—Fleur, ¿estás segura de lo que acabas de decir? —Solté un bufido ante la pregunta de Millet.
—No… Todo está revuelto en mi cabeza —musité. Kenya se acercó a nosotras, sacó un sobre amarillo de su bolso y caminó hacia mí para entregármelo.
—Esto podría refrescarte la memoria.
Abrí aquel sobre con desesperación y comencé a mirar su contenido. Eran fotografías. Me observé abrazando a André. Otra de ellas mostraba cómo me colgaba de su cuello al besarlo. Incluso venían las fotos que tomó la cámara de seguridad del hotel. Tragué saliva con fuerza.
—Yo… Lo confundí —susurré.
—¿Con quién? —preguntó Millet—. No creo que esto haya sido por tu culpa, pero necesito saber los detalles —pidió ella con más sutileza.
—No es necesario —dijo Kenya—. Aquí están las pruebas de que, si algo malo le ocurrió, ¡ella misma se lo buscó!
La actitud de Kenya era desconcertante. Durante mucho tiempo creí que era mi amiga, la consideraba mi mejor amiga, confiaba en ella. Y ahora estaba ahí, golpeándome con sus acusaciones. Ella parecía saber mejor que yo qué era lo que había ocurrido aquel día.
—¡Silencio! Le ordenó Millet—. Vamos, Fleur, ¿con quién confundiste a André?
Miré el suelo fijamente. No estaba segura de nada, solo balbuceaba las palabras que salían de mi boca… Las cosas que había en mi cabeza, qué era verdad y qué había imaginado. Todo estaba separado por una línea casi invisible. Pero hice un esfuerzo por poner orden en mis ideas.
—La canción… André sabía la letra de su canción. No me di cuenta de que era André, era como si estuviera alucinando, nada parecía real ni coherente. Pensé que era él.
Ahí estaba, por fin, el recuerdo completo. Cada palabra, cada gesto, cada roce, incluso las sensaciones. Todo había vuelto a mi memoria, como una grabación vieja. Recordándome, torturándome. Kenya sonrió con satisfacción antes de asestar el golpe final.
—Ahora ya conoces la historia, Millet, nadie obligó a Fleur a irse con él. Si André abusó de ella no es culpa de nadie más que de ella y de su hipocresía, que por fin se vio revelada. ¿Te confundiste? ¿Estabas ebria? Fue tu culpa. Tú te lo buscaste. —Sus palabras hicieron eco en mi cabeza. Por fin el control que había mantenido se rompió y pude dejar salir aquel dolor, aquella desesperación. Comencé a llorar.
Millet corrió hacia mí y se agazapó a mi lado para intentar consolar mi llanto y los gritos que venían desde mi interior.
—¿Por qué dejaste que André se la llevara si estaba ebria? —preguntó a Kenya—. No fue su culpa, fue la tuya.
El estómago se me revolvió, sentí náuseas. Estaba asqueada de solo pensar que mi cuerpo le había pertenecido a André y que yo misma me había puesto en esa situación. Me levanté vacilante para correr hacia el baño. Millet me siguió de cerca y se quedó conmigo, me ayudó recogiendo mi cabello para que no se ensuciara.
Las arcadas en mi estómago por fin cesaron y me dejé caer en el suelo de mosaico exhausta. Intenté ponerme de pie, pero no pude hacer que mis piernas respondieran.
—¿Fleur? —susurró—. Necesitas calmarte. —Se arrodilló junto a mí y limpió mi rostro, que estaba lleno de sudor.
—¡No puedo! —grité sollozando.
—Necesitamos ayuda, debemos decírselo a tu papá.
—No… no —dije moviendo la cabeza—. No se lo digas, te lo suplico… No.
—¿Cómo obtuviste esas fotos? —preguntó a Kenya, quien no se había movido del umbral de la puerta del baño.
—Había un paparazi en la fiesta. Lo encontré cuando estaba intentando vender las fotos entre los profesores del conservatorio. Fleur es una mina de oro para ellos, y después del escándalo de la firma… —Millet me miró.
—Si esas fotos llegan a manos de tu padre y él no está enterado de la verdad no podrá protegerte, y tampoco a él mismo. —Observó mi rostro y suspiró—. Nos preocuparemos por eso después, ¿de acuerdo? Por ahora necesitamos saber si tu cuerpo está bien. Después comenzaremos con la parte emocional. —Anticipándome a lo que propondría, la miré.
—¡No quiero ver a un doctor! —grité tan fuerte como pude.
—Fleur, necesitamos saber, bajo estas circunstancias corres demasiados riesgos. Si no quieres ir a un hospital, de acuerdo, pero entonces iremos a un laboratorio y te harás pruebas. Y eso no lo vamos a negociar.
—¿No es demasiado pronto para que salga un embarazo en la prueba? Podría dar un falso resultado —dijo Kenya.
