Nos encontramos en un callejón oscuro y desolado, en algún lugar donde quedamos al final del capítulo anterior. "Felicidades, has adquirido el sistema JORGS", repitió la voz por quinta vez dentro de la mente del perrito. Sin embargo, todo lo que recibía como respuesta eran ladridos entusiastas: "Guau, guau". El sistema no lograba comprender lo que su nuevo anfitrión intentaba comunicarle, pero antes de que pudiera procesarlo, unas manos ásperas levantaron al can del suelo.
"¿Qué haces aquí?" dijo la persona que lo había cargado, con un tono mezcla de fastidio y desinterés. "Tú no deberías estar aquí, además estás todo sucio". Era un empleado de la perrera municipal, un hombre de unos cuarenta y tantos años, con una barba tupida y descuidada que parecía no haber sido recortada en semanas. Su ropa estaba arrugada, y su apariencia general reflejaba una vida marcada por la rutina monótona y la falta de cuidado personal. Olía a sudor y tabaco rancio, y su actitud denotaba amargura y apatía hacia su trabajo.
El sistema JORGS, aún activo en la mente del perrito, respondió con ironía: "Mira quién habla de sucio y descuidado". Por supuesto, el hombre no podía escuchar ni entender lo que el sistema decía. Simplemente miró al perro con desdén y continuó.
"Bien, no tienes placa, así que entra al camión", anunció mientras abría la puerta trasera del vehículo. Dentro, se escuchaban ladridos desesperados y gemidos de otros perros callejeros que ya habían sido capturados. El ruido era ensordecedor, tanto que podría oírse desde kilómetros de distancia. El ambiente dentro del camión era claustrofóbico, lleno de jaulas metálicas apiñadas unas junto a otras.
El empleado no notó el cuerpo inerte del agente B-Doce, cuya silueta había quedado oculta entre los escombros de uno de los edificios abandonados cercanos. La pared, frágil y carcomida por el tiempo, había cedido bajo su peso, dejándolo fuera de vista. Lo único que llamó su atención fue un charco de sangre en el suelo. "Debe ser de alguna pelea o tal vez de alguna rata que este perro haya cazado", pensó sin darle mayor importancia. El perrito, por su parte, no tenía heridas visibles y parecía indiferente a su entorno, como si algo mucho más grande ocupara su mente.
Una vez dentro del camión, el hombre colocó al perrito en una de las pocas jaulas vacías, cerró la puerta con un golpe seco y subió al asiento del conductor. Sacó una toalla mugrienta para limpiarse las manos, luego extrajo un cigarro arrugado de su bolsillo, lo encendió y le dio una larga calada. Mirando por el retrovisor hacia los animales encerrados, gritó con voz áspera: "¡Cállense todos o les va a ir peor!" Los ladridos disminuyeron momentáneamente, aunque algunos perros seguían gimoteando en silencio.
Dentro de la mente del perrito, la inteligencia artificial seguía tratando de procesar la situación. "Mmm, ya veo, así que no nos podemos entender. Necesito saber tu lenguaje. Comenzaré a descargar la actualización de lenguaje", anunció el sistema en un tono mecánico. Luego añadió: "Esto me tomará un poco de tiempo, así que entraré en modo de reposo durante un par de horas, creo yo". Acto seguido, el sistema se desactivó temporalmente, dejando al perrito sumido en sus propios pensamientos caninos.
Mientras tanto, el camión avanzaba lentamente por las calles desiertas de regreso a la perrera. En ese momento, varias camionetas negras con vidrios polarizados pasaron a toda velocidad junto al vehículo, casi rozándolo. Eran Marie y un equipo de trabajadores de la agencia, quienes conducían con urgencia hacia el lugar donde creían poder encontrar al agente B-Doce. El empleado de la perrera, quien tiene el nombre de ER, se sobresaltó al verlas pasar tan cerca. "¡Estos locos nomás se creen importantes!", exclamó molesto, soltando una serie de palabrotas en señal de protesta. Pero las camionetas ya estaban lejos, desapareciendo en el horizonte. Resignado, ER continuó su trayecto hacia la perrera, ajeno a la importancia del pequeño perro que ahora llevaba consigo.
Por esta zona se suponía que había sido la última ubicación registrada por el GPS, y, además, aquí fue donde varios testigos reportaron haber visto una luz resplandeciente caer del cielo, presumiblemente con el agente B-Doce a bordo. Los agentes bajaron de los vehículos, acordonaron el área y comenzaron la búsqueda minuciosa.
"Mire, es por aquí, señorita Marie", dijo uno de los agentes operarios mientras señalaba hacia un punto específico. Ella comenzó a correr con urgencia, sus pasos resonando contra el pavimento desgastado. Al llegar, sus ojos se posaron en un gran cráter en el suelo: era la cápsula de escape. "Qué extraño que Er no pudo ver este cráter tan evidente", pensó Marie. "Bueno, quizás ese tipo era demasiado despistado o medio ciego".
