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Chapter 11 - Recogiendo los pedazos

Estaba recostada en la cama cuando escuché los golpes en la puerta de la casa. Era mi padre, quien inmediatamente comenzó a gritarle a mi abuela. No sabía cuánto tiempo había pasado. El tiempo se movía de una forma extraña. Me levanté de la cama y metí la ropa en las maletas. Bajé corriendo las escaleras. Cuando mi padre me miró fijamente, los ojos se le desorbitaron. Al igual que mi abuela, sus ojos me recorrieron de pies a cabeza.

—Vámonos, papá. ¡Por favor! —dije con urgencia. Mi padre intentó tocar la herida de mi frente.

—¿Qué te ocurrió? —dijo con un hilo de voz.

Al ver su mano acercarse a mi rostro, no pude evitar comenzar a gritar y cubrirme la cara con las manos. La voz de una mujer llamándome, susurrando mi nombre con delicadeza, captó mi atención.

—Tranquila —susurró.

La mujer no era muy alta, pero tenía un cuerpo muy bonito y delineado. Sus ojos marrones y su cabello negro, acompañados por aquellas facciones orientales, me sacaron de aquel recuerdo que me abrumaba. Su presencia hizo que, durante unos momentos, la opresión de mi pecho desapareciera. Al principio me pregunté quién era, pero de pronto eso dejó de tener importancia para mí. Corrí tan rápido como pude y me abracé a ella. Su aroma y la ternura con la que regresó mi abrazo me ayudaron a poder salir del trance en el que aún me encontraba. Me eché a llorar como una niña pequeña en los brazos de su madre. Estoy segura de que si mi madre estuviera aún conmigo me abrazaría de ese modo. Mi padre miró a mi abuela con furia en sus ojos.

—¿Por qué no la llevaste a un hospital? —Mi padre no era muy observador, pero era difícil ignorar que mis manos estaban manchadas de sangre seca y que mi rostro tenía no solo manchas de sangre, sino también de sudor seco. Mi abuela balbuceó antes de contestar.

—¿Cómo esperabas que la llevara si no deja que nadie se acerque a ella? De haberla obligado, tal vez habría salido corriendo. —Mi padre ignoró aquella excusa y se volvió hacia mí.

—Fleur, necesitamos ir a un hospital —susurró.

—¡No! Solo quiero irme de aquí. ¡Por favor!

Mi padre cerró los ojos. Estaba preocupado, nadie podía saber con exactitud lo que había ocurrido conmigo y ya había quedado claro que no pensaba decir palabra alguna. Aquella mujer le tomó el brazo y le dijo en tono de súplica que me llevaran a casa. El semblante de mi padre se suavizó de golpe. No había visto jamás que alguien tuviera ese poder sobre él. Me sorprendió. Pero la curiosidad no era suficiente aliciente para ayudarme a salir del pozo en el que estaba cayendo. No quería discutir con nadie, no quería saber quién era esa persona. No quería hacer nada con mi vida, solo quería salir huyendo de ahí. No quería volver jamás a París.

Mi padre me ayudó a subir al auto. Y después regresó a hablar con mi abuela. La mujer que lo acompañaba se quedó conmigo. Recargué mi cabeza en su regazo. Estaba tan cansada que mis ojos se cerraron y poco a poco comencé a quedarme dormida. Mi mente comenzó a soñar con pequeños recuerdos de lo sucedido, la misma escena repitiéndose una y otra vez en cámara lenta. Las manos de aquella sombra borrosa recorriéndome, yo resistiéndome, dolor y miedo… Su cercanía, el sabor de colonia en mi boca y después gritos… Mi voz suplicando: «¡No! ¡Basta! ¡Por favor!». Luché por obligarme a despertar. Sentí el roce de una mano en mi frente y abrí los ojos inmediatamente, intentando entender dónde estaba y si aquello era solo una pesadilla.

—Fleur —susurró una voz femenina. Cuando recuperé el sentido por completo, me di cuenta de que las caricias que sentía sobre la frente no provenían de una persona, se trataba de una toalla con agua fría que alguien usaba para secar el sudor.

—¿Quién es usted? —pregunté. Mi voz sonaba pastosa y débil.

—Eso no importa ahora. Recuéstate, necesitas descansar.

Me ayudó a recostarme de nuevo y siguió enjugando no solo el sudor de mi frente, también las lágrimas, que no había notado que se derramaban por mis ojos. Volví a dormir. Tenía razón, necesitaba descansar. Solo de intentar sentarme en la cama perdí toda la fuerza que tenía.

Volví a dormirme, casi de inmediato, hasta que los rayos de luz que entraban por la parte baja de las cortinas de la habitación hicieron que despertara. Una chica entró y comenzó a abrir las cortinas con calma. Intenté darme la vuelta para mirarla y la chica se percató de que estaba despierta.

—¿フレルお姉ちゃん? (Fleur) ¡お母さん! (Mamá) —gritó tan fuerte que los oídos me dolieron. Salió corriendo de la habitación, dejándome aturdida en la cama por su emoción. Al dejar la puerta abierta pude escuchar el arrastrar de las sillas en el suelo y a muchas personas correr.

—¡Fleur! —gritó mi papá, que fue el primero en entrar en la habitación, seguido por aquella mujer, la chica que había abierto las cortinas y un rostro extremadamente conocido: Yori.

—¿Qué sucedió? —pregunté.

Mi padre intentó abrazarme, pero como reflejo salté hacia el otro lado de la cama.

—Tuvimos que llamar a un médico —dijo y se retiró para darme espacio.

La palabra médico resonó en mi cabeza y por instinto cubrí mi cuerpo con la sábana.

—Teníamos miedo de que tuvieses una contusión. Te dormiste antes de salir de París y no despertabas, así que llamamos al médico para que revisara el golpe en tu cabeza. Solo revisó y curó las heridas de tu rostro y el golpe de tu frente —aclaró intentando tranquilizarme un poco.

—Despertaste por primera vez ayer por la noche con una fiebre muy alta —explicó la mujer.

—¿Cuánto tiempo estuve dormida?

—Una semana.

Miré a mi alrededor. Quería saber dónde estábamos. Mis ojos bailaron sobre la habitación hasta se toparon con los de Yori. Ambos evadimos la mirada casi enseguida. ¿Por qué estaba Yori en mi casa? ¿Quiénes eran esa mujer y aquella chica? Las preguntas comenzaron a revolotear en mi cabeza. Miré a mi padre con reproche. De no haber ideado aquel plan para que nos lleváramos mejor, nada habría pasado.

—¿Supongo que tendrás muchas preguntas? —dijo cuando nuestras miradas se cruzaron.

—En realidad, no —respondí de forma apagada.

—Te contaré lo que ha ocurrido aquí desde que te fuiste, pero necesito que me digas qué fue lo que ocurrió contigo.

—No puedo decírtelo, porque ni yo misma recuerdo qué fue lo que pasó.

—Fleur, por favor, no trato de torturarte. Pero soy tu padre y quiero ayudarte. —Sonreí de forma apagada.

—No te preocupes por eso, no quiero que nadie me ayude.

Mi padre me observó con sorpresa. En una situación típica, lo culpabilizaría por lo sucedido, gritaría y patalearía, y, definitivamente, intentaría conocer la razón por la que Yori y aquellas mujeres estaban en nuestra casa. Pero ya no era la misma. La Fleur que tenía en frente estaba quieta, pasiva. La agudeza de su lengua había sido opacada por la amargura, la desesperación y la tristeza.

—Fleur, ella es Yoko —dijo señalando a la mujer—. Y ellos son sus hijos, Reira y Yori.

Yoko y Reira hicieron una reverencia para saludarme, mientras que Yori me miraba de forma extraña. Había temor e incertidumbre en sus ojos, pareciera que esperara la detonación de una bomba.

—Desde que tu madre murió, no había mirado a ninguna mujer. Lo sabes, ¿cierto? Siempre permanecí solo, pero… —Mi corazón comenzó a latir tan rápido que creía que se detendría. Mi instinto me decía que estaba a punto de escuchar algo que no iba a agradarme—. La vida continúa y creo que tengo derecho a rehacer mi vida.