¿Embarazo? La palabra resonó en mi cabeza como un eco sordo repitiéndose una y otra vez, igual que un disco rayado en el tocadiscos. Maldije mi suerte. Solo tenía dieciochos años y ahora debía pensar qué es lo que haría con mi vida si alguna de esas pruebas resultaba positiva. Sacudí la cabeza. No podía ocurrirme algo así, tener un bebé de alguien que abusó de mí. ¿Cómo podría manejar esa situación?
—No solo corres el riesgo de un embarazo, hay otro tipo de cosas que pueden pasar cuando se tiene sexo.
La frialdad de Millet para tratar la situación estaba asesinándome. Millet caminó hacia el teléfono y marcó a la recepción. Preguntó si había algún laboratorio médico cerca, escribió los datos en la libreta que estaba junto al teléfono y después colgó.
—Vámonos —ordenó. Atravesó la sala para tomar su bolso y una sudadera para mí, la colocó sobre mis hombros y me ayudó a incorporarme del piso del baño—. Trae aquellas gafas de sol —ordenó a Kenya, que corrió hacia la mesa de centro y se las llevó. Ella las colocó en mi rostro y peinó mi cabello con sus dedos—. Entiendo que es difícil para ti hacer esto, pero es necesario. Dependiendo del resultado, decidiremos si es mejor decírselo a tu padre o no.
—Sí —respondí sollozando.
Me ayudaron a bajar por el elevador y a subir en el auto sin que llamara demasiado la atención. Ella subió también, colocó la dirección en el GPS y arrancó. Al cabo de diez minutos ya estábamos en el laboratorio.
—Tranquila —dijo suavemente y entramos. Millet podía notar los temblores de mi cuerpo, estaba aterrada, totalmente aterrada. Sonrió una vez más como gesto tranquilizador. Una mujer vestida de enfermera nos recibió.
—¿Cuánto tiempo hay que esperar para hacer una prueba de embarazo? —La enfermera nos dedicó una mirada fugaz a Kenya y a mí.
—Lo más recomendable es esperar una semana a partir de que hay un retraso. ¿Qué edad tienen? —preguntó sin despegar sus ojos de mi rostro.
—Dieciocho —respondió Millet.
—Necesitamos a alguien mayor de veinte para que firme la solicitud para la prueba de embarazo.
—¿Puede realizarse una prueba de enfermedades venéreas sin la presencia de alguien mayor?
—Sí, pero la entrega de los resultados requerirá también de un adulto.
—Mi hermano vendrá a recoger los resultados. ¿Podría realizar los análisis, por favor?
—Necesito que rellenen unos cuestionarios.
Aquel intercambio rápido de palabras entre Millet y la enfermera había ocasionado que sintiera náuseas. Cerré los ojos. Intentaba convencerme a mí misma de que todo saldría bien, pero mi instinto me decía que estaba a punto de averiguar algo que no iba a gustarme. De pronto, mi mente cayó en cuentas. Liam recogería los resultados.
—Si Liam se entera, lo va a asesinar —musité cerca del oído de Millet.
—Eso sería bueno, pero creo que más bien va a torturarlo hasta que confiese —dijo sonriendo. Intenté sonreír, pero solo se quedó en el intento. La enfermera regresó con los cuestionarios perfectamente arreglados en una tabla de madera. Y se los ofreció a Millet.
—¿Necesitan ayuda para responderlos?
Millet miró los cuestionarios y después me miró a mí. Estaban en japonés, así que ella no tenía la más mínima idea de qué decían. Su mirada encerraba la pregunta de forma clara: «¿Sabes qué dice?». Yo sacudí la cabeza como respuesta. «Yo y mi incapacidad para leer kanji», pensé para mis adentros.
—Sí, por favor —respondió a la enfermera. Ella tomó la tabla de nuevo entre sus manos y se sentó frente a nosotras.
—La mayoría de las preguntas son para conocer un poco los antecedentes clínicos y de salud de los pacientes. De esa forma no corremos el riesgo de falsos resultados en los análisis. —Millet me miró con pena, tendría que responder a todos aquellos interrogantes y recordar detalles de algo que preferiría olvidar.
—De acuerdo —respondí y respiré tan profundo como mis pulmones me lo permitieron.
Las preguntas se iniciaron con mis datos personales, como mi nombre y edad. Hasta ese momento responder fue sencillo.
—¿Es activa sexualmente? —Sentí un golpe en la boca del estómago.
—No… sí… yo no soy virgen —respondí susurrando.
—¿Cuántas parejas ha tenido hasta el momento?
—Una.
—¿Cuándo tuvo por última vez relaciones?
—Hace tres semanas, creo. Quizá cuatro.
—¿Qué método anticonceptivo utiliza comúnmente? —Las preguntas indagaban más en la situación, así que apreté con fuerza los puños.
—No uso ninguno en particular —respondí.
