnos agua hasta que terminamos empapados. La cocina estaba llena de charcos. El refrigerador y la barra también estaban mojados.
—Creo que se nos pasó la mano —dijo al quitarse el delantal y exprimirlo.
—No lo creas, se nos pasó la mano —dije y comencé a brincar los charcos hasta que salí de la cocina—. Buena suerte para limpiar. Voy a darme un baño —dije.
La barra era lo único que nos separaba. Sonreí y me preparaba para emprender la huida.
—¿Realmente piensas que voy a dejar que huyas? —Salió de la cocina rápidamente y se situó frente a mí—. Ayúdame —musitó. Tenía el cabello pegado a la frente y de las puntas escurría agua.
—¿Cómo piensas obligarme? —pregunté mientras colocaba mis brazos alrededor de su cintura.
—Hum… No necesito obligarte, planeo persuadirte.
Sus ojos conectaron con los míos. Retiró el cabello de mi cuello y lo besó con delicadeza. Una descarga eléctrica me recorrió, retiré mis brazos de su cintura y coloqué mis manos en su cabeza, enterrando mis dedos en su cabello. Cada caricia de sus labios en mi piel provocaba que me pegara más a su cuerpo. Ladeé la cabeza para darle mayor acceso a mi cuello. Levantó la cabeza buscando mi rostro y sonrió. Por un momento pensé que, tal vez, hasta ahí había llegado nuestro encuentro, pero observó con detenimiento cómo la blusa se ceñía a mi cuerpo y dejaba ver que el color de mi sostén era negro. Podía ver cómo sus ojos se deleitaban por el deseo. Su mirada conectó de nuevo con mis ojos y besó con delicadeza el espacio entre mi oreja y el cuello. Jamás había experimentado tal cercanía con nadie. Suspiró y después buscó mis labios. Ese beso estaba cargado de pasión. Sus manos recorrieron mis hombros, mi espalda y estaban a punto de descender un poco más cuando el recuerdo de André vino a mi memoria.
—Yori —susurré para intentar tranquilizar la situación. Sentí cómo se puso tenso y después me liberó de aquel abrazo con el que me tenía cautiva contra la barra de la cocina.
—Soy bueno negociando, ¿no crees? —dijo con la respiración entrecortada y fingiendo una sonrisa.
—Sí —dije riendo. Ambos volvimos a la cocina para comenzar a secar el piso.
—¿Tienes frío? —preguntó al ver que mi cabello escurría—. Sube a ducharte, yo termino con los platos. —Me dio un beso en la frente y me ayudó a levantarme.
Subí a mi habitación, me quité la ropa mojada y me duché tan rápido como pude. Al cabo de quince minutos, bajé secando mi cabello con una toalla pequeña. Miré la cocina y ya había terminado de limpiar.
—¿Vas a ducharte tú también? —pregunté al ver que estaba sentado en el sillón leyendo partituras.
—Sí —respondió, pero no me miró, estaba muy concentrado con su lectura. Caminé hacia él, besé su mejilla y con eso obtuve su atención—. ¿No deberías cepillar tu cabello? —preguntó al ver que todavía estaba enredado.
—¿Me creerías si te digo que Reira lo hace por mí?
—Te creo. Siéntate.
Señaló el sillón y abrió un lugar para mí. Tomó el cepillo de entre mis manos y comenzó a cepillar mi cabello. Al principio me pareció extraña la imagen, pero cuanto más tiempo pasaba, más cómodo se sentía el tacto de sus manos en mi cabeza.
—¿No te sientes incómoda? —preguntó al ver que había guardado silencio.
—No —susurré y él continuó.
—Iré a ducharme —dijo al terminar de cepillar mi cabello.
Encendí la televisión y caminé hasta la cocina. Entre las compras que habíamos hecho había un paquete de palomitas de maíz y una bolsa de frituras. Coloqué las palomitas en el microondas y las frituras en un platón, serví refresco en unos vasos y llevé todo a la mesa de centro de nuestra sala. Al cabo de quince minutos, lo vi bajar las escaleras. Secaba su cabello con una pequeña toalla, que después colgó en el respaldo de una de las sillas del comedor.
—¿Qué haces? —preguntó al ver que estaba colocando la película en el reproductor.
—Quiero ver la película.
—¿Eres consciente de que son casi las dos de la madrugada? ¿Por qué tenemos que verla ahora? —Se acomodó junto a mí en el sillón.
No quería admitir que estaba tratando de mantenernos ocupados. Nuestro encuentro en la cocina había disparado mi imaginación y al estar solos en casa muchas cosas podían pasar entre nosotros. Y, a pesar de desearlo, tenía miedo. No estaba segura de cómo reaccionaría ante ese tipo de cercanía, no quería recordar a André en él de nuevo.
—Está bien. Pero si tienes pesadillas no vengas a quejarte conmigo. —Tomó el control del reproductor para comenzar la película. Desaparecí la distancia entre ambos al recargar mi cabeza en su hombro.
—¿Ya te dio miedo?
