Regresamos al tren, el cual ya se encontraba en movimiento. Aiden seguía desmayado en uno de los vagones, tendido sobre el suelo junto a Podbe, lo cual sorprendió tanto a Reia como al propio Podbe.
—No se levanta —dijo Podbe con un tono preocupado, moviendo su cola dorada lentamente—. Creo que lo hemos asustado al escuchar mi voz en su cabeza.
—Creo que sí —respondió Reia con una leve sonrisa tranquilizadora, acercándose a él—. Los animales en este planeta no suelen comunicarse normalmente con los humanos, salvo con ruidos o gestos, como tus ladridos, por ejemplo.
—Ya veo, por eso le dio una fuerte impresión —replicó Podbe, inclinando la cabeza hacia un lado mientras observaba al muchacho inconsciente—. O tal vez se desmayó de hambre.
Reia le dio unos toquecitos suaves en el lomo, como si quisiera calmarlo.
—Está bien, no te pongas tan nervioso, ya entendí. Pero no sé qué le puede haber pasado.
Mientras tanto, en la mente de Aiden, todo era confusión. Se divisaba un espacio, o más bien, un área blanca e infinita. Él comenzó a gritar con desesperación, esperando que alguien pudiera escucharlo, pero no recibía respuesta alguna. Intentó correr, pero sus pasos parecían inútiles; avanzaba sin rumbo, como si estuviera atrapado en un ciclo interminable. La preocupación crecía dentro de él, y una mezcla de miedo y desconcierto invadió su pecho. ¿Se había muerto? ¿Estaba soñando? Lo último que recordaba era que Podbe, el pequeño perrito con habilidades extraordinarias, estaba hablando. De pronto, frente a él, apareció una puerta de madera oscura con detalles intrincados. Al principio, sintió un escalofrío de temor, pero luego decidió aventurarse hacia ella. Con manos temblorosas, giró la perilla y la abrió.
Al cruzarla, Aiden se encontró de nuevo en el orfanato. Su corazón latía con fuerza mientras miraba a su alrededor, incrédulo. Pensó que tal vez estaba soñando. Recordó que, para comprobarlo, debía darse un pequeño golpe o pellizcarse. Así lo hizo, y solo sintió dolor. Eso significaba que no estaba soñando.
El cielo comenzó a oscurecerse, y una lluvia ligera caía sobre el lugar, humedeciendo el suelo y llenando el aire con un aroma fresco y terroso. En la distancia, distinguió la figura de una mujer envuelta en una capa negra que cargaba algo entre sus brazos. Caminaba con paso apresurado hasta llegar a la entrada del orfanato. Allí, dejó cuidadosamente lo que llevaba y colocó una nota encima. Sin mirar atrás, echó a correr bajo la tormenta, desvaneciéndose en la penumbra.
Aiden, impulsado por la curiosidad, trató de seguirla, pero la figura se desvaneció como si nunca hubiera estado allí. Desconcertado, regresó a la puerta principal. Al acercarse, descubrió que lo que la mujer había dejado era un recién nacido envuelto en una manta blanca y una nota doblada. Con manos temblorosas, tomó la carta y comenzó a leer:
"Por favor, cuiden de mi hijo, mi pequeño Aiden. No puedo seguir con él; hay personas y fuerzas que no me permitirán permanecer a su lado, y harán todo por destruir lo que más amo, que eres tú, mi querido hijo. Para protegerte, debo tomar la difícil decisión de separarme de ti, mi pequeño tesoro. Te deseo lo mejor, y espero que aquí te traten bien, que encuentres en este lugar un hogar, aunque sea temporalmente. No logré contactar a tu padre, pero confío en que un día puedas encontrarlo y recibir su amor, como yo te lo hubiera dado. Perdóname, mi pequeño Aiden. Te amo profundamente y siempre estarás en mi corazón. Con amor, tu madre Amely."
Al terminar de leer, lágrimas cálidas comenzaron a rodar por el rostro de Aiden. Era una carta que nunca había recibido, ya que las hermanas del orfanato nunca se la entregaron. Observó al pequeño bebé, pero cuando intentó tocarlo, sus manos lo atravesaron como si fuera un fantasma. El recién nacido comenzó a llorar con fuerza, y en ese preciso instante, una de las hermanas salió apresuradamente a investigar quién había dejado al niño en la puerta.
Aiden, presa del pánico, se escondió detrás de un arbusto cercano. Desde su escondite, pudo ver cómo otra hermana aparecía tras la primera y le preguntaba con voz firme:
—¿Qué ha pasado? ¿Quién ha dejado esto aquí?
La escena quedó suspendida en el tiempo, mientras Aiden sentía cómo el peso de la verdad lo aplastaba.
—Creo que es un bebé —dijo la primera hermana con voz suave pero sorprendida.