—¿La persona con quien tuvo relaciones es su única pareja? —La miré de una forma tan expectante que la pobre repitió la pregunta, pero con un léxico más sencillo—. Me refiero a que si solo con él ha tenido relaciones…
—Sí —balbuceé. Ella me miró con curiosidad.
—¿Tiene algún tipo de adicción? ¿Drogas? ¿Alcohol?
—No —respondí.
—¿Fue consentida? —Su pregunta me desarmó enseguida. Miré a Millet, intentando buscar en ella la forma de responder a esa pregunta—. Escucha, la violación es un crimen grave y tú eres menor de edad en este país. Si eso fue lo que ocurrió, esa persona tiene que pagar por su crimen. Nosotros podemos ayudarte si decides denunciarlo. —Millet la miró con astucia.
—Si respondemos que fue violación, ¿ustedes lo denunciarán aun sin nuestra aprobación? —La enfermera abrió los ojos como platos.
—No, si ustedes no lo desean. Los resultados de los análisis están protegidos por un acuerdo de confidencialidad, en el que nosotros nos comprometemos a no utilizar para otros fines la información de nuestros pacientes. Pero si tu amiga sufrió una violación, deberían acudir a un médico para una revisión a fondo.
—No quiero que nadie me toque —susurré.
—Y lo comprendo, pero necesitas saber si tu cuerpo está bien. —Moví la cabeza. Aunque no podía negar que sus palabras estaban llenas de razón—. No sabes el alcance del daño que pudiste haber recibido. No te preocupes, realizaremos los estudios pertinentes. Solo recuerda que hay personas que se preocupan por ti. —Levanté la vista para mirar a Millet y a Kenya de forma alternativa.
—¿Hace cuánto tiempo que comiste?
—No lo sé… Desayuné en la mañana —respondí.
—¿Qué comiste? —Sonreí al anticipar la reacción de la enfermera.
—Un plato de fruta y yogur. —Ella me miró con cierto reproche en sus ojos.
—¿Y ayer?
—Nada. No tengo apetito. —La enfermera anotó todo en la hoja de papel.
—Por tu condición, solo tomaremos un tubo de sangre. Si llegara a ser insuficiente, te llamaremos. Firma aquí y aquí. Puedes entrar en compañía de alguien —finalizó.
—Yo iré contigo —dijo Millet.
La enfermera nos guio a través del pasillo hasta un pequeño consultorio. Olía a alcohol y detergente. La enfermera señaló un sillón reclinable que se encontraba al fondo del consultorio.
—Siéntate y remanga tu suéter —ordenó mientras se lavaba las manos y se colocaba unos guantes de goma—. Necesito que extiendas tu brazo y lo relajes. —Golpeó levemente en mi antebrazo y colocó una pequeña liga de color transparente arriba de mi codo. Abrió un paquete en el que había una aguja y la colocó en el tubo—. Respira profundamente —pidió.
Sentí la aguja penetrar la piel de mi brazo. Soltó la liga y pude distinguir la sangre que comenzaba a llenar aquel tubo. Después de lo que pareció una eternidad, sacó la aguja con cuidado y colocó una pequeña venda en el orificio.
—Las llamaremos para informarles de la fecha de entrega de los resultados. Debes comer un poco más, podrías caer enferma por el estrés si no lo haces. —Asentí y me levanté de la silla. Trastabillé un poco, pero Millet me sostuvo—. Está muy débil. Debes vigilar que coma o podría tener espasmos de fiebre—. Millet asintió y me ayudó a salir del consultorio.
—Espera a que pague y nos vamos —dijo al depositarme en el sillón de la sala de espera. La vi caminar y alejarse.
—¿Estás bien? —preguntó Kenya.
—De maravilla —respondí sonriendo.
—Estás muy pálida —dijo en tono preocupado.
Sonreí en su dirección y estaba a punto de responder cuando Millet llamó nuestra atención. Caminamos en silencio hasta llegar al auto. Kenya subió y se acomodó en el asiento trasero, mientras Millet sostenía la puerta del copiloto para mí.
—Llamaré a tu padre para decirle que te quedarás hoy con nosotras en el hotel. Estás demasiado pálida, si te ve así se preocupará —dijo mientras me colocaba el cinturón de seguridad.
—¡No! No quiero dormir en un hotel —grité.
—Si te ve de esta forma, comenzará a interrogarte sobre lo que te ocurrió —dijo intentando convencerme.
—No importa. No me obligues a dormir en un hotel, por favor —murmuré.
—De acuerdo —respondió con un tono de voz que dejaba claro su desacuerdo.
Permanecimos en silencio durante todo el trayecto, cada una absorta en sus propios pensamientos. Millet se estacionó frente a la nueva casa y suspiró. Podía sentir la tensión que emanaba. Necesitábamos un plan para poder evitar a mi padre.
—¿Qué deberíamos decirle a tu padre? —preguntó.
