Capítulo 30: Multimillonarios en nombre de la Muerte
La mansión de Ryuusei se alzaba como una fortaleza de mármol negro y acero, una obra maestra de la opulencia y el miedo. Su inmenso jardín, donde ninguna flor crecía por más de una semana sin ser reemplazada, estaba rodeado de estatuas que parecían susurrar a los visitantes incautos.
No había cámaras de seguridad visibles. No hacían falta. Quien intentaba entrar sin permiso, no salía jamás.
Dentro, en el comedor principal iluminado por una gigantesca araña de cristal, Aiko y Ryuusei compartían una cena exquisita. Caviar negro, carne de wagyu bañada en oro, vino de un precio tan ridículo que hasta ellos se reían al verlo. Todo en la mesa tenía un precio obsceno, pero no importaba.
Ellos eran multimillonarios.
Pero no por inversiones, ni por herencias, ni por negocios sucios tradicionales.
Ellos mataban en nombre de la muerte misma.
Cada billete en su cuenta bancaria estaba teñido con la sangre de aquellos que habían implorado por sus vidas antes de ser silenciados. Cada joya que Aiko usaba en su muñeca había sido comprada con el sufrimiento de quienes se habían cruzado con ellos.
Pero para Aiko, la fortuna no tenía sentido sin una vida real.
Y para Ryuusei matar a personas que ya habían cumplido con su propósito le parecía absurdo y triste a la vez que esas personas no puedan continuar.
—Quiero ir al colegio —dijo de repente, cortando el pesado silencio de la habitación.
Ryuusei alzó la mirada, entrecerrando los ojos.
—¿Para qué demonios?
Aiko apoyó el codo en la mesa y lo miró con seriedad.
—Quiero saber qué se siente estar rodeada de gente normal.
Ryuusei rió suavemente, apoyando el tenedor sobre la mesa de roble tallado.
—Aiko, tú no eres normal. Yo no soy normal. No importa cuánto intentes jugar a la vida cotidiana… sigues siendo una asesina.
—Eso no significa que no pueda intentarlo.
Ryuusei la miró fijamente durante unos segundos. Luego suspiró, inclinándose en su silla.
—Está bien. Pero si vas a un colegio, será uno privado. Uno donde la gente no haga preguntas.
Aiko sonrió.
—Eso me basta.
Un mes después…
El auto negro de Ryuusei se estacionó frente a la enorme institución privada. Los vidrios tintados impedían que los estudiantes que pasaban cerca pudieran ver el rostro del hombre que estaba dentro.
Aiko, con su uniforme perfectamente planchado, ajustó su mochila y miró a Ryuusei.
—Voy a estar bien.
Ryuusei entrecerró los ojos.
—Si alguien te molesta…
—No debo matarlos. —Aiko suspiró.
Ryuusei chasqueó la lengua.
—No, no, no… si alguien te molesta, rómpeles la nariz y dile que tu hermano mayor se encargará del resto.
Aiko lo miró con horror.
—¡Ryuusei!
—¿Qué? ¿Esperabas que te dijera que lo ignores? Vamos, Aiko, tenemos una reputación que mantener.
Ella rodó los ojos y salió del auto, cerrando la puerta con suavidad.
Meses después…
Aiko había logrado mantener un perfil bajo. No había golpes, no había amenazas, solo la rutina de clases, tareas y amistades superficiales.
Pero Ryuusei, en la mansión, la esperaba todas las tardes con una copa de vino (no le gustaba solo quería verse importante) y una sonrisa burlona.
—¿Y qué tal la vida normal?
—No está mal —respondió Aiko—. Hoy aprendí álgebra.
Ryuusei arqueó una ceja.
—¿Para qué?
—Para resolver ecuaciones.
—Aiko… nosotros asesinamos por dinero. Si quiero más, lo saco del cadáver de algún bastardo que pensó que podía engañarme. Nunca he usado álgebra.
— Además la Muerte nos puso heraldos comunes para que nos enseñen esas cosas y no ser brutos que solo matamos sin pensar
—Mi lógica es simple: si no pagas, mueres. Si te interpones, mueres. Si respiras demasiado fuerte cerca de mí… quizás mueras.
Aiko se tapó la cara con las manos.
—¿Cómo demonios manejas una fortuna?
—Con eficiencia y sangre, querida.
Pero entonces… llegó la verdadera prueba.
Aiko, después de mucho pensarlo, le pidió un favor a Ryuusei.
—Quiero invitar a mis amigos a la casa.
Ryuusei se quedó en silencio.
—… ¿Para qué?
—Porque quiero que vean cómo vivo.
—Aiko… si tus amigos entran aquí y descubren quiénes somos…
—No les diré nada. Solo quiero que tengan una idea de mi mundo… sin sangre, sin asesinatos, sin… ya sabes, eso.
Ryuusei bebió un sorbo de su vino.
—Está bien. Pero no prometo nada.
El día de la visita…
Cuando los amigos de Aiko llegaron, fueron recibidos por el mayordomo y conducidos a la sala principal, donde Ryuusei los esperaba.
Vestido con un traje negro impecable, con una copa de vino en la mano y una expresión de absoluto desinterés, los observó en silencio.
—Bienvenidos a mi humilde hogar —dijo con voz grave.
Aiko sintió que su alma dejaba su cuerpo.
Uno de los chicos, nervioso, miró alrededor.
—Wow… tu casa es… enorme.
—Sí, bueno —respondió Ryuusei—. El dinero lo compra todo. A veces, incluso almas.
—¿Qué? —preguntó otra chica.
Aiko rápidamente intervino.
—¡Jaja! Es una broma… él es un poco intenso.
Los amigos asintieron, aunque algo incómodos.
Mientras tanto, Ryuusei se inclinó hacia Aiko y susurró:
—No me pidas ser normal si luego te incomoda lo que digo.
Aiko suspiró.
—Solo… no mates a nadie.
Ryuusei sonrió.
—Depende de cómo me caigan.
Aiko sintió que esto iba a ser un desastre.
Y lo fue.