Investigué en internet todo lo que pude sobre cómo llegar a Saitama. Parecía estar de suerte, pues Reira no iría a la escuela, así que tenía la oportunidad para escaparme sin preocuparme de que mi padre lo descubriera. Le pedí a papá que me dejara lejos de la puerta. Fingí caminar para entrar hasta que pude distinguir el auto lejos. Corrí para salir de las rejas del colegio y tomé un taxi. Necesitaba cambiarme el uniforme. Le pedí al taxista que me llevara a Shibuya para comprar ropa y tomar directamente la JR Line.
Casi dos horas después, por fin llegué a la estación Saitama shintoshin. Tomé mi teléfono y revisé el nombre de la estación escrita en la página de internet del estadio. Afortunadamente, no había error, había logrado llegar sin perderme. Caminé a través del puente que conectaba la entrada principal del estadio con la estación. Había sido impulsiva al decidir ir, ahora tenía que pensar cómo iba a entrar y qué iba a decir. Aun si él también estaba buscándome, no era sencillo simplemente llegar frente a alguien y decir: «Hola, te conozco de un sueño y estamos enamorados. Me llamo Fleur Lefebvre y tu canción la escribiste para mí». Seguramente, si alguien escuchaba semejante presentación, seguridad me sacaría a patadas del sitio. Debía pensar con calma cómo manejar la situación.
Me senté en una de las bancas de hierro que adornaban un pequeño jardín frente a la taquilla. Tal vez si pedía hablar con él a alguien del personal o le enviaba una nota —podía escribir alguna de nuestras conversaciones o la canción que escribí para él—, quizá con eso él saldría a hablar conmigo. Pensaba en ello cuando vi a unos chicos saliendo de una de las entradas laterales. Decidí caminar hacia ellos intentando pasar desapercibida, como si fuera parte del personal. Al verme, los chicos dejaron la puerta abierta y esperaron hasta que pasara.
—!すみません!ありがとう. (perdón, gracias).
Hice una reverencia y seguí caminando. Comencé a escuchar las voces de los técnicos y los organizadores. La emoción era incontrolable, no pude evitar pensar que aquel chico al que había buscado desde hacía tanto tiempo estuviera tan cerca de mí, solo nos dividía una puerta y su ignorancia de mi presencia.
En mi mente no dejaba de llamarlo, rogándole que saliera, que me mirara. Parecía una locura, pero tenía la sensación de que, con tan solo hacer eso, él sentiría mi presencia. Solo necesitaba una oportunidad para resarcir mi error, podía escuchar el ensayo al otro lado de la puerta.
De pronto, aquella canción comenzó a sonar. Al escucharlo interpretarla con el mismo sentimiento de siempre, tomé valor y abrí la puerta con fuerza.
—¿Qué haces aquí? —dijo una voz conocida.
—¿Reira? —dije sorprendida al verla.
—¿Viniste a escuchar a mi hermano? —preguntó.
—¿Yori es quien está cantando?
—Sí. ¿Nunca lo habías escuchado cantar?
Retrocedí un paso y me senté. Claro que lo había escuchado cantar, durante once años ha cantado solo para mí en mis sueños, arrullándome, haciéndome sentir segura. Quise decir aquello con el amor que sentía por él, pero las palabras se quedaron solo en pensamientos ligeros que volaban en mi mente como flotan los botes en el mar.
—No puede ser. Si Yori está ensayando, entonces él y aquel chico son… Me niego a creerlo, debe haber algún error —musité. Mi soliloquio estaba fuera de control, ya no podía distinguir entre la voz de mis pensamientos y mi voz real—. No creo que le agrade que haya venido sin avisar —dije intentando explicar mi extraño comportamiento a Reira, quien me miraba como si estuviera a punto de sufrir una apoplejía.
—El pobre lleva toda la mañana mirando hacia la puerta, parecía que estaba esperando a alguien… Quizás a ti —respondió con seguridad.