—No sé, cualquier cosa —respondí.
—Te ves mal —dijo en tono preocupado.
—Solo ayúdame a llegar a mi habitación, me encerraré allí para que nadie me vea.
Millet apretó los ojos. Con un movimiento rápido sacó su teléfono de la bolsa de mano, que colocó junto a la palanca de velocidades.
—¿A quién llamas? —pregunté tartamudeando. Ella me ignoró.
—¿Liam? —dijo al teléfono—. Necesito que vengas a Japón. André… —Escuché el grito de Liam desde el asiento del copiloto.
—Quiere hablar contigo —dijo mientras intentaba ocultar el teléfono.
—Hoy no, por favor —supliqué y me giré para mirar por la ventanilla. No entendía por qué había tenido que llamarlo en ese momento.
—Está dormida. Liam, ella necesita de nuestra ayuda. Por favor, no tardes. —A pesar de no escuchar la respuesta de Liam, pude hacerme una idea al observar el rostro lleno de terror de Millet.
—Necesito que me ayudes, Kenya. Fleur no podrá sostenerse sola, yo distraeré a todos y tú tendrás que llevarla hasta su habitación. —Kenya suspiró antes de responder.
—Bien —dijo de mala gana.
—De acuerdo, aquí vamos —susurró y me desabrochó el cinturón de seguridad tan deprisa como pudo.
—Cuando cuente tres, deberás salir sola del auto. Tu padre está mirando por la ventana. Kenya, deberás sostenerla. Llévala a su habitación. —Kenya asintió y bajó del auto.
Coloqué un pie en el suelo y me sostuve de la portezuela que ella sujetaba para poder salir y no caer. Kenya me rodeó la cintura con el brazo y comenzamos a caminar.
Mi padre nos esperaba de pie frente a la puerta. Millet, astutamente, lo empujó de forma sutil para abrirnos paso y se detuvo frente a él para bombardearlo con una charla incongruente acerca de las cosas que la habían sorprendido sobre Japón. Kenya caminó lo más rápido que pudo, conmigo ya casi a cuestas, hasta que entramos en el pasillo.
Mi habitación tenía un letrero escrito por Reira con mi nombre. Kenya abrió la puerta con un solo movimiento. La habitación estaba a oscuras, pero había una cama perfectamente arreglada y muebles a juego con el dosel de la cama. Dentro todo era blanco y color hueso. Aún olía a nuevo el ambiente.
—Voy a colocarte en la cama —dijo Kenya. Al sentir la almohada bajo mi cabeza, me relajé—. Voy a bajar a saludar a tu papá —susurró en mi oído. Escuché el sonido de papel desarrugándose y la observé colocar algo sobre la cómoda que estaba al lado de la cama.
—Por cierto —dijo desde el umbral de la puerta—, gracias. Ahora seré yo quien grabe esa demo. —Me quedé en silencio—. Haznos un favor a ambas, jamás vuelvas, no solo a París, no vuelvas a cantar nunca.
Cerré los ojos. Quise evitar que ella me viera derramar lágrimas por sus palabras. Nuestra amistad había muerto. Desde cuándo, era algo desconocido para mí. No pude evitar pensar que, poco a poco, estaba quedándome completamente sola.
—Nos vemos después —dijo y cerró la puerta detrás de ella.
Escuché las voces de Millet y de mi padre en la sala, así como las risas cuando conoció al resto de la familia. Me di la vuelta sobre la cama y tomé el sobre. Me levanté de la cama y miré aquellas fotografías una a una. intentando con ello poder comprender por qué lo había confundido. La letra de aquella canción, escucharlo cantarla. Era una de las razones, pero ¿cómo pude no reconocer su rostro? ¿Por qué me dejé convencer? Quizá la desesperación me había jugado una mala broma, pero el rostro con el que mi mente lo veía fue como si hubiera estado alucinando. ¿Acaso podía haber sido eso?
Alcohol, el alcohol es capaz de provocar esa reacción. No podía pensar con claridad, esa era otra de las razones. O quizá las palabras de Kenya fueron ciertas. Yo lo provoqué.
Alguien tocó a la puerta y me sacó de mis pensamientos de golpe.
—¿Estás dormida? —preguntó Reira.
—No —respondí mientras guardaba las fotos debajo del colchón.
—¿Puedo pasar? —preguntó al ver que no abría la puerta.
—Espera un momento.
Me acerqué al ropero y saqué un suéter grueso. No quería que Reira viera el pinchazo en mi antebrazo. Ya con el suéter puesto, respiré profundamente, necesitaba relajarme. No quería que notara mi agitación.
—Adelante —grité y la puerta se abrió. Reira asomó primero la cabeza. Al verme recostada sobre la cama, entró y se sentó en una de las orillas.
—¿Son tus amigas?
—Millet sí, a Kenya la tengo a prueba. —Ambas sonreímos por el sarcasmo implícito en mi comentario.