Ambas mujeres se acercaron al pequeño bulto que yacía en la entrada. Con cuidado, lo levantaron entre sus brazos y lo llevaron dentro del orfanato. Al desdoblar las mantas que envolvían al recién nacido, descubrieron una nota con su nombre escrito con letra temblorosa: Aiden. Las hermanas intercambiaron miradas llenas de incertidumbre. Algunas murmuraban que la madre debió ser una loca; otras, más duras, afirmaban que era una mujer sin corazón. Finalmente, decidieron guardar la nota en un cajón hasta que el muchacho tuviera la edad suficiente para entender su contenido.
Mientras tanto, Aiden observaba cómo los años pasaban frente a él como fragmentos fugaces de un sueño. Vio todas las vivencias que había experimentado en el orfanato: los rostros de los niños que conoció, las familias que lo adoptaron y luego lo devolvieron por considerarlo demasiado problemático o simplemente porque se cansaron de él. Cada rechazo, cada despedida, quedó grabada en su memoria como una cicatriz invisible. Las imágenes eran tan vívidas que casi podía sentir el dolor nuevamente. Pero entonces, todo se oscureció. El suelo bajo sus pies pareció tragárselo, arrastrándolo hacia un abismo profundo durante lo que le parecieron horas. Finalmente, una luz intensa emergió, y Aiden pudo ver otra vez.
Al entrar en esa nueva luz, contempló una escena completamente diferente. Una perrita vagabunda corría por calles estrechas y callejones oscuros, esquivando a las personas que intentaban espantarla mientras buscaba algo de comer. Llegó a una casa abandonada, donde seis cachorros pequeños dormitaban junto a ella. Había dado a luz recientemente, y ahora se dedicaba a protegerlos y alimentarlos. Meses después, los cachorros ya caminaban torpemente, siguiendo a su madre mientras aprendían a sobrevivir. Ella les enseñaba a buscar comida y traer objetos útiles, siempre velando por su seguridad.
Sin embargo, la tranquilidad no duró mucho. En una escena desgarradora, hombres armados comenzaron a perseguir a los perros. La madre, valiente y decidida, enfrentó a los atacantes para dar tiempo a sus crías de escapar. Aunque logró salvar a cinco de ellos, los villanos acabaron con ella sin piedad. Los cachorros corrieron juntos por el callejón, pero fueron interceptados por los malhechores, quienes los capturaron y se los llevaron a un destino desconocido. El último perrito, sin embargo, se salvó milagrosamente al caer por una alcantarilla cuando el suelo frágil cedió bajo sus patas. Cuando logró salir, solo encontró el cuerpo inerte de su madre, pero no había rastro de sus hermanos. Desde entonces, ese pequeño canino vagó solo por las calles, enfrentándose a un mundo hostil.
Fuera de la mente de Aiden, una notificación parpadeó en el sistema que Reia estaba monitoreando. Leyó en voz alta: "El enlace está al cincuenta por ciento. Se necesita que el anfitrión ingrese en el enlace." Un menú apareció con dos opciones: sí o no.
—Eso debe ser la razón por la que el muchacho no despierta. Debemos ingresar —dijo Podbe, seleccionando la opción "sí" con la ayuda de Reia. Sin embargo, al activar el enlace, Podbe también se desplomó, sumergiéndose en la misma secuencia de imágenes que Aiden había presenciado.
Cuando llegó a la última escena, la tristeza lo invadió al recordar su propio pasado y ver reflejado el sufrimiento de Aiden. Buscó al chico entre las sombras y, al encontrarlo viendo esas imágenes, gritó con urgencia:
—¡Niño! ¡Niño!
El muchacho giró rápidamente y, al reconocerlo, corrió hacia él. Ambos se fundieron en un fuerte abrazo, compartiendo un momento cargado de empatía y comprensión.
—Lo siento mucho por lo que has pasado, Podbe —dijo Aiden con voz entrecortada por la tristeza.
El can asintió, expresando su pesar con un gesto silencioso pero lleno de significado.
Se presentaron mutuamente, como si fuera la primera vez que realmente se conocían.
—Mi nombre es Aiden. Tengo doce años y me escapé del orfanato porque sentía que no era mi lugar, que había algo más esperándome en este mundo —explicó el muchacho con determinación en su voz.
—Bueno, ya sé tu nombre por todo lo que vi —respondió Podbe con una sonrisa amable—. Y como tú me bautizaste, soy Podbe. Tengo siete meses, creo. Yo vivía en la calle. Me capturaron y me llevaron a una perrera, pero el día de la feria de adopción aproveché para escapar porque nadie quería llevarme.
—Yo también escapé de la adopción; iba a ser al día siguiente. Dejé algunos amigos allí, pero sé que hay más en el mundo —replicó Aiden con firmeza—. Y ahora que sé que tengo un padre por ahí, debo buscarlo, aunque no sepa por dónde empezar.
