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Chapter 53 - Realidad

Año 9989, Día 50 del Mes de la Lluvia.

Días después del ataque, finalmente se sabía la cantidad exacta de muertos, un total de 443 muertos, cientos de heridos, y también 65 personas que habían sido secuestradas por los atacantes.

Entre las bajas, veintiún personas eras guardias del pueblo, eso era más de la mitad de los guardias del pueblo, además, ocho guardias entre los que estaban Kane, quien logró sobrevivir y se encontraba descansando en su casa, pero que al igual que los otros siete ya no podría seguir siendo guardia por las heridas que sufrió.

"Tch." – en los documentos de lo sucedido, Glover veía furioso que se contó los cadáveres de 162 Perros Salvajes, pero ninguno de alguno de los atacantes que fueron los perpetradores de esta tragedia sobre el pueblo.

Claramente quien fuera el grupo culpable de esto no querían ser descubiertos.

Además de sentirse furioso por no saber quién fue el responsable de tantas muertes y del secuestro de mucha gente, Glover también estaba furioso por la actitud del alcalde que culpaba a los guardias y en especial al Capitán Kane por lo sucedido al no poder haber actuado con mayor antelación y no poseer la fuerza suficiente para proteger al pueblo, despidiendo al Capitán Kane enfrente de una multitud de personas que oyeron su discurso, y diciendo que pronto habría grandes cambios en la Guardia del Pueblo.

En los días que transcurrieron, Evans finalmente había regresado junto con los otros dos guardias, pero con malas noticias al decir que no tendrían ayuda del Conde de forma inmediata, pues más pueblos sufrieron lo mismo que Esperanza en el mismo día, haciendo que el Conde se alertará por lo sucedido y preparará a sus tropas para mantenerse en alerta sobre las zonas cercanas a la Ciudad de Mara, y para comenzar a buscar indicios de los culpables de la muerte de miles de personas y el secuestro de cientos en tan solo un día.

El Condado de Vermont que era uno de los más alejados de La Ciudadela, capital del Reino, cercano a dos zonas peligrosas como los son las dos zonas prohibidas del Gran Bosque Oscuro y las Montañas de Ganbus, teniendo inclusive fronteras con el Gran Bosque Oscuro, y con una economía y seguridad en los caminos pésimas después de la Guerra de Control hacía que Vermont fuera uno de los territorios del Reino de Arcadia más debilitados actualmente.

Además, el orgullo del Conde de Vermont le hacía incapaz de pedir ayuda al Reino para que enviasen a uno de los Siete Ejércitos, movilizando solamente a sus propias tropas privadas y a los Guardias Nacionales que se encontraban en el condado.

También, en estos días, el Gerente del Gremio de Aventureros del Pueblo de Esperanza, Patrick, había regresado, logrando coordinar finalmente a los aventureros y con su autoridad poder hacer que ayudaran en misiones en el pueblo y mandar a los mejores aventureros a investigar indicios o pistas del paradero de los culpables y de poder hallar la identidad de ellos, que hasta ahora solo se "conocía" que eran bandidos.

Aunque Taylor hace días intento hacer lo mismo, él no poseía el poder o autoridad suficientes como para movilizar a todos los aventureros del pueblo, él único capaz era el mismismo Gerente Patrick. Quien era además la persona más poderosa en el Pueblo de Esperanza ahora mismo.

En el día en que se llevó el funeral de todos aquellos que murieron, se realizo en las afueras del pueblo, y asistieron más de cinco mil pobladores de los seis mil y pico que quedaban.

De entre los que no fueron a presenciar el funeral que consistía en quemar los cadáveres y enterrar las cenizas en el suelo, el Alcalde y Lord del Pueblo de Esperanza no asistió ni él ni su familia, solo uno de sus trabajadores llego para dejar un simple ramo de flores y el mensaje de que pronto todo volvería a la normalidad.

Y, entre todos los que asistieron a la ceremonia, Luciel era una de las personas que se sentían más furioso que triste, pue seguía culpándose por la muerte de Don Armando. Y seguía sin hablar casi nada, solo pensando consigo mismo como cuando estaba en aquel lugar oscuro donde no podía oler, ver, sentir, saborear u oír, pensando en lo idiota que había sido, en lo inútil que fue de él en pensar que ya no volvería a sufrir.

'Este lugar no es la Tierra.' – pensó Luciel. – 'Realmente no existe un lugar seguro… pensaba que el Pueblo de Esperanza era un lugar tranquilo, un lugar seguro en donde sí me quedaba, no volvería a pasarme nada, que aunque no buscará a mi familia, al menos podría seguir con vida… que tonto… que idiota fui al pensar en eso… he pensado de manera errónea todo este tiempo, este lugar… no es la Tierra… no existe realmente orden y paz… solo… solo los fuertes pueden vivir con tranquilidad… solo los fuertes pueden proteger a los que quieren… yo… yo no soy fuerte… yo soy débil, soy una basura que nunca ha podio hacer algo bien… soy un maldito cobarde.'

"Sí." – dijo en voz baja Luciel que veía el cadáver de Don Armando ser quemado por el fuego lentamente.

'Sí, solo los más fuertes sobreviven en este mundo, sin poder, no vales nada, sin poder, no eres capaz de proteger tú vida, sin poder, no puedes proteger a tus seres queridos, sin poder… solo te espera la muerte.' – pensó Luciel mientras se encontraba cerca de llorar, pero trataba de impedir eso.