—Te ves muy pálida —dijo al ver mi rostro iluminarse por la lámpara.
—Sí, eso mismo dijeron ellas, supongo que es porque aún no termino de adaptarme al horario. —Me miró con suspicacia.
—¿Participarás con Yori en la prueba de valentía?
—¿Cómo te enteraste? —pregunté sorprendida.
—Rumores. —Levantó los hombros levemente y después sonrió.
—Para ser sincera, quisiera no tener que participar. No quiero hacerlo —susurré.
—Será divertido. Necesitas distraerte.
Clavé la mirada en el suelo. A pesar de su juventud, Reira podía entender exactamente lo que necesitaba escuchar. Sus palabras daban un alivio increíble a mi alma. Sonreí y, al hacerlo, una lágrima rodó por mi mejilla, provocando que Reira se sobresaltara.
—¿Estás bien? ¿Dije algo malo? —Su pregunta me sacó del trance.
—Lo siento, solo estoy cansada. No te preocupes —respondí fingiendo un bostezo.
—Fleur, puedes ser sincera conmigo.
Lo entendía, sabía que ella estaba siéndolo al pronunciar aquellas palabras, pero no lo haría, jamás diría algo que manchara mi imagen frente a ella. No podía ser sincera, no podía decirle la verdad. No quería que se decepcionara de mí. Y tampoco quería que abriera los ojos a la fría realidad con el terror que había vivido.
—Lo sé, pero estoy bien —respondí con ternura.
—Hasta mañana —dijo y salió de la habitación.
Me recosté de nuevo en la cama y cerré los ojos. Ahí estaba de nuevo aquella pesadilla, André encima de mí. Pero justo antes de comenzar a gritar, la voz de alguien captó mi atención. Entonaba una canción. La letra era nueva, desconocida, pero el tono de su voz, la entonación, incluso la emoción con la que cantaba aquella melodía, no dejaban lugar a dudas. Corrí a través de mi propia pesadilla tan rápido como las piernas me dejaban correr.
—Hola —dijo aquella voz aterciopelada que conocía a la perfección.
—¿Eres tú? —pregunté con desconfianza.
—Estás dormida, uno no puede ser engañado cuando se encuentra dentro de un sueño.
—Quería verte —grité al arrojarme en sus brazos. Él se quedó quieto durante un segundo y después me devolvió el abrazo con fuerza.
—¿Estás bien? —preguntó al ver que lloraba.
—¡No! —grité al esconder mi rostro en su pecho.
—¿Qué sucede? Dime qué es lo que pasa. —Su voz sonaba angustiada. Me separé de él y nos miramos directamente a los ojos.
—Yo… No puedo decírtelo —susurré.
—¿Por qué? —preguntó al tomar mi rostro entre sus manos.
—No tengo derecho a… Yo no te reconocí —respondí entre lágrimas—. Siempre creí que cuando te viera sería capaz de reconocer tu cuerpo físico. De sentir por él lo mismo que siento por tu alma. —Me miró y se separó un poco de mí para hablar.
—Para serte sincero, al principio me molesté mucho contigo cuando supe que eras tú y no me reconociste. Pero después pensé que debía darte algún tipo de indicio para que lo supieras, solo que ya no pude encontrarte de nuevo. Después de eso creí que si hacía algo trascendental podrías verme en donde estuvieras y entonces vendrías a donde estoy.
—¿Aún estás molesto conmigo? —Volvió a mirarme con aquella intensidad capaz de deshacer con su calidez el sufrimiento. Negó con la cabeza antes de responder.
—No, pero estoy preocupado por ti. Sé que estás sufriendo, puedo sentir el dolor como si fuera mío. Deseo estar ahí. Quiero estar contigo. —Acarició mi mejilla con la yema de su dedo y pegó su frente con la mía—. Hacía tiempo que no te veía —susurró—. Te eché tanto de menos.
Su voz resonó en mis oídos. Había desesperación en ella. Una desesperación que claramente trataba de controlar. Me acerqué más a él y rodeé con mis brazos su cuello. Él respondió colocando su mano derecha en mi nuca y, tirando dulcemente de ella, levantó mi cabeza para que nuestros labios se encontraran en un beso dulce y tranquilo, que dejaría aún al despertar la sensación de haber sido besada.
Me levanté somnolienta y cansada. A pesar de no haber tenido terrores nocturnos, tenía la sensación de no haber descansado. Me miré en el espejo, mis labios estaban hinchados.
—Fleur, el desayuno está listo —gritó mi padre a través de la puerta.
—Enseguida bajo —respondí. Me puse el uniforme y bajé las escaleras para encontrar a la familia y Millet desayunando con mucha tranquilidad.
—¿Qué quieres desayunar? —preguntó Yoko.
—Fruta.
—¿Solo eso? —preguntó Millet. Entorné los ojos.
—No tengo apetito —respondí.
