Capítulo 26: Un Regalo para la Muerte
Ryuusei inclinó la cabeza, observando los cadáveres destrozados de Kenta y Haru con una mueca de curiosidad.
—¿Cuántas veces van ya? —susurró para sí mismo—. No importa, aún no han sufrido lo suficiente.
Sonrió de manera sádica y alzó su martillo de guerra una vez más.
¡CRASH! ¡CRASH!
Cada golpe desgarraba aún más los restos de sus cuerpos. Huesos astillados sobresalían de la piel rasgada, la carne estaba hecha una pulpa irreconocible, y el suelo se volvió un lago de sangre y vísceras.
Pero entonces, algo llamó su atención.
A lo lejos, una jauría de perros salvajes emergía de la oscuridad. Sus ojos brillaban con hambre, sus hocicos goteaban saliva, y sus cuerpos huesudos mostraban la miseria en la que vivían.
Ryuusei chasqueó los dedos.
—Perfecto…
Desenvainó sus dagas de teletransportación y con un rápido movimiento, cortó trozos de carne de los cuerpos de Kenta y Haru, lanzándolos hacia los perros. El hedor a sangre fresca despertó el frenesí en las bestias, que se lanzaron sobre los restos con gruñidos salvajes y dientes desgarrando la carne.
Ryuusei los observó devorar con una satisfacción cruel.
—Si sobra algo… —dijo en voz alta, girándose hacia Daichi, que aún estaba paralizado—. Se lo enviaré a La Muerte como un regalo.
Daichi apretó los puños, pero antes de que pudiera moverse, Ryuusei ya había invocado a un Heraldo Común, una criatura espectral con una túnica oscura y ojos vacíos.
—Llévale esto a La Muerte —ordenó, señalando los restos aún no devorados por los perros—. Dile que es un pequeño obsequio de mi parte.
El heraldo asintió y desapareció en un vórtice de sombras, llevándose consigo los despojos de lo que alguna vez fueron Kenta y Haru.
Ryuusei suspiró con una sonrisa de satisfacción y giró su atención hacia Daichi.
—Bien, ahora solo falta un último detalle.
Antes de que Daichi pudiera reaccionar, Ryuusei apareció frente a él en un parpadeo y ¡PUM! le propinó un brutal golpe en la sien con el mango de su martillo.
Daichi cayó al suelo de inmediato, inconsciente.
Ryuusei lo observó por un momento y luego lo tomó por el cuello de su ropa, cargándolo como si fuera un simple saco.
—Vamos a divertirnos un rato, Daichi…
Con una última mirada a la escena de la carnicería, Ryuusei desapareció en las sombras, llevándose consigo a su nueva víctima.