Cerré los ojos y los apreté fuertemente para intentar despertar. Esto debía ser un sueño. Quería que alguien me despertara de aquella pesadilla. No podía creer lo que mi padre estaba a punto de decir.

—¿Qué es lo que estás tratando de decirme? ¿Que estás enamorado y quieres casarte con ella?

Una sonrisa nerviosa asomó en su boca. Entonces lo entendí por completo. El destino me había dado la espalda. «Mi padre no podía hacerme algo como eso», pensé para mis adentros. Pero rápidamente comprendí que estaba siendo ingenua al creer que no sería capaz de hacerme a un lado de su vida y tomar una decisión tan importante sin tomarse el tiempo de avisarme.

—¿Me estás diciendo que no me tomaste en cuenta y te casaste con ella? —susurré—. Claro, por qué no, a fin de cuentas yo no soy importante. Qué más da mi opinión. No me importa. Es tu vida y no me incumbe.

Los ojos de todos los presentes se dirigieron hacia mí. Supongo que esperaban una respuesta diferente de mi parte. Tal vez enojo. Y aunque una parte de mí lo sentía, no era comparable con el resto de los sentimientos que revoloteaban dentro de mi cabeza. Con aquel hecho había confirmado algo: yo no era de importancia para nadie. Estaba sola. Ya no me quedaba nada. Luché un poco para levantarme después de arrojar las sábanas de la cama donde me encontraba.

—Es un placer —dije en dirección a los tres nuevos integrantes de mi familia y comencé a caminar hacia el pasillo.

Al pasar junto a Yori, mi pierna se dobló y estuve a punto de caer. Mi cuerpo seguía sin responder a mis órdenes. Él me sostuvo por la cintura con fuerza. Sonreí con la mayor sinceridad que me fue posible y quité su mano con mi antebrazo para seguir intentando caminar.

—¿Adónde vas? —gritó mi padre.

—Llamaré a Millet, debe estar preocupada, debía encontrarme con ella esa noche y nunca llegué.

Después de lo que pareció una eternidad, logré bajar las escaleras. Al sentarme en el sillón sentí como si hubiera hecho horas de ejercicio. Me acomodé como pude, pues sentía un dolor punzante en las caderas. Reira me acercó el teléfono inalámbrico y después caminó hacia el sillón que estaba frente a mí. Mi apariencia y la actitud que tenía debía ser todo un espectáculo para mi nueva familia política, pues me miraban con intensidad. Marqué el número con calma. Por fortuna, fue Millet quien respondió al teléfono, no tenía el coraje de enfrentar a nadie. Si Liam estaba enterado, seguramente intentaría hacerme hablar y no quería hacerlo. Al escuchar mi voz, la pobre rompió en llanto. No podía culparla, yo estaría histérica en su lugar.

—¿Dónde estás, Fleur?

—Le pedí a mi padre que fuera a por mí —susurré.

—Tu abuela dijo que te asaltaron. ¿Estás bien? —Sonreí y solté un bufido.

—Siempre intentando guardar las apariencias. ¿Y cómo sacó la conclusión de que sufrí un asalto?

Estaba segura de que podría habérsele ocurrido algo mejor, cualquier persona con sentido común sabría que las lesiones de mi cuerpo no habían sido producidas por un amago. Yo lo sabía y era precisamente eso lo que estaba matándome por dentro. Millet guardó silencio, así que yo tomé la palabra.

—Mi padre se casó. —Escuché a través del teléfono el golpe de la silla cuando cayó al suelo. Estoy segura de que se había sorprendido tanto que se levantó demasiado rápido.

—¿Cuándo?

Me hubiera gustado responderle sin tener que preguntarle a mi padre, pero no podía, pues desconocía el dato. Miré a mi padre con indiferencia antes de preguntar.

—¿Cuándo fue la boda? —Mi padre carraspeó.

—Poco después de que te fueras a París.

Su respuesta me causó gracia, pero no podía sonreír. No fue necesario que le repitiera a Millet la información, pues ella había escuchado con claridad a través del teléfono.

—Fleur, ¿estás bien? —preguntó susurrando.

—¿Por qué no habría de estarlo? —respondí. Había ocasiones en las que mi amiga hacía preguntas demasiado estúpidas. ¿Cómo podía siquiera preguntar si me encontraba bien? Era obvio que mi bienestar mental y emocional pendían de un hilo muy fino.

—¿Qué vas a hacer con el curso?

—No puedo hacer nada. No tengo deseos de cantar.

—Pero si no te presentas, perderás el derecho a tu demo. La discográfica de Liam es la encargada de grabarlo. Recibió la llamada esta mañana. Le dijeron que no sabían nada de ti y que de no presentarte le darían tu lugar a otro estudiante. Kenya lo solicitó, así que necesitas decidir rápido.

—Déjalo así, no… importa —respondí.

—No puedes dejarte vencer por esto, necesitas ser fuerte. Sea lo que sea lo que te haya pasado, vas a salir a…

Colgué el teléfono. No quería seguir escuchando, yo no veía cómo podía salir de aquel sitio. Nadie podía comprender que solo quería que me dejaran tranquila.

—¿Cuál es mi habitación? —pregunté a mi padre.

—Fleur, lo siento. No esperaba que regresaras tan pronto y la nueva casa aún no está terminada, así que no hay una habitación para ti.

Cielos… La situación mejoraba minuto a minuto.

—Lamento haber llegado antes de tiempo.

Mi padre entrecerró los ojos y apretó la mandíbula. Me pregunto si esa reacción se debía a la culpa o simplemente estaba molesto por mi actitud de víctima.

—Yoko y yo nos iremos a un hotel y tú podrás utilizar nuestra habitación.

—No es necesario, el sillón luce cómodo, dormiré en él. ¿Puedo tomar una cobija? —Yoko asintió y caminó delante de mí para mostrarme el camino hasta el armario de blancos de su habitación.

Me acomodé en el sillón, cubrí mis piernas con la cobija y observé el techo de la casa. Alguna vez escuché decir que las personas vivimos día a día con un propósito, que es gracias a nuestros sueños, a nuestras ambiciones y esperanzas que tenemos una razón para levantarnos cada mañana, que hay en nuestras vidas una razón para continuar.

Quería convencerme a mí misma de que eso no había cambiado en mi vida. Trataba de decirme que era joven y que aquel horrible suceso, con el tiempo, se convertiría solo en un recuerdo que, aunque jamás lograra olvidar, podría superar. Me gritaba a mí misma para obligarme a levantar, pero era débil. Siempre lo fui. Me sentía vacía y marchita. Mancillada, humillada.

Sabía que aquella sombra era André, mi instinto lo gritaba a cada segundo. André había acabado con mi fortaleza, su agresión no solo había dejado marca en mi cuerpo, también lo había hecho en mente, en mi alma. Y tras ver lo fácil que le había sido a mi padre olvidarse de mí, solo confirmé una verdad que no había querido admitir hasta ese momento.

—Fleur, llamé al conservatorio para explicar que tuviste un accidente y que no podrás asistir al resto del curso, pero que estarás ahí para la presentación final y grabar la demo. —El tono imperativo de su voz me molestó, pero no encontré la forma de exteriorizarlo.

—No volveré a París y tampoco quiero cantar.

—No puedo dejar que te hundas de esa forma.

—Te suplico, por primera vez, que me ignores y sigas con tu existencia —susurré.

—¡Soy tu padre! —gritó.

—Ya lo sé —respondí llorando.

Sus gritos me asustaban más de lo que jamás lo habían hecho. No lograba recordar una sola ocasión en la que mi padre me aterrara tanto, ni siquiera durante mi infancia le había temido. Pero ahora, el miedo era tal que no podía ocultarlo. Mi actitud retraída y temerosa parecía crispar más los nervios de mi padre, pues su agresividad fue en aumento.

—¡No llores! Dime qué fue lo que te ocurrió —exigió.

—No lo sé… No lo recuerdo. —Sostuve mi cabeza con ambas manos, sentía que de no hacerlo esta se caería de mis hombros.

