En la actualidad, muchas organizaciones buscan sembrar miedo y caos para imponer su dominio, empleando cualquier arma a su alcance: ya sea mágica, extraterrestre o de origen desconocido. Esta es la historia de un héroe inusual, cuya valentía nos ayudará a enfrentar una amenaza sin precedentes que se avecina como una sombra oscura sobre el mundo.
"¡Agente B-Doce! ¡Agente B-Doce!", resonó una voz apresurada por los pasillos. "¿Alguien sabe dónde demonios está el agente B-Doce?". La voz sonaba ansiosa, casi desesperada, como si estuviera luchando contra el tiempo.
"Señor, el agente B-Doce se encuentra en una misión contra la organización Sangre Azul", respondió Marie, la secretaria, con calma profesional mientras sus dedos volaban sobre el teclado de su computadora.
"¿Cómo que en una misión? ¡Se suponía que debía estar aquí! Comuníquese con él de inmediato; lo espero en el cuartel ahora mismo", ordenó el jefe con un tono que no admitía réplicas.
"De inmediato, señor", dijo Marie, levantándose de su asiento con rapidez. Sacó su teléfono celular y marcó el número del agente. El sonido de llamada comenzó a escucharse, pero al otro lado del auricular, el agente estaba atrapado en una situación peligrosa.
"Bip, bip", sonaba el teléfono. "Ah, veo que te están llamando, agente B-Doce, pero creo que no tienes tiempo para contestar", se burló una voz fría y malvada. Era el científico líder de la Sangre Azul, un hombre alto y delgado, con cabello grisáceo y ojos oscuros como pozos sin fondo. Su risa resonó en la habitación, cargada de arrogancia y crueldad.
"Señor agente, ¿una vez más quiere acabar con mis creaciones que beneficiarán al mundo?", preguntó el científico con fingida inocencia, acercándose lentamente hacia donde el agente colgaba boca abajo, atrapado por una cuerda que lo sostenía de los pies. Debajo de él, un tanque lleno de ácido burbujeaba con un brillo verdoso, prometiendo una muerte dolorosa.
"¿Tus creaciones salvarán al mundo? No lo creo. Solo buscas satisfacer tu ego y enriquecerte a costa de otros. Siempre te detendré a ti y a cualquier lunático que quiera infundir daño", respondió el agente con firmeza, aunque su posición era precaria. Su voz no tembló ni un ápice, reflejando una determinación inquebrantable.
"Ja", soltó el científico con otra carcajada estridente. "¿Y cómo piensas escapar de esa trampa?"
El agente B-Doce colgaba suspendido en el aire, su cuerpo balanceándose ligeramente mientras observaba el ácido bajo él. La situación parecía desesperada, pero en ese momento, el correo de voz de su teléfono se activó. Era Marie, quien decía con urgencia:
"Agente B-Doce, el jefe quiere que regrese rápidamente al cuartel y que lo haga a la brevedad posible, o sea, ahora".
"Vaya, si lo dice el jefe, debe ser urgente", murmuró el agente para sí mismo, con una media sonrisa irónica dibujada en su rostro. Sin pensarlo dos veces, sacó una pequeña pistola de su manga, cuyo cañón emanaba un calor intenso. Con precisión milimétrica, derritió la cuerda que lo sujetaba y, aprovechando el impulso, se balanceó sobre los restos de la cuerda hasta alcanzar la cabina donde se encontraban el científico y sus secuaces.
Con un movimiento rápido, rompió el vidrio de la cabina y cayó sobre ellos como un rayo. Los golpes resonaron en el lugar mientras el agente sacaba su pistola paralizante y dejaba a todos los enemigos inconscientes en el suelo. Luego, ató a los hombres con eficiencia militar y llamó al equipo de limpieza, que llegó al instante.
"Vaya, agente B-Doce, siempre cumpliendo su palabra", comentó el encargado del equipo de limpieza con admiración mientras recogían a los prisioneros.
"Bueno, he cumplido con mi deber. Debo irme; el jefe me llama", respondió el agente con una sonrisa confiada antes de dirigirse a la salida. Pero justo cuando estaba a punto de marcharse, el científico loco, que había logrado liberarse, gritó desde el suelo:
"¡Maldita seas, agente! ¡Ya me las pagarás!", mientras era arrastrado hacia el carro de la unidad de limpieza.
El agente subió a su auto, un convertible azul brillante cuya carrocería parecía capturar y reflejar cada matiz del cielo despejado sobre él. Con un rugido potente del motor, salió disparado hacia el cuartel general, dejando atrás una estela de velocidad y determinación. El cuartel, escondido tras una fachada inofensiva —una modesta tienda de venta de bicicletas—, era el epicentro de operaciones secretas que pocos conocían y aún menos entendían. Al llegar, una silueta familiar se perfiló bajo la luz tenue del interior. Cuando la puerta se abrió por completo, reveló a un hombre de treinta años cuya presencia imponía respeto sin necesidad de palabras.
