Todas las personas en el mundo comenzaron a recibir notificaciones, y con ellas encendieron sus equipos para ver la transmisión en vivo del canal de noticias. Al ingresar, vieron a Melisa, la reportera, o al menos eso creyeron. En realidad, era Azulema, que gracias a una máquina podía mostrarse como la reportera, con un fondo que simulaba ser el lugar de la batalla.
—Bueno, como pueden ver, detrás de mí se encuentra lo que ustedes pensaban que era una batalla. Pero no es más que una gran obra teatral que fue puesta en escena y transmitida para ustedes —dijo Azulema, con la imagen de Melisa proyectada detrás de ella.
Todos en sus casas, en las estaciones militares, en el café, el supermercado y donde podían ver el video que se estaba transmitiendo. Los espectadores, escépticos por lo que acababan de escuchar de la falsa Melisa, comenzaron a escribir en el chat en vivo. Algunos se creyeron el montaje y comentaban:
—¡Vaya, qué buenos efectos especiales tiene esa obra! ¿Cuándo y dónde será presentada al público? —preguntaban.
Otros, más incrédulos, decían:
—Qué raro que se haya ido la señal y ahora salgan con esto. ¿Qué están tratando de encubrir?
El debate comenzaba a encenderse en la red entre ambos bandos. Azulema preguntó mentalmente a su equipo cómo iba la situación, a lo que Rosa le contestó:
—No muy bien. Estamos a un cuarenta por ciento de los que creen que sí y un sesenta por ciento que no.
—Pues ha llegado el momento de influenciar un poco más las mentes. Chicas, ¿están listas? —indicó la líder a las cuatro que tenían los visores.
—Sí, jefa —respondieron fuerte y claro.
—Ada, activa la secuencia que te voy a pasar a la mente —dijo Azulema.
—Está bien —respondió Ada, y con los datos en su cabeza, presionó un par de botones en la máquina que mostró "Modo Amplitud Activado".
Las cuatro que tenían los aparatos comenzaron a sentir cómo su energía, poco a poco, se iba de sus mentes hacia su jefa, cuyos ojos cambiaron a un azul brillante, casi hipnótico, proyectado en cada aparato conectado a la transmisión. La falsa Melisa continuó:
—Esto solo ha sido una obra teatral que muy pronto será llevada a los grandes teatros. No es un ataque ni nada de eso. Estamos trabajando para que la obra se vea lo más real posible con efectos prácticos de última generación.
Los espectadores empezaron a olvidar lo sucedido, cambiando esos eventos de caos y destrucción por recuerdos más felices y fantasiosos, convencidos de que no había ocurrido de verdad gracias a las órdenes sugestivas que Azulema, con la ayuda de la máquina, implantaba en sus mentes.
—¿Cómo vamos? —volvió a preguntar la líder a Rosa.
—Aún hay personas que no creen lo que decimos. Es como un cuarenta por ciento, más o menos, que se resisten a entender que es falso —respondió Rosa.
—Quizá debamos aumentar la potencia —indicó Ada.
—Chicas, ¿cómo van? —preguntó Azulema.
—Todo bien —respondió Margaret.
Entonces la jefa le indicó a Ada que aumentara la potencia a nivel cinco. Lo máximo que se podía aumentar era a siete, ya que diez, según el monitor, era riesgoso. Ada presionó los botones nuevamente, subiendo de nivel uno a cinco.
Las chicas con los visores comenzaron a sentirse un poco mareadas y cansadas.
—¿Qué nos pasa, jefa? —preguntaron.
—Es el poder de la máquina que está drenando su energía mental. Aguanten un poco, chicas —dijo la jefa mientras seguía implantando esos nuevos recuerdos en la mente del público.
A las chicas les comenzó a salir sangre por la nariz. Al ver esto, Rosa les preguntó:
—¿Chicas, están bien?
—Nos estamos agotando —respondieron, sintiéndose como si fueran a desfallecer. Solo Margaret se mantenía fuerte.
—Señora —gritó Margaret en la mente de Azulema—, las chicas están casi agotadas.
—Bien, entonces cambien de parejas —respondió Azulema.
—Yo aún puedo —indicó Margaret, mientras Rosa ayudaba a las otras tres a quitarse los cascos y se los daba a tres chicas del equipo. Mark las movía a unos sillones en un cubículo usando su telequinesis.
—Buen trabajo, chicas —indicaron Rosa y Ada.
Las nuevas tres sintieron un dolor inmenso al colocarse los visores, pero aguantaron junto con Margaret.
—¿Cómo vamos con los números? —preguntó otra vez la jefa.
—Ya vamos a un veintiocho por ciento —indicó Rosa—. Al parecer, jefa, los más resistentes en creer esto son los familiares de los trabajadores de esa empresa y los militares —dijo Ada.