—Mira quién lo dice, parece que estás a punto de sufrir un ataque cardiaco. —Yori sonrió de forma cautivadora. Tomó mi mano y la colocó en su pecho, sentí el palpitar de su corazón a través de mis dedos.
—No es por la película —me dijo al oído.
Sus labios se posaron en los míos. Primero con delicadeza, despacio, besó mi labio inferior con ternura. Colocó sus manos en mis mejillas, acunando mi rostro. Poco a poco, la intensidad de su beso fue haciendo que me recostara en el sillón. Al sentir el suave cojín que adornaba el sillón grande de la sala abrí los ojos. Sus labios estaban a solo unos milímetros de los míos, me contemplaba. Estaba a punto de besarme de nuevo, cuando los gritos que provenían de la película nos distrajeron y pusimos atención en la trama de nuevo. Fue bastante perturbador.
—Recuérdame por qué elegimos esa película.
—La reseña sonaba interesante —respondí sin siquiera parpadear.
—Esta es la última ocasión que escucho tu opinión para alquilar una película.
—Estoy de acuerdo.
Cuando la película terminó, ambos parecimos suspirar de alivio. Ninguno de los dos tocó las palomitas o las frituras durante la función.
—Eso fue un poco… horrible —trató de articular mientras se levantaba del sillón.
—Lo siento —musité—. Creo que debí haber leído mejor la reseña.
—Era en serio lo que te dije sobre las pesadillas. Si llegas a tenerlas, no te ayudaré, pero si soy yo quien las tiene, tendrás que hacerte responsable —gritó desde la cocina.
—Qué dulce eres —repliqué con sarcasmo.
—Lo sé. Será mejor dejar esto así, limpiaremos mañana —dijo al ver el reloj de la sala.
Comencé a caminar hacia las escaleras mientras él apagaba las luces de la cocina y la sala. También revisó que la puerta estuviera correctamente cerrada. Me pareció un gesto demasiado protector, pero sonreí de alegría.
—Fleur —me llamó—. Que tengas dulces sueños —dijo en tono tierno.
—Igual tú —respondí y fui a mi habitación.
Debido al cansancio, dormir no me costó demasiado esfuerzo. El problema fue levantarme a la mañana siguiente.
Corría de un extremo al otro de la habitación intentando reunir las partituras que quería mostrar a los accionistas, pero aún estaba somnolienta, así que todo me tomaba más tiempo de lo normal.
—¿Por qué no me despertaste? —pregunté mientras acomodaba mi cabello en la gorra.
—Lo intenté, pero tú no duermes, parece que estás en estado inconsciente —dijo riendo.
—Ahora no te prepararé el desayuno —dije mientras cruzaba los brazos sobre mi pecho.
—No es necesario, ya lo preparé —dijo mientras salía de la cocina sosteniendo un par de platos.
—¿Sabes cocinar?
—Claro. Me ofende que no creas que supiese.
—Me alegro —respondí con sarcasmo.
—¿De qué?
—De haberte ofendido.
—Sí, ahora, en realidad, parecemos un matrimonio.
—Te escuché —grité mientras guardaba el cartón de la leche de nuevo en el refrigerador.
Comí tan rápido como me fue posible. Me parecía extraña la naturalidad con la que nos comportábamos, como si siempre hubiésemos sido solo él y yo. Terminamos de revisar que no olvidáramos nada y salimos de la casa.
—Entonces quien llegue primero cocina —dije mientras colocaba mi bolso en el asiento del copiloto de mi auto.
—De acuerdo.
—行ってきます!(me voy) —dijimos al mismo tiempo y nos dimos un pequeño beso.
Cada uno subió a su auto. Nos dijimos adiós mientras arrancábamos. Él salió primero de la cochera y yo lo seguí hasta donde nuestros caminos se separaban. A pesar de mi tempestuosa mañana, logré llegar a tiempo a la cita.
Querían que comenzara con la promoción del sencillo cuanto antes, pues la demanda del CD era mucha, incluso querían que hiciera un par de presentaciones en vivo antes de que saliera a la venta.
—¿Pero eso no sería saturar el mercado? —pregunté mientras leía el plan de trabajo, que estaba ya estructurado y querían que aceptara.
—Estamos tratando de formar tu imagen a base de tu talento. Las personas que te han escuchado cantar en la presentación del conservatorio y las que han escuchado el lanzamiento del sencillo en la radio pueden identificarse con tus letras. Es un buen momento para aprovechar la publicidad.
—¿Cuánto tiempo tendría que permanecer en París? —pregunté pensando en la reacción de mi familia y Yori cuando les informara sobre el plan de trabajo.
—Tenemos calculado de seis a siete meses, aproximadamente.
—¿Trabajando a este ritmo? —dije sorprendida.
Había días en la agenda en los que tenía hasta tres programas de televisión y dos entrevistas de radio. Eso sin mencionar las lecciones de baile y los ensayos para las presentaciones en vivo. Era una locura que me hicieran trabajar de esa forma.