—Si no me lo dices, no puedo ayudarte —dijo en un tono más tranquilo.

—Nadie puede ayudarme, papá, solo te suplico que dejes así las cosas —susurré de nuevo. Presionarme no le serviría de nada, solo conseguiría molestarse aún más conmigo y hacerme sentir aún más miserable.

Mi padre salió de la sala dando una rabieta, Yoko le siguió los pasos hasta la cocina. Volví a recostarme en aquel sillón.

No podía conciliar el sueño, pero al menos estando ahí sentía un poco de tranquilidad. Mi capacidad para diferenciar entre un momento largo y uno corto parecía haber desaparecido. Simplemente, veía cómo la luz iba y venía por el pequeño haz que se colaba entre las cortinas de la sala.

Una mañana dormitaba cuando el alboroto volvió a hacerse presente. No esperaba que mi padre tomara con calma mi actitud, pero no calculé el alcance de sus acciones con tal de hacerme hablar. Después de todo, en esos momentos solo era una niña asustada que intentaba recoger sus pedazos y armar el rompecabezas en el que se había convertido su vida. Mi padre se puso de pie frente al sillón y jaló la cobija con la que cubría mis pies.

—No puedo dejar que te hundas de esta forma. No comes, no duermes, no quieres ir a un hospital, no hablas con nadie. Solo estás ahí, recostada todo el día como un vegetal. Si no estás dispuesta a contarme qué fue lo que te ocurrió y tampoco quieres volver a París, entonces yo tomaré las riendas de tu vida. A partir de mañana, irás a la escuela. —Me levanté tan rápido como pude para hacerle frente, o al menos intentarlo.

—¡No quiero! No hay ninguna carrera que llame mi atención, papá.

—Yo no dije que irías a la universidad. No pueden admitirte porque, legalmente, no terminaste la preparatoria, y como no quieres ir a por el certificado de aquel curso que ganaste no puedo comprobar tus estudios, así que asistirás a la preparatoria mientras piensas en si regresarás a París y terminarás lo que empezaste o no.

Mi padre parecía haber encontrado la forma perfecta de resolver el problema. Si no podía hacerme entrar en razón, entonces me torturaría hasta que la desesperación hiciera que mi antigua yo volviera y con ello lograra superar el trago amargo, o no tuviera más opción que volver a París para escapar de sus intentos de ayudarme.

—Como digas… Solo dime cuándo y a qué colegio asistiré. —Me acomodé en el sillón de nuevo para dormir. Necesitaría más que solo obligarme a asistir a la escuela para convencerme de volver a París.

—Ya te inscribí, irás a la misma escuela que Yori y Reira.

Le di la espalda a mi padre. Él se acercó a mí e intentó acariciar mi cabeza, pero recogió su mano al escuchar lo agitada de mi respiración. Salió de la sala arrastrando los pies. Creo que él tampoco lograba entender si lo que acababa de suceder había sido una victoria o una derrota para él.

Después de eso, el día continuó con calma. Me giré para observar las cortinas con detenimiento y no pude evitar que las lágrimas se derramaran por mis ojos. Todo estaba mal.

—Creí que estabas dormida. —Di un brinco al escuchar una voz proveniente de la cocina—. Lamento haberte asustado —dijo al ver mi reacción.

—No hay problema. Te llamas Reira, ¿cierto?

—Sí —respondió de forma tierna.

Me senté sobre el sillón demasiado rápido y eso provocó que la cadera me doliera y entrecerrara los ojos por el dolor.

—¿Estás bien?

—Sí —respondí con la voz ronca.

—¿Estás enojada porque nuestros padres se casaron? —«Qué sincera», pensé. Su pregunta directa me hizo sonreír. Era muy franca para ser tan joven.

—Un poco, pero no es por eso por lo que estoy así.

—¿Te ocurrió algo malo?

—Más o menos —respondí sin mirarla.

—¿Cuántos años tenías cuando tu mamá murió? —La miré con asombro.

—¿Cómo sabes que murió? ¿Mi padre te lo dijo?

—Desde que llegaste, cuando duermes gritas llamando a tu mamá. —Me encogí de hombros al imaginar la imagen.

—Lamento mucho si te asusté —dije y Reira sacudió la cabeza negando.

—Yo era muy pequeña cuando mi papá murió, así que no lo recuerdo con claridad.

A pesar de la complejidad de nuestra conversación y lo directo que preguntaba las cosas, me parecía sencillo conversar con ella, me parecía incluso relajante hacerlo.

—Seis. Mi madre murió cuando tenía seis años —musité. Reira sonrió con mucha calidez y se sentó junto a mí en el sillón.

—Yo tenía tres.

Sentí una punzada en el estómago por su comentario. En realidad era muy pequeña. De pronto comprendí que había corrido con suerte pues, a pesar de mi juventud, tenía la edad suficiente para poder guardar recuerdos de mi madre en mi memoria. Pero Reira seguramente no era capaz de recordar el rostro de su padre. Me pregunté si, en realidad, no se encontraba triste por el matrimonio de nuestros padres.

—Mi papá nunca reemplazará a tu padre. Él es un poco torpe, pero es buena persona —dije sonriendo. Ella me devolvió una sonrisa como respuesta.

—Lo sé —dijo y recargó su cabeza en mi hombro.

Hay ocasiones en las que no es necesario usar las palabras para transmitir algo, una mirada es suficiente para que alguien entienda lo que tratas de decir. Y ella agradeció mis palabras en silencio. Acaricié su cabeza en un gesto fraterno y ella respondió sonriendo aún más.

—Aquí estás segura. —Esa frase hizo que el corazón se me encogiera. Deseaba que alguien me dijera eso, lo anhelaba con todas mis fuerzas. No sabía cómo agradecerle haberlo dicho—. Siempre he querido una hermana mayor, mi hermano es un tonto. De hoy en adelante somos hermanas, así que... —se interrumpió para ofrecerme su mano—, よろしくねえ (en japonés es una forma de decir estoy bajo tus cuidados o mucho gusto).

Estreché su mano con delicadeza y ella miró directamente la pulsera de moretones que había en mi muñeca. Algunos tenían la perfecta forma de dedos humanos. A pesar de ver en su mirada reflejarse la curiosidad, solo guardó silencio y retiró su mirada para dirigirla a mis ojos.

—よろしく—respondí. Y busqué cambiar el tema—. ¿Sabes cuándo debo iniciar las clases?

—Mañana. —Dejé caer la espalda sobre el respaldo del sillón y suspiré.

Ya no tenía la fuerza para molestarme con mi padre por tomar decisiones sin consultarme, estaba en un momento de mi vida donde lo mejor que podía hacer era dejarme arrastrar por la corriente. Reira se fue a dormir después de conversar conmigo un poco más.

Comencé a soñar viéndome a mí misma en una habitación de hotel, besando a alguien.

—Por fin te encontré —susurré al abrazarlo.

Aquel chico se convirtió en una sombra enorme, cuyos ojos brillaban de color rojo, que comenzó a atacarme. No era el ataque de un animal salvaje, este era mucho peor. Me arrojó sobre una pequeña mesa de centro y desgarró mi blusa. Con cada caricia el miedo y la desesperación crecieron en mí.

A pesar de observar todo como un espectador y gritar pidiendo ayuda, nadie venía en mi auxilio. Me llevé las manos al rostro y lo oculté en ellas, mientras me preguntaba cómo podía hacer que se detuviera.

—¡Alguien, por favor, ayúdeme! ¡Auxilio!

Una mano en mi frente provocó que despertara de golpe. Por mi rostro corrían gotas de sudor, que se entremezclaban con lágrimas. Miré en varias direcciones, con los ojos muy abiertos a causa del miedo. Intentaba ubicar la realidad cuando su voz resonó en la sala.

—Shhh, soy yo —dijo al ver mi rostro lleno de horror. Entrecerré los ojos para poder enfocar su rostro.

—¿Yori? —dije al reconocerlo—. ¿Era solo una pesadilla? —pregunté.