'Llorar no me servirá de nada.' – Luciel apretó sus manos mientras veía el cuerpo sin vida de Don Armando. – 'Fui un tonto… he vivido en un tonto sueño, en donde pensé que todo estaría bien… y heme aquí, yo sigo con vida… pero usted Don Armando… usted está muerto por mi culpa… Cindy también murió por mi culpa… yo… yo soy débil, un tonto que se engaño a sí mismo todo este tiempo…'

Así es, esta era la realidad del Gran Mundo de Gea, sin poder, no sería capaz de vivir tranquilamente, sin poder, realmente no eras nadie en este mundo, y, mientras Luciel veía el cadáver del hombre que le salvó la vida dos veces, Luciel finalmente entendió la cruda verdad sobre este mundo, en donde el fuerte vive, y el débil muere.

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Era el anochecer, y Luciel al igual que los días anteriores se encontraba en el sótano del Carmesí alejado de los demás.

Él últimamente se encontraba aterrado de salir, en especial ese día, él solo salía para conseguir algo de beber y comer, y el día de hoy solo salió para presenciar el funeral.

Todas las noches para Luciel habían vuelto a ser un infierno tal y como los primeros días que paso en este mundo, teniendo pesadillas al dormir, pesadillas de aquel día, también pesadillas del último día de su vida en la Tierra, pesadillas que le atormentaban y no le dejaban dormir en paz, pesadillas que no había tenido en dos años.

El veía los rostros de su familia, el rostro de Cindy y el cadáver de Don Armando en medio del Carmesí.

Siempre se despertaba de golpe gritando, con lágrimas en los ojos y sudor en su cuerpo, ya ninguna noche era tranquila.

Por eso, él dudaba mucho a la hora de dormir, prefiriendo no hacerlo.

Y, en ese momento cuando pensaba en alguna manera de cómo mantenerse despierto, alguien había bajado a verle.

"Hola Luciel." – se trataba de Susan, la hija de Don Armando. – "¿Todo bien?"

"…"

"Luciel…" – ella se acercó al joven, acercando su mano derecha hacía la cabeza del joven que se alejó. - ¿Luciel?"

"No me toques." – dijo el joven. – "Vete."

"¿Luciel? ¿Qué sucede?"

"Estoy maldito." – dijo Luciel."

"¿Cómo? ¿De qué hablas?"

"Todas las personas a las que llegó amar son alejadas de mí de alguna forma… mi familia… Don Armando…" – dijo Luciel que se alejó más de Susan. – "Soy una persona que no debe… no merece amar a nadie."

"Luciel… no digas tonterías, tú no estás maldito."

"¡Sí lo estoy! Y no solo eso, es mi culpa��� todo es mi culpa."

"¿Eh?"

Luciel entonces miró el rostro de Susan, y el joven comenzó a llorar.

"Todo lo que sucedió aquel día fue mi culpa."

"Luciel, claro que no, no fue tú culpa, fue culpa de esos…"

"¡Es mi culpa!" – gritó el joven.

"¿Luciel?" – Susan se sorprendió al oír a Luciel gritar.

"Fue mi culpa…" – dijo el joven que se sentó sobre su cama.

"No, no fue así, debes de sentirte mal, pero te lo aseguro, no fue tú culpa."

"Sí lo fue… yo… se suponía que no debía abrir la puerta, se suponía que solo debía abrir la maldita puerta cuando escuchase la voz de Don… de Don Armando." – dijo Luciel con dificultad para decir su nombre.

"…"

"Sí, no debía abrirla, pero al escuchar a… Cindy… al escucharla pidiendo por ayudar a gritos, tocando la puerta y diciendo mi nombre… no aguante… tuve que abrir, y allí comenzó el infierno… ella murió en frente de mí, en mis brazos… y esos tres…" – Luciel paró al recordar lo sucedido con esos tres sujetos.

"…"

"Sí, no debí haber abierto la puerta, pero lo hice, Cindy ya estaba muerta, y debía de ser mi turno, yo… debí haberme dejado matar, tal vez así, cuando Don Armando llegase, el pudiera escapar rápidamente del lugar, pero… no… me resistir… tenía miedo… no… tengo miedo de morir… y rogué por mi vida, me humille frente a esos bastardos, y pedí ayuda, y Don Armando llegó."

"…" – Susan escuchaba atónita las palabras de Luciel.

"Sí, no debí haber abierto esa puerta…no debí resistirme… sería mejor sí ese día hubiese muerto yo y no Don Armando." – en ese momento, Susan le dio una cachetada a Luciel.

"No digas eso." – dijo ella con lágrimas.

"No lo entiendes… yo… yo no debí haber abierto esa puerta, una vez Don Armando acabó con esos tres malditos, más llegaron, entre ellos uno muy poderoso." – dijo Luciel que vio sobre su escritorio la pequeña daga. – "Don Armando podía escapar, pero al estar yo vivo… al estar yo allí, le era imposible, por culpa de mi existencia… de mi debilidad, de mi estupidez y de mi cobardía, Don Armando está muerto." – dijo el joven que cayó directamente de rodillas al suelo en ese momento, mirando el suelo.

Luciel no solo lloraba por recordar ese día, no solo lloraba por la culpa, sino que también lloraba por sentir miedo todo el tiempo, harto de vivir una vida llena de miedo y vergüenza por su cobardía y debilidad.

"No debí haber abierto esa puerta… yo… debí haberme quedado con él, debí haber peleado a lado de él… no… no debí haber huido… dejándolo solo a la merced de esos malditos…" – dijo Luciel quien lloraba con más intensidad, mientras golpeó el piso con su puño derecho. – "Yo… debí haber muerto… no él… no Don Armando… es mi culpa… lo siento mucho���" – Luciel entonces levantó la mirada y miro fijamente al rostro de Susan. – "Realmente lo siento."