"¿Dónde estás, Nick?", murmuró ella en su mente, pronunciando el verdadero nombre del agente B-Doce. En ese momento, otro miembro del equipo que la acompañaba exclamó: "¡Mire! Esa pared está destrozada por un impacto enorme".
Entraron al edificio, iluminando el interior oscuro con sus linternas. Los rayos de luz cortaban la penumbra, revelando una silueta humana tendida contra una de las paredes, rodeada de rastros de sangre coagulada. El ambiente estaba cargado de tensión y preocupación.
"Aquí está, pero se encuentra gravemente herido y sus signos vitales son extremadamente débiles", informó uno de los agentes mientras evaluaba rápidamente la situación.
"Señorita Marie, ¿qué hacemos?" preguntó otro, buscando instrucciones.
"Traigan el equipo médico de inmediato y llevémoslo a la base. El tiempo es crucial", respondió Marie con firmeza, aunque su voz traicionaba una profunda preocupación.
Dos personas ingresaron con una especie de camilla tecnológica y, con sumo cuidado, colocaron al agente sobre ella. Una vez encima, la camilla se activó automáticamente, cerrándose como una burbuja protectora. Una voz metálica emergió desde el dispositivo: "Signos vitales muy débiles. Iniciando proceso de inducción de calmantes y estabilizantes".
Marie observó la escena con el corazón encogido. "Ay, no… Pero ¿qué te hicieron? Fuerte por fuera, pero muy triste por dentro", susurró para sí misma, sintiendo cómo la angustia le apretaba el pecho.
Posteriormente, se giró hacia los demás y les ordenó: "Comiencen a buscar el artefacto mientras yo me dirijo a la base con el agente B-Doce. Denme un reporte lo antes posible".
"¡Sí, señora!", respondieron todos al unísono, moviéndose con rapidez y eficiencia.
Los agentes comenzaron a dispersarse por los alrededores, utilizando equipos avanzados para rastrear el objeto que tanto habían arriesgado para recuperar. Mientras tanto, Marie subió a la camioneta que transportaba a Nick y partió a toda velocidad hacia la base. La camioneta parecía volar sobre el asfalto, como si tuviera un cohete incorporado. Manejaba con la precisión de una protagonista de película de acción, ignorando semáforos y curvas cerradas (chicos, no intenten esto en casa; es pura ficción y podría causar accidentes graves). Por suerte, eran casi las siete de la tarde y el tráfico en la zona era escaso. Además, la oscuridad comenzaba a envolver el paisaje, dándole un aire aún más dramático a la escena.
En la parte trasera de la camioneta, dos trabajadores de la agencia vigilaban la cápsula donde yacía el agente B-Doce. Marie, con los nudillos blancos aferrados al volante, murmuraba palabras de ánimo: "Resiste, ya vamos a llegar. Falta poco. Te vas a poner bien, no te rindas".
Uno de los empleados en la parte trasera, nervioso, comentó: "Espero que nosotros también lleguemos enteros, porque si no, también estaremos como él".
El otro le dio un golpecito en la cabeza y lo reprendió en voz baja: "Tonto, ¿cómo puedes decir eso en una situación como esta?"
El primero, avergonzado, respondió: "Perdón… Es solo que estoy nervioso".
Mientras tanto, ER llegó a la perrera. Era su último turno del día, y parecía ansioso por terminar pronto. Tocó a la puerta trasera y salió otro trabajador, un hombre alto, extremadamente delgado y completamente calvo. Su nombre era Timmy, un joven de unos veintiséis años con una expresión cansada pero amable.
"Oye, ayúdame a llevar a los perros adentro", dijo ER sin mucho entusiasmo. Abrió la puerta trasera del camión y comenzó a sacar las jaulas una por una, mientras Timmy se encargaba de abrir las puertas de la parte posterior de la perrera. Trabajaron en silencio durante unos minutos, metiendo a todos los perros en sus respectivos espacios. Cuando llegaron al pequeño perrito protagonista de nuestra historia, ER le dijo a Timmy: "Este lo bañas tú. Yo voy a firmar los papeles".
Timmy miró al perrito con una mezcla de sorpresa y resignación. "Este perro está recontra sucio; parece que nunca lo hubieran bañado, como tú, ER", bromeó, aunque su tono era ligero. Sin embargo, ER no lo tomó bien. Se giró rápidamente hacia él con una mirada amenazante. "¿Qué dijiste?", preguntó con voz grave. Timmy bajó la cabeza, tratando de evitar problemas. "No dije nada", respondió apresuradamente.
Sin más discusiones, Timmy llevó al perrito a la zona de lavado. Comenzó a enjuagarlo con agua tibia, quitando capa tras capa de suciedad acumulada. El perrito, que antes vivía en la calle, lucía desnutrido y deteriorado, casi moribundo (claro, si desean saber más sobre su pasado, se contará su historia en un próximo capítulo). Sin embargo, gracias a la obtención del sistema JORGS, su salud había mejorado notablemente. Al quitar toda la mugre, el pelaje del can comenzó a brillar con un tono beige claro, y sus ojos azules, llenos de pureza e inocencia, resplandecieron bajo la luz. Una de sus orejas estaba parada, mientras la otra caía ligeramente hacia un lado, dándole un aire travieso y adorable. Era evidente que era un perro joven, probablemente de seis o siete meses, y parecía pertenecer a una raza pequeña.