—Sabemos que es una gran presión, pero necesitamos cimentar tu carrera. —Me parecía una razón coherente, pero no quería estar lejos de Japón durante tanto tiempo y mucho menos morir en ese transcurso.
—¿Qué hay sobre los planes de cantar en japonés?
—Eso viene incluido en el plan de trabajo. También la traducción del sencillo, el álbum en inglés y tu lanzamiento en Estados Unidos. —A mi parecer, se movían demasiado rápido con la expansión de sus fronteras. Al menos yo no me consideraba tan buena cantando como para tener una proyección mundial.
—¿Cuándo tendría que salir?
—Sugerimos el domingo, pero lo dejamos a tu criterio. Mientras tanto, este es el reporte de audiencia en radio y esta es la cantidad que recibirás por este éxito.
Miré con detenimiento la hoja de papel que venía perfectamente arreglada en un fólder. La cantidad era exorbitante, casi igualaba el salario de mi padre… ¡de seis meses!
—Esto es mucho —susurré.
—En realidad, solo es el pago de las regalías por el éxito en radio, aún faltan los discos vendidos en preventa y los artículos que se venderán una vez el disco esté en tiendas.
Comprendí su plan, querían convencerme con el dinero. Y, en parte, lo estaban consiguiendo.
—Este es el cheque —dijo mientras colocaba un papel grueso de forma rectangular en la mesa.
—Gracias —respondí al tomarlo y mirarlo con detenimiento.
—Y bien, ¿qué decides? —No tenía muchas opciones, si me negaba le provocaría problemas a Liam.
—Hablaré con mi familia. Si es posible salir el domingo, me pondré en contacto con ustedes, y, si es lo contrario, los avisaré cuando salga rumbo a París.
Los rostros de los ancianos se iluminaron por mi respuesta. Miré el reloj, sentía la garganta seca y mi espalda dolía por estar sentada demasiado tiempo. Casi eran las siete.
—Señores, ¿entonces sería todo? —pregunté una vez terminé de firmar todos los documentos de las cesiones de derechos.
—Sí, esto es todo —respondieron.
—¿Puedo retirarme ya?
—Debes estar hambrienta. Ordenamos que nos trajeran la cena aquí —respondieron.
—Lo siento, pero ya tengo planes para esta noche —dije mientras me ponía de pie.
Subí al auto y comencé a conducir. Había mucho tráfico para cruzar los puentes, así que tardé bastante en llegar a casa. Cuando por fin lo logré, vi que el auto de Yori ya estaba estacionado.
—ただいま (estoy en casa) —grité al entrar por la puerta y retirarme los zapatos.
—¿Cómo te fue?
—Depende de cómo lo mires… ¿Y a ti? —Él sonrió, pero aquella sonrisa no iluminó su rostro.
—Supongo que estuvo bien.
—¿Hace mucho que volviste?
—No mucho, quizá una hora. —Miré los platos de comida que estaba terminando de servir.
—¿Cocinaste esto en una hora?
—Sí. ¿Tienes hambre?
—Muero —respondí y ambos nos sentamos.
—Cuéntame —pedí mientras comenzaba a comer.
—Supongo que las juntas son iguales —respondió pensativo.
—Pues tú estás más afectado que yo.
—Estoy cansado.
—Sí, creo que no fue buena idea desvelarnos ayer. —Sonrió como respuesta.
—¿Y? —me preguntó.
—Quieren que vuelva a París y cuanto antes, mejor. —Su rostro se puso tenso—. El sencillo está teniendo buena aceptación y quieren que haga la promoción cuanto antes.
—Me alegro.
—Yo también, pero no quiero irme.
—¿Cuánto tiempo estarías fuera?
—Seis o siete meses. —Al escuchar mi respuesta se atragantó con el bocado que masticaba en la boca.
—¿No es demasiado tiempo? —preguntó.
—Para ellos no, no solo estaría en París, vendría a presentar la versión en japonés y viajaría a América para hacer lo mismo.
—Yo solo tengo planes para América —suspiró. Yo suspiré también y me llené la boca con comida.
—¿Cómo está tu agenda? —pregunté.
—Es menos apretada que la tuya —dijo mientras leía el fólder con mis actividades.
—¡Oye! No tomes las cosas sin permiso —dije riendo.
—No creo que sean fotos tuyas con otro chico —dijo en tono sarcástico—. Toma. —Colocó en mis manos el sobre que contenía sus actividades.
—En realidad tenemos la misma cantidad de trabajo —dije decepcionada—. Quieren que salga el domingo.
—¿Tan pronto?
—Sí.
—A tu padre va a darle un ataque.
—¿Y a ti? —Despegó la vista de la hoja de papel y me miró.
—También me afecta —dijo sin despegar su mirada de mi rostro.
En el papel con sus actividades se especificaban las prácticas de baile. Parecía que el género del nuevo CD le exigía a Yori bailar en varias coreografías. El nombre de Rose estaba escrito en todas las páginas, incluso tenían prácticas solos, pues ella había sido nombrada la bailarina principal y, por tanto, la pareja de baile de Yori.