—Sí, bajé a por un poco de agua y comenzaste a gritar. —Su mano aún estaba en mi frente. Lo cálido de su tacto hacía que el frío sudor perdiera importancia.

—Lamento haberte asustado —respondí y lo miré a los ojos. Esbozó una sonrisa triste.

—Debes estar sorprendida por todo lo que ocurrió mientras no estabas —dijo mientras se sentaba en el sillón pequeño de la sala.

—Un poco.

Cogió la toalla que estaba en la mesa de centro y me la ofreció. La tomé con ambas manos y comencé a secar el sudor de mi rostro.

—No culpes a tu padre —dijo. Se levantó y se acercó a mí con paso seguro.

—Ya no culpo a nadie de nada —musité.

Cuando estuvo de pie frente a mí, tomó la toalla de mis manos y enjugó las lágrimas que aún se derramaban por mis mejillas. Su mirada recorría cada centímetro de mi rostro con una intensidad capaz de hacer sonrojar a cualquiera. Tragué saliva con fuerza antes de preguntar:

—¿Por qué me miras de ese modo? —dije con un hilo de voz. Yori simplemente ignoró mi pregunta y continuó limpiando el sudor de mi frente. Su aroma era tranquilizador para mí, olía a paz, era un aroma entre colonia y un poco de champú con aroma cítrico.

—¿Las cosas estuvieron mal con tu abuela? —Su pregunta cayó como balde de agua fría en mi rostro, no era capaz de mentirle.

—Terribles —dije en un tono que iba entre la desesperación y el llanto.

—¿Puedo preguntarte qué ocurrió? —Aquel tono comprensivo con el que solía hablar hizo que deseara confesarle todo, pero no podía hacerlo. Tenía miedo a que me reprochara haber cometido un error tan tonto.

—Puedes hacerlo, pero no sé cómo vas a reaccionar cuando te cuente lo que recuerdo. —Delineó con la yema de su dedo la herida de mi frente, igual que lo había hecho yo algunos meses atrás.

—Confía en mí —dijo de forma persuasiva. Confiar en él sonaba tentador. Demasiado tentador.

—No lo recuerdo claramente. En mi mente solo hay pequeños flashazos. —Dirigí la mirada al suelo.

—Entonces, cuéntame lo que recuerdes.

Lo miré y respiré profundamente. Estaba a punto de comenzar a hablar cuando el teléfono sonó. Pareció molesto por la interrupción, pero se puso de pie para responder.

—もしもし (Diga) —dijo en japonés, su cabeza giró rápido para mirarme con sorpresa.

André no se atrevería a llamar a casa, ¿cierto? Además, mi abuela no podía conocer el número de esta casa. Intenté convencerme de que no había razón para estar asustada.

—¿Quién es? —pregunté. Tuve que tomar una gran bocanada de aire para lograr hacer que mi voz sonara normal.

—No lo sé —dijo serio para después soltarse a reír—. Es tu amiga, o al menos eso entiendo que dice.

Por primera vez después de aquel suceso, me reí sinceramente. Quise levantarme y arrebatarle el teléfono, pero mi alegría no parecía importarle mucho a mi cuerpo y sus dolores. Yori se acercó a mí y colocó el teléfono en mis manos. Levanté el rostro para agradecérselo y él delineó mi mandíbula con delicadeza. Fueron solo unos segundos, pero no hubo miedo cuando entró en contacto conmigo.

—Sourit toujours, n'importe quoi (Sonríe… Nunca dejes de sonreír).

Sus palabras resonaron en mi cabeza con eco, mientras que la piel de mi mandíbula sentía un cosquilleo extraño. Carraspeé para responder, pero él se enderezó y salió de la sala con paso seguro. Sacudí la cabeza para poner en orden mis ideas.

—¿Millet? —pregunté.

—Debes estar volviendo a tu padre loco de preocupación. —Quise responder a su acusación, pero retomó enseguida su punto—. Habló con mi mamá esta mañana, quiere que te haga compañía, así que iré a Japón a estudiar contigo para que no intentes tirarte de ningún puente.

No me sorprendió la decisión de mi papá. Siempre ha tenido la costumbre de delegar su responsabilidad en otras personas. Niñeras, institutrices, mi abuela. Pero quizá, en esta ocasión, era la decisión más acertada que había tomado. Necesitaba desahogarme y la presencia de Millet ayudaría.

—¿Cuándo llegas?

—Aún no está decidido, tengo que pedir licencia en mi escuela y el trámite podría llevar tiempo. Pero en cuanto sepa la fecha exacta, te avisaré.

La conversación no duró mucho debido a mi falta de interés en hablar sobre el tema que Millet quería saber. Al colgar el teléfono, mi cabeza dio vueltas con fuerza, la tierra parecía abrirse para tragarme. Intenté respirar profundo para calmar mi pulso, pero eso solo ocasionó que sintiera náuseas, así que salí corriendo hacia el baño. Tal vez todos tenían razón y debía acudir al médico. Tenía la sensación de que mi aturdimiento no era solo a causa del trauma. Algo más parecía ocurrirle a mi cuerpo.

Caí en cuentas de que tal vez las consecuencias de aquel horrible suceso podrían ir más allá, aunque rápidamente ahuyenté esa idea de mi cabeza. Cuando volví a recostarme en el sillón, miré hacia las escaleras, podría jurar que vi a André de pie en el último escalón, sonriéndome. Apreté los ojos con fuerza intentando convencerme de que no era posible su presencia ahí. Cuando finalmente volví a abrirlos, su silueta había desaparecido.

Ya no pude dormir, ni siquiera quería cerrar los ojos, pues tenía miedo de que, al abrirlos de nuevo, él apareciera frente a mí.

—No dormiste nada —dijo Reira al observar el par de bolsas moradas y abultadas que se encontraban bajo mis ojos.

Mi padre bajó con una mochila y un gancho con ropa en las manos, y se dirigió hacia donde me encontraba. Me extendió los objetos y los tomé con un temblor obvio en mis manos.

—Este es tu uniforme y dentro de la mochila hay libros, cuadernos y demás aditamentos necesarios para que tomes clase. Sube y cámbiate en la habitación de Reira.

Me puse de pie y arrastré las piernas hacia las escaleras. Escuché cómo la respiración de mi padre se aceleró. La noche anterior me había cambiado de ropa. El pijama que Yoko me había puesto estaba demasiado húmedo por el sudor, así que la había sustituido por un pequeño pantalón para deporte y una camiseta. Mi padre podría admirar los moretones que había en mi cadera y en mis hombros, la blancura de mi piel permitía que se notaran a simple vista y resaltaran con una facilidad pasmosa. Creí que tal vez preguntaría, pero solo desvió la mirada.

Tras entrar en la habitación, abrí el cierre de la bolsa que contenía aquel uniforme. La falda era de corte escocés a cuadros azules con negro, la blusa blanca adornada por una pequeña corbata color rojo, y el saco azul marino con el escudo de la escuela, me hacían lucir como la fantasía de algún hombre más que como una colegiala. Reira tenía el ojo cuadrado cuando me vio con el uniforme puesto.

—¡Cielos! Luces tan… bueno… Me pregunto si papá ya pensó con claridad lo que va hacer al enviarte a la escuela. Tu expresión y tu porte no parecen el de una estudiante de preparatoria —dijo sonriendo.

Corrí hacia el espejo para admirar aquel sacrilegio a mi orgullo. No solo tenía que estudiar con chicos menores que yo, además debía usar ese uniforme. Cuando miré mi reflejo, un escalofrío recorrió mis piernas. Mi expresión era adulta, jamás había visto esa expresión en mi rostro, tenía un rictus de amargura notorio. Además, el uniforme resaltaba de una forma muy incómoda las curvas de mi cuerpo.

—No voy a salir vestida así —dije indignada. Reira solo rio sin parar y jaló de mi brazo para que saliéramos juntas de la habitación. Cuando comenzamos a bajar las escaleras, la mirada de mi padre se dirigió directamente a mis piernas, que esa pequeña falda mostraba en casi todo su esplendor.

—Bueno, pues… —dijo Yoko—. No te ves mal, pero… —intentó terminar—. ¿Yori? —dijo al ver que el interpelado no parpadeaba.