La miré con recelo, el tono en su voz dejaba más que clara la seguridad con la que pronunciaba aquellas palabras. Pero Yori y yo habíamos tratado con esmero que nadie se percatara de lo que ocurría entre nosotros.
—¿Por qué dices eso? —pregunté.
—Fleur, soy joven pero no ciega, y menos tonta. —Sonreí por esa frase tan peculiar.
—Ustedes se gustan, eso se puede ver a simple vista. ¿Por qué crees que él trata de mantenerte lejos? Mi hermano ha tratado de controlarse a sí mismo todo este tiempo. —Reira me observaba con los ojos muy abiertos, como si estuviera revelándome el gran secreto del mundo.
El ensayo terminó y la voz de Yori se acercaba hacia donde nos encontrábamos.
—Ya terminaron. ¿Irás a la fiesta de lanzamiento?
—¿Fiesta? —balbuceé mientras comenzaba a buscar un sitio donde esconderme. Ojalá hubiera habido una columna en aquel edificio, pero estaba rodeada por una sala amplia donde solo había un mostrador, que ya estaba ocupado por un mujer que tecleaba frenética en su computadora, y tres enormes sillones.
—Fleur, respira, parece que va a darte un ataque. —Me cubrí el rostro con las manos y respiré profundo. Las emociones se arremolinaban en mi cabeza, no tenía ni idea de si quería reír hasta llorar, o si quería llorar hasta desmayarme.
—¿Un ataque? Creo que sí, tengo náuseas —repliqué. Caminé hacia ella tan rápido que la pobre retrocedió—. No le digas a Yori que vine —susurré en su oído—. Iré a la fiesta, pero guárdalo en secreto.
La puerta de cristal que conectaba la sala y el escenario se abrió. Afortunadamente para mí, alguien del personal captó la atención de Yori, permitiéndome a mí correr hacia el mostrador, donde me escondí. Me comportaba como un convicto al que estuvieran persiguiendo. La mujer del mostrador me miró con curiosidad, yo solo le sonreí y le hice una seña para que no dijera nada.
—¿Por qué tanto secreto? —preguntó Reira al ver mi reacción. La pobre estaba allí, inclinada sobre el mostrador, conversando conmigo.
—Encontré al hombre de mis sueños. —No pude resistirme a decirlo en voz alta y en francés.
Aproveché la oportunidad cuando la puerta de cristal se cerró de nuevo. Le dediqué a Reira una sonrisa traviesa y salí corriendo de aquel lugar.
Caminé de regreso a la estación de trenes para volver a Tokio. Llegué a casa, lista para enfrentar lo que ocurriera. Había tardado mucho tiempo en volver a tener una oportunidad y no la iba a dejar pasar. Solo retumbaban en mi cabeza las palabras de aquella mujer: «Ya estuvieron frente a frente, él sí pudo reconocerte, pero tú no». Eso significaba que él ya sabía quién era yo. ¿Por qué no había dicho nada? De pronto, me abrumé. ¿Y si dejó de creer? La prueba de valentía vino a mi memoria. Su declaración. No quiso presionarme. Todo este tiempo ha soportado tenerme a su lado sin decir nada, deseando acercarse, dudando sobre decirme la verdad. Qué ciega había sido, mi torpeza lo había hecho sufrir. Cuánta impotencia debía haber sentido y cómo debió sentirse al ver que yo no pude reconocerlo.
El ruido de la puerta me sacó de mis pensamientos.
—ただいま!(¡Ya regresamos!) —gritó Reira desde la sala. Salí corriendo de mi habitación para bajar las escaleras.
—¡おかえり!(¡Bienvenidos!) —grité tan agudo que hasta mis oídos se quejaron.
—¿Por qué no estás en la escuela? —preguntó Yori.
—Me sentí un poco mal y decidí regresar a casa. —Su sonrisa provocó que mi corazón se acelerara.
—Comienzo a pensar que eso es solo una excusa para no ir a clases. —Puse los ojos en blanco por su comentario y comencé a reírme con él.