Su cabello castaño ondulado caía con naturalidad sobre su frente, enmarcando un rostro que combinaba fuerza y refinamiento. Su físico era atlético pero equilibrado, con músculos definidos que evidenciaban largas horas de entrenamiento riguroso, aunque no exagerado como el de un fisicoculturista. Su tez bronceada, moldeada por jornadas bajo el sol, le daba un aire aventurero, mientras sus ojos azules, profundos como el mar en calma, irradiaban una mezcla de confianza y misterio. Cada vez que sonreía, lo hacía con una perfección que parecía genuina, nunca arrogante, y su mirada firme tenía el poder de cautivar a cualquiera que se atreviera a sostenerla por más de unos segundos. Era el tipo de hombre que no solo llamaba la atención, sino que también inspiraba admiración y, en algunos casos, un ligero nerviosismo.
—Ya llegué, señorita Marie —anunció el agente con tono casual mientras entraba.
Marie, una joven en sus veinte, irradiaba madurez más allá de su edad. Era alta para ser promedio, con una cabellera siempre recogida en una coleta alta que le daba un aire profesional y juvenil a la vez. Su piel tenía un tono durazno que resaltaba junto a sus grandes ojos marrones, oscuros como el café recién hecho. Siempre vestía un impecable traje negro que realzaba su figura y su disciplina. Aunque el agente B-Doce mantenía una actitud profesional en su presencia, por dentro sentía un nerviosismo que lo hacía ruborizarse. Extrovertido por naturaleza, con ella se transformaba en alguien reservado, casi tímido. Era como si su confianza habitual se desvaneciera frente a esa mujer que, sin proponérselo, despertaba algo especial en él.
—Bien, el jefe lo está esperando en su oficina —respondió Marie, mirándolo brevemente con un leve rubor en sus mejillas antes de regresar a su trabajo.
El agente comenzó a caminar por los pasillos, atrayendo miradas admirativas tanto de agentes como del personal administrativo. Subió al ascensor que conducía al corazón del cuartel, ubicado en el tercer subsuelo. La entrada a la oficina del jefe era una puerta blindada de alta seguridad. Para acceder, había que pasar por un escáner de retina, un lector de huellas dactilares de los diez dedos y pronunciar una frase secreta conocida solo por los agentes de mayor rango, como él, y por Marie. Con voz firme, el agente pronunció:
—La oscuridad del caído es opacada por la luz del sol.
Una voz metálica resonó desde el monitor:
—Contraseña y datos correctos. Adelante, agente B-Doce.
La habitación era espaciosa, lo suficientemente grande como para albergar más de cincuenta camas separadas o incluso una piscina olímpica. En su interior, una mesa de juntas ocupaba el centro, rodeada de monitores gigantes que cubrían las paredes. Una galería de artilugios tecnológicos, armas innovadoras y trajes especiales se exhibía orgullosamente, junto con autos deportivos diseñados para misiones de alto riesgo. Científicos y personal técnico saludaron al agente, algunos felicitándolo por sus hazañas recientes.
Al final de un corredor bien iluminado, se encontraba la oficina del jefe. La puerta estaba entreabierta. El agente entró y se detuvo frente a un escritorio lleno de reconocimientos y medallas que narraban las glorias del líder. Las paredes estaban decoradas con fotografías y trofeos que mostraban las misiones más destacadas del jefe.
—Bueno, jefe, ya estoy aquí. ¿Qué es lo que necesita con tanta urgencia? ¿Para qué soy bueno esta vez? —preguntó el agente con una media sonrisa, intentando aligerar el ambiente.
—Deja de hacerte el gracioso conmigo, B-Doce. Te dije que debías estar aquí de inmediato. Esto no puede esperar. Cierra la puerta; lo que tengo que decirte es confidencial —respondió el jefe con seriedad.
El agente obedeció y cerró la puerta detrás de él.
—¿Qué pasó, jefe?
—Antes de comenzar, señorita Marie, venga aquí de inmediato —ordenó el jefe.
Un tubo elevador se abrió, y Marie emergió, ajustándose el cuello de su traje mientras avanzaba hacia ellos.
—Dígame, señor —dijo ella con profesionalismo.
—La he llamado porque necesito que entiendas también de qué trata la situación. Según nuestras fuentes, hay un arma experimental siendo desarrollada, o quizás ya fabricada, por la banda criminal Oceans, competencia directa de la Sangre Azul. Pero esta arma… no es de este mundo. No pertenece a este sistema solar, sino tal vez a otro completamente diferente. Nuestras fuentes aún no han confirmado todos los detalles, pero esto podría ser catastrófico.
El agente B-Doce frunció el ceño, aunque su tono seguía siendo relajado.