Mientras Timmy seguía secándolo, el perrito comenzó a darle pequeños lengüetazos en las manos, demostrando su carácter juguetón y cariñoso. Timmy no pudo evitar sonreír. "Eres un buen chico, ¿eh? No sé cómo alguien pudo abandonarte así".
Una vez terminado el baño, Timmy le dio de comer y lo colocó en una jaula junto con los demás animales. "Bueno, cerramos ya, Timmy. Nos vemos mañana. Que venga el veterinario a revisar a los perros para el día de la adopción", dijo ER con voz aliviada, deseoso de irse a casa.
En la base, los médicos de la agencia trabajaban contrarreloj para estabilizar al agente herido. Pasaron un par de horas antes de que uno de ellos saliera de la sala de emergencias para hablar con Marie. Su expresión era sombría.
"El estado del agente no es bueno", explicó el médico con seriedad. "Hemos decidido colocarlo en estado de coma inducido para mantenerlo estable. Ha perdido mucha sangre y algunos de sus órganos están comprometidos. Por el momento, no podemos hacer más".
Marie sintió un nudo en la garganta. "¿Y qué hay de su familia? ¿Alguien a quien debamos informar?"
El médico negó con la cabeza. "¿Sabes si tiene familiares cercanos?"
Marie bajó la mirada, pensativa. "No lo sé. Él nunca habló de eso. Si lo hizo, no le dio importancia".
Con un suspiro pesado, el médico asintió. "Entonces procederemos a colocarlo en la cápsula criogénica para preservar su estado mientras buscamos una solución más permanente".
Lo llevaron a una cápsula similar a una máquina de criogenización. Comenzaron a inyectar líquidos especiales para iniciar el proceso, mientras Marie observaba con el corazón encogido. "Resiste, Nick", murmuró en voz baja. "Vas a salir de esta".
En ese mismo instante, en la perrera, la voz de la inteligencia artificial resonó nuevamente dentro de la mente del perrito: "He vuelto, y mira, en mi ausencia, dónde paramos: en la cárcel, parece. Bueno, ahora podré comprender tu lenguaje e interactuar contigo. También te he encontrado una voz propia".
En ese momento, se escuchó una voz familiar resonando en la mente del perrito: era la voz de Nick, el agente B-Doce. Su tono era amable pero curioso, como si estuviera tratando de establecer una conexión con alguien por primera vez.
"Hola, usuario, ¿cómo te llamas?" preguntó la voz dentro del sistema que a su vez estaba dentro de la cabeza del can.
El perrito, ahora con la voz de Nick resonando en su mente, aunque el perro ni la IA sabían de quien era la voz, respondió: "No sé, aún no tengo nombre. Pero veo que me llaman 'perrito'".
"Y eso que tienen que ver además Perrito no es un nombre", replicó la IA con una risa interna. "Pero, en fin, ahora que podemos comunicarnos —aunque al exterior solo se escuchen ladridos— déjame presentarme. Soy una inteligencia artificial, mi nombre es Reia, y soy parte del sistema JORGS. Bla, bla, bla...". La IA continuó explicando su función con un tono algo técnico, aunque el perrito parecía más interesado en otras cosas.
De pronto, una pantalla mental apareció frente a los ojos del perrito, mostrando información en letras brillantes: Tipo de ser vivo: animal detectado, mamífero canino.
"¡Ajá! Soy un perro, un perro con un sistema", pensó el perrito, emocionado por este descubrimiento. "¿Qué es un sistema?"
"Bien, perrito, nos hacemos la misma pregunta", respondió Reia con un tono ligeramente sarcástico. "Aunque creo que eso es algo que deberías haber aprendido antes de adquirirme".
El perrito inclinó la cabeza, confundido. "¿Adquirirte? ¿Yo te adquirí? No recuerdo haber firmado ningún papel".
Reia intervino nuevamente en la conversación mental. "Bueno, técnicamente, fue tu destino. Ahora formas parte de algo mucho más grande. Pero no te preocupes, ya aprenderás sobre eso".
La IA continuó explicando conceptos básicos del sistema JORGS, aunque el perrito parecía más interesado en explorar su entorno inmediato. Desde afuera, todo lo que se escuchaba eran ladridos entusiastas, como si el pequeño can estuviera teniendo una conversación consigo mismo.
"¿Y qué sigue ahora?" preguntó el perrito, moviendo la cola mentalmente.
"Ah, eso es algo que tendrás que descubrir tú mismo", respondió Reia con un tono misterioso.
"Por ahora, acompáñanos en el siguiente capítulo, titulado: ¿Qué es JORGS? "