—¿Debemos aumentar más el nivel? —preguntó Rosa, angustiada—. Pero eso las agotará muy rápido.
—Dale, sí podemos —respondió Margaret, soportando la presión.
—Bien, súbele unas rayas más —indicó Azulema, y Ada comenzó a subir el nivel a siete. Las cuatro mujeres con el visor comenzaron a sentir como si un rayo recorriera su cuerpo, y entre cambio y cambio había pasado media hora.
Las primeras que se fueron a descansar aún se encontraban mareadas por el uso prolongado de la máquina. Pensaban que ellas eran las más fuertes en temas psíquicos, pero al parecer no, especialmente Martha y Sheila, que miraban con un ojo a las otras en la máquina.
Azulema, disfrazada de Melisa, seguía narrando la noticia y proyectando imágenes de su creación, con personas como actores que aparecían para dar veracidad a la obra. Gente con vestuarios y el equipo de producción, todos creados gracias a la máquina y a los poderes mentales de Azulema para generar objetos, paisajes y personas tan vivos como si fueran reales. Incluso Azulema podía crear un par de personas mentalmente, aunque solo por poco tiempo, no tan prolongado como lo estaban haciendo las otras.
—Las chicas ya no resisten —indicó Rosa, refiriéndose a Alicia, Teresa y Samantha.
Las tres cayeron al piso inconscientes. La realidad que estaba creando Azulema y el control mental que utilizaba se estaban desmoronando.
—¡Rápido, es nuestra hora! —dijo Leila, quien junto a Mark levantó a las tres chicas y las colocó a un lado.
—Espera, Leila, tú eres inestable. Podrías empeorar la situación —indicó Rachel con voz cansada, mientras se recuperaba un poco.
—Tranquila —dijo Ada—. Debes descansar.
—No, voy a apoyar. Incluso soy fuerte —respondió Rachel, acercándose a la máquina.
Rosa se acercó a Leila.
—Está bien, es mi turno. Yo me encargo —dijo Rosa.
—Y yo la secundo —añadió Ada—. Tú puedes ayudarnos con lo que Rosa y yo hemos estado haciendo. ¿Aún te queda poder para eso?
—Claro, cuenten conmigo —indicó Rachel.
—Mark, con cuidado —dijo Azulema—. Si ves peligro, sal rápido.
—Sí, señora, tranquila. Voy a estar bien —dijo el muchacho.
Los tres se colocaron los visores mientras Rachel se encargaba de revisar la cantidad de personas y subir el nivel de la máquina si era necesario. Los nuevos sintieron electricidad en sus cuerpos.
—Esto es lo que sentían las chicas. ¡Qué potencia! —pensaban.
Las imágenes y el control volvieron a Azulema, quien casi causaba interferencia y revelaba su mentira. Continuó con su explicación en forma de Melisa. Luego de un rato, preguntó a Rachel:
—¿Cómo va el conteo?
—Ha aumentado a cuarenta y cinco por ciento debido a la falla. Además, esas mentes parecen ser más resistentes —respondió Rachel.
—Debemos aumentar el nivel. No hay tiempo, algunos ya piensan en apagar sus dispositivos —indicó Rachel, mirando la máquina nerviosa.
—Hazlo —indicó Margaret, gritando de dolor.
Rachel subió el nivel de la máquina a nueve y esta emitió una alerta: "Llegando a niveles críticos. Usar con precaución."
Mark, Rosa y Ada sintieron una presión que los tumbaba al suelo.
—¿Qué es esto? —decían los tres.
—No lo sé —respondió asustada Rosa, mientras los tres gritaban de dolor en el suelo con el casco puesto.
Margaret cayó noqueada al suelo y la realidad que iba creando Azulema se iba deshaciendo nuevamente. Ella trataba de aumentar su poder para prolongar el efecto, incluso saliéndole sangre por ambos huecos de la nariz, lo que la hizo arrodillarse cogiéndose de la mesa.
—No hay tiempo —indicó Leila mientras le sacaba el casco visor a Margaret.
—¿Qué haces? —preguntó Rachel.
—Es ahora o nunca. Esos números no bajarán si no terminamos la misión —indicó Leila firmemente.
—Pero podrías empeorar la situación —respondió Rachel.
—O podría mejorarla. Nada pierdo intentando. Además, soy la última que queda —le respondió Leila, mirándola a los ojos con gran determinación.
—Déjame hacerlo, estamos todas juntas en esto —indicó Margaret, tirada en el suelo con un poco de espuma en la boca.
—Sí, hazlo, niña. Ya estamos en dificultades, así que, ¿por qué no? —indicó Azulema mentalmente, mientras luchaba por mantener el control del público y la concentración de las imágenes que estaba implantando.
Leila tomó aire y lo expulsó antes de ponerse el casco y decir lo hago por el equipo.