—Si son tan incompetentes como la Sangre Azul, será fácil acabar con ellos.
—No creo que sea tan sencillo —intervino Marie con una expresión seria que revelaba preocupación genuina. Su voz tembló ligeramente al continuar—: Varias de nuestras mejores unidades han perecido intentando infiltrarse en sus operaciones. Esta misión no será como las anteriores.
El ambiente en la habitación se volvió pesado, cargado de tensión. El agente sintió cómo la adrenalina comenzaba a fluir por sus venas. Sabía que lo que estaba por enfrentar sería una prueba como ninguna otra.
En ese momento, uno de los monitores cobró vida. Era el último agente infiltrado, quien había logrado sobrevivir lo suficiente para enviar un mensaje crucial. Su voz sonaba entrecortada, pero cargada de urgencia:
—Esta arma ya ha sido terminada. No hay tiempo que perder, señor. Van a partir en dos horas. Si queremos obtener esa arma, este es el momento.
El jefe asintió con gravedad y se dirigió al agente B-Doce:
—Bien, agente, vaya con los técnicos. Que le proporcionen el equipo adecuado. Diríjase al punto señalado por nuestro infiltrado.
El agente regresó a la sala principal y se acercó a los técnicos, quienes rápidamente comenzaron a equiparlo con todo lo necesario para la misión: armas compactas, dispositivos de comunicación avanzados y herramientas especializadas para infiltración. Sin perder un segundo, subió a su convertible azul y partió hacia el punto de encuentro con el agente infiltrado.
—Buena suerte, agente —dijo el jefe con tono solemne mientras Marie añadía, casi en un susurro:
—La necesitará.
Al llegar al lugar acordado, el agente B-Doce se encontró con el agente I-Cinco, un joven de dieciocho o diecinueve años que aparentaba ser aún más joven, como si apenas hubiera dejado atrás la adolescencia. Sus ojos reflejaban una mezcla de nerviosismo y admiración.
—Señor, aquí tiene la información. El artefacto se encuentra en ese avión gigantesco… parece más una nave espacial que un avión convencional —informó el joven con rapidez, extendiendo un dispositivo con datos clave.
—Bien hecho, chico. Ahora vete —respondió el agente B-Doce con firmeza, aunque su tono no era severo.
—¡Pero, señor! Necesitará mi ayuda —insistió el joven, dando un paso adelante.
—Ya has hecho suficiente exponiéndote al peligro. Regresa a la base sin que te vean. Es una orden.
El agente I-Cinco vaciló un instante, pero finalmente asintió con determinación.
—¡Sí, señor! Yo lo admiro mucho —dijo antes de girarse para marcharse, pero se detuvo un momento y añadió—: Señor, usted también tenga cuidado.
El agente B-Doce sonrió brevemente, aunque sabía que las próximas horas serían cualquier cosa menos fácil. Con sigilo, se abrió paso entre los secuaces que custodiaban el hangar, neutralizando uno a uno a cada enemigo que cruzaba su camino. Finalmente, llegó al avión y se coló en la parte trasera justo cuando las compuertas comenzaban a cerrarse.
—¡Oh, no! —exclamó en voz baja, sintiendo cómo el avión empezaba a vibrar mientras iniciaba su despegue. Ya no había vuelta atrás.
Su teléfono comenzó a sonar; era Marie.
—¿Cómo va la cosa? —preguntó ella con preocupación en su voz.
—Aún estoy en eso. Voy a cambiar a comunicador auricular —respondió él mientras ajustaba el dispositivo en su oreja.
—Según el agente I-Cinco, lo que buscamos está en la habitación dos, que es el laboratorio. Veamos qué encontramos —indicó Marie.
El agente B-Doce se movió con rapidez, accediendo al sistema de ventilación del avión. Se arrastró por los estrechos conductos, sintiendo el frío metal bajo sus manos y el eco distante de voces y pasos más allá de las paredes. Finalmente, llegó a la habitación que decía dos en romanos. Al abrirse paso, quedó boquiabierto ante lo que vio: un huevo metálico suspendido en el aire, y dentro de él, una esfera que parecía contener un universo entero en su interior. Galaxias diminutas giraban lentamente, emitiendo destellos de luz que hipnotizaban.
—¡Guau! ¡Qué impresionante es eso! —murmuró, enviando una captura visual a Marie. En la base, tanto ella como el jefe se quedaron sin palabras al ver la imagen.
—Debes obtenerlo a toda costa —ordenó el jefe con urgencia.
—Pues bien, manos a la obra —respondió el agente B-Doce, aunque algo en su tono sugería que sabía que esto no sería tan sencillo como parecía.