Había estado frente a mí todo el tiempo. El destino nos había juntado de una forma misteriosa y se había encargado de darnos una oportunidad tras otra para que nos reconociéramos. Quería equilibrar el tablero, quería regresarle la fe en mí y en mi existencia. Quería que el sintiera su corazón acelerarse al escucharme cantar la canción que había escrito para él. Necesitaba disculparme por no haber querido aceptar lo que mi corazón decía a gritos desde la primera vez que lo vi. El amor que siento por él va más allá de la atracción física. Es mi alma quien lo ama, porque fue mi alma quien lo conoció primero. Quería expresarle ese pensamiento.
Observé a Yori moverse con gracia por la sala, no podía dejar de admirar su rostro, sus facciones, deleitarme con su sonrisa y el timbre de su voz. Debía estar observándolo con demasiada insistencia ya que, mientras lo analizaba, giró lentamente su cabeza para mirarme también, y, como si fuera una niña pequeña, miré hacia una esquina de la sala.
—Estaré en mi habitación —dije sin siquiera voltear.
Al llegar a mi habitación, cerré la puerta detrás de mí. Respiraba de forma entrecortada, no podía seguir huyendo así de él. Caminé hasta el clóset y saqué toda la ropa que había dentro para elegir algo que ponerme para la fiesta. Revolví toda la ropa sobre la cama, intentando buscar algo que me pareciera adecuado. Cada vez que escogía algún conjunto, al mirarme en el espejo me veía gorda o simplemente no era de mi agrado. Sentía ansiedad y, de vez en cuando, arrojaba la ropa a la cama con violencia innecesaria. Esta situación estaba provocando que me comportara como una completa lunática. Había demasiados pensamientos girando en mi cabeza, demasiadas ideas que me aturdían, el futuro, sobre todo, me asustaba un poco. Nuestra relación no era conveniente para nuestros padres. Las razones para decidir ser solo hermanos iban más allá del simple hecho de mi falta de visión para reconocerlo. Pero debía pensar una cosa a la vez. Necesitaba primero decírselo y después tomar la decisión juntos.
Escogí unos jeans ajustados de color negro y una blusa de cuello de cintas sin mangas, que era mi blusa favorita, y podía dejar a muchos con la boca abierta. Para completar el cuadro, botas negras de agujeta que llegaban hasta la rodilla. Ahora solo quedaba decidir sobre el maquillaje. Me di un baño rápido, quizá el más rápido que jamás me había dado en mi vida. Me vestí con lentitud frente al espejo. Jamás me había maquillado yo sola, así que tenía miedo de lucir como un mimo o, lo que era peor, como un payaso. Tomé las cosas con calma y comencé por colocar la base del maquillaje. Maquillarse mientras se usa un libro como manual es, sin lugar a dudas, el peor tormento que una mujer pueda imaginar. «Pero, al menos, la segunda vez ya no lo necesitaré», me dije para consolarme. Al terminar de igualar el color en todo el rostro y cuello, comencé a rizar mis pestañas, utilizando el regalo de cumpleaños que recibí de la mamá de Millet.
—¿Fleur? —Reira tocó la puerta—. Ya nos vamos —dijo. —Corrí hacia ella y la entreabrí.
—¿A qué hora comienza la fiesta? —pregunté de forma sigilosa.
—A las diez —respondió ella.
—¿Qué debo hacer si no me dejan entrar?
—No te preocupes, en cuanto lleguemos pediré que pongan tu nombre en la lista de invitados. Pero no llegues tarde.
—No lo haré —dije entre risas y cerré la puerta.
Terminé de ponerme la máscara para pestañas y comencé a ponerme rubor. Debido a todas las cosas que habían ocurrido en días anteriores, tenía un alegre color pálido que el rubor no era capaz de cubrir, sin mencionar las bolsas violáceas de mis ojos, que me hacían parecer un mapache. Tuve que usar mucho rubor. Finalmente, coloqué el lápiz labial color rosa que mi madre me había dejado; era su color favorito, siempre lo usaba.