—Deberías comer más, Fleur. —La miré de nuevo, pero esta vez enfaticé aún más la amenaza en mis ojos. Tragó saliva con fuerza y guardó silencio. En alguna parte de mí aún permanecía mi antiguo temperamento.
—Aquí tienes —dijo Yoko al colocar el plato con melón verde frente a mí.
—Gracias —dije y clavé el tenedor en uno.
—¿Cómo están tus hermanos? —preguntó mi padre a Millet.
—De maravilla. Liam debe llegar hoy para arreglar algunos asuntos —respondió ella.
—¡Qué bien! Hace tiempo que no lo veo —dijo mi padre mientras seguía deglutiendo sus huevos estrellados.
—¿Hoy irás a la escuela con nosotros? —Reira intentaba ser amable, pero se notaba a simple vista su aversión hacia Millet.
—Esa es la idea —respondió la interpelada con una sonrisa.
Millet no era más madura que mi pequeña hermanastra. Quizá Millet sentía celos de Reira y viceversa. Después de todo, Millet y yo habíamos crecido juntas.
—Por cierto, ¿puedo robarme a Fleur un rato después de clases?
—¿Qué planean hacer?
—Quiero ver si Liam es capaz de hacerle comer una comida decente.
—¿Liam es tu amigo? —preguntó Reira.
—Desde que era una niña —respondí con una media sonrisa. Yori se levantó de la mesa y recogió su plato.
—Vamos a llegar tarde —dijo en tono seco.
—Sí —respondió Reira.
—¿Podemos salir entonces? —preguntó de nuevo Millet.
—Bien, pero no regresen tarde. —La sonrisa de Millet se ensanchó.
—¡Gracias! No lo haremos. Solo quisiera hacer una pregunta —dijo antes de salir—. ¿Por qué debo asistir a la preparatoria con ella? —Me apuntó con el dedo índice directo al rostro, para después hacer un mohín hacia mi padre.
—Fleur no puede estar sola mucho tiempo… y solo aceptaría la compañía de alguien conocido… así que creí que tú serías perfecta.
Ella sonrió. Conocía bien mi carácter y, mejor que nadie, la situación por la que pasaba. Y de alguna forma estaba de acuerdo con mi padre en su decisión de no dejarme sola por mucho tiempo.
—Eso lo entiendo, pero ¿por qué debo usar uniforme? Lo que más me molesta es que luzco muy diferente a Fleur. Yo sí parezco una niña. —Mi padre hizo una mueca. Mi amiga había pisado una mina con su comentario.
—Millet —dijo mi padre intentando no subir el volumen de su voz—. Si gustas, puedes regresar a París, tu madre estará extasiada al saber que no vas muy bien en la universidad. —El rostro de Millet se tornó azul. Debía tener muchos problemas en la escuela para que la amenaza de mi padre le afectara de esa forma.
—Recibido, cambio y fuera. ¡Es tarde! —gritó y comenzó a empujarme para que caminara más rápido. Reí por su tono y su cara de horror. Eran un espectáculo digno de ver.
Salimos de la casa haciendo escándalo, o al menos Millet y Reira lo hacían, ya que Yori estaba demasiado concentrado en sus pensamientos, al igual que yo. En el trayecto hacia la escuela, las únicas que charlaban eran Millet y Reira. Me sorprendió el dominio que Reira tenía del inglés, era capaz de seguirle la conversación a Millet sin el mayor problema.
—着いたよ (llegamos) —dijo Yori y Reira bajó del auto. Una vez estuvimos solos, Millet arremetió contra Yori por su actitud retraída.
—¿Siempre eres tan reservado? —preguntó Millet.
—Solo si no tengo nada que decir —respondió de forma cortante.
Cuando llegamos a nuestra área se detuvo y ambas descendimos del auto.
—¿Siempre es tan amable? —Su pregunta me hizo sonreír. Quería ser sincera con ella, decirle que en realidad era dulce, gentil y extremadamente caballeroso, pero cómo lo interpretaría Millet me preocupó.
—Sabe que estamos ocultando algo y eso le molesta —respondí. Millet frunció el ceño antes de preguntar.
—¿Cómo lo sabes? —dijo con interés en la voz.
—Porque somos muy parecidos y eso es lo que pensaría yo.
Mi respuesta hizo que me mirara con curiosidad. Jamás había hablado acerca de ningún chico que no fuera él. Debía ser algo nuevo para Millet escucharme decir algo que se refiriera a otro chico.
—¿Te sientes bien? —preguntó en tono más serio.
—No. Las piernas me pesan y siento que los brazos se me van a caer. Además, el dolor de cabeza no desaparece, y no puedo comer mucho porque enseguida tengo náuseas.
—Fleur —comenzó.
—Es la debilidad —dije interrumpiéndola—. Te suplico que no saques conclusiones ridículas. Me asusta solo pensar en ello.