—Sí, bueno, creo que luce bien —dijo nervioso.

—¡Ay! No imaginé que te vieras así con el uniforme, no debí inscribirte en esa escuela. —Las palabras de mi padre eran cómicas, tanto que tenían a todos los presentes riendo por lo bajo. Yo era la única que no encontraba la gracia en aquella situación—. Fleur, no necesitas ir a la escuela, solo regresa a París y termina el curso del conservatorio. —No estaba segura de qué sentido tenía seguir discutiendo ese tema.

—Papá, por favor. No quiero discutir contigo por eso de nuevo. —Me preparé para recoger la mochila de la habitación de Reira, cuando este carraspeó para captar mi atención.

—Fleur.

—Dime —respondí.

—Por favor, ponte pantalones de gimnasia debajo. Cuando giras, la falda toma vuelo y bueno… la gente que… está detrás de ti… puede ver… tu... —Mi padre parecía constiparse con las palabras—. Solo hazlo, ¿quieres? —terminó.

—Genial —mascullé. Mi padre había visto mi ropa interior al igual que Yori. Dios debía tener algo contra mí, la palabra suerte carecía de sentido para mí en esos momentos—. ¿Cómo llegaré a la escuela? —pregunté.

—En mi auto —respondió Yori. Miré a Yori con detenimiento, tenía curiosidad por saber a qué auto se refería. ¿Acaso había arreglado sus diferencias con su abuela?

—Millet también estudiará aquí durante un tiempo —dijo mi padre, interrumpiendo mis pensamientos.

—Hablé con ella ayer. Cree que tienes miedo de que me lance de un puente o algo. No deberías preocuparte por eso, papá, si tuviera deseos de terminar con mi vida lo haría de una forma más elegante.

Obviamente, a ninguno de los presentes le hizo gracia mi comentario. Yori salió al rescate, tomó de forma escandalosa nuestras mochilas y caminó hacia la puerta, mirándonos a Reira y a mí con complicidad. Ambas entendimos el significado y salimos de ahí antes de que mi padre explotara como lo haría una olla exprés.

Yori abrió la portezuela de atrás y Reira subió. Creí que lo mejor sería ir con ella, pero Yori cerró la puerta de golpe y abrió la del copiloto para mí. Finalmente, con los tres dentro, el auto arrancó.

—Creí que habías dicho que jamás aceptarías que tu abuela te chantajeara —dije mirando la punta de mis pies.

—Algunas cosas han cambiado —respondió sonriendo de forma sarcástica.

—¿Ustedes ya se conocían? —preguntó Reira.

—Un poco —respondió él.

—¿Cómo? —La mirada de Yori se dirigió hacia mí, esperando que yo respondiera, pero había demasiadas cosas en la historia de las que Reira no debía enterarse.

—Es una larga historia. —Reí nerviosa, para después clavar la mirada en la ventanilla del auto.

—Es una larga y muy graciosa historia —repuso él con amargura en su voz.

Finalmente, llegamos a la escuela. Miré a mi alrededor atónita por el paisaje que mis ojos apreciaban. Yo había acudido a escuelas privadas toda mi vida, pero la magnificencia de esta hacía ver a las demás demasiado pequeñas. La estructura de los edificios entremezclaba la arquitectura antigua japonesa y la moderna, y los jardines eran del tamaño de un bosque. Aquel sitio parecía una ciudad pequeña más que una escuela. Dejamos a Reira en su edificio. Increíblemente estaba lo suficientemente lejos como para que fuera necesario acceder en auto desde la entrada principal.

La observé alejarse del auto. Era una niñade solo catorce anos muy linda, aunque de baja estatura. Su complexión era delgada, el cabello negro, lacio, le caía en cascada hasta los hombros, y tenía aquellos ojos marrones que Yori también poseía. Me permití apreciar con detenimiento a mi pequeña hermanastra, a quien, por cierto, comenzaba a tomarle cariño sincero. Yori me miró con curiosidad. Sabía que su intención era retomar la conversación que la llamada de Millet había interrumpido. Aunque una parte de mí estaba dispuesta a ser sincera y abrirse con él, el miedo a su juicio seguía presente, haciéndome querer guardar silencio. Él había tratado de advertirme sobre el peligro en potencia que André representaba y yo subestimé su consejo y sobreestimé mi capacidad para defenderme. Antes de que tomara la palabra, lo interrumpí abruptamente con el primer tema que se me vino a la cabeza.

—¿Cómo es el sistema de enseñanza de Japón? —Mi comentario pareció decepcionarlo un poco, pero respondió con amabilidad a mi pregunta.

—Es similar en todas partes —dijo sonriendo.

—¿Es una escuela solo para chicas? —Sonrió como si hubiera contado un chiste muy bueno.

—Es mixta.

—Genial… hombres. Por el momento no son mis criaturas favoritas —mascullé. Yori comenzó a reírse. Supongo que para él era difícil simplemente tomar mi comentario como una queja, él era hombre y yo había sido demasiado plural al hablar.

—Algún día me contarás por qué piensas eso. —Sus palabras estaban cargadas de sentimientos que él no quería o no podía expresar. Pude notar la oscuridad en sus ojos, había sido solo un destello que después de unos segundos desapareció.

—Algún día…

Yori aparcó el auto frente al edificio de la preparatoria. La facultad de Administración era el edificio vecino, así que estaríamos realmente cerca.

—Los directivos de la escuela tienen la creencia que los estudiantes universitarios podrían guiar a los graduados a encontrar una carrera que sea de su agrado. Es por esa razón que los edificios están cerca.

»Personalmente, no creo que ese sistema funcione, la cafetería es la misma, por lo tanto, a la hora del almuerzo convivimos. Cada fin de ciclo escolar hay más parejas comprometidas o casadas que alumnos licenciados. —Parecía leer mi mente. Había respondido a mi pregunta antes de que la formulara en voz alta—. ¿Vas a quedarte en el auto todo el día? —preguntó al ver que no bajaba.

Sonreí nerviosa, tomé mi mochila y bajé del auto. Él cerró la portezuela detrás de mí. Las miradas de todos los presentes en aquel estacionamiento se dirigieron hacia nosotros. Especialmente las chicas nos observaban con curiosidad.

Mi forma de cargar la mochila pareció interesarle a Yori, pues sonrió con comicidad y terminó tomándola él. Pesaba demasiado para mi condición actual, así que la traía arrastrando. Se la colgó en el hombro izquierdo y comenzó a caminar. Un chico se acercó corriendo a nosotros. Ondeaba su mano en el aire intentando captar la atención de Yori, quien no parecía querer disimular que estaba ignorándolo. Cuando el chico se detuvo frente a nosotros, Yori se cubrió el rostro con una mano y me dirigió una mirada con un perdón implícito en ella.

—Hola —saludó Yori levantando la mano derecha. El chico me dedicó una mirada un poco lasciva, no podía despegar sus ojos de mis piernas. Cuando comenzó a recorrerme con los ojos, no pude evitar el impulso de cubrir mi cuerpo con el de Yori, incluso coloqué mi mano en su brazo.

—Fleur. Él es Tetsu. Es lo que equivaldría a un amigo —dijo señalando a aquel chico.

Había entendido a la perfección mi intención pues, aunque no dijo nada, su mirada cayó como una lluvia de agujas para el chico, quien carraspeó para presentarse. Y aquella mirada que me había incomodado desapareció de sus ojos.

—¿Ella es Fleur? —El chico pareció reconocer mi nombre, porque inmediatamente me sonrió con suficiencia—. ¿Es la hija del nuevo esposo de tu mamá?

A Yori se le borró la sonrisa y le dedicó a Tetsu una mirada asesina que pareció helar al chico.

—Sí —respondió bruscamente—. Es mi hermanastra —dijo irritado.

Escucharlo llamarme así provocó que mi corazón se sintiera herido. Tetsu extendió su mano para saludarme. Yo la estreché intentando soportar el pánico que esa acción provocaba.