Me miré en el espejo para apreciar el cambio y realmente me sorprendí de haber sido capaz de hacerlo yo sola. Tomé el bolso negro que hacía juego con las botas y salí caminando. Revisé el reloj y marcaba las nueve y media, tenía que darme prisa si quería llegar a tiempo. Caminé lo más rápido que las piernas me dejaron hasta salir a la avenida, donde tomé un taxi. Extendí el papel en el que Reira había escrito la dirección del club donde se llevaría a cabo la fiesta. El auto arrancó y al cabo de unos minutos ya estábamos allí. Bajé del taxi y caminé hacia el club.
El hombre que se encontraba en la entrada clavó en mí una mirada penetrante. No estaba segura de si era por mis nervios, y la falta de control en ellos, o porque le había parecido atractiva.
—Estoy en la lista de invitados. —El hombre sonrió de forma amable.
—¿La señorita Fleur? —Asentí—. La señorita Reira dijo que vendría. Permítame su mano, por favor. —Acerqué mi mano y él la tomó para colocar un sello en ella—. Adelante —dijo y abrió la puerta.
Era un club subterráneo, así que bajé las escaleras con cuidado mientras realizaba respiraciones de yoga para tranquilizarme. Me sorprendí al ver la cantidad de gente que había en el sitio. La música y la iluminación eran buenas, así que entré rápido en ambiente. Un chico que estaba en la recepción se acercó a mí para tomar la chamarra, me la quité. La reacción que tuvo al ver mi blusa no dejo lugar a dudas: había hecho una buena elección.
—Gracias —dije. Caminé para acercarme al área de baile. La barra estaba repleta. Reira estaba allí de pie bebiendo un refresco cuando me vio.
—¡Cielos! —gritó al verme.
—¿Me equivoque de ropa? —pregunté.
—No, te ves más que bien.
Estaba a punto de preguntar por Yori cuando los murmullos de la gente se volvieron gritos. Reira y yo nos acercamos. Yori se encontraba en el área VIP del club, adornada por pantallas gigantes empotradas en las paredes y asientos de piel negra. Sin lugar a dudas, parecía un lugar caro. Vi a Yori reír por los gritos. Tetsu se puso de pie y comenzó a organizar a los periodistas, que no dejaban de tomar fotografías
—¡Canta! —gritaban todos—. ¡Vamos, Yori, canta una canción!
—¿Quieren que cante? —preguntó al ponerse de pie.
—¡Sí! —corearon los asistentes.
Yori giró para mirar a un hombre joven con lentes que estaba junto a él, este asintió y la música paró. Unos chicos le llevaron una guitarra y colocaron un trípode para el micrófono. Las luces se encendieron, él miró al frente y respiró profundo, parecía que trataba de tranquilizarse. Cuando dirigió la mirada hacia donde me encontraba, me escondí tras una de las columnas. Tenía miedo de escucharlo cantar en vivo por primera vez.
Yori comenzó a afinar la guitarra. El club entero estaba en silencio. Finalmente se aclaró la garganta y comenzó a cantar.
Escucha mi voz
Dame un poco de realidad
Suplico al despertar…
Qué cruel es el destino
Quisiera estar contigo
Tu ausencia me atrapa
Cuando despierto por la mañana
Y te doy la espalda
¿Escuchas aún mi voz?
Estás en mis sueños
Pero te quiero en mi realidad
Estás en mis sueños
Y no puedo evitar desear más.
En tus ojos ver mi reflejo
Tener más que eso
¿Te parezco un extraño?
¿Qué hago?
Cantar para ti una vez más
Y así el cielo poder abrazar
Este corazón
Muere sin verte
Duele no poder tenerte
Siento que debería pertenecerte.
Escucha mi voz
Llena de paz, mi realidad
No había error, Yori y él son la misma persona. Lo he tenido frente a mí todo este tiempo. Quiero regresarle su fe, debo hacerlo. De ahora en adelante, yo también cantaré solo para él. Las lágrimas corrían por mi rostro, aunque no estaba segura de si eran lágrimas de felicidad o de arrepentimiento, pero recorrían mis mejillas hasta caer al suelo de duela color negro.
