Capítulo 22: La Bestia Desencadenada
La sangre de Ryuusei empapaba el suelo. Su cuerpo mutilado temblaba, apenas respirando. Pero Aiko no permitiría que cayera tan fácilmente.
El aire a su alrededor vibró con una energía oscura y retorcida. Sus ojos, antes fieros, ahora eran dos pozos de sombra insondable. La espada del Heraldo Negro absorbió la sangre derramada, bebiendo la agonía de su compañero caído.
—Ustedes… —murmuró con una calma aterradora—. No van a salir de aquí con vida.
Un estallido de energía oscura explotó desde su cuerpo. El suelo bajo sus pies se agrietó, y la presión en el ambiente se tornó insoportable. Kenta, Daichi y Haru sintieron como si el mundo entero estuviera empujándolos hacia abajo, sofocándolos.
—¡Retrocedan! —gritó Daichi, sintiendo la oleada de muerte acercándose.
Pero fue demasiado tarde.
Aiko desapareció en un parpadeo. En el siguiente instante, estaba frente a Haru. Antes de que pudiera reaccionar, su espada descendió en un arco letal.
El grito de Haru perforó la noche cuando su brazo fue cercenado de un solo tajo. La sangre brotó como una fuente, empapando su ropa mientras caía de rodillas, con los ojos abiertos por el shock y el dolor.
—¡HARU! —gritó Kenta, lanzándose hacia Aiko con sus guadañas listas.
Pero ella ya lo esperaba.
Con una velocidad inhumana, giró sobre sí misma y enterró su rodilla en el estómago de Kenta. El impacto fue tan brutal que lo hizo escupir sangre mientras su cuerpo salía disparado, chocando contra una pared y derrumbándola en el proceso.
Daichi intentó aprovechar el momento. Con su Lanza del Juicio, lanzó un golpe cargado de energía pura, buscando atravesar el corazón de Aiko.
Pero ella no iba a dejarse vencer tan fácilmente.
Con una sonrisa maníaca, desvió la lanza con la hoja de su espada y, en un movimiento fluido, golpeó a Daichi en la mandíbula con el mango de su arma. El impacto lo dejó aturdido por un instante.
Un instante que le costaría caro.
Aiko giró su espada y la clavó en el costado de Daichi, atravesándolo por completo. Su sangre salpicó el suelo.
—¡GAHHH! —Daichi gritó, sintiendo la hoja atravesar su cuerpo como si su carne no fuera más que papel.
Aiko se inclinó hacia él, con una sonrisa sádica.
—¿Te duele? Quédate tranquilo… esto es solo el comienzo.
Sin soltar su espada, levantó el cuerpo de Daichi y lo lanzó por los aires, haciendo que se estrellara contra el suelo con un estrépito ensordecedor.
La carnicería era total.
Kenta se arrastraba fuera de los escombros, tosiendo sangre. Haru apenas podía mantenerse consciente, con su brazo mutilado temblando en el suelo. Daichi intentaba levantarse, pero su herida lo hacía jadear de dolor.
Y Ryuusei… seguía en el suelo, observando todo con una risa débil y quebrada.
—Je… jejeje… has crecido un montón… —susurró, viendo la destrucción causada por Aiko.
Pero la batalla aún no había terminado.
Con un último esfuerzo, Kenta se puso de pie, con los ojos llenos de rabia.
—No… te saldrás con la tuya.
La pelea estaba lejos de acabar.