—¡Guau! 美人ですねえ!(Es muy guapa) —exclamó mientras estrechaba mi mano—. Tu piel es muy suave. —Cubrió mi mano con las suyas y acarició la piel con idolatría. Los moretones de mi muñeca captaron su atención y estaba a punto de preguntar al respecto cuando, de nuevo, la rapidez de Yori me salvó.

—¿Podrías soltar su mano? —dijo. Su irritación hacia el chico crecía con cada acto.

—¡Cielos! Eres igual de posesivo que con Reira —respondió sonriendo y me soltó. Yori sonrió y, sin despegar la mirada del rostro de Tetsu, susurró:

—Quizá con ella soy más. —Observé su perfil. Tetsu no pareció notar el cambio en su voz, pero yo sí lo hice—. Entra en clase y nos vemos para comer —dijo serio y señaló la entrada del edificio con un movimiento de cabeza.

Rodeó el hombro de Tetsu y se lo llevó casi a rastras mientras el interpelado caminaba hacia atrás, pues estaba más interesado despidiéndose de mí eufóricamente.

La mujer que atendía la recepción fue muy amable conmigo, incluso alabó en repetidas ocasiones mi japonés, aunque tal vez al percatarse de que no leía kanji debió sentirse decepcionada. Me dio una lista de materias y el mapa con la ubicación de los salones. Caminé por el pasillo intentando recordarme que todo estaba bien, que podía afrontar la situación. Al llegar al salón, toqué la puerta antes de entrar. El profesor gritó: «adelante». Abrí la puerta corrediza y entré.

—すみません!ラ—ファベル・フレルと申します (Buenos días, mi nombre es Fleur Lefebvre) —susurré.

El profesor hizo un ademán para indicarme que pasara. Una vez que crucé la puerta por completo, pude escuchar las voces de todos los presentes susurrar sobre mi apariencia y cómo lucía el uniforme.

—しずかにしなさい.フレル自己紹介して(Silencio. Preséntate ante tus compañeros).

Me entregó el plumón. Me giré para mirar de frente al pizarrón y escribí con la mejor letra posible. El profesor me miró sorprendido.

—¿Sabes escribir katakana?

—Un poco —respondí sin mirarlo a los ojos.

Los chicos que estaban sentados al frente me miraron con sorpresa y júbilo.

—フレルと申します.よろしくお願いします(Mi nombre es Fleur. Gusto en conocerlos). —Me incliné para saludarlos.

—Siéntate en aquel escritorio —dijo el profesor y señaló el asiento vacío al final de la primera fila.

Quedaba justo al lado de un gran ventanal. Caminé entre las sillas para llegar a mi nuevo lugar. Por suerte, mi compañera de asiento era una chica, quien me sonrió e inmediatamente se presentó conmigo.

La campana me salvó de morir de aburrimiento, aunque parecía ser el centro de atención de toda la clase. En cuanto el profesor salió del salón, todos se precipitaron sobre mi mesa y comenzaron a preguntarme cosas, como la fecha de mi cumpleaños y cuánto hacía que vivía en Japón.

Reira comenzó a gritar desde la puerta. Yori estaba de pie, junto a ella, con cara de pocos amigos.

—Almorcemos juntos —gritó con una sonrisa.

Me levanté del pupitre tan rápido como pude y comencé a caminar hacia ellos. Algo parecía ocurrir con Yori en esa escuela, pues al ver que salía con ellos las miradas de mis nuevos compañeros se llenaron de curiosidad.

—¿Qué tal las clases? —preguntó Reira.

—Supongo que están bien —dije pensativa.

—¿Sucedió algo malo? —preguntó al ver el talante que tenía.

—En realidad, no. Solo me pregunto por qué nos observan tanto, me siento como si fuera un animal del zoológico.

—Eso es por culpa de él —dijo ella dedicándole a Yori una mirada asesina.

Miré a Yori y después a Reira, esperando que alguno de los dos me explicara, pero solo se miraban el uno al otro. Me daba la impresión de que se ponían de acuerdo con algo. Quizá en la información que iban a revelarme.

—Mi hermano debutó hace poco como cantante profesional —dijo propinándole un codazo en las costillas.

—¿Debutar? —pregunté extrañada. No sabía que Yori tuviera interés en la música o en algún otro oficio artístico.

—El directivo de una compañía de discos escuchó a mi hermano cantar y le gustó mucho su voz y la canción que cantaba, así que le ofreció un contrato. Pero debido a que mi abuela se oponía, tardaron un poco en decidir la fecha, pero ahora ya es un hecho.

»Muchas chicas que ya eran sus fans por ser atractivo, pero ahora lo son porque se va ha convertido en cantante. —Un punto más en común. Esto debía ser coincidencia. Aunque en este mundo no existen las coincidencias, solo existe lo inevitable. Al menos ahora podía entender por qué me identificaba tanto con él.

—¡Felicidades! —dije en tono bajo.

El menú de la cafetería era variado. Reira y Yori llenaron sus bandejas con comida de todo tipo, mientras yo terminé comiendo un plato de fruta con yogur. Reira era quien llevaba la conversación por completo. Yori y yo permanecíamos callados, aunque él estaba más ausente que yo. Eso provocaba que mis esfuerzos por ignorarlo fueran en vano. Permanecí observándolo en secreto durante casi todo el almuerzo.

Ambos parecimos relajarnos cuando la campana anunció el reinicio de las clases. Reira se ofreció a recoger las bandejas con los platos sucios, dejándonos solos en la mesa. Ambos nos removimos en nuestros respectivos asientos debido a la incomodidad.

—¿Así que… cantante? —pregunté para hacer conversación.

—Sí —respondió de forma seria.

—No sabía que te gustara la música —dije mirando al suelo.

—Bueno, tampoco es como si hubiéramos llegado a conocernos muy bien —dijo en broma, o al menos intentó que sonara como una, porque la alegría que trataba de transmitir con su sonrisa no llegaba a sus ojos, los cuales trataban de expresarme un sentimiento completamente distinto.

—Tengo la impresión de que estás molesto conmigo —susurré. Él suavizó el peso de su mirada.

—No tengo razones para ello, ¿o sí? —Una sonrisa maliciosa apareció en sus labios, haciendo que perdiera la poca elocuencia que quedaba cada vez que me encontraba cerca de él.

—No… lo… sé —dije sin poder evadir su mirada.

Era un poco apabullante y no pude evitar tartamudear. Debió ser incómodo para él también, pues terminó de tajo con el tema poniéndose de pie y caminando hacia Reira, quien venía hacia nosotros.

Regresé al salón y lo observé caminar hacia su edificio desde el ventanal. Tenía en su rostro una expresión que dejó en mi boca un sabor amargo. ¿Cuándo fue que el semblante de Yori se había llenado con esa tristeza?

Al final de la clase, el profesor comenzó a explicar respecto al festival de verano que la escuela llevaba a cabo anualmente. Mi atención estaba dispersa hasta que mencionó las palabras «prueba de valentía». Entonces obtuvo mi atención completa.

—Una prueba de valentía es un juego muy popular en Japón. Consiste en sortear parejas de chico y chica que recorren una ruta en el bosque que está detrás de la escuela, sin más luz que una lámpara de mano. Cada pareja debe llegar al monumento del fundador y colocar la bandera con su número de pareja. —El profesor dio la explicación sin retirar los ojos de mí. Abrí los ojos como platos.

—¿Puedo no participar? —pregunté con timidez.

—No —respondió de forma tácita—. Las parejas serán sorteadas con la facultad de administración. Así que irán con alguien mayor que ustedes. Esta regla cambió para evitar accidentes.

Alguien tocó a la puerta del salón. Cuando esta se abrió, vi a Yori entrar acompañado por Tetsu, quien inmediatamente comenzó a saludarme de forma eufórica. El profesor le cedió la palabra a Yori, quien comenzó con la explicación de inmediato y sin quitarme los ojos de encima.

—El sorteo es muy sencillo —dijo—. La caja contiene los nombres de los alumnos varones de nuestra facultad, mientras que los nombres de las chicas están en esta otra. Hagan una fila para tomar su papel y regresen a su asiento. Por favor, no abran el papel hasta que todos los presentes tengan uno.