—Es hora de la rueda de prensa. No entiendo qué es lo que ocurre entre ustedes, pero deberían arreglarlo, pues ambos parecen sufrir en vano —dijo Reira en mi oído.
Sonreí como pude y me fui hacia el baño. Me miré en el espejo. Por fortuna, el maquillaje era bueno, porque de no haberlo sido se hubiera cumplido mi temor de parecer un mimo. Limpié mis lágrimas con un pañuelo y salí de nuevo.
Los presentes habían quedado sorprendidos por la letra y el sentimiento con el que Yori cantaba. Yo estaba impresionada por la potencia y la claridad de su voz.
Una vez que la rueda de prensa terminó, el sitio volvió a la normalidad, las luces se apagaron y la música comenzó de nuevo. Caminé hacia la zona VIP y me detuve frente a Yori. El interpelado me observó asombrado y pude sentir cómo el rubor subía por mis mejillas. Su mirada era intensa, no parpadeaba.
—Woo… te ves… bueno… ¿Qué haces aquí? —preguntó sin poder despegar sus ojos de los míos.
Sonreí, aunque apretaba los puños en secreto. ¿Así era cómo él se había sentido todo este tiempo teniéndome ahí y sin poder tocarme? Tan cerca y, a la vez, tan lejos. «Oh, Yori, no tienes idea de cómo lo siento». ¿Qué había hecho? Mi crueldad no había tenido límite y yo ahí fingiendo ser fuerte después de haberlo rechazado por ser fiel a mi chico de ensueño, cuando son el mismo. Debería estar furioso conmigo.
—Baila conmigo —musité. Él parpadeó tan rápido que no sabía cómo interpretar su reacción. Sonrió de lado y tomó mi mano, caminamos juntos hasta la pista de baile. El DJ era muy bueno, así que la pista estaba repleta. Rápidamente fuimos literalmente empujados hacia el centro.
—¿Escuchaste la canción? —gritó. Dudé al responder, sería fácil decirle que sí, que por fin había abierto los ojos. Pero él se merecía más. Así que dije una mentira piadosa.
—No, acabo de llegar —respondí sin mirarlo. Apretó mi mano de forma ligera. Me acerqué un poco más a él y enrollé mis brazos en su cuello. Él sacudió la cabeza con picardía, parecía extasiado por mi atrevimiento y colocó sus manos en mi cintura.
—Dijiste que fuéramos solo hermanos, ¿recuerdas? —dijo en mi oído. Coloqué mi frente en su hombro y aspiré profundamente su aroma. Levanté el rostro para mirarlo a los ojos.
—He decidido regresar a París —susurré en su oído.
El volumen de la música y nuestra proximidad a las bocinas me aturdía demasiado, así que quise asegurarme de que nadie más escuchara lo que estaba diciendo. Cuando volvimos a mirarnos había desesperación en su mirada, además de una súplica muy mal disimulada. Podía leer claramente «no te vayas» en sus ojos.
—Fleur, yo… —Coloqué mi dedo en sus labios.
—Yori, por favor, dame tiempo, no decidamos nada hasta que el curso del conservatorio termine. —Un suspiro largo salió de su boca. Esperaba no estarme equivocando con la decisión que tomaba.
—De acuerdo —susurró también en mi oído.
Sus manos, que descansaban en mi cintura, se deslizaron hacia mi espalda y me atrajo hacia él de forma un poco violenta, pero que, al contrario de lo que podía esperarse, me hizo sentir segura. Nos fundimos en un abrazo largo que terminó cuando la música cesó y comenzaron a anunciar el sencillo. Yori cantaría la última canción de la noche. Ambos nos soltamos de golpe y, sin decir nada, yo caminé hacia la entrada del club. Saqué el celular de mi bolso y marqué el número tan rápido que temí haberme equivocado.