—¿Tienes que pasar tiempo con esa… bailarina, cierto? —No pude evitar decir aquella frase con todo el desdén que sentía. Algo en mi interior me indicaba que debía tener cuidado con esa mujer.
—Fleur, ni siquiera la veo como si se tratase de una amiga —dijo mientras sostenía mi mano. No dije nada, pero lo observé fijamente—. ¿Por qué te afecta tanto? —Su pregunta me hizo ponerme de pie y soltar su mano.
—No lo sé, no puedo explicarlo con claridad. Solo no me agrada.
—Pero no la has visto en persona ni siquiera una vez.
—Lo sé, pero no me agrada, desde que escuché su voz por el teléfono y escuché cómo pronunció tu nombre, algo en mí la rechaza.
—Necesito que confíes en mí. —Pude sentir que aquella frase estaba cargada con más desesperación de lo habitual, despertando mi curiosidad.
—¿Por qué lo dices de ese modo?
—No estoy usando ningún tono en particular. Rose es muy buena en su trabajo, puede ayudar mucho en las coreografías. Es muy creativa. —Le di la espalda y respiré profundo, parecía no estar llegando suficiente oxígeno a mi cerebro, pues me estaba comportando como una completa lunática.
—Si la presentas de ese modo tan perfecto, entonces… —Supongo que quiso terminar con la discusión lo más pronto posible, porque interrumpió mi oración con un beso.
Al principio me sorprendió, pero después de unos segundos no pude evitar dejar de sentir celos y regresé su beso con un poco más de cooperación. Poco a poco caminamos hasta la barra de la cocina, que nos sirvió como respaldo, y continuamos besándonos. Si esa barra hablara, seguramente nos diría un par de improperios por nuestra recurrencia a usarla como base para nuestros apasionados encuentros de besos.
—Yori —susurré.
Me pregunté a mí misma a qué le temía más, a perderlo o al recuerdo de lo que André me había hecho. Retiré mis manos de su cabello y las coloqué en su pecho. Era una decisión que podía cambiar todo entre nosotros, pero quería que con sus besos Yori borrara los de André, quería que Yori fuera el primero, André no contaba con ese privilegio. Deseaba a Yori con todas mis fuerzas y sabía que él también me deseaba a mí. Hice un esfuerzo sobrehumano para calmar el pequeño hormigueo de mis piernas, pues las heridas físicas sanan, pero las heridas del alma dejan una cicatriz más profunda. Yori colocó sus manos alrededor de mi cintura y me apretó contra su cuerpo. Soltó mis labios un instante para que ambos respiráramos. Era mi oportunidad de decir aquellas palabras que giraban en mi cabeza, debía reunir valor. Acaricié su mejilla con la punta de mis dedos, para después tomar su mano entre las mías. Llevé su mano a mi pecho y la coloqué en él con cuidado. Yori abrió los ojos desmesuradamente, había sorpresa y duda en ellos. Respiré profundamente antes de hablar:
—Acaríciame —pedí con un hilo de voz. Sentía aquella electricidad entre nosotros. Pero también podía percibir cómo era opacada por el miedo. No era la única que estaba asustada.
—Fleur, yo… —Su voz temblaba como la mía, sus ojos marrones temblaban sobre mi rostro, oscurecidos por el deseo.
—Quiero que me ayudes a olvidar, quiero que borres con tus caricias…
Pero mi frase fue interrumpida. Él pegó sus labios a los míos, con un roce amable, concediéndome en todo momento la oportunidad de decir que no. Sus manos se colocaron en las costuras de la blusa color azul que traía puesta. Sentí cómo, poco a poco, esta subió por mi cuerpo, dejando al descubierto primero mi vientre, para después salir por mi cuello. Yori colocó la blusa encima de la barra de la cocina y volvió a besarme, pero esta vez con más premura. Estaba temblando, igual que yo. Como reflejo coloqué mis manos a los costados y sin darme cuenta comencé a apretar los puños. Estaba asustada. Yori lo notó y detuvo el camino de besos con el que estaba recorriendo mi cuello.
—Fleur, no puedo hacer esto —dijo. Tomó mi blusa y la colocó para cubrirme el torso, pues me había quedado solo con el top para deporte—. No quiero que… —Se interrumpió para mirarme.
No sabía qué significaba esa reacción en él. Lo único que había comprendido era que me había equivocado y él no me deseaba. De pronto, una idea se coló entre la nube de confusión que era mi cabeza. Qué ingenua, había creído que el amor sería capaz de superar cualquier cosa, seguramente Yori sentía repulsión, quizá él podía sentir la esencia de André en mi piel y eso lo molestaba. No podía culparlo, de cualquier forma él merecía algo más. Algo mejor que tener una mujer que sentía pánico al contacto íntimo como yo.
—Entiendo… Lo siento —dije con la respiración entrecortada. Clavé la mirada en el suelo, sentía vergüenza de mirarlo a la cara.