Colocaron ambas cajas en el escritorio del profesor y todos se pusieron de pie para formar. Una vez que todos los presentes nos encontramos de regreso en nuestros respectivos sitios, nos pidieron abrir los papeles, mientras Yori y Tetsu pasaban asiento por asiento para anotar los nombres de las parejas.

Nerviosa, abrí mi propio pedazo de papel, pero los kanjis del nombre de aquella persona no los sabía leer. «中西夜奇». Cuando Tetsu se acercó a mí, confesé la penosa verdad y este, con voz en cuello, gritó el nombre de mi pareja.

—Nakanishi Yori, pareja número uno. —Abrí los ojos. No estaba segura si eran buenas o malas noticias. Yori asesinó a Tetsu con la mirada, pues su entusiasmo provocó que el salón se sumiera en cuchicheos y la mirada de los presentes bailara de mi rostro al de Yori.

—Los preparativos para el festival se iniciarán este viernes y la prueba se llevará a cabo el sábado por la noche —finalizó el profesor.

La campana anunció el fin de las clases y caminé hacia la puerta para esperar a Yori. Estaba absorta en mis pensamientos y no noté que el auto estaba estacionado ahí desde el comienzo. Tuvo que bajar la ventanilla y gritarme para que reaccionara.

—¡Lo siento! —dije al terminar de acomodarme en el asiento.

—No hay problema, vamos a por Reira —respondió y arrancó el auto. La pobre estaba allí de pie, esperando, con una expresión preocupada.

—¿Por qué tardaron tanto? —preguntó al terminar de subirse al auto.

—Fue culpa mía —dije en respuesta.

—Entonces no hay problema —dijo cambiando totalmente el tono en su voz.

—¿Eres bipolar? —preguntó Yori.

—No —respondió enojada.

Verlos jugar así me hizo preguntarme qué hubiese pasado si tuviese un hermano. Ellos notaron que estaba sonriendo e inmediatamente interrumpieron su conversación para preguntar por mis pensamientos.

—¿De qué te ríes? —preguntó Reira.

—De nada —respondí.

—No te creo, dime. —Sonreí por lo bajo.

—Pensaba en cómo sería la vida si mi mamá no hubiera muerto… Solo tengo a mi papá y no parezco importarle mucho. Al verlos jugar de esa forma me pregunté qué hubiese pasado si mi mamá estuviera viva y tuviera hermanos. —Ella frunció el ceño.

—Yo soy tu hermana, ¿recuerdas? —dijo.

—Sí, lo recuerdo, pero es una duda que siempre me asaltará —respondí sonriendo.

El silencio reinó en el auto y duró hasta que llegamos a la casa, donde un camión de mudanzas estaba cargando los muebles. Los tres descendimos del auto y caminamos hacia el interior de la casa.

—¿Qué sucede? —preguntó Yori a su madre.

—Nos mudamos —respondió ella sonriendo—. No podemos tener a Fleur durmiendo en el sillón durante más tiempo —dijo mirándome con cariño—. Así que, aunque aún faltan algunos detalles en la casa, decidimos mudarnos de inmediato. —Sonrió de nuevo en mi dirección—. Recojan sus cosas y bájenlas a la sala para que las suban al camión. —Ambos chicos subieron a sus respectivas habitaciones, mientras yo bajaba mis maletas por las escaleras.

—¿Necesitas ayuda? —preguntó Yoko.

—No gracias, no pesan tanto —respondí.

No podía negar que era una mujer muy amable y cariñosa. Entendía las razones que tuvo mi padre para casarse con ella.

Casi dos horas después, la casa quedó completamente vacía.

—Este es el mapa. —Mi padre le extendió a Yori la hoja de papel doblada.

—Tu mamá y Reira irán conmigo. Lleva a Fleur, por favor. —Lo miré con reproche por su decisión.

—¿Por qué no puedo ir contigo? —pregunté molesta.

—Tú y yo no tenemos muy buena comunicación en este momento, es mejor que, hasta que decidas contarme qué fue lo que ocurrió, no pasemos mucho tiempo juntos. —Lo miré con tal cantidad de rencor que hasta yo misma me sorprendí cuando noté mi mirada en la ventanilla del auto de Yori.

—De acuerdo —susurré. Yori abrió para mí la portezuela del auto y esperó pacientemente a que me acomodara en el asiento.

—Nos vemos allá —le respondió a mi padre y cerró la portezuela. No tenía el valor de levantar la vista, no quería que él me viera llorar por las palabras de mi padre. Tenía que mantener la calma.

—Puedes llorar si quieres —dijo serio mientras encendía el auto.

¿Cómo debía responder a sus palabras? No quería tener que llorar frente a él. Si lo hacía y no recibía consuelo de su parte, entonces sentiría un gran vacío, pero si lloraba y él me abrazaba, entonces no tendría más opción que aceptar frente a él mis sentimientos. Y no era digna de quererlo, ni a él ni a nadie.

—No es necesario.

—No necesitas contenerte frente a mí —respondió.

—Últimamente he llorado tanto que siento que mis ojos ya están secos. —Él dirigió su mirada hacia mí.

—Fleur, quisiera que pudieras contarnos qué te ocurrió. Estamos preocupados por ti. —Miré por la ventanilla. Yo estaba preocupada por mí. Por la idea que estaba plantando en sus mentes, pero cómo podía salir de aquel sitio aún era un misterio para mí.

—En verdad no lo recuerdo, solo tengo una idea de lo que pasó y tan solo pensarlo me hace sentir repulsión. Entiendo la intención de mi papá, sé que está tratando de hacer salir la furia reprimida al provocarme, pero no puedes apuñalar a alguien y esperar que se defienda mientras se desangra.

—Entonces deberías explicárselo. —Su consejo me tomó por sorpresa.

—Mi padre está demasiado ocupado sintiéndose culpable por lo que imagina que ocurrió.

—Fleur, ¿quieres que te cuente cómo fue que nuestros padres se casaron?

No estaba segura de querer escuchar la historia, no estaba segura de tener la fortaleza para aceptar más cosas en ese momento. Me revolví en el asiento, intentando mantener mi pulso bajo control. Él respiró profundamente. La seriedad con la que se estaba tomando el asunto comenzaba a asustarme. Él lo notó, porque abordó el tema de lleno.

—No te inquietes tanto, en realidad no es nada del otro mundo. —Lo miré con reproche. «Me gustaría que dejaras de adornar tanto las cosas», pensé para mis adentros.

—Solo dilo —exigí.

—Están locamente enamorados. —Abrí los ojos como platos. Eso era todo, el gran secreto que intentaba revelarme era una verdad absoluta reducida a tres simples palabras—. Tu padre y mi madre se enamoraron perdidamente el uno del otro. —Sonreí por aquella confirmación—. No sé por qué él no te avisó. Creí que lo haría y, para serte sincero, cuando vi que no llegaste a la ceremonia pensé que debías estar furiosa por la situación y no pensabas venir para demostrar tu desacuerdo.

—No entiendo qué estás tratando de decirme. —Una sonrisa condescendiente apareció en sus labios.

—El amor es un sentimiento poderoso. Fleur, tu padre te quiere más de lo que imaginas. Pero el amor se basa en la comunicación y en la confianza. ¿Por qué no intentas ser sincera con él? —No quería responder a ese interrogante. Para ser sincera con mi padre, primero debía perdonarme y, después, perdonarlo a él, y en este momento no podía hacerlo. No tenía la fuerza para ello.

—Mi padre siempre oculta cosas sobre mí. Si no hubiese ocurrido este… incidente. —Coloqué la mano en la herida de mi frente antes de continuar—. Él no tiene la mínima intención de ser parte de mi vida o que yo lo sea de la suya, ni siquiera llamó por mi cumpleaños, y ahora aquí estamos, afrontando un gran problema, y él no hace más que desesperarse por no lograr que reaccione como espera.

—Quisiera poder decirte algo más, pero ni yo mismo comprendo qué está pasando, todo ha sido muy rápido también para nosotros.