—¿Liam? Quiero volver a París para terminar el curso en el conservatorio. —La sorpresa de mi amigo no se hizo esperar.
—¿Por qué? Creí que ya no querías volver a cantar.
—Así era, pero ya reencontré mi razón para hacer muchas cosas.
—Si vuelves, tendrás que enfrentar a André
—No. Esta vez me mudaré a mi propio lugar. Por favor, ayúdame.
—¿Qué harás con la propuesta de mi discográfica? Si grabas la demo estoy seguro de que te contrataremos. —Cerré los ojos para pensarlo nuevamente.
—Prepara los papeles y firmaré cuando llegue.
—¡Por fin regresaste! Haré los preparativos necesarios. ¿Cuándo llegas? —Miré a Yori con el rabillo del ojo.
—Lo más pronto posible —dije.
Caminé hacia el centro del club y busqué a mis padres. Definitivamente, iba a darles un ataque, mis cambios de ánimo debían ser desconcertantes. Y mi toma de decisiones apresuradas quizá sería aún más difícil de entender.
—Tengo que hablar contigo —le dije a mi padre al encontrarlo. Él me miró con sorpresa.
—Cuando regresemos a casa —respondió.
—Bien —respondí. Caminé hacia Reira y la tomé del brazo para susurrar en su oído—. Tengo que pedirte un favor. No le digas a Yori que lo escuché cantar hoy y tampoco que fui a buscarlo al estadio.
—¿Por qué?
—No puedo explicártelo ahora. Solo hazlo, por favor.
—De acuerdo. ¿Ya te vas? —Su pregunta tenía más de un significado. Le di un abrazo y después la miré a los ojos.
—Tengo que hacerlo —susurré.
—¿Vas a volver a Francia?
—Sí. Pero solo por unas semanas.
—¿El conservatorio? —Asentí.
—¿Lo sabe papá? —Negué con la cabeza.
—Guardaré el secreto, pero si no cumples tu promesa de volver en poco tiempo ¡lo publicaré en el periódico escolar! —Le di un golpe en la cabeza.
—Oye, niña, no me amenaces. Nos vemos en casa, ¿de acuerdo? —Me acerqué a ella y la abracé—. Te quiero mucho —susurré en su oído—. Para mí eres realmente mi hermana menor. —Ella me devolvió el abrazo.
—Vete ya —dijo.
—¡Ay! ¿No podrías parecerte a tu hermano en alguna otra cosa que no fuera lo dominante? —En ocasiones como esa no sabía quién era la mayor, su comportamiento me hacía sentir que la adolescente era yo y no ella.
Caminé hacia la avenida para tomar un taxi que me llevara de regreso a casa y comenzar a empacar. Volver a París no sería fácil y volver al conservatorio, durante los primeros días, sería un infierno. Algo me decía que Kenya se había asegurado de confirmar todos y cada uno de los rumores que se habían corrido sobre mí y André. Aquellas fotografías y mi desaparición por más de un mes seguramente darían aún más de que hablar. Debía ser fuerte.
Empaqué todo lo necesario. Me estaba convirtiendo en un genio para la tarea. Había empacado y desempacado tantas veces y en tan poco tiempo que en cada viaje sobraba más espacio en mis maletas.
Cuando terminé de guardar todo, bajé las escaleras y me senté en la sala a esperar que todos volvieran. En medio de la espera me quedé dormida y comencé a soñar, pero esta vez no con Yori. Recordé cada situación que había vivido desde que había aparecido en mi vida. Los recuerdos de todas y cada una de las cosas que habíamos hecho me torturaban, me sentía culpable, y aquel sueño me dio a entender que tenía que perdonarme, dejar de preocuparme por el pasado y comenzar a ocuparme del presente, para poder obtener el futuro que deseaba. Parecía que todo el mundo había intentado decírmelo. La imagen de mi madre y el sueño que tuve sobre ella también vinieron a mi memoria.