—No quería… —comenzó, pero el ruido de su teléfono nos interrumpió—. Aguarda un segundo… もしもし (Hola). —Su rostro cambió de pronto y dirigió la mirada hacia mí.
Yo estaba haciendo uso de todo mi autocontrol para no desmoronarme. No quería que pensara que mis lágrimas eran para manipularlo.
—¿Quién es? —pregunté al ver la duda reflejada en su rostro. Él cortó la llamada y colocó el teléfono sobre la mesa.
—Fleur, tengo que salir, pero hablaremos cuando regrese.
—Yori, ¿qué sucede? —pregunté.
No era normal que perdiera el control así, no podía ocultar su preocupación; de hecho, rayaba en la desesperación. ¿Le había sucedido algo a nuestros padres? Tanto hermetismo de su parte no era normal. Caminó hacia mí, me dio un beso en la frente y salió a grandes zancadas. Salió tan deprisa de la habitación que olvidó el teléfono sobre la mesa del comedor.
No podía creer lo que acababa de suceder. Me había dejado sola y semidesnuda en medio del comedor. Caminé hacia la mesa y tomé el teléfono con manos temblorosas.
Retiré el seguro con el que la pantalla estaba bloqueada, me hizo sonreír que la clave de bloqueo fuera la fecha de mi cumpleaños. Busqué entre las llamadas entrantes. Sabía que estaba sobrepasando el límite, revisar su teléfono era algo bajo, pero su actitud había despertado mi curiosidad. Quería saber qué estaba sucediendo, aun si ello implicaba espiarlo. El último número no estaba registrado dentro de la agenda telefónica de su teléfono. Me mordí el labio inferior dudando si llamar o, simplemente, dejar las cosas como estaban. Al final, mi curiosidad ganó a mi razón. Seleccioné el número y presioné llamar. Después del segundo tono, la voz de una chica resonó por el auricular.
—¿Yori? —balbuceó.
El mundo se desmoronó bajo mis pies. Reconocí aquella voz enseguida. Era Rose.
Me había dejado sola después de rechazarme para irse con ella. Las lágrimas que había logrado controlar frente a él comenzaron a correr. La cabeza comenzó a darme de vueltas, ningún pensamiento, ninguna idea era clara. Las paredes de la habitación me asfixiaban. Trastabillé para salir de la cocina y me recargué en el respaldo de una de las sillas, las rodillas me temblaban. Tomé las llaves de la mesita junto a la puerta y salí, necesitaba aire fresco y asimilar todo lo sucedido. Al salir de la casa, el aroma a tierra mojada me relajó un poco. El aire en Japón siempre era húmedo, así que tenía la cualidad de hacerme sentir asfixia con facilidad, sin embargo, a pesar del aroma a lluvia que se arremolinaba en el ambiente, no había densidad en la brisa.
Mis peores miedos comenzaban a hacerse realidad. Comencé a deambular por las calles, hacía frío, o al menos yo sentía frío. El cielo estaba nublado, con las nubes color negro y violeta, el viento comenzaba a soplar con fuerza, y los truenos presagiaban lluvia. Debí al menos tomar un suéter antes de salir. «¿Por qué siempre tienes que ser tan dramática, Fleur?», me dije a mí misma. Sería mejor regresar antes de que la tormenta comenzara. Caminé lo más rápido que pude, pero la lluvia comenzó a caer con fuerza. Mientras caminaba miraba los pequeños charcos que la lluvia provocaba en el asfalto. La ropa me pesaba debido a la cantidad de agua que estaba absorbiendo y los cabellos me caían sobre los ojos.
Escuché el ruido producido por los pies de alguien que corría por aquellos charcos. Un chapoteo molesto y zumbante. Aquel chasquido se acercaba a mí a gran velocidad, unos zapatos para deporte color negro provocaron que me detuviera en seco. Alcé la mirada para ver de quién se trataba. Yori estaba de pie frente a mí, con la respiración agitada y completamente mojado.
—Gracias a Dios… —musitó antes de acercarse a mí para abrazarme. A pesar de estar completamente mojado, su cuerpo transmitía calor. Me quedé ahí de pie, estática, ni siquiera era capaz de parpadear—. ¿Dónde estabas? Regresé a casa porque olvidé mi teléfono y ya no te encontré —susurró a mi oído—. ¿Tienes idea de lo preocupado que estaba? Te busqué por todas partes. —Mi voz estaba perdida en mi interior, no era capaz de hablar—. ¿Fleur? —Me tomó por los hombros y me despegó de su cuerpo. Mi mirada seguía clavada al frente. No enfocaba nada más que la cortina de lluvia espesa que nos cubría—. Háblame, Fleur. Por favor…
Al ver que no recibía respuesta de mi parte, simplemente se limitó a tomarme en brazos y comenzar a caminar hacia nuestra casa, que no estaba muy lejos ya. Cuando llegamos me depositó suavemente en el suelo y abrió la puerta. Caminé hacia dentro dejando el rastro de agua. Yori cerró la puerta tras nosotros y corrió escaleras arriba. Al bajar traía consigo un par de toallas.