Salió de los ductos con agilidad felina, corrió hacia el artefacto y comenzó a hacer lo que mejor sabía: crear caos controlado. Golpeó a un par de guardias que intentaron detenerlo, se acercó al huevo y, con cuidado, lo desprendió de su soporte. Lo sostuvo con firmeza, consciente de que ahora tenía en sus manos algo que podría cambiar el destino del mundo.
—Debo buscar un paracaídas o algo para saltar y escapar de aquí —pensó en voz alta mientras miraba a su alrededor, evaluando sus opciones.
Pero lo que el agente B-Doce no sabía era que algo lo había alcanzado por detrás, perforando su hombro derecho con una precisión letal. Era un tentáculo afilado como una lanza, emergiendo de la oscuridad como si fuera una criatura salida de una pesadilla. Volteó rápidamente, aunque apenas podía distinguir nada en la penumbra. Lo que vio lo dejó helado: una figura grotesca comenzaba a despojarse de su piel humana, revelando debajo una criatura horrenda, digna de una película de ciencia ficción. Sus contornos eran borrosos, pero sus movimientos eran rápidos y letales.
Sin tiempo para averiguar más, el agente reaccionó instintivamente. Con una mano presionando la herida sangrante, sacó la cámara integrada en su pechera y capturó varias fotos de la criatura. Los tentáculos comenzaron a perseguirlo, arrasando todo a su paso con una ferocidad inhumana. Fue entonces cuando se le ocurrió una idea audaz: usarlos para destruir la nave. Antes de llegar, había colocado explosivos estratégicamente en puntos clave. Ahora, mientras corría, activó algunos de ellos, provocando una serie de explosiones que iluminaron el interior de la nave como fuegos artificiales destructivos.
La tripulación, al percatarse del caos, comenzó a dispararle al agente desde todos los ángulos. Las balas silbaban a su alrededor, pero él zigzagueaba entre los escombros, evadiendo cada ataque con la agilidad de un felino. Detrás de él, la criatura lanzaba sus tentáculos sin control, traspasando cualquier cosa que encontraran en su camino, incluidos sus propios camaradas. "Caray, esos tentáculos son tan largos como ese personaje de cómics", pensó el agente con una mezcla de admiración y pánico.
Finalmente, llegó a un cuarto donde estaban las cápsulas de escape. Sabía que no podía subirse sin asegurarse de que la criatura no sobreviviera. Colocó un par más de explosivos en la entrada, esperando que la bestia cayera en su trampa. Cuando la criatura apareció, accionó las cargas remotamente. Una serie de detonaciones sacudió la nave, y por un momento, creyó haber acabado con ella. Pero, antes de que pudiera celebrar, dos tentáculos surgieron de entre el humo y lo atravesaron por el abdomen, derramando sangre por todas partes. Con un grito ahogado, el agente sacó su cuchillo láser y cortó los tentáculos con furia desesperada. Luego, con un último esfuerzo, se lanzó dentro de la cápsula y activó el sistema de eyección.
Mientras la cápsula caía en picada hacia la Tierra, la nave se desintegraba en una bola de fuego a sus espaldas. Marie, desde la base, intentó comunicarse con él a través del auricular:
—¿Qué pasa, agente? ¿Todo bien?
—Sí, todo se encuentra bien. Tengo el paquete —respondió él con voz entrecortada, aunque su tono delataba el dolor que sentía. Estaba perdiendo mucha sangre y apenas podía mantenerse consciente.
—¡Oh, por Dios! —exclamó Marie, alarmada al escuchar su respiración agitada—. Seguiremos tu localización con el GPS de tu celular. Mantente estable, agente. Ya vamos para allá.
Dentro de la cápsula, el agente intentó detener la hemorragia, pero la turbulencia hacía imposible cualquier movimiento preciso. Finalmente, la cápsula impactó contra un basurero en un callejón oscuro. Con las pocas fuerzas que le quedaban, abrazó el artefacto y comenzó a arrastrarse, dejando un rastro de sangre tras de sí.
En ese momento, un pequeño perro sucio y desaliñado apareció frente a él. Parecía que nunca lo habían bañado, pero sus ojos brillaban con una curiosidad inocente. El animal se acercó lentamente y comenzó a lamerle las heridas y la cara. A pesar del dolor, el agente logró esbozar una sonrisa débil y extendió una mano temblorosa para acariciarlo. Su visión comenzó a nublarse, y el mundo a su alrededor se desvanecía poco a poco.
De repente, el artefacto que sostenía en sus brazos emitió una luz intensa que lo envolvió a él y al perro. La luminiscencia era tan poderosa que podía verse desde kilómetros de distancia. Cuando la luz finalmente se disipó, ambos fueron lanzados en direcciones opuestas. El cuerpo del agente quedó tendido en el suelo, inmóvil, aparentemente sin vida… o eso parecía.
El perro, por su parte, se levantó tambaleante. En su mente resonó una voz profunda y misteriosa:
—Felicidades, has adquirido el sistema JORGS.