—Fleur —susurró alguien—. Despierta.
—Hola —saludé a mi padre mientras me desperezaba.
—¿Sobre qué quieres hablar conmigo? —dijo mientras se sentaba junto a mí.
—Quiero volver a París.
—¿Por qué? Creí que no querías volver a cantar nunca —dijo desconcertado.
—Así era, pero las cosas han cambiado —respondí intentando no dirigir la mirada hacia Yori.
—¿Cuándo quieres partir? —preguntó Yoko. Me levanté del sillón y saqué las maletas que estaban detrás de la mesa del comedor.
—Cuanto antes, mejor.
—Fleur, no creo que sea conveniente que regreses a París. ¿Ya olvidaste por qué decidiste salir de allí? —dijo mi padre.
Apreté los ojos para controlar la necesidad creciente de confesar la verdad. Debía permanecer firme, pero, sobre todo, debía convencer a Yori de estar tomando la decisión correcta. De lo contrario, si el pronunciara las palabras «no te vayas», todo el valor que había reunido para separarme de él desaparecería.
—No voy a quedarme con la abuela —respondí a mi padre.
—Entonces, ¿dónde planeas quedarte? —preguntó.
—Liam va ayudarme a buscar un departamento cerca del conservatorio.
—¿Quieres vivir sola? —preguntó Yori. A pesar de haber accedido, parecía realmente preocupado por la premura de mi partida.
—No es por mucho tiempo y Liam estará pendiente de mí todo el tiempo. —Yori frunció el ceño—. Y… quiero que los tres asistan a la presentación final del curso. —Mi papá y Yoko se miraron entre ellos.
—No me entusiasma la idea de que estés sola, pero al menos soy consciente de que es una buena decisión y que Liam y su familia estarán allí para ayudarte.
Yori soltó un bufido. Ahora estaba segura, su reacción era por celos. Mi padre y Yoko caminaron hacia la cocina para traer bebidas para todos. Parecían creer que mi cambio de actitud merecía un brindis. Imagino que, después de verme caer en un remolino de depresión, escuchar que había decidido continuar con mi vida era digno de una celebración. Reira, al ver la tensión entre Yori y yo, decidió ayudar a nuestros padres, por lo que me sentí agradecida. Una vez que nos quedamos solos en la sala, Yori se acercó a mí a grandes zancadas y acunó mi rostro entre sus manos.
—Fleur… sobre Liam, yo no quiero que… —Sonreí y coloqué mis manos sobre su pecho.
—Liam es como mi hermano.
Yori permaneció callado un segundo analizando mis palabras. Parecíamos ser más una pareja que un par de hermanastros. No podía entender cómo había hecho para mantener el control junto a mí durante tanto tiempo, porque a mí me costaba un esfuerzo titánico no lanzarme a sus brazos cada vez que estábamos juntos.
Mi padre salió de la cocina con una botella de jugo de naranja. Supongo que era lo ideal por la hora. Yori y yo carraspeamos y no separamos enseguida.
Servimos el jugo en los vasos de cristal y brindamos. «Por la recuperación de los sueños», pensé en mi fuero interno. Nos sentamos a conversar en la sala.
—¿Puede alguien llevarme al aeropuerto?
—¿Ahora? Son las seis y media. —Me encogí de hombros.
—Compré el boleto por internet y ya sabes que debemos estar tres horas antes del vuelo —dije sonriendo.
—¿Por qué siento que no estabas pidiendo mi permiso? Parece que solo nos informaste sobre tus planes.
—No digas eso, papá, lo hice porque sé que son mi familia y comprenderían que es algo que debo hacer. —Creí que solo mi padre me llevaría al aeropuerto, pero todos terminaron allí conmigo, listos para decirme «hasta pronto»—. Lamento todos los problemas que causé durante esta tormentosa visita. Los veré en la presentación de fin de curso.
No quise abrazar a nadie, no quería convertirlo en una despedida. Caminé hasta el futuro. Subí al avión que me llevaría a encarar mis errores.