—Fleur, por favor, háblame. —Sonaba desesperado. Ver aquella expresión en su rostro me despertó de mi embelesamiento.
—¿Por qué? —musité. Él enarcó las cejas. Parecía realmente contrariado, la duda bailaba sobre la espesura de sus ojos. Tomó una gran bocanada de aire antes de comenzar.
—Cada día me es más difícil controlarme. Estas palabras ya las he pronunciado antes… Lo que siento por ti es muy intenso y no quiero que pienses que soy como André. Fleur, sé que lo confundiste conmigo… cuando él… tú creías que era yo…, ¿no es cierto? —Me miró esperando mi respuesta. Yo solo me limité a observarlo sin decir nada. Tenía razón, pero no estaba segura de cómo reaccionaría si lo admitía ante él.
»No quiero hacerte daño. Para superar esta situación se necesita de un control extraordinario de mi parte y estoy aterrado de no tenerlo. No quiero perderte… —terminó. Sus palabras sonaban sinceras, lo creía. Parte de mí sabía que esa era la razón, yo misma me sentía igual, tenía mucho miedo pero, en mi fuero interno, mi miedo y mi deseo estaban sosteniendo una lucha descarnada por el control.
—¿Por qué te fuiste con ella? ¿Por qué tiene que ser ella? Yo… la odio, te lo dije, y después de nuestro… encuentro sales corriendo para irte con ella —grité.
—No es así —susurró.
—¿Entonces cómo es Yori? —grité aún más histérica.
—Fleur, ¿qué necesito decir para que me creas? ¿Qué más puedo hacer para que entiendas que no hay nadie más que tú para mí? ¿Sabes cuánto tiempo supliqué porque aparecieras? Y cuando por fin te reconocí, ¿tienes una idea de cuánto deseé tocarte, abrazarte, consolarte…, cuando volviste de París destrozada por lo que ese… te hizo? Fleur, te amo, maldición, y ya no sé cómo decírtelo o demostrártelo —dijo emotivamente.
¡Dios mío! ¿Acaso esto no podría ser más fácil? Por un instante maldije a mi estúpido orgullo pero, sobre todo, a mi torpeza por no haber aceptado lo obvio… por haber dudado. Todo esto era responsabilidad mía. Apreté los ojos con fuerza, quería terminar de enfriar mi cabeza, de esa forma podría preguntar de forma adecuada la razón por la que Rose lo había llamado.
—No pensaba ir a verla a ella, Nakai tuvo un accidente —musitó. El nombre me pareció familiar, pero no lograba ubicar dónde o cuándo lo había escuchado. De pronto caí en cuentas: Nakai es el representante de Yori.
—¿Está bien? —pregunté con un hilo de voz.
—Sí, solo son algunos rasguños. Me dirigía hacia el hospital cuando me percaté de que había olvidado el teléfono, así que regresé a por él y para pedirte que me acompañaras.
»Estaba seguro de que te encontraría molesta… pero, simplemente, desapareciste. Comencé a buscarte por todas partes hasta que te encontré.
Tragué saliva con fuerza. Lo que estaba a punto de decir me hacía sentir miserable, pero era necesario. Era un tema que debíamos superar.
—Quizá… sería mejor que buscaras a alguien… normal. Alguien que no te haga sentir temor de tocarla… alguien como Rose, por ejemplo. Yo tampoco quiero hacerte daño, no quiero que este pasado que yo misma me busqué te atrape a ti también.
—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó alterado.
—Mereces otra cosa, algo que yo no puedo darte ahora mismo y que, estoy segura, algún día desearás con más fuerza de lo que ambos podemos imaginar.
—¿Estás terminando conmigo?
«No», quise decir, pero nunca me he caracterizado por mi madurez y mucho menos por mi autocontrol. Sabía que estaba haciendo un berrinche, pero no pude detenerme.
Estaba desatada. Entrecerré los ojos para evitar que las lágrimas cayeran y responder de esa forma con la mayor serenidad que la situación podía ameritar.
—Sí —respondí y corrí hacia mi habitación.
Subí las escaleras a toda prisa y me encerré en ella. «Si realmente sientes amor por él, debes salvarlo, aun si se trata de ti misma», me dije para calmar un poco la opresión que encogía mi corazón. Me recosté en la cama y debí quedarme dormida. Al abrir los ojos, la luz del día había desaparecido. Me desperecé y casi me da un infarto cuando, al levantar la vista para mirar el reloj, vi a Yori dormido en la silla junto a la cómoda. Lucía bastante contrariado aun dormido, sus cejas casi se tocaban entre sí debido a su ceño fruncido. Tenía los labios ligeramente abiertos. Incluso me había arropado. Me levanté de la cama y me preparaba para salir cuando carraspeó.
—No te vayas —dijo con un hilo de voz. Sonreí por su petición y giré sobre mis talones para mirarlo de frente—. ¿Aún estás molesta conmigo? —preguntó somnoliento. —Negué con la cabeza.