—Espero que encuentres a tu padre, y tú a quienes hicieron esto a tu familia —se dijeron mutuamente, compartiendo un instante de esperanza y determinación.
Pero antes de que pudieran terminar su conversación, Reia los interrumpió con un tono algo impaciente:
—Aún falta un noventa por ciento del enlace.
—¿Qué nos falta? —preguntaron ambos al unísono, mirándose confundidos.
De repente, todo se volvió oscuridad nuevamente. Una fuerza invisible los arrastró hacia abajo, esta vez introduciéndolos en un cuarto rojo iluminado por luces tenues. Allí comenzaron a ver varias imágenes proyectadas en las paredes, pero ninguna de ellas les resultaba familiar.
—Se ve que es apuesto —comentó Reia con un tono juguetón, observando las escenas—. Si yo fuera humana, claro está —añadió con una risa burlona que rompió momentáneamente la tensión.
Las imágenes mostraban fragmentos de la vida de alguien desconocido, pero todo transcurría demasiado rápido para comprenderlo del todo. Finalmente, fueron llevados a los últimos momentos de un hombre identificado como el agente B-Doce. Lo vieron obtener un artefacto misterioso y luego caer en el callejón donde se encontró con Podbe.
—Ya veo, así es como me consiguió y lo pasó hacia ti. Vaya perro con suerte —dijo Podbe, sacudiendo su cola dorada con una mezcla de orgullo y asombro.
Entonces, un mensaje final apareció frente a ellos: "El enlace ha sido completado. Adiós."
Ambos, Podbe y Aiden, despertaron de golpe, parpadeando confundidos mientras intentaban procesar lo que acababa de suceder.
—¡Guau! ¿Qué fue todo eso? —exclamó Aiden, frotándose los ojos como si quisiera asegurarse de que estaba realmente despierto.
—No lo sé, parecía una experiencia vivida —respondió Reia con un tono calmado pero intrigante, como si ella misma estuviera analizando lo ocurrido.
Aiden volvió a mirar a Podbe, quien ahora se encontraba sentado frente a él con una expresión curiosa en su rostro peludo.
—¿De quién es esa otra voz? —preguntó el muchacho, señalando al aire como si pudiera apuntar directamente hacia la fuente del sonido.
—¡Ah!, ella es mi conciencia… digo, mi asistente virtual del sistema JORGS —explicó Podbe con una mezcla de orgullo y nerviosismo—. Por favor, no te vayas a desmayar otra vez, niño.
—Eso está de locos, Podbe —dijo Aiden, sacudiendo la cabeza con incredulidad.
Con una mezcla de curiosidad y asombro, Aiden saludó mentalmente a Reia y preguntó:
—¿Dónde estamos? ¿Acaso hemos subido al tren? ¿Pero cómo? ¿Y qué es eso de lo que hablaste, JORGS?
Podbe ladeó la cabeza, como si estuviera sopesando cómo responder. Finalmente, dijo:
—Con respecto a la primera pregunta, yo te subí. Y la segunda pregunta, que te la responda Reia.
Reia, que había estado esperando pacientemente su momento, no pudo contener su entusiasmo por explicar el sistema. Con una voz llena de energía, comenzó a detallar su propósito:
—JORGS significa Justicia, Orden, Gratitud y Servicio. Es un sistema diseñado para brindar esperanza y apoyo a quienes lo necesiten. Para ello, otorga a su anfitrión habilidades especiales que le permiten cumplir misiones específicas, siempre y cuando complete los objetivos asignados.
—¡Guau! —exclamó Aiden, abriendo los ojos de par en par—. ¡Ah! Ya veo, es por eso que Podbe pudo subirme al tren, aunque él fuera tan pequeño. Y quiero que me cuentes más.
Reia soltó una risita suave, casi imperceptible, pero cargada de satisfacción.
—Vaya, por fin alguien que quiere escucharme —dijo con un tono burlón dirigido a Podbe, quien respondió con un ladrido juguetón.
Sin embargo, antes de que Reia pudiera continuar con su explicación, el vagón donde se encontraban comenzó a moverse de manera extraña. Al principio, el movimiento fue lento, apenas perceptible, como si el tren estuviera ajustando su ritmo. Pero de repente, un fuerte golpe sacudió todo el compartimento. El impacto fue tan violento que los lanzó por los aires, haciéndolos girar como hojas en una tormenta.
Aiden sintió cómo su cuerpo era arrancado del suelo y arrojado hacia adelante. Podbe, con sus pequeñas patas extendidas, intentó aferrarse a algo, pero fue inútil. Ambos fueron expulsados fuera del tren, cayendo en una oscuridad profunda mientras el rugido metálico del vehículo se alejaba rápidamente.
El silencio que siguió fue ensordecedor.