—Mi hermano dijo que hoy llegaba su vuelo. En cuanto llegue podremos solicitar la prueba de embarazo.
—¿Lo sabe todo? —Millet se acercó a mi oído para susurrar.
—No quise darle los detalles por teléfono, pero se lo imagina. Los rumores comenzaron a correr por el conservatorio como el agua en un río. Todos te vieron irte con André en una actitud muy cariñosa. Liam solo tiene que sumar los hechos para saber qué fue lo que ocurrió. La forma en que desapareciste, que tu padre llamara para pedir que viniera a hacerte compañía, la versión de tu abuela sobre el amago…
La ira de Liam me tenía preocupada. No quería que se viera involucrado en el asunto, él tenía una imagen que cuidar. Además, jamás me perdonaría si algo llegara a ocurrirle por intentar protegerme de André.
Entramos juntas al salón y nos sentamos en la última fila. El profesor aún no estaba y la mayoría conversaba con los demás.
—¿Tienes problemas en la escuela? —Tenía curiosidad por saber si aquella amenaza usada por mi padre tenía fundamentos.
—Unos cuantos, pero nada de qué preocuparse. —Sonreí por cómo alargaba las vocales al estar nerviosa.
—¿No empeorará si faltas para estar conmigo? —Ella sonrió con sinceridad.
—No estaré fuera lo suficiente para que eso ocurra —dijo en tono seguro—. Sé que no pasará mucho tiempo para que logres superar esta situación y retomes de nuevo tu vida. —La miré fijamente antes de responder.
—Aún no sé si eso será posible, pero créeme, soy una de las principales interesadas en que esto se quede en el pasado. —Millet regresó mi sonrisa y guardamos silencio al ver entrar al profesor.
La campana sonó avisando de la hora del almuerzo. Después de la demostración de Yori en el auto, tenerlo junto a Millet en una mesa, con instrumentos cortantes cerca, me preocupaba. Tal y como esperaba, ninguno de los dos se dirigía la palabra. Reira y yo nos mirábamos de vez en cuando para dedicarnos una sonrisa. Como caído del cielo, el teléfono de Millet sonó, provocando con ello que el hermetismo que se había apoderado de nosotros desapareciera.
—Es mi hermano —dijo sonriendo—. Está en el aeropuerto-
Su afirmación ocasionó un choque en mi interior, no sabía cómo reaccionar ante ese hecho. Era bueno tener a alguien más que considerara y valorara mis sentimientos, y, por otro lado, me asustaba su presencia, cómo reaccionaría al escuchar toda la historia. Seguramente se decepcionaría al escuchar que, la pequeña a la que él consideraba igual a una hermana, había cometido un error irreparable, cuyo precio había sido pagado con un muy alto costo.
—¿Vas a ir a recogerlo?
—Sí —respondió después de un momento. Parecíamos compartir los mismos pensamientos respecto a Liam y su reacción.
—¿Te importa si desayunas sola? —Sonreí y moví la cabeza. Por fortuna, lo dijo tan bajito que Reira y Yori no la habían escuchado, pues de haberlo hecho se habrían ofendido.
Ambos se miraron entre sí cuando Millet se levantó de la mesa y comenzó a caminar hacia la salida de la cafetería, sin siquiera despedirse. Una vez que desapareció de nuestra vista, todo regresó a la normalidad. Reira se puso de pie frente a mí.
—¿Qué quieres almorzar, Fleur?
—Fruta y yogur —respondí.
—¿Eres vegetariana?
—No —respondí intentando contener la risa.
—No puedes sobrevivir con eso.
—Lo sé, te prometo que en cuanto tenga apetito me comeré una vaca entera. —Ambas comenzamos a reírnos y Reira corrió hacia la barra para tomar mi fruta.
—¿Adónde fue tu amiga? —preguntó Yori.
—Fue a recoger a Liam al aeropuerto —respondí.
—¿Su hermano? —Asentí—. ¿Saldrás con ellos hoy?
—Sí.
La actitud de Yori era esquiva, parecía molesto por algo. En mi mente había un pensamiento esperanzador, quizá estaba celoso de Liam, pero pensar eso significaba que deseaba que él sintiera algo por mí. ¿Realmente ese era un anhelo mío? Porque de ser así, significaba que mis sentimientos por él habían crecido más de lo que yo quería admitir.
—Liam es una persona muy importante para mí, me gustaría poder conversar con él antes de que mi padre lo acapare con sus pláticas sobre lo mucho que ha crecido.
—Claro —respondió fingiendo comprensión.
Sus ojos reflejando molestia hicieron que mi corazón latiera con fuerza. Quería preguntárselo directamente, pero ¿cómo debía abordar el tema? Después de todo, a pesar de lo que pudiera pensar o sentir, él seguía siendo mi hermanastro. Los hermanastros no pueden enamorarse, ¿o sí? Sacudí la cabeza con fuerza para poder poner en orden mis pensamientos.