—Sabes mejor que yo que soy incapaz de molestarme contigo.
—No era mi intención hacerte sentir… —Se interrumpió.
—Lo sé —dije.
Él levantó su mano y tiró de mi brazo de tal forma que me senté en su regazo. Rodeó con sus brazos mi cintura y recargó su cabeza en el hueco de mi cuello. Aspiró profundamente. Al hacerlo, su aliento tibio rozó la piel de mi clavícula, haciendo que la sangre bombeara con fuerza.
—No quiero que pienses que solo busco sexo contigo. Quiero que cuando pase puedas sentirte amada y protegida por mí. Quiero borrar lo que él te hizo. —Me sentí avergonzada por su comentario. Estaba siendo muy directo en el tema. Aunque sus palabras me brindaron alivio.
—Yori, ¿me deseas? —musité sin mirarlo.
—Más de lo que puedo expresar con palabras. —Tragué saliva. Me abracé a él con fuerza y él respondió a mi efusividad estrechándome contra su cuerpo.
—Prométeme algo.
—Lo que quieras —respondió enseguida.
—Si vuelve a suceder algo como lo de hoy, dímelo enseguida. Yo… tengo miedo, no quiero que te aburras de mí y busques a alguien más. Y Rose… ella me hace sentir que vas a escogerla a ella. —Una sonrisa tierna curvó sus labios.
—¿Quieres que me aleje de ella? —Al poner mis deseos en palabras, me di cuenta que parecía ridículo. Pero no quería mentirle, así que solo me limité a asentir.
—Lo prometo —susurró mientras colocaba un mechón de cabello detrás de mi oreja.
—Te quiero. No puedo hacer nada sin ti —dije. Él sonrió de nuevo y me dio un casto beso en la comisura de los labios. Parecía el fin de nuestra pequeña… discusión, por llamarla de alguna forma.
—¿Quieres desayunar? —preguntó al ver que me había quedado en silencio.
—Sí —respondí.
Me levanté a prisa de su regazo y tropecé. «Qué torpe soy», pensé para mis adentros. Él me sostuvo entre sus brazos y me miró con detenimiento, parecía deleitarse. Entreabrió los labios un poco, como si intentara decir algo y hubiera decidido callarse. Sonreí con timidez y coloqué mi mano en su mejilla. Él recibió mi caricia inclinando su rostro sobre la palma de mi mano y besó con delicadeza mi muñeca.
—Vamos a preparar el desayuno —dije con un hilo de voz.
Era de noche. Después de haber limpiado la casa con ahínco para mantenernos ocupados, disfrutábamos de nuestra última noche solos en la casa jugando al póker. Apostábamos frituras y dulces, parecíamos un par de niños. Por fortuna, la tensión entre nosotros había ido disminuyendo poco a poco en el transcurso del día.
Yori miró su reloj y abrió los ojos perplejo.
—Es tarde —dijo. Miré el reloj de la sala, tenía razón, era más de medianoche, no nos habíamos percatado del rápido pasar del tiempo.
—Será mejor ir a dormir —señaló mientras recogía los naipes y todas las golosinas que había ganado.
—Buenas noches —musité y me preparé para subir a mi habitación.
Arrastraba los pies, no quería dejarlo. Él sonrió con ternura y continuó con su labor. Caminé con paso lento hacia las escaleras y subí el primer escalón.
«¿Qué haces? Regresa, Fleur, no seas tonta», gritó mi subconsciente, que no necesitó decirlo dos veces. Giré sobre mis talones y regresé hacia él casi corriendo. Atravesé la sala a una velocidad impresionante, él levantó la vista hacia mí. Me arrojé a sus brazos con tal fuerza que incluso retrocedió medio paso, pero me atrapó en el aire. Rodeó mi cintura con sus brazos mientras yo enterraba mis dedos en su cabello. Rozó su nariz con la mía antes de besar mis labios con delicadeza. Yo regresé su beso con una intensidad que me sorprendió. Aquel beso se convirtió en una lucha desesperada, sentía que aún había mucha distancia entre nuestros cuerpos y quería desaparecerla lo más rápido que fuera posible. Rocé con la punta de la lengua su labio inferior y el soltó un gruñido bajo. Sonreí con mis labios aún en su boca. Me sentí poderosa al ver el efecto que tenía sobre él. Y eso me llenó de confianza.
—Así que te resulto gracioso —susurró con su frente pegada a la mía. Yo asentí con un dejo de risa en mis labios. Él colocó sus manos en mi cintura y comenzó hacerme cosquillas. Comencé a reír a carcajadas al sentir sus dedos sobre la camiseta que traía puesta. Intenté huir de él, pero me atrapó con más fuerza. En medio de nuestros jugueteos, caímos en el sillón grande de la sala. Me dolía el estómago por tanto reír, así que me acomodé con la espalda en el asiento de aquel sillón. Él estaba encima de mí, sosteniendo su peso con los codos. Nos miramos fijamente y de nuevo me besó, aunque este beso fue menos desesperado, estaba cargado de pasión pero era lento y dulce. Descendió lentamente por mi cuello, mientras sus manos acariciaban mi cuerpo con delicadeza, podía sentir la calidez de sus dedos a través de la tela. Solo eran sensaciones, la razón había desaparecido. El cuerpo me quemaba y su aliento tibio sobre mi piel comenzaba a enloquecerme. Acarició mi mejilla con los nudillos.