—¿Cómo son las pruebas de valentía? —Cambiar abruptamente de tema pareció la mejor decisión.

—En realidad, no lo sé. Nunca he participado en ellas. Me parecen una pérdida innecesaria de tiempo y esfuerzo. —Solté una carcajada por su comentario.

—Opino lo mismo que tú pero, por desgracia, necesito participar. No te ofendas, pero no quiero tener que asistir a la escuela por el resto del semestre,

—¿Intentas insinuarme algo?

—No, solo te comento que necesito participar y no quiero tener que internarme sola en ese jardín descomunal con alguien más que no seas tú. —Carraspeé intentando que él no notara la connotación «tú» en la oración, pero era demasiado pedir.

—¿Qué obtendré a cambio si participo contigo?

—Mi gratitud —respondí con sarcasmo.

—Vamos, debe haber algo mejor que eso. —Mi intento de no perder la calma fue muy pobre, pues enseguida le dediqué una mirada cargada de reproche.

—¿Por qué mejor no me dices qué es lo que deseas y terminamos rápido con esto? —Comenzó a reírse a carcajadas.

—Sabía que la Fleur que conocí estaba en alguna parte, gusto en volver a verte. —Por un momento también sentí deseos de reír, de ser de nuevo la misma, pero mi esperanza se vio rápidamente apagada por aquellos destellos que no abandonan mi cabeza.

—No soy la misma —susurré—. Y realmente creo que jamás volveré a serlo. —Su mirada se posó en mi rostro con agudeza.

—Eso aún no lo sabemos.

Sus palabras provocaron que un escalofrío me recorriera. No era una amenaza, era una oración, parecía que trataba de decirme algo reconfortante, pero por alguna razón no podía expresarlo en la forma que él deseaba.

El resto del camino permanecí en silencio y él no hizo nada por romperlo. Solo nos limitamos a escuchar la música que provenía del estéreo. Al llegar a la nueva casa, los gritos de una persona conocida me sobresaltaron.

—¡Fleur!

Millet se acercó corriendo hacia mí, parecía que hubiesen pasado décadas sin vernos. Se detuvo frente a mí. Al distinguir los moretones entrecerró los ojos y apretó los dientes, sus ojos se llenaron de lágrimas y, con un poco menos de euforia, tomó mi nuca para abrazarme. Me quedé quieta. Y regresé su abrazo con la misma melancolía, tratando de que con aquel simple abrazo el tiempo retrocediera y pudiera simular que no había ocurrido nada.

Kenya también estaba allí, pero ella guardó mejor la compostura. Solo nos observó a Millet y a mí.

—¿Cuándo llegaron? —pregunté al mirar que tenían un par de maletas detrás de ellas.

—Hace como tres horas —respondió Kenya. Al escuchar su voz, mi mente saltó a un recuerdo borroso de ella cantando en el escenario de aquel club. Pero no podía recordar con claridad qué cantaba.

—¿Por qué nunca me dijiste que el aeropuerto no está en Tokio? —La voz de Millet me sobresaltó y logró que saliera de aquella nube de recuerdos. Me pareció que Kenya lo notó y respiró con alivio.

—¡Lo siento! —dije sonriendo.

Me llevé las manos al cabello para acomodarlo detrás de mis orejas, mostrando con ese ademán los moretones de mi cuello y muñecas. Millet abrió los ojos como platos y se mordió el labio. Intentando parecer natural se acercó a mí y deslizó su mano por mi muñeca con gentileza.

—¿Te duele?

Asentí, no encontraba mi voz en ningún sitio. No podía hablar. Tenía tantos deseos de poder llorar libremente, dejar salir aquellos gritos que estaban atorados en mi garganta, pero no podía hacerlo frente a la familia comprensiva que estaba tratando de ayudarme a salir de mi trance. Aún no podía dejar salir aquel terrible dolor que me carcomía por dentro desde hacía días. Debía esperar a que nos encontráramos a solas. Solo ellas podrían manejar con un poco más de frialdad mi caída. Mi padre, Yoko y sus hijos se alarmarían si me dejara caer frente a ellos.

Yori había permanecido todo el tiempo de pie junto a su auto. Nuestros padres estaban ocupados indicando a los cargadores los sitios donde debían colocar los muebles y supervisando su trabajo.

—Fleur. —La voz de Yori sonaba preocupada. Giré la cabeza para mirarlo y él se alarmó al ver mi semblante.

—Lo siento, necesito estar a solas con ellas —musité. Él cerró los ojos y suspiró.

—Le diré a nuestros padres que fuiste con ellas, pero no llegues tarde.

Agradecí su comprensión y ayuda con una sonrisa apagada.

—Rentamos un auto —informó Millet en tono bajo. Tras subir al auto, el interrogatorio comenzó.

—Fleur, dime qué fue lo que ocurrió. —Estaba a punto de comenzar con la letanía que había estado repitiendo desde que volviera de París, «no lo recuerdo», pero Kenya tomó la palabra.

—Yo sé qué fue lo que ocurrió. Lo vi… todo.

La mirada de ambas se dirigió hacia ella. Millet conducía como una demente, me sorprendió que no nos detuviera algún oficial debido a su forma de conducir. Entré en pánico cuando me percaté de que no era una cafetería a donde habíamos llegado.

—Hicimos reservas en este hotel —explicó Millet respondiendo a mi pregunta no formulada.

Entramos y enseguida nos dieron la llave de sus habitaciones. Cada paso que daba en ese pasillo me hacía sentir como si tuviera un déjà vu. Incluso el ascensor me traía fragmentos de recuerdos. Y la historia que comenzaba a entretejerse de ellos no era agradable. Estaba a punto de descubrir algo que preferiría no saber. Entramos en la habitación y Kenya comenzó con su relato.

—Fleur… tuvo… sexo con André—dijo como si fuera un comentario de lo más normal. Los ojos se me desorbitaron cuando escuché aquella oración. Las piernas se me doblaron. Intenté sostenerme de la pared, pero parecía que la habitación giraba en espiral. Millet se acercó tan rápido a Kenya que ninguna anticipó su cometido. El sonido de la palma de Millet estampándose en el rostro de Kenya me distrajo.

—¿Sexo? ¿Estás diciéndome que Fleur se acostó con André y que después de ver la condición en la que ella se encuentra crees que fue consentido? —Una sonrisa perversa curvó los labios de Kenya.

—Tú no sabes cómo es ella en realidad. Los tiene engañados a todos con esa carita de niña inocente, pero la realidad es que ella se lo buscó.

La severidad de sus palabras entró por mi sistema para revelar una verdad cruel y dolorosa, pero no por ello menos verdad. Tenía razón, yo me lo había buscado. Millet se preparaba para hacerle un servicio completo de corte de cabello, cuando yo conseguí pronunciar algo.

—Tiene razón… Fue culpa mía… —musité. Aquellos torrentes de emociones se convirtieron en uno, haciendo que pareciera que mi cabeza fuese a partirse por la mitad, o al menos yo tenía esa sensación. Cubrí mi rostro con ambas manos—. Estaba ebria, Millet, no me sentía bien. Kenya fue a buscar a los profesores y él apareció. —Los ojos de Millet se clavaron en mi rostro.

—¿Bebiste? —Su pregunta me hizo brincar por la rudeza que había en su tono. Pero no fue a mí a quien abofeteó con su desprecio, ya que casi enseguida se giró para mirar a Kenya.

—¿Por qué la dejaste beber? —Kenya me miró con ira.

—No es una niña, Millet, esto no se trata de si yo la dejé o no hacer algo. Ella fue quien decidió irse con él.

—No quiero escuchar esto de ti. Fleur, dime qué es lo que recuerdas.

El tono de Millet era absoluto. Si Kenya quería conservar su cabello en la cabeza, sería mejor que no hiciera que Millet perdiera aún más el control.

Narré la historia en el mismo orden que venían los recuerdos, parecían las piezas de un rompecabezas. No era tan sencillo como decir solo que había sido seducida por André. Había más, mucho más, escondido en todo el asunto.

Millet escuchó con detenimiento cada palabra que salía de mi boca, hasta que comenzó a tener sentido.