La escuela terminó más pronto de lo común. Los preparativos para el festival anual tenían a todo el mundo ocupado, faltaban solo unos cuantos días y había muchas cosas que preparar, o al menos esos eran los argumentos que el profesor había utilizado para justificar el dejarnos salir antes. Solo los chicos que desempeñaban alguna actividad extraescolar en los clubes se quedaban hasta tarde. Yori me esperaba, como siempre, en el auto. Podía sentir su molestia aún y, al igual que durante el almuerzo, una parte de mí se sentía extasiada de pensarlo celoso de Liam. Recogimos a Reira y nos dirigíamos a casa cuando el timbre del teléfono interrumpió la conversación que sostenía con Reira. Miré la pantalla del teléfono, pero no reconocí el número.
—¡Lo siento! —Me disculpé y luego contesté la llamada.
—¿Liam? —dije al escuchar la risa de Millet.
—¿Quién más? —respondió el interpelado.
—¿Ya te encontraste con Millet? —Los nervios me traicionaban y estaba siendo incoherente. «Qué pregunta tan estúpida», pensé para mis adentros.
—¿No la escuchas reírse? —Tomé una bocanada de aire lista para responder su pregunta, pero él retomó la palabra enseguida—. Millet me ha contado el panorama general, pero quiero escuchar los detalles de tu boca. —El tono en su voz me sobresaltó. Estaba furioso, su calma excesiva lo delataba.
—No quiero que hagas nada, tonto —murmuré.
—Esta vez no dejaré que André salga bien librado de la situación. —Reira me miró al ver que la expresión de mi rostro cambió. Tragué saliva con fuerza—. ¿Te veo en tu casa? —El tono de su voz se relajó, supongo que debió notar que mi respiración era irregular.
—Sí, de acuerdo —respondí y colgué el teléfono.
—¿Sucedió algo? —preguntó Reira. Mi expresión debía haber cambiado bastante, pues ambos lucían preocupados por mi actitud.
—No nada —respondí sin mirarla.
Llegar a casa tomó más tiempo del habitual porque había muchísimo tráfico. Casi me desmayo cuando, al descender del auto, nos dimos cuenta de que el auto de mi padre estaba estacionado frente a la casa.
—¡Papá llegó temprano! —gritó Reira y me tomó de la mano para que entráramos juntas.
Tragué saliva demasiado fuerte y las rodillas me temblaron cuando observé otro auto estacionado, un convertible color negro. Liam no podía haber llegado antes que nosotros. Y si ya estaba con mi padre, me pregunté qué podrían estar haciendo. Aunque no necesitaba ser adivina para saber la respuesta: seguramente conversaban y el tema de la conversación era yo.
Reira entró primero, seguida por mí de cerca. Mis ojos bailaron en la sala buscando a Liam hasta que nuestros ojos finalmente se encontraron. Estaba sentado frente a mi padre en el sillón grande de nuestra sala.
—Hola —dijo mi padre en nuestra dirección. Mis ojos escrudiñaron los rostros de ambos, intentando sondear de qué estaban hablando.
—¡Fleur! —gritó Liam.
Se puso de pie enseguida y en menos de dos zancadas llegó hasta la puerta. Me abrazó tan fuerte que durante unos segundos me faltó el oxígeno. Mi cuerpo fue recorrido por un escalofrío. Me revolví en sus brazos, intentando controlar el miedo que sentí hacia su cercanía. Él debió notarlo, pero podía sentir su alegría en aquel abrazo. No le pedí que me soltara y él tampoco se separó de mí.
—Me alegro de que estés bien —susurró en mi oído y me soltó para admirar mi rostro. Sus ojos se centraron en la herida de mi ceja y la acarició con la yema de su dedo índice—. ¿Puedo robármela? —preguntó en dirección a mi padre.
—Adelante y, si es posible, devuélvela mejor alimentada. No quiere escuchar a nadie que solo de fruta y yogur es imposible que sobreviva. —La mirada de Liam se dirigió a mi rostro.
—¿Qué? —pregunté por el reproche que encerraba en ella.
—Hablaremos luego —dijo como si se tratara de mi padre y no de un amigo de la infancia.
—¿Y adónde piensan ir? —preguntó Reira. Liam se giró para mirarla.
«Bienvenido a mi mundo. Mi nueva familia política es intensa en sus sentimientos de protección», pensé para mis adentros. Liam me dedicó una sonrisa cuando notó que el semblante se me había llenado de ternura. Reira quería protegerme.
—La llevaré a comer —dijo sonriendo.
—Eso entendí, pero lo que quiero saber es adónde van a ir a comer. —Liam ensanchó su sonrisa aún más, intentaba no parecer exasperado por el interrogatorio, pero no tenía éxito. Todos podíamos notar su molestia por las preguntas de Reira.
—Supongo que cualquier sitio estaría bien.