—¿Estás segura? —susurró sin romper el contacto visual conmigo.
Asentí y tragué saliva con fuerza.
Él levantó con cuidado el rostro y besó mi frente, para después acariciar la piel de mi cintura con su mano. Mientras lo hacía, levantó la camiseta con lentitud. Cerré los ojos para poder captar todas las sensaciones y el rostro de André apareció, ahí estaba de nuevo ese recuerdo. Pero esta vez no lo dejaría intervenir. Apreté los dientes para evitar soltar un grito y me aferré con fuerza a la tela del sillón, no quería empujar a Yori o que viera que apretaba los puños por el miedo. Yori subió su mano hasta mi pecho y retiró con cuidado la camiseta. Al ver que no abría los ojos para nada, se detuvo. Estaba a punto de levantarse, cuando moví mi mano rápidamente y me aferré a la costura de su sudadera.
—Espera —musité—. Yo… realmente quiero que esto pase… Por favor —finalicé con un hilo de voz.
Las lágrimas comenzaron a correr por mi rostro. Él sonrió y enjugó mis lágrimas con el dorso de la mano. Esa misma mano la bajó acariciando mi hombro, mi codo, mi muñeca, mis caderas y se detuvo en la parte media de mi muslo. Con delicadeza levantó mi pierna y se rodeó la cintura con ella. Yo respiré entrecortadamente por la sensación. Y sin darme cuenta, mi cuerpo comenzó a temblar.
—Tranquila, mírame… soy yo —susurró mientras acunaba mi rostro entre sus manos.
Volví a colocar mis manos en la costura de su sudadera y lo ayudé a quitársela.
Cada caricia, cada roce era tan dulce y delicado, estaba adorándome de tantas formas que el miedo comenzó a ser reemplazado por una sensación completamente diferente, ya no había desesperación, tampoco dolor. El miedo fue remplazado por deseo.
La sudadera salió por su cabeza. Acaricié su pecho desnudo con la punta de mis dedos. Yori cerró los ojos y disfrutó mi caricia. Me incorporé un poco y lo besé. Él tomó mi camiseta y también la deslizó hasta que esta salió por mi cabeza. Sonrió al observar el color de mi sostén y con manos temblorosas desabrochó las mariposas del sujetador.
Me besó con delicadeza. Tomé su mano y la coloqué en mi pecho, él se sorprendió, pero no la retiró. Me levantó con rapidez entre sus brazos y, como si fuera una princesa siendo rescatada de un dragón, me llevó en brazos hasta su habitación. Me reí cuando me colocó en la cama con cuidado.
—Si quieres que pare, dímelo enseguida —murmuró mientras subía gateando a la cama y colocaba su cuerpo encima del mío. Asentí. Y cerré los ojos.
Me hubiera gustado ser un poco más cooperativa con él y no solo ser yo quien recibiera caricias y besos, pero vencer el miedo a cada nueva sensación exigía mi concentración. El pantalón del pijama se deslizó por mis piernas y no pude evitar temblar cuando lo sentí acariciar mi piel con delicadeza. Abrí los ojos mientras lo observé desabrochar el cinturón de piel que le rodeaba la cadera. Me incorporé, tiré del cinto con lentitud y sonreí mientras lo hacía. Mis manos se dirigieron hacia el botón de su pantalón, lo desabroché y bajé el cierre, mientras intentaba no mirarlo a los ojos. Yori colocó sus manos en mis hombros y me empujó levemente para que me recostara. Escuché la prenda caer y un sonido metálico abrirse. Entraba levemente la luz de la luna por las cortinas, pero no alumbraba mucho, así que era difícil ver a larga distancia. Se recostó sobre mí mientras acariciaba mi mejilla con sus dedos.
—Je t´aime (Te amo) —susurré mientras rodeaba su cadera con mis piernas. —Yori sonrió.
—俺も(Yo también) —respondió. Cerré los ojos y sentí una opresión en el vientre. Al principio me encogí por el dolor, pero pronto comprendí lo que significaba. Abrí los ojos y gemí con fuerza. Yori se detuvo y ambos nos miramos.
—Lo siento —murmuró. Le sonreí y atrapé una gota de sudor que pendía de su frente con la punta de mi dedo.
—Sigue —gemí de nuevo.
Ya no había miedo o dolor, solo el placer de estar con él. Entonces comprendí que el amor es capaz de curar cualquier herida. Y podía sentir cómo él con cada caricia me decía y me hacía sentir cuánto me amaba.